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El seriéfilo: octubre de 2016

Pues nada, por fin ha llegado el mes. Sí, ese mes, el que todos estábamos esperando. El de las mañanas interminables en el curro, bañadas en litros de café por culpa de ese maldito y falso… «un capítulo más y a dormir»; el mes del pánico a cada click de acceso a las redes sociales, por miedo a los spoilers; el de la caída agudizada de pelo debido al estrés que nos provoca ser conscientes de que el día no tiene horas suficientes para ver todas las series que se estrenan; el del sufrimiento por saber que todavía te queda media hora para acabar el capítulo y ya estás pensando en los que aún tienes pendientes y en cómo compatibilizarlos con tus obligaciones… En definitiva y para qué engañarnos, el mes más deseado y por el que estamos dispuestos a sacrificarlo todo con tal de que no se acabase nunca. Y es que, amigos, los seriéfilos estamos hechos de otra pasta, y no me refiero a la de las gafas.

Octubre es un mes complicado por todos los estrenos a los que nos enfrentamos. Y como siempre, a la cabeza del cotarro está Netflix. El canal norteamericano lo hace en esta ocasión con Luke Cage, el nuevo personaje de Marvel que ya nos habían presentado en Jessica Jones. La serie mantiene las señas de identidad de los superhéroes de la cadena; es decir, historias adultas y realistas, con escenas de acción súperespectaculares y un guion clásico de héroe contra villano que funciona a la perfección, permitiendo el atracón de capítulos sin provocar empacho. Aún así, Luke Cage está un peldaño por debajo de Jessica Jones y dos por debajo de Daredevil, posiblemente porque el personaje en sí carece del carisma de la primera y de la categoría del segundo. O puede que ya no nos sorprenda ese enfoque tan adulto de las series de superhéroes. De todos modos, se trata de una buena serie con un ritmo perfectamente equilibrado.

Aprovechando que pasaba por la cadena, también he visto Easy, serie que explora otro de los temas fetiches Netflix: las relaciones sentimentales cotidianas que, precisamente por ese enfoque carente de glamour,  no tienen cabida en el cine más comercial. En este caso, ocho historias independientes de visionado ágil y fácil, que también se olvidan con la misma agilidad y facilidad. Mi preferida en este formato sigue siendo la británica Dates, que Channel 4 emitió en 2013 y en la que brillaba con luz propia una fascinante Oona Chaplin.

Y en esas estamos: Netflix por aquí, Netflix por allá… y nadie habla de HBO, que sin hacer mucho ruido firma el estreno, en mi humilde opinión, del mes. Westworld actualiza la película del mismo nombre de 1973 y la adapta a nuestros tiempos, creando un producto sobresaliente en producción y, aunque esto ya depende de los gustos personales, sobresaliente también en contenido. Series como esta son las que me hacen reafirmarme en la opinión de que los remakes de películas antiguas son más aprovechables en formato serie que en largometraje, ya que se les puede dotar de esa profundidad que demanda la mística creada por sus fans en base a interminables visionados. Para quien no sepa de qué estamos hablando, Westworld nos traslada a un lejano oeste creado en un futuro no muy lejano, a donde los ricachones del mundo pueden ir a saciar sus ansias de aventura: sexo, alcohol, violencia, muerte… Se les permite la total libertad para interactuar con unos robots humanoides tan perfeccionados que parecen reales y que cuando mueren son arreglados y reseteados para volver a la simulación. Sin embargo, todo cambia con una actualización introducida por el creador del parque (Antonhy Hopkins) que parece otorgarles recuerdos de anteriores vidas, así como la capacidad de desarrollar sentimientos e incluso soñar, acercándolos peligrosamente a la condición humana. Un dilema similar ya aparecía en la serie sueca Äkta människor (Real Humans) de 2012, aunque la profundidad y el nivel de realización que aporta HBO hace de Westworld un producto infinitamente superior.

La polémica del mes llega con la norteamericana Timeless (NBC), que en España se han encargado de linchar al grito de que es una un plagio de ese orgullo nacional llamado El ministerio del tiempo. No seré yo quien niegue que el parecido es evidente: ambas tratan de viajes en el tiempo y tienen un trío protagonista formado por dos hombres y una mujer. Pero de ahí a hablar de plagio, hay un gran trecho. Más bien diría que se trata de una pataleta de la productora española porque los americanos no les compraron los derechos de la serie (y la pasta gansa que eso conlleva). Leídos los hechos, mi opinión, totalmente infundada y escasamente documentada, es que más bien parece que la cadena quería hacer una serie de la misma temática y al final se decantó por un proyecto liderado por Eric Kripke, creador de Sobrenatural, y por Shawn Ryan, creador de The Shield. Para quien no los conozca, baste decir que Sobrenatural lleva once temporadas en antena y ya se está preparando la duodécima, y que The Shield es una joya de siete temporadas de la que bebe directamente la aclamada Hijos de la anarquía. Vamos, que la cadena fue a lo seguro y eligió el proyecto de dos pesos pesados de la industria americana y no se quiso arriesgar con un proyecto made in Spain que debería adaptarse al público americano. Porque una vez vistos unos cuantos capítulos, es fácil darse cuenta de que, a pesar de las similitudes de los viajes temporales, ni el tono de la serie se parece, ni la trama de fondo tiene nada que ver. Seamos serios, los viajes espacio temporales llevan con nosotros desde que la ciencia ficción llegó a la tele y evitar que un cambio en el pasado modifique el presente, lo hemos visto cientos de veces. De todos modos, tampoco hay que darle muchas más vueltas, porque la serie norteamericana es bastante pobre y me sorprendería si continuase una segunda temporada.

Quizás el debate que tendríamos que tener en suelo patrio, es el de por qué la televisión pública española no hace series como la inglesa Black Mirror, que este mes, en colaboración con la omnipresente Netflix, nos ofrece los seis capítulos de su tercera temporada. Siguiendo la estela de entregas anteriores, nos trae historias totalmente independientes sobre el perturbador impacto que pueden tener las nuevas tecnologías en nuestras vidas. Posiblemente, esta tercera temporada impacta menos que las anteriores por una simple cuestión de desgaste, dado que cada vez es más difícil sorprender a un espectador que ya sabe a lo que se enfrenta; aunque también puede influir el excesivo metraje (cinco capítulos de una hora y el último de hora y media) que provoca que la historia que intentan contarnos, al alargarse demasiado, pierda fuerza. Seis historias muy distintas que gustarán más o menos en función de la empatía que se muestre con cada una de ellas, pero que, sin llegar a la brillantez del especial de Navidad de hace dos años, no desmerece la trayectoria general de la serie, siendo además de lo mejor de un mes tan potente televisivamente como Octubre.

Sé que me he dejado muchas cosas en el tintero, muchas series pendientes de comentar. Pero no sufráis, porque prometo seguir yendo a trabajar con enormes ojeras esculpidas en noches sin dormir. Nos vemos en treinta días, trescientas tazas de café cargado después, para seguir comentando nuestro vicio y causa de insomnio preferido. No desfallezcáis, y si en algún momento oscuro de la madrugada asaltan las dudas, recordad: el trabajo puede esperar, pero el estreno de una serie solo a una vez en la vida.

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