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Cine y TV

El cine: el único camino de Sorrentino

Existe una teoría acerca de las dos opciones. Si uno se centra en dos opciones, sin pensar en lo que realmente necesita, suele elegir por descarte. El error radica en que al centrarse en una banal comparación, la elección no es siempre la correcta y la idónea puede terminar siendo descartada. Es más, puede que ninguna de las dos opciones sean válidas. Y es que una disyuntiva nos obliga a tener que elegir y posicionarnos (bien se ha aprendido esto en política). Si ninguna de las opciones es la opción válida hay que tomar distancia, descartar a y b y seguir buscando.

Y es precisamente eso lo que hace que esta película, Fue la mano de Dios, sea especial. Esa ausencia de opciones no obliga al espectador a posicionarse. Lo real solo tiene un camino. Sorrentino muestra que el cine es su única vía. No hay que elegir, no hay que seguir buscando. Aplíquese para la vida en general, comprar una casa, aceptar una oferta de trabajo o iniciar una relación.

Hay quien se mofa de la idea o del sentimiento ajeno. Cuando se entra en terreno creativo, se convierte en algo más farragoso. Una concepción errónea incita a pensar que toda manifestación artística es ególatra y solo busca reconocimiento. Y no importa si no eres el mejor, si solo emocionas a tu padre, a tu pareja o al frutero del barrio. No importa no ser el primero, lo que importa es ser, importa ese único camino.

Dicen que es más fácil que alguien cambie de ideales políticos que de equipo de fútbol. Llegados a este punto se entiende que existan seguidores tan entregados como Tati en aquella película de Carlos Sorín, el Camino de San Diego. En la infancia se elige un equipo de fútbol y eso forja la identidad, es indivisible. Si esa mano de Dios forjó la identidad de Fabietto (Filippo Scotti), también lo hizo la cinta de Érase una vez en América que guardaba salón. Esa pulsión creativa que comenzaba a emerger en él, seguramente se convertiría en su identidad personal. Esta película contribuye a entender el imaginario del director italiano.

La idea de las clases sociales, puede que promovida por la relación con sus vecinos; la altisonancia de sus personajes; la ironía, no tan próxima a la sonrisa azul, que heredaría de sus padres; la mezcla de lo real y lo onírico, quizá por ese vínculo con la tía Patrizia; e, incluso, esos movimientos de cámara imposibles, atreviéndose a acercarse todo lo que ese adolescente, en los años ochenta, no se atrevía.

Sorrentino muestra una gran generosidad y aunque sea ficción, aunque se haya tomado alguna que otra licencia, no está de más dar las gracias por.

Nos pasamos la vida contando historias, hasta nos las contamos a nosotros mismos. Contar a otros, de este modo, parte de nuestra propia historia, son palabras mayores. Es motivo de celebración y emulando un brindis de una boda cateta, subidos a una silla, deberíamos alzar la copa para brindar por los valientes, los que se exponen, por Sorrentino; por Carla Simón, por acercarnos a esa niña que crecerá y será la directora de Verano de 1993; por Zahara y su último disco, por ese generoso viaje visceral; por Antonio Vega, alzamos la copa mirando a Orión, porque vivir con un padre pegado a una super 8 seguro que le ayudó a canalizar vivencias de forma distinta, lo hacía metido en un estudio, estudio en el que se encerró para contarnos algo sobre Marga.

Brindamos por todos los personajes de Fue la mano de Dios, enmarcados en ventanas o no, por ellos, que no temen mostrar, por ese hermano que tras abrazar a Fabietto, anda por el espigón y se tira al agua, por ese director, Capuano, (spoiler) que le anima a no romperse, a dedicarse al cine y acto seguido se quita la camiseta y comienza a nadar. En el lenguaje audiovisual el agua representa las emociones. Toca brindar y dar las gracias a los de verdad, a los que se lanzan, sin pretensión, al azul inagotable.

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