Seriéfilo: mayo de 2020
Pues continuamos para récord: dos meses y medio en pijama y tengo que admitir que cada vez me encuentro más cómodo. Estoy sopesando salir a la calle como mi álter ego pijamil, como si fuese un superhéroe de cómic. El anonimato viene de serie con la mascarilla…
Más allá de los temas de etiqueta, mi principal preocupación de estos meses es que no se acaben las reservas de series. No obstante, parece que en estos dos meses siguen los estrenos y, por ahora, no corren peligro los suministros de ficción. Empieza a escasear, eso sí algún doblaje; tengan a mano las gafas por si hay que recurrir a algún subtitulo para no perderse alguna joya. Yo, como buen adicto a la versión original, lo de los subtítulos lo tengo interiorizado. Igual que lo de no salir de casa: parece que la mejor forma de prepararse para esta pandemia no era salir a correr todos los días y machacarse en el gimnasio. Lo llevo pregonando desde mi sofá desde hace muchos años, pero nadie me hacía caso. Ahora acudís a mí para conocer mis recomendaciones y yo os recibo de nuevo con los brazos abiertos.
Y si por alguna serie había que empezar este mes, esa no podía ser otra que Gangs of London (Sky Atlantic), serie que mezcla de forma explosiva y genial las bellamente brutales escenas de acción y una trama de movimiento de sillones dentro de las familias del hampa londinense. Una historia clásica de lucha de poder entre clanes mafiosos con sus traiciones, lealtades, agentes dobles y secretos, ideada de forma personalísima por Gareth Evans, director galés que ya mostró su maestría en el cine de acción con la película indonesia The Raid (Gareth Evans, 2011) y su secuela en 2014. Lo de un director galés dirigiendo películas en Indonesia es un tema aparte, hoy nos centraremos únicamente en la serie, aunque aprovecho para recomendar ambas películas, pues el impacto que tuvo en el cine de artes marciales el pencak silat, arte marcial indonesio, fue similar al que sufrió en su momento con el muay thai de Tony Jaa en Ong-Bak: El guerrero Muay Thai (Prachya Pinkaew, 2003). Pura innovación visual con respecto a todo lo anterior. Solo por ver las impactantes escenas de acción, merecería la pena ver esta serie, pero es que además la trama es entretenida y mantiene la tensión hasta el final. Una clara candidata a mejor serie del año, sin duda.
Otra que podría estar entre las mejores de la cosecha 2020, aunque con una temática radicalmente distinta, es Mrs. America (Hulu), serie que nos lleva a los años 70 y la lucha del movimiento feminista por ratificar la enmienda por la igualdad de derechos, E.R.A. en inglés. Como gran antagonista encontramos a un lobby antifeminista, encabezado por la ultra conservadora Phyllis Schlafly. Aunque el contexto podría parecer poco apasionante para crear una buena historia, el hecho de centrar cada capítulo en una de las activistas que participaron en el movimiento consigue mantener el ritmo y el interés a lo largo de los nueve capítulos. Todo cimentado sobre la soberbia actuación de las participantes de una historia coral. Si el mes anterior, al presentar La conjura contra América, comentaba cómo hay ciertas historias del pasado que tienen una gran vigencia en el presente, este es otro caso similar: observar la lucha feminista de hace cuarenta años y conocer las críticas que entonces recibía, permite comprobar que aquellas consignas no se distancian mucho de las que todavía se emplean hoy en día contra el movimiento. Extraños tiempos en los que el pasado está más presente que nunca.
Si hubiese que completar un podio virtual del mes, la tercera serie en discordia sería La Unidad (Movistar+), un gran thriller policíaco español que sigue a la unidad responsable de la lucha contra el terrorismo islámico en España, una vez que detienen a un importante terrorista y comienzan las investigaciones contrarreloj para saber qué hacía en territorio español. Una duración muy ajustada de únicamente seis capítulos de cincuenta minutos evita que las subtramas se vayan por las ramas, deteniéndose únicamente en desarrollar la difícil relación personal de los principales protagonistas, con una hija pequeña de por medio. Esto permite dar un contrapunto a la tensión de las escenas de acción policial y permite desarrollar mejor a los personajes principales, permitiendo empatizar al espectador con ellos y sus acciones. Fuera de esta historia familiar, la serie no toma rodeos y se centra exclusivamente en los movimientos de terroristas y policía, manteniendo un ritmo frenético. A pesar de ello, la serie no cae en la tentación de la exagerar y mantiene un realismo contenido en todo momento, tomándose una pequeña licencia en los compases finales, de forma totalmente comprensible. Gran serie y gran momento el que está viviendo la ficción televisiva española.
Para seguir con la conexión entre Oriente Medio y Netflix que comenzaba el mes pasado con Fauda y Kalifat, el canal apuesta por la miniserie El espía, basada en hechos reales y que cuenta las peripecias de Eli Cohen, agente del Mossad infiltrado en Siria durante los años 60 que llegó a ser propuesto como ministro de defensa sirio. Una narración sobria y pausada a lo largo de seis capítulos y que nos descubre un Sacha Baron Cohen en una interpretación contenida, lejos de sus personajes más cómicos e histriónicos como Ali G, Borat o Brüno.
Sin dejar las miniseries de calidad, la polaca En la ciénaga (Netflix) nos ofrece un thriller en el que dos periodistas investigan un crimen en la Polonia de los años 80, al otro lado del telón de acero. Si bien la historia no incluye ningún elemento que destaque dentro de las series de investigación al uso, lo que la hace especial es su gran ambientación, ese halo de desconfianza que flota en el ambiente, la omnipresencia del Partido Comunista en cada rincón, la censura, la desconexión con Occidente, los atroces crímenes cometidos en los bosques cercanos que supuran fuegos fatuos en la noche ante el silencio culpable de sus vecinos…
Y siguiendo con las investigaciones criminales y en vista del estreno de su tercera temporada a mediados de junio, tenemos que destacar la inglesa Marcella (ITV), que aporta cosas interesantes al género. Destaca su apuesta por un personaje principal incómodo, tanto en lo profesional como en lo personal: implacable e insensible, toma decisiones arriesgadas y censurables que en ocasiones provocan daños colaterales; además, tiene problemas familiares tanto con su pareja como con sus hijos y arrastra una enfermedad mental que le hace perder el control y no recordar nada de lo que ha hecho. También destaca su forma de introducir los personajes en el caso, presentándonos historias que nada tienen que ver con la trama inicial, pero que tarde o temprano, en mayor o menor medida, conectan con el caso principal. Aunque solo se trata un caso por temporada, el guion se abre a relacionarlos con casos anteriores, con otros que transcurren de forma paralela pero tienen distinta gravedad, con casos cerrados… Con recursos, en definitiva, que permiten al espectador sentir la complejidad de la investigación y sumergirse en el sórdido mundo de la serie.
Los fracasos exóticos del mes son, para empezar, para la belga Into the Night (Netflix). Parte de una idea sugerente: un avión que no puede parar de volar, buscando continuamente el abrigo la noche, porque quien se expone a la luz del sol muere. Pero se ve lastrada por un guion inconsistente, unos personajes incoherentes y un final previsible. Tampoco sale muy bien parada la india Betaal (Netflix), una serie de terror con unos monstruos que son una mezcla entre vampiros y zombis con una mente enjambre que, más que miedo, provocan vergüenza ajena. El principal fallo de esta serie, además del mero hecho de que Netflix la financiase después del bodrio anterior que parió su director, Gul, es que intenta tomarse demasiado en serio y eso, en el terror de serie B tirando a Z, no suele funcionar. A no ser que te llames George A. Romero, es mejor asumir que no hay presupuesto para dar miedo. El resultado es un infumable pastiche sin sentido al que mejor le iría tomando nota de la coreana Kingdom (Netflix).
A mitad de tabla, encontramos la tercera temporada de Westworld (HBO), que después del autoimpuesto galimatías de su anterior entrega intenta reconducir la franquicia con un argumento mucho más claro y directo. Aunque es cierto que la serie gana en dinamismo, con una producción excelente y mucha más acción, ha perdido definitivamente la esencia original de la serie. Por mucho que se mantengan los personajes, son solo maquillaje, una fina tela que se rasga al intentar unir esta temporada a las anteriores. La versión Terminator de los anfitriones puede resultar más cañera, pero estos ya no son los anfitriones que conocimos en aquel plató infinito del salvaje oeste. Tampoco entiendo la incorporación de Aaron Paul al rodaje: puede que a nivel promocional haya funcionado bien, pero su personaje, cuyo perfil de delincuente de poca monta encaja bastante, pierde su sentido al ser, también, un veterano militar con un profundo pasado que se va descubriendo poco a poco y que es, al final, lo que más peso adquiere a lo largo de la temporada.
Tampoco destaca la segunda entrega de Homecoming (Amazon Prime), a la que se le notan los drásticos recortes presupuestarios, empezando por la ausencia de su anterior protagonista, Julia Roberts. Hay que reconocer, no obstante, que la historia va de menos a más y, sin ser una gran secuela, sí que puede funcionar para quienes disfrutasen la primera temporada y quieran continuar con la historia. Aun así, no ofrece nada que mejore o desvele datos importantes, nada que mejore realmente la experiencia de su predecesora; más bien se agarra a ella para contar el después de la empresa Geist en una conexión muy forzada en la que ni el tono ni la temática son coherentes.
Para terminar, como siempre, una comedia que nos permita acabar con una sonrisa en los labios: en esta ocasión se trata de Upload (Amazon Prime), una comedia futurista y ligera sobre el más allá. La producción supone que, en el futuro, justo antes de morir, es posible subir la conciencia de la persona a un entorno virtual. Se abre, así, la puerta a una vida eterna, a la relación con otros muertos virtualmente vivos y a la comunicación constante con los seres queridos. En este caso, se trata de un joven que muere en extrañas circunstancias y es su novia, hija de familia muy adinerada, la que le paga el acceso a un entorno virtual de lujo. A partir de aquí, esta primera temporada se recrea demasiado en explorar el nuevo entorno y deja muy de lado el núcleo de la serie, que debería de ser el esclarecimiento de la muerte de Nathan, nuestro difunto protagonista. Serie de humor amable y entretenida cuya mayor losa es tratar un tema muy parecido a la recientemente extinta y magistral The Good Place (NBC) que, lógicamente, le da sopas con honda. Sin embargo, ha sido renovada por una segunda temporada, tras un final en el que se presta más interés al caso que nos presenta. Eso, además de que haría ganar muchos enteros a la serie, le permitiría distanciarse de la imbatible The Good Place.
En fin, otro mes más que me vuelvo a exceder en mi escrito mensual. Como esta pandemia se alargue todavía más y siga sin hablar con nadie, voy a tener que empezar a hacer índices al comienzo del artículo. Culpa de mi responsabilidad individual y colectiva, que hace que, aunque ya hayamos pasado de fase y podamos salir a a tomarnos un café, a hacer deporte, yo siga con el #yomequedoencasa y además en pijama, faltaría más. Y así seguiré, hasta el próximo mes.