NELINTRE
Divulgación

Futuro Peirano

«Y necesitamos tener esperanza. No la convicción de que todo saldrá bien, sino la certeza de que tiene sentido intentarlo, independientemente de cómo resulte.»

Marta Peirano

Acabo de cerrar, no el mejor libro que haya leído en mi vida (que en ese puesto están, a la par, y afortunadamente, muchos títulos), sino seguramente el más importante de todos ellos. De mi vida y de la del lector de esta reseña, casi sin ninguna duda, a no ser que sea devoto de Ayn Rand o de la Biblia o de el Corán, las tres religiones monoteístas más poderosas de la actualidad, y por ese orden. Y lo es porque su autora, Marta Peirano, no solamente va mucho más allá de su El enemigo conoce el sistema (DEBATE, 2019), sino que expande su ya de por sí amplísimo campo de visión y adquiere una voz propia que le permite formular ya no únicamente diagnósticos, sino también soluciones.

Diagnósticos verdaderamente penetrantes sobre el calentamiento global los hay por millares (en castellano, significativamente, El Antropoceno de Ramón Fernández Durán, pero es más del estilo expositivo de El enemigo conoce el sistema, y para mi gusto demasiado deudor de la Hipótesis Gaia), pero ideas que aporten caminos posibles para hacer el futuro no únicamente habitable, sino (y esto, astutamente, Peirano lo obvia, para que no se haga una lectura facilonamente política de sus tesis) quizá incluso mejor que el desigual e inestable mundo presente. No voy aquí a revelar demasiado de su contenido, primero porque el libro tendrá que venderse algo al menos hasta que su propia artífice decida colgarlo en la red, y después porque todavía tengo que leer su tercera parte de nuevo, no vaya a ser que lo haya comprendido mal en vez de únicamente regular. Pero sí debo adelantar que Contra el futuro (cuyo título es nefasto, por cierto, y no hace justicia en absoluto a la intención del texto), es un artefacto completamente anti-romántico, es decir, que rechaza por principio los remedios fantasiosos, por milagreros y sentimentales, y plantea recorridos pragmáticos, agibles, en el sentido menos cínico del término.

La argumentación, como tal (y, sorprendentemente, el libro es todo él una larga argumentación dialéctica, tesis, antítesis y síntesis, y a la que no le sobra una sola línea ni contiene personalismo alguno), recuerda a aquella propuesta de Ortega y Gasset, que precisamente él nunca siguió, consistente en aplicar lo que denominaba el método Jericó, o sea, hacer como los hebreos que conquistaron la ciudad de Jericó describiendo una espiral, acercándose cada vez con más brío, hasta que las murallas cayeron. Peirano hace aquí lo mismo, haciendo acopio de una buena cantidad de datos y de situaciones concretas tomadas de ejemplos empíricos acontecidos a lo largo y ancho del planeta, perfectamente hilados hasta que derriba las murallas y planta su bandera en el centro mismo del problema. Esa bandera es, sin embargo, una bandera colectiva, porque el antirromanticismo de Contra el futuro estriba en la sensatez de ser perfectamente conscientes de que la crisis climática global no se puede ni sortear ni taponar ni rehuir, como quieren Elon Musk, Jeff Bezos o Mark Zuckerberg, sino como mucho (y no es poco) aprender a habitar en ella de la mejor manera posible. Y esa pedagogía necesaria a escala universal habrá de ser serena, inteligente e innovadora, pero también lenta, tranquila y paciente.

César Rendueles, otro estudioso también anti-romántico, escribía en Sociofobia (página 30, Capitán Swing) que «pensamos que las empresas transnacionales son todopoderosas, pero la verdad es que, en comparación con los grandes Estados, son pequeñas. La especulación financiera mueve cantidades siderales de dinero porque se trata de cifras imaginarias. Pero por lo que toca a la economía real, ninguna empresa se acerca ni remotamente a los ingresos fiscales de los países más ricos del mundo». Teniendo en cuenta esto, las propuestas de Peirano se tornan así, además de humanistas y mundanas, un poco más viables. Los grandes poderes económicos no son, en realidad, tan fuertes como pensamos, o tan solo lo son en tanto que lo pensamos. Desde luego, es muy posible que tengan comprada a la mayoría de la clase política y de los medios de comunicación de masas, pero eso no podrá impedir sin violencia que recetas que pasan por la recuperación de los derechos y las prácticas de las comunidades indígenas, o por la implementación de una dieta para la salud planetaria, o por la gestión soberana de los propios datos en el marco de comunidades locales informadas que se valgan de lo que Peirano llama Nubes Temporales Autónomas, precisen de una revolución global que ponga la historia de la humanidad patas arriba. Algo así sería, me temo, de nuevo romanticismo, y probablemente en su forma más mortífera. No: esos tres protocolos, por utilizar una palabra muy cara a Peirano, se implantan poco a poco, en un plano civil, de abajo arriba y sin más necesidad de lucha que la que plantee el statu quo imperante (esta vez, curiosamente, los resistentes serían ellos, posibilidad que raramente exploran los foucaultianos. Incluso la propuesta de un ejército ciudadano no regular contra la crisis climática, que Peirano extrae de William James -por cierto, uno de mis pensadores predilectos- se revela como más racional que voluntarista, al igual que todas las que lanza el libro). Peirano, como ha declarado en alguna entrevista, no es una hippie, no se trata de ser hippies (descarta por completo, por ejemplo, la opción de vivir a la antigua y renunciar a la capacidad recién adquirida de valerse de una enorme cantidad de datos a tiempo real, menos todavía con la espada de Damocles sobre nuestras cabezas), se trata sencillamente de ser racionales. Los negacionistas, los multimillonarios que ansían salvarse de la quema (se cuentan cosas concretas muy feas sobre ellos), o las facciones derechistas que aspiran a seguir disfrutando un rato más de la orquesta del Titanic, no es que sean campechanos, o que desdeñen del alarmismo, o que se agarren a un clavo ardiendo, es que son sencillamente necios, irracionales, y lo son bastante aposta, en mi opinión. En el cuento de Pedro y el lobo, la gente del pueblo hacía mal en creerse las falsas advertencias del irresponsable de Pedro, pero nunca estuvieron tan locos de asumir que es que el lobo no existe, o que si existe es manso, o que si no es manso ya vendrá a domesticarlo un ilustre catedrático de Zoología…

Un libro no es lo que nos dicen las editoriales. No es materia cualesquiera de lectura que nos hace mejores por el simple hecho de que nos aleja por un rato de las pantallas. Hay multitud de libros horrorosos, que contaminan el mundo con mentiras y con odio. Un libro es, en rigor, la única manera de articular un discurso que se pretenda verdadero y luego pueda ser arrojado al debate público para contrastar si lo es. Eso vale para una novela, para un ensayo o para un tratado científico, y debería valer también para un libro de texto escolar, para un documental y hasta para Ayn Rand, la Biblia y el Corán. Ese hueso que nos echan todas las editoriales del cosmos acerca de que si empiezas a leer esta cosa mía que te vendo no podrás parar hasta que llegues al final, no es más que rebajar la cultura al nivel de ese snack con el que si haces pop ya no hay stop. Lo que ocurre es que la cultura es hoy como la carta robada del cuento de Poe. Las sociedades de consumo han descubierto que si quieres acabar definitivamente con el pensamiento lo que hay que hacer no es encender una pira con los libros, como los nazis, ni prohibirlos, como la Inquisición, atajos estúpidos y estériles los dos (se crean mártires), lo que hay que hacer es exponerlos bajo siete focos en un escaparate junto con J.K. Rowling o Carmen Mola. De esa forma, tienes delante de tu cara algo como Contra el futuro y no lo ves ni lo verás nunca. La sobreexposición y las compañías matan todo tipo de reflexión necesaria y, en el presente caso, perentoria, a vida o muerte.

Marta Peirano lo que viene a decir en Contra el futuro, además de las herramientas conceptuales que nos proporciona, es que no seamos tan animales de aprender tan solo por las malas; esta vez no por favor, esta vez es la decisiva. Decía Edgar Morin que haría falta un Evangelio de la Perdición, no de la Salvación, bajo la divisa de que ya que estamos todos por igual perdidos, seamos por igual hermanos. A Peirano se le ocurren mejores ideas que esta tan lastimera, tan redentorista del tres al cuarto, pero son ideas igual de sociales y fraternas. Este verano han llegado a darse treinta incendios activos e incontrolados a la vez en España que han acabado con 14.000 hectáreas de bosque (se habla de bosques en Contra el futuro…), la ola de calor mató a más de trescientas personas, y ha sido la primera vez en la historia (¡en la historia de Europa! ¡Escúchese bien!) que las Islas Británicas apretaron el botón de emergencia por exceso de temperatura. Yo casi hasta me alegro (he dicho casi, pero aun así me disculpo por la barbaridad que viene a continuación), porque bastante difícil es que aprendamos por las buenas como para que lo hagamos sin unos pequeños sustos primero. Nos hacen falta sustos, pequeños y grandes. Va uno, de tamaño tirando a pequeño: este verano caluroso que usted y yo hemos viviendo será el más fresco de nuestras vidas, de eso puede estar seguro. Y así lo avisa también Peirano en este excepcional libro. Ahora pongámonos a pensar en nuestros hijos y nietos, que idealizarán nuestras vidas como las más afortunadas de la historia humana universal. Decía, en maravillosa frase, Tzvetan Todorov, que «nuestras raíces son los hijos. Somos árboles al revés, que arraigan por sus frutos». No nos preocupemos mucho por ahora por los hijos de Bezos, Musk o Zuckerberg, que esos seguro que van a vivir como El Gran Gatbsy

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