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Música

‘Blackstar’: la estrella negra de David Bowie

David Bowie está muerto. Esa es la única manera de expresarlo, indiferentemente de cuándo se lea este texto. Su ausencia se sentirá ya siempre en el presente; no puede pasar a nuestro pasado. Los que durante muchos años tomamos su presencia como algo connatural a la existencia no conseguiremos salir de nuestro estupor. No es el primero con el que nos pasa, ni será el último; pero sí uno de los casos más claros.

En los días que siguieron a su muerte, todos fuimos bombardeados con historias más o menos lacrimógenas sobre su vida, escritas por gente que a menudo llevaba sin hablar de él desde hace años o que, directamente, hacen un recorrido por sus últimos años olvidándose, nada más y nada menos, de la publicación de un disco. Adorar a David Bowie se convirtió en una suerte de deporte universal en el que parecía que uno ganaba puntos cuanto más escabrosa fuese su relación con el músico nacido en Brixton.

Ziggy StardustEl que escribe estas líneas reconoce que David Bowie no le salvó la vida en ninguna ocasión; tampoco hizo que pensase que no estaba solo en el universo. Ahora bien, para mí, David Bowie siempre estuvo en una esfera superior a aquella en la que nos movemos la mayoría de los mortales. En cierto modo, era una figura, más que una persona, una suerte de ente que ocasionalmente decidía compartir con nosotros algo de su increíble creatividad.

La vida pública de David Bowie fue una obra de arte en su conjunto. Cada decisión, cada aparición y cada disco era un nuevo ladrillo del edificio que nos regaló. Y como toda buena obra maestra, nos queda la impresión de que tal vez estaba inacabada, de que el artista todavía se guardaba algo más bajo la manga. Su muerte fue un elemento más, un nuevo episodio en una historia que nos parece imposible que se acabe.

Y tal vez sea cierto que el David Bowie personaje no puede morir. No lo hicieron nunca Ziggy Stardust, Aladdin Sane, el Delgado Duque Blanco, el Jareth de Dentro del Laberinto… Sus figuras siguen con nosotros, como cuando Kate Moss salió a recibir el último Brit entregado a Bowie vestida a la manera de Ziggy Stardust, cuarenta y dos años después de la publicación de The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars. Posiblemente, nunca nos abandone la sensación de que en el momento más inesperado David Bowie aparecerá de la nada con un nuevo disco bajo la manga, desafiando nuestras expectativas. Puede que lleve otro nombre, pero será el mismo.

Una estrella negra

Blackstar Vinyl Cover

Pocos músicos, si es que alguno, han cuidado el aspecto visual de sus discos como David Bowie. Por eso, ver la portada de Blackstar es tan chocante: porque nunca en su carrera había dejado de aparecer en las portadas de sus discos, con excepción de la banda sonora The Buddha of Suburbia y de la primera edición americana de The Man Who Sold the World.

Como pasaba con The Next Day, es fácil centrarse en la portada como si fuese un jeroglífico a descifrar, un mensaje secreto al que enfrentarnos. En ese aspecto, la portada de su edición en vinilo resulta más interesante que la del CD. Ambas juegan con una estrella negra como centro, si bien, en la segunda, esta se ve claramente destacada sobre un fondo blanco; mientras tanto, la portada del vinilo la superpone sobre el propio soporte, también de un negro inmaculado. La estrella se funde en un todo, desapareciendo en la oscuridad.

Bowie - Video BlackstarTal vez esa sea la clave de todo el disco: un músico que se disuelve en la aparente nada. David Bowie construyó un trabajo con apenas siete temas que parecen más, pero nos dejan con ganas de nuevas escuchas. En ningún momento nos da la impresión de que su labor estuviese finalizada, sino que parece claro que su habilidad musical estaba en plena ebullición.

Queda poco aquí del Bowie clásico, algo que siempre es digno de aplauso. No tenemos en esta ocasión demasiadas citas al pasado, sino una visión clara de un futuro que nunca conoceremos. «Blackstar», el tema que da nombre al disco, es tal vez el corazón del mismo, un single insólito para nuestros tiempos, de casi nueve minutos, que oscila entre una sección principal claramente experimental y centrada en la base rítmica, y un tramo medio en el que la melodía aparece junto a la voz del Bowie que todos recordamos. Una obra capital en la que empezamos a comprender que, para su último disco, el músico más camaleónico de la historia contaba con una nueva arma: una banda de jazz.

Muchos críticos comentaban que ahí podía estar el punto más interesante del disco antes de su publicación, en el resultado de mezclar un grupo de músicos de jazz con la creatividad claramente rock de Bowie. Como se podía suponer conociendo al inglés, terminamos encontrando unas composiciones que consiguen aunar ambos mundos de manera magistral, creando unos híbridos que siguen siendo canciones de Bowie aunque suenen diferentes.

David Bowie 2Por supuesto, resulta sencillo destacar las múltiples apariciones del saxofón, sobre todo en la contagiosa «‘Tis a Pity She Was a Whore» o en «Dollar Days»; también en el trabajo de la sección rítmica de «Girl Loves Me». No menos curioso puede ser el sonido del segundo single, «Lazarus», cuyo inicio bien podía considerarse un préstamo a fondo perdido de los mejores The Cure. Bowie sigue construyendo un todo variado y lleno de vitalidad con apenas siete temas.

Cuando llegamos al final del disco, a esa desgarradora «I Can’t Give Everything Away», es inevitable buscar pistas acerca de la intención de David Bowie a lo largo del trabajo. Por suerte o por desgracia, sus colaboradores más cercanos como Tony Visconti ya nos han dicho que el artista entendía este disco como su canto del cisne, una suerte de regalo para sus seguidores en el que medita abiertamente acerca de su muerte. David Bowie no podía dejar que su partida de este mundo no fuese una declaración artística, y así ha sido. Blackstar no solamente es un gran disco, sino que es el único que podría hacer alguien como David Bowie enfrentado a su mortalidad. Ciertamente, debemos darle las gracias por habernos hecho tan partícipes de su muerte como de su vida.

Ismael Rodríguez Gómez

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