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Mabel Stark: la legendaria domadora de tigres

Imagínese: Estados Unidos, los locos años 20, década en la que un gigantesco tren de acero atravesaba el país de punta punta y en cuyo interior una troupe de artistas y bestias viajaba haciendo las delicias de quienes acudían a sus funciones, bajo la carpa, lugar en el que todo era posible, hasta lo más insospechado y sorprendente. Así era el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, la mayor compañía circense del país, la única capaz de ofrecer los espectáculos más increíbles de la época. De no haber sido así, sus bailarines, acróbatas o payasos no habrían brillado bajo la brillante luz de los focos del Madison Square Garden, entre otros prestigiosos escenarios. Sin embargo, debemos posar nuestra atención en una mujer, integrante de la enorme troupe, cuya vida bien merecería una película, una serie o cualquier otro producto audiovisual. Hablamos, por supuesto, de Mabel Stark (1889-1968), la domadora que quiso ser tigre.

Tras estudiar enfermería y haber probado suerte como bailarina, Stark pasó a trabajar como caballista en en circo de Culver City (California). Una vez allí, en 1916, comenzó a tener contacto con los tigres gracias al domador Louis Roth; él le enseñó todo acerca de ellos y además acabó convirtiéndose en su marido. Mabel pronto empezó a destacar, hasta el punto de fichar finalmente por  Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus, con quienes acabaría alcanzando el estrellato hasta situarse en el Olimpo del mundo circense. Todo gracias a un número que la haría especialmente conocida y que tenía como protagonista a Rajah, un tigre al que Stark había ciudado desde su nacimiento y con el que tenía una conexión muy especial. La representación consistía en que Rajah (recordemos, un enorme tigre de Bengala) se abalanzaba sobre ella por la espalda. La gente chillaba, creyendo que la estaba devorando, cuando en realidad Rajah sujetaba a Stark como hacen los tigres machos con las hembras al copular y acababa eyaculando encima. Con el paso del tiempo, la domadora tuvo que cambiar su indumentaria de cuero negro por una de color blanco para disimular las eyaculaciones de la bestia.

Según uno de sus biógrafos, el periodista y escritor Roberth Hough, Mabel Stark (de carácter solitario y poco social) se identificaba más con los felinos que con los humanos. Admiraba su belleza, su determinación y pureza. Se sentía mejor con ellos que con cualquiera de sus maridos (cuatro en total) e incluso solía dejar a Rajah dormir con ella en la cama, lo cual no auguraba precisamente una vida conyugal plena y amistosa. Existen más sombras que luces en su intensa vida intinerante; sin embargo, lo que está claro es que Stark domaba a sus fieras (llegó a trabajar también con leones y panteras) con inteligencia y mano izquierda (en un tiempo en el que el maltrato animal en los circos estaba a la orden del día)  y, por supuesto, que pareció ser más feliz rodeada de tigres, sus predilectos, que con las personas de carne y hueso.

A Mabel le gustaba arriesgar en cada representación (llegó a estar encerrada en una jaula con dieciocho tigres a la vez), pero como todo artista de circo, no se libró de sufrir algún que otro susto. El peor de todos aconteció, ironías del destino, en Bangor (Maine), cuna del terrorífico universo de Stephen King, en el año 1926. Había llovido, los tigres no se habían resguardado de la tormenta y estaban hambrientos. La actuación fue desde el principio un desastre: las fieras no obedecían sus ordenes y los abucheos del público eran cada vez más sonoros. Pero lo peor estaba a punto de llegar: en un momento de despiste, uno de los tigres, llamado Belle, se sentó en el taburete del macho alfa, Shelik. Furioso, el animal se fue a por Mabel, a la que consiguió tumbar de un zarpazo. Segundos más tarde, otro tigre resentido le arrancó un trozo de músculo de la pierna de un mordisco, circunstancia que aprovechó Shelik para llevarse por delante parte del cuero cabelludo de la domadora. En medio de aquel panorama dantesco, Stark no dudó en desenfundar su revolver y efectuar un disparo de salva en el hocico del animal que inmediatamente la soltó. Su serenidad y sangre fría la salvaron de morir devorada por una jauría de tigres. Cuando la sacaron de la jaula estaba más viva que muerta y, también, más preocupada por el castigo que les impodrían a sus adoradas fieras por haberla intentado matar que por la horrible visión que los espectadores guardarían en sus retinas. Hay quien asegura que se trató de un intento de suicidio tras la muerte de uno de sus maridos ya que descuidó todas las precauciones básicas, algo raro en ella. A lo largo de su vida sufrió más accidentes (en uno de ellos estuvo a punto de perder el brazo), pero eso no la disuadió y continuó batiéndose entre el riesgo a una muerte segura y los aplausos de los espectadores.

Mabel Stak estuvo en activo hasta el final, llegando en 1933 a coquetear con el mundo del cine, ejerciendo como doble de la actriz Mae West en la película I’m not Angel, en donde daba vida a una artista de circo. No obstante, acabó en un espectáculo de menor nivel y presupuesto (Thousand Oaks) de donde fue despedida en 1968 a los setenta y ocho años de edad. Poco después de verse forzada a separarse de sus animales, se enteró de que unos cazadores habían matado a uno de sus tigres cuando este intentó escaparse del circo, lo que acabó por minar el ánimo de la exdomadora. Tal y como expresa en sus memorias la propia Stark: «la puerta del pasadizo se abre mientras golpeo el látigo y grito: ¡déjalos salir!, salen los felinos rayados, gruñendo, rugiendo, saltando uno hacia el otro o hacia mí. Es una excitación incomparable, y la vida sin ella, para mi, no merece la pena».

Tal vez por eso, el 20 de abril de 1968, Stark acabó suicidándose en su domicilio tras una ingesta masiva de barbitúricos, aunque otras fuentes hablan de asfixia por gas. De esta forma, Mabel Stark, una de las primeras mujeres domadoras de tigres de la historia, puso punto y final a su vida. Una vida intensa, apasionante, a caballo entre la vida y la muerte, pero plena siempre que se encontrase rodeada de sus adorados tigres.

Andrea Moliner Ros

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