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Miscelánea lovecraftiana y cthuloidea: ‘La noche de las gaviotas’ de Amando de Ossorio

El crecimiento postmortem del mundo lovecraftiano siempre ha resultado un asunto bastante problemático. Ya ha pasado mucho tiempo desde que August Derleth se dedicase a emplear la firma del autor de Providence para dar una pretendida categoría de oficiales a relatos que construía en su totalidad partiendo de unas frases garabateadas por Lovecraft. Sin embargo, muy a menudo las prácticas no han cambiado y la enorme mayoría de autores se contenta con dejar caer alguna mención de pasada a los Mitos de Cthulhu para declarar orgullosos que su obra es cthuloidea y esperar unas mayores ventas. Por supuesto, estas tendencias a la explotation no se confinan al mundo literario, sino que se pueden ver aún más claramente si fijamos nuestra mirada en el cine.

Mucho se ha escrito sobre Lovecraft en el cine, a pesar de que aún nos falte una gran obra de referencia al respecto. Muy a menudo los autores se contentan con una mera lista de obras que adapten oficialmente los relatos originales, caso de Leslie Klinger en los apéndices de su The New Annotated Lovecraft. Pocas veces se ha tratado de ir más allá: tenemos pequeños artículos como el dedicado por S. T. Joshi al tema en el apéndice de su The Annotated H. P. Lovecraft, una visión ya superada temporalmente y que, de todos modos, apenas aporta ningún dato novedoso para el estudioso lovecraftiano. Kim Newman tal vez sea nuestra gran esperanza al respecto si alguna vez se decide a realizar una obra que aúne su conocimiento casi enciclopédico del cine de terror junto con su interés por la figura de Lovecraft. Por desgracia hasta el día de hoy ese tomo no pasa de existir en nuestra imaginación junto al Necronomicón o el Libro de Eibon.

Esta falta de un manual de referencia hace que uno todavía pueda sorprenderse al encontrar películas que, inesperadamente, aportan una visión o adaptación de la obra de Lovecraft. No estamos hablando de las adaptaciones oficiales, algunas de las cuales también son capaces de escapar a la mirada del cinéfilo menos aplicado, sino de cintas que reelaboran algunos de los puntos cardinales del canon lovecraftiano y lo sitúan en diferentes latitudes.

Un ejemplo sería La noche de las gaviotas. Dirigida por el gallego Amando de Ossorio en 1975, los aficionados al cine de terror español la recordarán básicamente por ser la cuarta y última entrega realizada de la serie de los templarios ciegos. La tetralogía se ha convertido en una de las sagas más míticas del fantástico patrio, centrándose en las inquietantes figuras de esos caballeros de ropajes raídos que se mueven a velocidades apenas perceptibles pero que, inexplicablemente, en ocasiones consiguen alcanzar a sus víctimas.

A pesar de haber empezado como una especie de respuesta castiza a La noche de los muertos vivientes, es indudable que Ossorio fue consiguiendo dar un toque personal a sus películas, aportando sus propios intereses y logrando que expresaran un punto de vista muy subjetivo del terror. En ningún momento esto fue más claro que en La noche de las gaviotas.

En los pocos textos que hacen referencia a la película en relación con el mundo lovecraftiano, por ejemplo en la reseña de Jamie Russell para su The Book of the Dead, se repite una y otra vez una supuesta deuda con La sombra sobre Innsmouth. Sin duda, es comprensible que se piense en ella, con ese pueblo pesquero de incierta localización y poco hospitalarios habitantes. Sin embargo, el resto del relato fílmico no tiene ninguna relación con la misma. De hecho, subvierte el punto de partida y consigue que la cinta no pueda considerarse en ningún caso una relectura del relato sino más bien una nueva obra derivada del total de la obra lovecraftiana.

En esta ocasión y en un giro mucho más propio del cine de terror convencional que de las pesadillas de Lovecraft, el pueblo es presa de los monstruos. Los templarios se convirtieron en muertos vivientes debido a su cualidad de adoradores de un extraño ídolo marino con aspecto de sapo abotargado y ahora exigen que cada siete años se les ofrezcan siete jóvenes mujeres durante siete días consecutivos. En caso contrario, el pueblo estaría condenado.

Comparemos esto con la corrupta población de Innsmouth, donde la inmensa mayoría de los lugareños no comparte un mero secreto, sino que son parte de él. La corrupción en La noche de las gaviotas es algo externo al pueblo, convertido en víctima a la vez que verdugo. Mientras tanto, en Lovecraft la esencia maligna es una herencia compartida de la que no se puede escapar. En ese sentido, la historia de Innsmouth no puede tener otro final que la erradicación absoluta de la ciudad, mientras que en la obra de Ossorio todo se soluciona con la mera destrucción de una estatua.

El otro elemento claramente lovecraftiano es mucho menor, si bien da nombre a la cinta. En un momento dado, un personaje llamado Teddy, el tonto del pueblo y víctima de la crueldad del resto de los habitantes del mismo, les dice a nuestros protagonistas que las gaviotas son las chicas sacrificadas y sus almas las que gritan. Esto nos recuerda a los chotacabras de los que nos habla Lovecraft en El horror de Dunwich, esos pájaros supuestamente psicopompos cuyos gritos pueden atrapar el alma de los muertos y que llevan el terror a aquellos que los escuchan. Esta relación es, indudablemente, más difícil de defender, pero no por ello menos estimulante.

La noche de las gaviotas construye su esencia lovecraftiana, pues, sobre la afortunada figura del extraño ídolo marino. Ahí se encuentra su mayor acierto, quizá el único, en su capacidad para convertir en propia una mitología ajena de manera que se imbrique en la narración sin causar ningún tipo de inconsistencia. Podríamos decir que, aunque Ossorio no podía ser realmente lovecraftiano, al menos consiguió vestirse como si lo fuese durante algunos momentos de la película.

A la hora de juzgar una película como la que nos atañe, tenemos que plantearnos qué perspectiva emplear. Desde un punto de vista meramente cinematográfico, apenas hay elementos redentores en su metraje. Las escenas de supuesta tensión llevan en ocasiones a la risa, los actores están francamente mal y lo único destacable es la cualidad casi onírica que se consigue con las escenas nocturnas que discurren en la playa, grabadas a plena luz del día. Sin embargo, un estudio centrado en sus cualidades como adaptación hispana del mundo lovecraftiano tiene que ser mucho más benigno y recomendar al aficionado a la obra de H. P. Lovecraft un visionado, siendo consciente de que debe centrarse en las relaciones con lo cthuloideo antes que en los sucesos de la trama.

Como apunte final, destaquemos que Amando de Ossorio pasó muchos años tratando de conseguir la financiación necesaria para acometer una quinta entrega de sus templarios ciegos. Esta nunca llegó a ver la luz del día, pero su nombre era El Necronomicón de los templarios y debía servir de nexo de unión con el Waldemar Daninski de Paul Naschy. De nuevo, Lovecraft estaba presente desde el principio del proyecto, una muestra de que el universo del escritor de Providence había llegado para quedarse en el imaginario del director gallego.

Ismael Rodríguez Gómez
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