«Parthenope» de Sorrentino: capo d’opera

En algún punto imaginario entre Lisboa y Nápoles, quizá en alguna intersección o mirador de azul inagotable, dos mujeres se encuentran. La brisa sopla armoniosa. Les basta con una mirada para asentir y reconocer sus similitudes. Son Parthenophe (ideación de Sorrentino) y Bella Baxter (de Yorghos Lanthimos). Ambas películas, Parthenope y Pobres criaturas, tienen el mismo late motiv: dos mujeres que buscan la libertad. Y ya sabemos que el femenino singular, jodidamente, implica un esfuerzo extra. De ellas emerge la fascinación por la pregunta y el tour, nada free, de la mujer que observa y se cuestiona.
Celeste Dalla Porta interpreta a Parthenope, el personaje principal en la nueva propuesta de Sorrentino. Una mujer con una inteligencia y una perspicacia desbordante a la que la genética le ha otorgado una belleza contemplativa cuasi stendhaliana. Esa belleza serena de las mujeres con brillo zigzagueante en los ojos, como los de otra buena actriz, Macarena García. La protagonista se presenta como una mujer férrea en sus ideas desde su juventud. Memorable, en el inicio de la película, es el quiebro que le hace a su amante. Tras la pregunta «¿Quieres ser mi novia?» ella se cuestiona sobre la privación de un futuro, el suyo.
Sorrentino ha recibido críticas por el personaje a propósito de su profundidad y por cómo muestra el físico. Y puede que al hacerlo sea hábil u osado, pero quizá sea fiel a un propósito: colocar al espectador en esa visión productivista de la belleza que tienen algunos personajes del film, que la desean o quieren poseerla. Puede que no sea su responsabilidad controlar la mirada ajena. Parthenope muestra esa ambivalencia, el anclaje físico y el intelectual o emocional.
En italiano hay una expresión muy conocida: «Fare il passo più lungo della gamba», dar el paso más largo que la pierna. Algún personaje parte de esa premisa. A Parthrnope le ronda algún cretino, o dos, como a cualquier mujer a esta hora de la tarde. Pero no todos los personajes adultos cuestionan sus normas o su juventud ni quieren poseerla. Uno de los personajes que no la cuestionan está inspirado en una persona real, el escritor o cuentista John Cheever, interpretado aquí por Gary Oldman. Cheever la invita a no seguir su camino, quizá para impedir que la protagonista se asome a la tristeza desde el intelecto. También otros la cuidan como su mentor en la universidad, siempre acompañado de una legión de ayudantes.
En Fue la mano de Dios, película en la que Sorrentino juega con la ficción y el yo, retrató a Nápoles de una forma singular. En esta ocasión utiliza a Nápoles como alter ego de la protagonista. En su anterior cinta se servía de planos aéreos, se asomaba a la ciudad a través de las carreteras que bordean la costa y mostraba todos sus recovecos. En Parthenophe vuelve a utilizar ese lenguaje para cartografiar una ciudad donde la disposición pictórica de los personajes toma protagonismo. En ocasiones se juega con el lenguaje publicitario de los cuerpos, también con movimientos pausados de cámara y los planos subjetivos del que pasea. Cuadro dentro de cuadro, puntos de fuga y travellings. Qué delicia hacer cine de este modo, el italiano no se parece a nadie más que a sí mismo. Hay una comparativa constante entre lo mundano, lo barroco, lo atroz, la opulencia y la miseria. Sus películas se convierten en matrioshkas: se pueden descifrar mensajes a través de títulos de libros, personajes, hechos históricos, mitológicos… Y abarca mil y un temas, como la belleza momentánea, las injusticias, la culpa, el paso del tiempo, el rol de las creencias, la búsqueda de respuestas… Es un cuento de nunca acabar y que no acabe nunca.
En ese escenario imaginario entre Lisboa y Nápoles y tras sentir la brisa armoniosa, no hay una sensación más apacible que cerrar los ojos, respirar y encontrar la respuesta… Si se nos escapara una palabra en italiano podría ser magari, o lo que es lo mismo, un ojalá.
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