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Miscelánea lovecraftiana y cthuloidea: «Sacrifice»

El cine de terror es el cine de las modas por excelencia. En su momento, lo protagonizaron los monstruos, figuras centrales del cine de la Universal, que fue rápidamente copiado por todo el mundo. De las producciones de la Hammer, surgieron imitaciones de todo tipo y pelaje, sobre todo en Europa. Así surgió el giallo y desde este el slasher, en el que todavía seguimos sumergidos. Pero, al mismo tiempo, si hay algo que a un copista le gusta más que la mera transcripción es la interpolación: a menudo, las películas de terror tratan de ir avanzando a través de la hibridación de subgéneros aparentemente diferentes, con los que se puede crear un producto homogéneo. Esto es evidente en Sacrifice (id., 2020), una de las últimas cintas estrenadas y que han intentado atraer al aficionado lovecraftiano.

Con Lovecraft y el cine ha pasado lo mismo que con otros continentes de la temática: casi nunca son puros en su composición. En este caso más que nunca porque, aquí, los directores de la película han decidido hacer una mezcla de lo lovecraftiano, parcialmente de moda en el mundo del cine gracias al éxito de películas como Color Out of Space (id., 2019), con el folk horror, ese extraño subgénero que en el cine es netamente británico y que también vive un momento dulce de la mano de éxitos de taquilla y crítica como Midsommar (id., 2019) y otras obras como El apóstol (Apostle, 2018) o El ritual (The Ritual, 2017), ambas de Netflix.

Merece la pena detenerse para plantearse si el folk horror, cuyas obras fundacionales en la gran pantalla se realizarían entre 1968 y 1973, es un invento británico de la segunda mitad del siglo XX o si, en cambio, sus raíces se hunden en la literatura de terror anterior; en algunas películas, incluso, que no consiguieron adquirir una forma única, pero sí anunciaban lo que estaba por venir. No vamos a pararnos aquí en todos los posibles orígenes, en los múltiples ejemplos; pero sí merece la pena señalar que el folk horror y Lovecraft ya estaban emparentados antes de que llegasen Andy Collier y Toor Mian, guionistas y directores de Sacrifice.

Lovecraft y su racismo, su miedo a lo diferente, deberían de ser algo bien conocido por todos los aficionados al autor de Providence. En relación a ese miedo a lo ajeno, a lo que era extranjero en su propio ambiente, podemos construir una narrativa en la que no solamente se percibe recelo respecto a lo que viene de fuera, sino también a aquello que, siendo propio, se ha quedado anclado en el pasado; a lo que se aferra a los restos de un tiempo ya perdido. A menudo, esto viene de la mano de herencias familiares, de la construcción del terror a través de lo personal. Y esto es algo que, en cierto modo, separa a Lovecraft del folk horror más estricto: aquí, la estructura nos habla de la llegada de un elemento ajeno a unas tradiciones que descubriremos a través de una narración que normalmente no termina bien.

En Lovecraft, encontramos narraciones que prefiguran este esquema en grandes narraciones como El horror de Dunwich o La sombra sobre Innsmouth, pero también en pequeños relatos de juventud como El viejo terrible o la posterior e imprescindible El ceremonial. En ellas, se nos habla de pueblos cerrados, de lugares ajenos al paso del tiempo, pero en los que transcurren historias; en los que existen tradiciones incomprensibles, cuyo conocimiento acaba con la cordura del narrador. Es una estructura prototípica que, en cierto modo, se trasladó al folk horror, pero que también ha sobrevivido en las obras de inspiración puramente lovecraftiana, como La última fiesta de Arlequín de Thomas Ligotti.

No debería sorprendernos, por tanto, que Sacrifice tome esas dos grandes tradiciones, todavía vigentes en el cine de terror, y las mezcle con poca vergüenza y mucha valentía. Es un enfoque que, de todos modos, ya viene impuesto por el relato original de Paul Kane que la cinta toma como base. Men of the Cloth es una novela corta, inédita en castellano, que aquí sirve como inspiración. A pesar de ello, tanto Kane como los propios directores se han encargado de dejar claro que la adaptación no ha sido textual: sin ir más lejos, en el original literario la historia tiene lugar en Reino Unido, no en la exótica Noruega de la película.

Sacrifice

Antes de entrar en la película, debemos anotar que, originalmente, se iba a llamar The Colour of Madness, un título que, de hecho, ha quedado para la reedición de la novela original (ahora, publicada junto a un material adicional), curiosamente huérfana de una película con la que compartir título. Este primer nombre era, sin duda alguna, mucho más lovecraftiano, en esa línea de mezclar colores y locura que podríamos ver como un extraño descendiente de The Colour Out of Space (El color del espacio exterior) y At the Mountains of Madness (En las montañas de la locura), dos de las más famosas narraciones largas de Lovecraft.

Sacrifice parte de una narración totalmente anclada en la nueva tradición del folk horror. Una pareja, llamados Isaac y Emma, se dirige a la vieja casa familiar de uno de ellos para, aparentemente, pasar allí unos días y tratar de venderla. Resulta que esta vieja casa familiar está situada en una poco accesible isla noruega de la que la madre de Isaac huyó por razones desconocidas cuando este era apenas un niño. Allí, los protagonistas descubrirán que todos les rechazan hasta que descubren el verdadero apellido de Isaac. Se establece así un juego con el nuevo apellido del protagonista, Pickman, uno de los más usados a la hora de hacer referencias a la figura de Lovecraft. Por desgracia, todo se estropea en cierto modo cuando descubrimos que su apellido real es Jorstad, cuya posible filiación lovecraftiana se nos antoja inexistente. Una pena.

La otra gran relación con el canon lovecraftiano es la presencia de Barbara Crampton, actriz que pertenece por derecho propio a la realeza de las adaptaciones del autor de Nueva Inglaterra, gracias a su aparición en dos obras fundacionales como Re-Animator (id., 1985) y Re-sonator (From Beyond, 1986), así como en una obra menor como Un castillo alucinante (Stuart Gordon’s Castle Freak, 1995). Si en el mundo del terror existen las scream queens, las reinas del grito, en el mundo lovecraftiano habría que acuñar algún nombre semejante para Crampton.

El caso es que el pueblo en el que han acabado nuestros protagonistas, interpretados por los poco conocidos y poco destacables Ludovic Hughes y Sophie Stevens, tiene mucho que ocultar. Una vez conocen su apellido, todos parecen dispuestos a integrar a Isaac, pero siempre de una manera más bien extraña. Su vecina Renate, interpretada por la ya mentada Barbara Crampton, les cuenta que en el pueblo se adora a un viejo ser de las aguas llamado The Slumbering One, algo así como El durmiente, una poco disimulada referencia al propio Cthulhu. También tienen extrañas costumbres y una vieja religión, con una ceremonia de bautizo acuática incluida. No podemos dejar de mencionar aquí que, según Paul Kane, la idea original de la historia se le ocurrió al ver los espantapájaros de las zonas rurales británicas; una imagen que se recupera en la película, pero que no pasa de ser una pequeña mención sin importancia.

Cualquier lector podrá imaginarse que la película no tiene pinta de ir a acabar bien. De hecho, la cinta no tiene casi nada novedoso en su desarrollo: la realización cuenta, eso es cierto, con un buen trabajo de fotografía y con buenas intenciones, pero lo tedioso de la narración y lo trillado del guion le pesan demasiado. Así, los arrebatos de locura de Isaac, las escenas de seducción poco logradas y la incomprensión sobre el modo de vida de la gente del pueblo, terminan haciendo que la localización, más que extraña y perturbadora, resulte incoherente.

Sacrifice se relaciona, inesperadamente, con otras muchas cintas recientes de terror que han ido tratando de reelaborar las claves del folk horror mezclado con ideas de otros géneros. Estoy pensando en ejemplos como la versión de este 2021 de Wrong Turn (id., 2021), aquella franquicia cuya primera parte se llamó en nuestro país Km 666: Desvío al infierno (Wrong Turn, 2003). En esta película pasamos del slasher en mitad de los bosques a un extraño maridaje entre el folk horror, con algún lejano eco de la supervivencia en la maravillosa Defensa (Deliverance, 1972), y los ecos de El bosque (The Village, 2004). Lo más curioso de este tipo de producciones es que la mezcla aparentemente loca de referencias e influencias no termina dando lugar a una obra personal, sino que, más bien, construye una narrativa fragmentada en la que lo propio termina ahogado por lo ajeno.

Es posible que en el futuro veamos más películas que traten de expresar claramente la filiación existente entre el folk horror y Lovecraft. Puede que alguna de ellas consiga construir un relato que funcione y exprese, en lo formal, una cercanía ideológica indudable. Pero, con toda seguridad, también nos encontraremos con más películas como Sacrifice: un intento fallido que navega entre dos aguas, sin encontrar un puerto en ninguna de sus dos almas.

Ismael Rodríguez Gómez
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