Richard Matheson: El maestro de la paranoia. Descubrir al autor redescubriendo su obra
Hay algunos autores que parecen haber estado siempre ahí, en segundo plano, produciendo sin cesar en lugar de buscar la gratificación de la fama. Sus nombres suelen sonarnos, pero a menudo nos cuesta situarlos de manera exacta. Conocemos algunas de sus obras, hasta puede que estén entre nuestras favoritas, pero otras las hemos visto o leído sin saber que eran suyas. Estos autores son en parte el soporte de nuestra cultura literaria y de nuestra propia experiencia vital. No podríamos entender nuestro pensamiento sin ellos, pero al mismo tiempo son grandes desconocidos y no somos conscientes de nuestra ignorancia hasta que no nos hacen enfrentarnos cara a cara con ella.
Para mi, Richard Matheson fue durante muchos años el nombre del escritor de Soy leyenda (I Am Legend, 1984). Eso le hacía convertirse de manera inmediata en poco menos que un mito. En mi cabeza, Matheson ya tenía que ser mayor cuando escribió la novela: esa manera de destilar el mundo y de crear nuevas ideas no podía provenir de alguien que no fuese un maestro del arte literario. Lo curioso de la cuestión es que, sin que yo lo supiese, Soy leyenda había sido la tercera novela de un autor que la publicó con apenas veintiocho años y que fallecería en 2013, muchos años después de que un joven lector como yo le considerara un clásico fallecido largo tiempo atrás.
Hoy en día contamos con el poder de Internet y con la Wikipedia y sus entradas casi eternas sobre temas menores, pero hubo un tiempo en que la situación era muy diferente. Los aficionados que crecimos entonces, no podemos evitar encontrarnos de vez en cuando con que nuestras ideas sobre algunos de nuestros autores de cabecera son totalmente falsas. Desde luego, hace ya muchos años que sé que Richard Matheson seguía produciendo literatura mucho después de que yo lo descubriera, aunque sus nuevas obras normalmente no llegaran a nuestro país. Pero eso no niega la principal reflexión que debemos hacernos muchas veces: ¿cuánto ignoramos de la obra de creadores que a menudo podemos incluir entre nuestros favoritos?
Una vida pegada a la página en blanco
La figura de Richard Matheson es una de las que con más propiedad podríamos definir como poliédrica. Este adjetivo, sobreutilizado a la hora de referirse a los escritores fetiches de cada articulista, resulta aquí perfecto para acercarse a un autor cuya influencia y trascendencia parece filtrarse poco a poco en la cultura popular mientras uno va acumulando referencias.
Al principio, es el que hizo la novela que reinventó de manera más radical y maravillosa la figura del vampiro literario (Soy leyenda). Luego descubres que también le debes la escritura de El hombre menguante (The Shrinking Man, 1956), además de firmar el guión de la película. Pero resulta que además su nombre aparece en los créditos de La leyenda de la casa del infierno (The Legend of Hell House, 1973), en los de El último escalón (Stir of Echoes, 1999) o, sorpresa mayúscula, hasta en Más allá de los sueños (What Dreams May Come, 1998). ¿Quién es capaz de haber sido la mente creativa detrás de películas y libros tan dispares?
A lo anterior, habría que sumarle sus colaboraciones con el mismísimo Roger Corman, con Dan Curtis, numerosos guiones para En los límites de la realidad (The Twilight Zone 1959-1964), tanto el relato como el guión para El diablo sobre ruedas (Duel, 1971) de Steven Spielberg… En definitiva, un mundo aparentemente sin fin en el que, para más inri, resulta que hay unanimidad a la hora de concluir que sus verdaderas obras maestras se esconden entre su numerosa producción de relatos cortos.
Saber que Richard Matheson trabajó siempre escribiendo sus obras a mano, ignorando por completo el empleo de ayudas como la máquina de escribir o el ordenador en sus últimos años, no ayuda precisamente a superar ese agobio que empieza a sufrirse al ver la enorme cantidad de obras reseñables que dejó tras de sí el de Nueva Jersey. Fue Matheson un escritor en estado puro, uno de esos escasos especímenes humanos que parecen haber nacido para narrar, sin que importase demasiado el medio ni las condiciones que se le impusieran.
Algunos apuntes del Matheson más oculto en el cine
La figura de Matheson, como ya hemos comentado, es prácticamente inabarcable. No obstante, sirvan para poner al lector en la pista correcta algunos ejemplos de las películas que seguramente habrá visto en alguna ocasión sin saber que al final de la cadena creativa, enterrado bajo el nombre del director y los actores, se encontraba finalmente él; uno de los artesanos del guion más notables que nos haya dado el séptimo arte.
La serie dedicada por Roger Corman a las obras de Edgar Allan Poe, es un buen lugar para empezar este pequeño recorrido por las inesperadas obras de Matheson. Su colaboración no se extendió, faltaría más, a todo el ciclo, sino que se vio reducida a la mitad: cuatro cintas. Entre ellas se encuentran tres de los grandes clásicos: La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960), El pozo y el péndulo (The Pit and The Pendulum, 1961) e Historias de terror (Tales of Terror, 1962). Las tres definen un trabajo notable y que toma la base de los relatos de Poe, para construir sobre ellos unas nuevas historias que terminan creando su propio universo. El punto de ruptura, anunciado ya en el fragmento El gato negro de Historias de terror, sería la realización de El cuervo (The Raven, 1963), una auténtica astracanada impropia de Matheson de la que se salva el reparto y poco más.
Incidiendo en esa corriente de terror gótico propio de los años sesenta, Matheson tuvo la oportunidad de adaptar a Fritz Leiber en Arde, bruja, arde (Burn, Witch, Burn, 1962). En realidad, bajo tan sonoro título no se esconde, por desgracia, una versión de la novela de Abraham Merrit, sino de Esposa hechicera (Conjure Wife, 1943). La película sigue resultando tan efectiva hoy en día como en el momento en que se estrenó, mostrándonos el choque de las creencias materialistas de su protagonista con las mágicas de su esposa. Una auténtica delicia que en cierto modo contribuyó a preparar al cine británico para el futuro folk horror, al mostrarnos el choque entre la modernidad racional y las viejas creencias que perviven en medio de nuestra sociedad.
Otra cinta en la que participó pero que raramente se le atribuye a su pluma, es una de las auténticas joyas del cine de terror británico: La novia del Diablo (The Devil Rides Out, 1968). Adaptando a Dennis Wheatley (autor muy querido por la Hammer, que tendría el dudoso honor de cerrar las películas de terror de la etapa clásica de la productora con La monja poseída (To The Devil a Daughter, 1953)), Matheson consigue convertir la película en toda una celebración esotérica del mundo propio del folletín más loco. Una lucha entre sectas mágicas con un imponente Christopher Lee a la cabeza del reparto y con Terence Fisher a la dirección, quien consigue exprimir el guión para lograr uno de los films más redondos de su carrera.
No creo que nadie haya olvidado de manera consciente que El diablo sobre ruedas se basa en un relato de Matheson, pero sin duda ese dato se ve eclipsado por la trascendencia de la película en la filmografía de Steven Spielberg. Se trata del primer estreno cinematográfico del director, tras alargar el telefilm original y añadirle algunas escenas que no molestan pero que enmascaran ligeramente la grandiosidad del producto primigenio, a excepción del hipnótico inicio. El guion es perfecto en su adaptación del relato corto, pero sobre todo en su concisión y capacidad de síntesis puestas al servicio de un Spielberg en estado de gracia y que consigue convertir una persecución sobre ruedas en toda una narración mitológica; trascender su propia historia para hablar sobre la condición humana.
Ignoraremos la participación de Matheson en productos como Tiburón 3-D: El gran tiburón (Jaws 3-D, 1983) y aprovecharemos para mencionar las más recientes adaptaciones a la gran pantalla de algunas de sus historias y novelas. Así, la muy notable El último escalón, una de las mejores películas de fantasmas de finales del siglo XX, se da la mano con la interesante La caja (The Box, 2009) y la tontorrona pero bienintencionada Acero puro (Real Steel, 2011). Sin embargo, la película más destacable de estos últimos años es, por méritos propios, la aparentemente más impropia: Más allá de los sueños. Aunque inicialmente pueda parecer un vehículo para el lucimiento de Robin Williams, la realidad es muy diferente y la cinta esconde una historia llena de sentimiento, no impostado, que además se enriquece de un trabajo estético sobresaliente en su dibujo del Cielo y el Infierno. Podríamos llegar a calificar Más allá de los sueños como la mejor representación del Más Allá realizada en el cine, o al menos la más hermosa.
Sirva este pequeño repaso para iluminar cómo Richard Matheson se esconde en más sitios de los que uno cree, apareciendo de manera inesperada cuando menos se le espera y regalándonos películas que pueden ser más o menos logradas, pero que raramente nos dejarán indiferentes. Sus aciertos son muchos más que sus errores y tiene la fortuna de contar con algunas obras maestras que hacen que, además de su indudable estatura como escritor, debamos considerarle uno de los guionistas más trascendentes de la segunda mitad del siglo XX. Y eso que aquí no nos hemos parado a considerar sus trabajos para televisión, ya fuese para En los límites de la realidad o, por ejemplo, la pareja de telefilmes protagonizados por Kolchak, El vampiro de la noche (The Night Stalker, 1972) y El estrangulador de la noche (The Night Strangler, 1973).
La naturaleza infinita de Richard Matheson
Una buena obra académica dedicada a un autor debe buscar que el lector que decida enfrentarse a la misma, salga con el conocimiento más amplio posible de su trayectoria, además de con algunos datos biográficos que se entiendan como imprescindibles. Si se comulga con esa opinión, que no deja de ser una expresión personal que no debe entenderse como innegociable o absoluta, uno encontrará en Richard Matheson: El maestro de la paranoia el libro perfecto para acercarse a la figura del escritor de Nueva Jersey.
Coordinada por Sergi Grau, pero firmada por nada menos que catorce autores contando al propio Grau, tal vez esa multiplicidad de voces sea la única manera de tratar de condensar la vida y la obra de un autor inabarcable. Hay fragmentos mejores y peores, más o menos interesantes, pero el resultado final es la constatación de que Richard Matheson es un autor cuya trascendencia nunca ha sido correctamente ponderada en nuestro país. A su muerte, acaecida el 23 de junio de 2013, no se produjo ninguna muestra particular de pesar entre los aficionados a la literatura españoles, algo que tristemente no debe sorprender a nadie. Ya había pasado un año desde que nos abandonase con la misma indiferencia Ray Bradbury, otro de los grandes autores del siglo XX y cuya importancia tampoco ha sido suficientemente asumida por la corriente mayoritaria.
Acercarse a la obra de Richard Matheson debería verse como un asunto de justicia. Porque tanto él, como otros autores (el ya mentado Bradbury, Fritz Leiber, Alfred Bester, Theodore Sturgeon, Brian Aldiss, Ursula K. Le Guin y muchos más) pese a haber construido la ciencia ficción del siglo XX, se ven hoy exiliados a una esquina del panorama cultural. Esa falta de representación dentro del discurso mayoritario de la literatura, es una injusticia para con sus obras y en parte es responsabilidad nuestra como sus lectores el acabar con esa falta de visibilidad. En ese contexto, se nos antojan imprescindibles trabajos como el dedicado por Gigamesh a la figura de Richard Matheson, una propuesta que esperemos que pueda continuarse con estudios dedicados a otros autores.
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No mencionas la que se ha convertido en una obra de culto, Más allá del tiempo, guión y novela firmados por él, una historia romántica entre viajes en el tiempo, protagonizada por Christopher Reeve y Jane Seymour.