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Un volcán erupciona en Nicaragua

Este domingo por la tarde el volcán San Cristóbal, en el noroeste del país, emitía una gran cantidad de humo acompañada de varias explosiones. El gobierno afirma que no hay peligro. Quienes conviven con este tipo de accidentes geográficos saben que es necesario un largo proceso de gestación para que la tierra estalle. Sus efectos en cambio, violentos e imprevisibles, pueden en pocos días hacer tambalear la estructura de un país entero. Una leve variación de la presión de los gases, un ligero aumento de temperatura o un desplazamiento milimétrico de las placas terrestres pueden hacer que el magma, siempre presente aunque oculto bajo la tierra, emerja con toda su fuerza.

La reforma del sistema del seguro social anunciada por Daniel Ortega y Rosario Murillo estos días ha provocado una ola de protestas desconocida por el actual ejecutivo nicaragüense. Un aumento de los impuestos sobre particulares y empresas, así como una disminución de las pensiones, ha colmado la paciencia de una ya castigada población. Tras días de tensión se ha sacado a relucir que el problema de fondo es mucho más hondo: un gobierno nepotista que coloca en posiciones estratégicas a familiares y afines, una manifiesta incapacidad de gestionar los recursos del país, un continuo cambio constitucional adaptado a la voluntad gubernamental, elecciones poco transparentes, hostigamiento a medios y periodistas, presión a funcionarios para participar en acciones progubernamentales, destitución de diputados opositores, corruptelas y un largo etcétera de irregularidades. Frente a la crisis, la estrategia del gobierno consiste en enviar a las fuerzas de seguridad y a grupos violentos para tratar de parar las protestas y prohibir de facto el derecho de manifestación. Paralelamente, una serie de saqueos generan sensación de inseguridad y suponen una llamada a la necesidad de militarizar las ciudades. Lejos de asumir críticas, la familia Ortega busca crear sentimiento de unidad frente a un enemigo que querría usurpar el poder de forma ilegítima. «Un príncipe no debe preocuparse porque le acusen de cruel, siempre y cuando su crueldad tenga por objeto el mantener unidos a sus súbditos» (El príncipe, capítulo 17). Cuando Maquiavelo escribía estas líneas, sin embargo, no existían Facebook ni Twitter para dar testimonio del alcance de estas crueldades ni de quien está detrás de los saqueos y acciones violentas. Si bien EEUU, la derecha, las oligarquías o la oposición puede tener interés en desbancarle, reducir el problema a esto simplifica enormemente la cuestión y debilita al sandinismo.

El discurso orteguista se asemeja a los árboles que han ordenado construir por las avenidas de Managua y otras ciudades. Un derroche de palabrería que brilla con luz ajena, la del sandinismo, donde prima lo estético frente a lo ético y que pretende hacer pasar la grandilocuente y artificiosa retórica gubernamental por el auténtico legado de Sandino. Pero los árboles reales, los que ocultan Managua bajo su follaje o pueblan la reserva de Indio Maíz no necesitan costosas estructuras de cemento y acero para mantenerse en pie. Sus raíces se alimentan de la misma tierra que da de comer a las gentes de Nicaragua y que sepulta a poetas y guerrilleros. «Los árboles eléctricos, en cambio, perecerán. Una a una se apagarán sus luces, se corroerá el metal de sus troncos» vaticinaba precisamente una de las más ilustres protagonistas de la revolución sandinista.

Quienes desde la tierra de Gaspar García Laviana seguimos con preocupación las noticias que llegan de Nicaragua nos sentimos invadidos por una sensación ambigua de tristeza, desánimo y esperanza. Tristeza por la violencia innecesaria y el alto precio que se cobra; nuestras lágrimas son por los amigos nicas que están padeciendo esta sinrazón. Desánimo por ver cómo los símbolos de aquella revolución van perdiendo su significado y caen en el rechazo. Esperanza por ver un horizonte sin los Ortega y en el que, necesariamente, el sandinismo tendrá voz y voto. En un alegato a favor del hoy denostado FSLN, los Mejía Godoy cantaban: «ya nadie detiene la avalancha de un pueblo que tomó su decisión». Así será pese al discurso del presidente sobre la erupción del volcán San Cristóbal: no hay peligro, se trata sólo de humo.

Mikel Urresti González
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