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Miscelánea lovecraftiana y cthuloidea: Re-sonator (From Beyond) de Stuart Gordon. Cuando Lovecraft se encontró con la nueva carne

¿Hay alguna película buena que adapte directamente un relato de H. P. Lovecraft? La pregunta tiene su miga, porque al final resulta que todas las buenas películas lovecraftianas no se basan en la obra del autor de Providence sino que transitan por sus propios caminos. En las adaptaciones estrictas uno acaba teniendo que reivindicar pequeñas películas como The Resurrected (id., 1991), disfrutar de las juguetonas producciones de la HPLHS como The Call of Cthulhu (id., 2005), o The Whisperer in Darkness (id., 2011), o irse a las producciones ochenteras más libres, pero divertidas, como Re-Animator (id., 1985). Otra de ellas es la que hoy nos ocupa: Re-sonator (From Beyond, 1986).

Lo primero es dejar claro que el traductor español decidió dar el do de pecho una vez más con el título. El original es From Beyond, lo que coincide con el del relato de H. P. Lovecraft que se adapta. Es cierto que hay cierta libertad dentro del idioma y que el relato en español se ha llamado Desde más allá, Del más allá o Desde el más allá… Pero de ahí a Re-sonator hay un paso muy grande. Por si alguien lo duda, la culpa debió ser del éxito relativo que el año anterior había tenido Re-Animator, película con la que compartía tanto ser una adaptación de Lovecraft como el director, lo que debió hacer pensar al traductor que podía sumarse a esa tradición española de poner un «como puedas» al final de toda película en la que saliese Leslie Nielsen y hacer que todas las películas de Stuart Gordon fuesen una variación de Re-Animator. Re-sonator, Re-novator… Yo qué sé.

Una vez superado el título, lo cierto es que Re-sonator merece alcanzar un puesto de honor dentro de la producción lovecraftiana en el séptimo arte. Primero, porque consigue llevar el terror cósmico a la actualidad sin problema alguno, manteniendo la esencia y construyendo un universo que nos resulta tan cercano al existente en las adaptaciones de Stephen King como al que nos encontramos en los relatos de Lovecraft. Así, resulta que una gran casa señorial de Nueva Inglaterra puede tener en su último piso un moderno laboratorio lleno de extraños ordenadores, que un hospital de los años ochenta puede ser el centro de sucesos que escapan a nuestra compresión o una cinta de vídeo puede ayudar a canalizar los deseos más oscuros de cualquiera que sepa de su existencia.

Si los años ochenta se convirtieron en un refugio habitual para el terror más lovecraftiano, algo que sigue viéndose a día de hoy en muchas obras que tiran de la nostalgia más barata, eso es debido a los autores que poblaron el cine en aquellos momentos y no a ninguna cualidad particular de la década. Ese mundo inventado de pequeños pueblos idílicos que contrastaban con grandes ciudades llenas de crímenes ya podía existir antes y podría seguir vigente a día de hoy. Pero nuestra memoria cultural es testaruda, así que al final queremos una nueva Super 8 (id., 2011) o semejante, que nos devuelva al cine juvenil e infantil que se creó en los años ochenta.

Re-sonator, sin embargo, huye de ese cine infantil que tan bien funcionó en los años ochenta para abrazar en realidad la producción de otro de los directores que cambió el panorama del fantástico y el terror: David Cronenberg. El canadiense fue el padre de eso de que se vino a llamar la nueva carne y para cuando Re-sonator se estrenó ya tenía en la calle Videodrome (id., 1983), Scanners (id., 1981), La zona muerta (The Dead Zone, 1983), Rabia (Rabid, 1977) o Cromosoma 3 (The Brood, 1979). De la obra de Cronenberg debió sacar Gordon buena parte de esa visión oscura de la relación entre la carne y el más allá, la conversión y la destrucción de la humanidad. Otro tanto debió venir del trabajo de John Carpenter en La cosa (El enigma de otro mundo) (The Thing, 1982), con el genial trabajo de Rob Bottin y Stan Winston, precursores de la imaginería de cuerpos híbridos y quiméricos presente en Re-sonator.

Sin embargo, si por algo merece la pena fijarse en la película es porque, sin saberlo, Stuart Gordon estaba adelantándose a muchos futuros autores que reivindicarían la introducción de la sexualidad dentro de la obra de Lovecraft. El mismísimo Alan Moore ha ido tropezando una y otra vez al tratar de unir el sexo y Lovecraft en un único discurso. Tanto en la muy fallida Neonomicón como en la mejor, pero muy irregular Providence, el de Northampton cae en soluciones tan chuscas y fáciles que al final transmite la idea de que con los años su percepción del sexo ha ido convirtiéndose en la de un adolescente salido. Frente a ello, en 1986 Stuart Gordon ya había encontrado la solución casi perfecta para que el sexo entrara en el universo lovecraftiano.

La clave para casar las pulsiones sexuales con el terror estaba, al menos durante la mitad de la década de los ochenta, en el sadomasoquismo. Un año antes del estreno de Hellraiser (id., 1987), pero quién sabe si ya influido por la lectura de Clive Barker, Stuart Gordon aprovechaba para incluir en su película a un personaje secundario que resultaba ser un sadomasoquista más bien oscuro que buscaba los límites del placer y la percepción. El doctor Edward Pretorius bien podría haber sido un compañero de andanzas de Larry Cotton, y no cabe ninguna duda de que hubiese sido seducido por una caja de las lamentaciones. Su presencia, además, se convierte en la catalizadora del desastre por la influencia que tiene en todo lo que le rodea, incluso una vez está supuestamente muerto.

Los dos protagonistas, Crawford Tillinghast y Katherine McMichaels, se ven atrapados en una red tejida por Pretorius. Uno escuchaba los gritos que salían de la habitación de su mentor, sabiendo que allí ocurrían cosas que él no comprendía, seguramente deseando estar allí para poder ver más allá de su oscura y cerrada realidad. La otra es una estirada doctora, recatada y entregada a su trabajo que se ve atraída por el más allá, por la pasión que nunca se ha permitido sentir. Sufre la tentación de convertirse en una mujer fatal, ataviada de cuero negro, sintiéndose atraída de manera insana por un Tillinghast en pleno proceso de conversión a otra cosa. Bastará que ambos entrevean la naturaleza de la perversión de Pretorius para que caigan en sus manos.

Del más allá, por usar la traducción de la monumental reunión de la obra de Lovecraft publicada por Valdemar, es en realidad un relato muy corto que apenas rasca la superficie de lo que insinúa. En él ya se deja entrever la idea de una percepción distinta de la realidad, de un mundo diferente al nuestro pero que puede llegar a interactuar con nosotros si cometemos la imprudencia de tratar de mirar más allá del velo que lo cubre. Es a través de esta idea con la que Stuart Gordon construyó una película que enriquece el universo lovecraftiano y le imbuye de la tensión sexual que tan oculta está en el cuerpo literario original, haciendo que salga a la luz y se apodere del relato.

Dejando de lado algunos problemas de torpeza tras la cámara, Gordon siempre estuvo muy lejos de la genialidad de Carpenter o Cronenberg, y el esquematismo de algunos personajes como el policía Bubba, Re-sonator puede considerarse una película visionaria y adelantada a su tiempo en su capacidad para reformular el universo lovecraftiano desde la adaptación de una obra concreta.

Ismael Rodríguez Gómez
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