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Entrevistas

David Jiménez: «Muchos medios van a intentar mantener los acuerdos con el poder mientras piden ayuda a sus lectores. Creo que no va a funcionar»

David Jiménez está hoy presente en todas las redacciones de los medios españoles, pero no será sencillo que pueda volver a trabajar en alguna de ellas. Su libro El director, en el que cuenta su verdad sobre el año en que estuvo al frente del diario El Mundo, ha sacudido los cimientos del periodismo convirtiéndose en un éxito de ventas de la editorial Libros del KO. Viéndole exprimirse al máximo en una presentación en una céntrica librería de Gijón ante una treintena de personas, es fácil percibir que su intención no es solo dar un toque de atención a la profesión. El exdirector busca formar a quienes plantarán la semilla de un nuevo periodismo en España.

¿Hasta qué punto se parece la ley del silencio que impera en el periodismo español a la omertà de la mafia italiana y cuáles son sus consecuencias para la sociedad española?

Hay un capítulo en El director que se llama «La cosa nostra», porque es verdad que hay periodistas de este país que han funcionado como la mafia. Tenemos desde los que hacen chantaje y le piden a empresas que les den dinero en publicidad o, si no, que se atengan a las consecuencias; a los que amenazan y los que utilizan el periodismo para destruir la reputación y las carreras profesionales de la gente. Y, entre todo eso, que es algo que se sabía y que los periodistas sabíamos, tenemos el silencio del resto, la complicidad de los periodistas que durante muchísimo tiempo se han creído con potestad para criticar a todo el mundo, para juzgar a todo el mundo, y que, en cambio, pensaban que ellos tenían que ser inmunes a la crítica. El director un poco lo que hace es romper eso y decir: «Hablemos de lo nuestro también, ¿no?».

¿Qué grado de concreción pueden llegar a tener las directrices que recibe el director del segundo diario impreso español?

Lo que yo me encontré después de estar muchos años fuera de España como corresponsal, es que estaba tan instaurado que había gente que no se podía tocar y que no hacía falta ni decirlo. Es decir, las grandes empresas del Ibex, ya todo el mundo había interiorizado que no podía haber coberturas negativas de ellas. En los años de Mariano Rajoy, por ejemplo, había medios que eran claramente favorables y todo lo que hacían les parecía bien.

Luego, si ya te vas a nivel más local, en periódicos de provincias, pues muchas veces los periodistas sienten que no pueden ir en contra de las empresas y las instituciones que están sosteniendo económicamente esos medios. De hecho, desde que saqué el libro muchos compañeros periodistas de toda España me están escribiendo, contándome las dificultades que se encuentran. Y empiezo a pensar que es posible que incluso me haya quedado corto en la denuncia del estado del periodismo que hago en El director. Espero que el libro sirva un poco de punto de arranque para empezar a cambiar esas cosas.

En provincias, las presiones se concretan todavía más…

Mucho más. Mira, estuve en Salamanca, por ejemplo, presentando el libro, y un compañero me decía: «Es que aquí te cruzas por la calle con la persona que da esos miles de euros que deciden que un medio pequeño sea sostenible o no». Cómo vas en contra de esos, cuando él mismo te está parando en la calle y te está diciendo: «Si me vuelves a criticar te quito el dinero de la publicidad institucional». Y a veces los periodistas en provincias están más desprotegidos que los de Madrid o los de Barcelona, y estoy descubriendo que requiere muchísimo coraje hacer periodismo en España en general, pero en provincias especialmente.

 

Has comentado varias veces que en tu etapa en la dirección de El Mundo te llamó mucho la atención recibir presiones políticas por viñetas humorísticas como la de Gallego y Rey. Habiendo trabajado en medios internacionales, para ti eso era algo inconcebible; pero, paradójicamente, esta semana ha trascendido el caso de Michael de Adder, al que no renuevan el contrato en Brunswick News; además, el The New York Times, que tú conoces bien, en su versión internacional va a dejar de publicar viñetas humorísticas por una polémica en las redes. Todo esto lleva a una conclusión: ¿el periodismo se ha acostumbrado a convivir con las presiones políticas pero, en cambio, no soporta las presiones sociales?

Estoy tentado de responder con eso que dicen los políticos de «me alegro que me hagas esa pregunta», que por cierto es lo peor que un político le puede decir a un periodista. Es curioso, porque efectivamente los periodistas ahora tenemos, aparte del poder económico y el poder político, la presión del poder social, de toda esa gente que teniendo una cuenta de Twitter se cree que son periodistas; los que tienen en una cuenta de Instagram y se creen que son fotógrafos profesionales; y de los que cuelgan vídeos en YouTube y se creen que son cineastas. Y además todo el mundo tiene ahora derecho a opinar, y yo estoy de acuerdo en que lo tengan, pero eso no quiere decir que todas las opiniones sean respetables.

Estamos en la dictadura de lo políticamente correcto, donde la gente es linchada en las redes sociales a diario y en la que muchos periodistas se sienten abrumados por esa respuesta. Yo tengo algún amigo que me ha dicho: «No quiero escribir en el en el blog solo por no soportar la reacción de la gente», tan negativa, con insultos y la agresividad que nos encontramos en las redes muchas veces. Yo ahí digo que un periodista tiene que tener el coraje para enfrentarse con el poder económico y político, pero, en el caso de los periódicos, también para enfrentarse a sus lectores y para enfrentarles a ellos con verdades incómodas. Un medio de comunicación, un periodista, no están para masajear unas ideas ni para reafirmar una ideología o una posición política; no están para que el lector se vaya a su casa diciendo: «Mira qué bien, mis ideas son las correctas porque lo dice mi medio». Y yo una de las cosas que traté de hacer en el periódico cuando fui director, fue precisamente enfrentar a los lectores a cosas con las que sabía que, a lo mejor, no iban a estar de acuerdo o que no les iban a gustar, pero que eran verdades que debían conocer. Porque al final, el periodismo tiene una responsabilidad y no se trata solo de informar de aquello que le va a gustar a la gente, sino de aquello que es relevante para la gente. Y eso en los tiempos que corren, de presión social a través de Internet, implica una valentía que es más necesaria que nunca.

Los periodistas soportan presiones por abajo, de sus lectores, pero usted señala que por encima de ellos habita una serie de personajes e instituciones intocables a las que no se permite criticar. ¿Hasta qué punto el circo mediático es una ficción orquestada por ellos desde su atalaya?

Creo que unas de las razones por las que El director está teniendo éxito y está interesando a mucha gente, es porque el público quiere saber cuál es el proceso por el cual una información les llega de una manera u otra. Cómo de limpia esa información o si en el camino ha ido siendo moldeada.

La realidad es que, si piensas mal, en este caso probablemente acertarás. Porque es verdad que en España tenemos un periodismo muy sectario, muy de trinchera, muy de bandos. Medios que solo investigan al contrario, medios que están muy atados al establishment político y económico y un sistema que castiga a los periodistas de carácter más independiente y premia a aquellos que se declaran claramente favorables a un bando. Y es una de las cosas que habría que cambiar. No puede ser que los periodistas más ruidosos, escandalosos, con menos rigor, sean los más llamados a las tertulias y los que ganan más dinero; los que tienen, en ocasiones, sorprendentemente, más reconocimiento; mientras que los serios, los rigurosos, que hacen su trabajo con humildad y tratan de acercarse a la verdad, a veces son marginados. Eso es una distorsión del periodismo y la vemos a todos los niveles. También tenemos el caso de columnistas que no aportan absolutamente nada y ganan una fortuna, mientras que reporteros que se van a jugar la vida a Siria reciben sesenta euros por una crónica. Todo eso tenemos que empezar a cambiarlo y El director es un intento de, por lo menos, iniciar el debate. Decir: «Oye, esto es lo que va mal, ahora intentemos cambiarlo y mejorarlo».

Cada vez hay menos trabajo de campo, normalmente por motivos económicos. ¿Hasta qué punto es una razón real o, en cambio, es un argumento que refleja otro tipo de intereses? Al fin y al cabo, si estás cubriendo la noticia in situ, evidentemente la vas a contar de una forma diferente a como la cuentas desde las oficinas del periódico.

Cuando tú vas a una redacción de un periódico y está llena y todos los escritorios están llenos de gente, malo. Los periodistas tendrían que estar en la calle y tiene que haber unos editores, por supuesto, que estén en la redacción. Pero es verdad que Internet nos ha puesto al alcance de un clic mucha información y que hay gente que piensa que eso puede sustituir al periodismo. Y no. El reporterismo es ir, es ver, es oler, es sentir, es acercarse a la realidad para luego contarla lo mejor posible. No se puede hacer desde el ordenador, desde la redacción, y eso se está perdiendo. El hecho de que tengamos nuevas tecnologías y herramientas que nos permiten llegar a más gente no puede sustituir la esencia del mejor periodismo; no puede sustituir el ir a hablar con la gente, el ir a conocer los problemas de primera mano. Ahí el problema es que la cantidad y la rapidez se están imponiendo a la calidad.

Pero yo creo que esto va a empezar a cambiar y ya está cambiando en algunos medios que se están dando cuenta de que el clic fácil no te lleva a ningún lado porque no lo puedes monetizar, y que si algún día queremos crear modelos de suscripción que sostengan esos medios de comunicación, tenemos que darle mucho más a los lectores. Y ahí es donde entra volver a la esencia del mejor reporterismo.

¿Se podría hablar de medios verdaderamente independientes en España o es directamente una utopía? ¿Cuál es la situación con respecto a otros países?

Es algo que estaba comentando hace un rato con Alberto Arce, que va a presentar el libro y es un grandísimo reportero que ha trabajado para medios tan importantes como la agencia AP y el The New York Times. Hablamos de la diferencia con España y creo que aquí estamos muy por debajo del nivel de periodismo, rigor, credibilidad, independencia que se espera de un país democrático europeo, occidental. A veces te encuentras con gente, periodistas, que reaccionan diciendo: «¡Bueno! Es que esto es lo normal». Quizá porque no han trabajado para otros medios donde no es normal, por ejemplo, el periodismo de filtración que hace en España, en el cual un ministro como Jorge Fernández te pasa un papelito y al día siguiente sale publicado tal cual. Eso en otros países no se hace: se recibe el papel y a partir de ahí se empieza una investigación y se pone a la gente a intentar contrastar la información.

Yo creo que el nivel de ética periodística y de rigor que requiere el periodismo para recuperar la confianza de la gente, que en parte ha perdido, empieza por mejorar esa independencia; por demostrar que no somos parte del sistema y que realmente lo estamos vigilando de una manera combativa e independiente.

¿El director busca ser un revulsivo para el periodismo español o, aunque es algo compatible, una catarsis o redención personal?

El libro está dedicado a los futuros periodistas, porque creo que el cambio tiene que venir por ahí. Hay una generación de periodistas en las redacciones que lleva mucho tiempo anquilosada, que ha taponado a las nuevas generaciones y no le ha dado oportunidades y, además, no tiene ninguna intención de cambiar porque así les ha ido muy bien. A mí me hace mucha ilusión cuando me escriben periodistas que están en la facultad, que están empezando, y que dicen que han leído mi libro y les ha motivado para intentar hacer las cosas de otra manera. Esa es una de las intenciones del libro. También es un libro autobiográfico, con lo cual algo de catarsis también tendrá; de necesidad de contar mi historia.

Por otra parte, lo he escrito también como manual de periodismo para que esté ahí. Para que, digamos, las normas básicas del oficio no se pierdan. Yo lo considero como un servicio a una profesión que a mí me ha dado muchísimo y que me encantaría que siguiera viva y aportando y sirviendo de servicio público para la gente.

Si algo sabemos es que Roma no paga traidores. ¿Queda para ti algún futuro profesional en España? ¿Calculaste bien las consecuencias de la publicación de este libro?

Realmente, yo no quiero volver a trabajar para nadie que no respete mi libertad de expresión. Tengo asumido que el libro ha sentado mal en el establishment periodístico, que no va a haber una fila de gente proponiéndome ser director de ningún medio. Lo tenía claro cuando decidí sacar el libro. Pero también creo que el periodismo es precisamente peculiar porque es una profesión que te obliga a tomar decisiones que sabes que te van a perjudicar. Eso ocurre en muy pocos oficios y por eso el periodismo es vocacional, porque a veces te pone en la encrucijada de elegir: haciendo bien tu trabajo a veces sales más perjudicado que haciéndolo mal, como vemos en España.

Yo tengo ciertas ventajas. Creo que me puedo permitir un libro como El director porque no me importa no escribir para medios españoles. Estoy escribiendo ahora una columna para The New York Times, tengo oportunidades para escribir en medios extranjeros, no me faltan el trabajo ni las propuestas para escribir libros y eso me da cierta libertad. Lo injusto sería pedirle a un joven periodista en precario, ganando poco dinero en un mercado laboral donde apenas hay oportunidades de cambiar de trabajo, que se inmolara con un libro como este poniendo verdes a sus jefes y contando todo lo que va mal en el periodismo. Eso sería un suicidio profesional, pero yo ya estoy cerca de los cincuenta, tengo mi carrera bastante encauzada y no tengo absolutamente ninguna intención de volver a ocupar ningún despacho.

Hablas de un triunvirato de poder económico, político y mediático que se retroalimenta. Eso lleva al periodismo a una encrucijada moral inevitable. La actual crisis del modelo de negocio del periodismo, ¿supone el triunfo definitivo de ese triunvirato o, en cambio, ofrece una oportunidad de renacimiento?

El terreno de juego periodístico está distorsionado en España. Si yo mañana quiero montar un medio digital, a día de hoy dependería de que instituciones o grandes empresas me ayudaran a pagar las nóminas de los periodistas. Y en el momento en el que dependes de esos intereses estás condicionado. Por eso yo creo que la única salida a la crisis que viven los medios es, primero, hacer productos de mucha calidad, recuperar la confianza de la gente y convencer a tus lectores, oyentes y espectadores de que estás a su servicio y no al servicio de esos intereses; entonces y solo entonces puedes pedirles que te ayuden aportando algo de financiación con una suscripción. Eso es algo que van a intentar en adelante muchos medios y creo que la mayoría van a fracasar, precisamente, porque van a intentar hacer las dos cosas a la vez, tener lo mejor de ambos mundos: seguir manteniendo los acuerdos, los pactos con el poder político y económico y además pedir a los lectores que les ayuden. Y creo que no va a funcionar.

Fotografía: Jose Migoya

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2 comentarios

  1. «seguir manteniendo los acuerdos, los pactos con el poder político y económico y además pedir a los lectores que les ayuden. Y creo que no va a funcionar.»

    Eso ya lo tienes en medios como The Times o el diario.es o The Telegragh, totalmente sometidos a uno de los lados del espectro político/económico.
    El periodismo esta muerto no es que este muriendo, hoy en día solo las personas mayores de 45 años leen o compran algún periódico. Las nuevas generaciones estan cansadas de la manipulación constante de dichos medios y se buscan otros medios para informarse (Reddit, Meneame, 4chan, etc…)

    1. Canales que a su vez referencian a los medios que citas (también a otros, pero mayormente) y que conllevan unos nuevos problemas… No obstante, se agradece la aportación de muchos de ellos, como esta misma.

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