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Cinefórum CCCXLV: «A la mañana siguiente»

Es inevitable acordarse de The nigth of (Steven Zaillian y Richard Price; 2016) al conocer la premisa de A la mañana siguiente (Sidney Lumet; 1986): Alex (Jane Fonda), al igual que Naz (Riz Ahmed) en la serie de HBO, se despierta con un resacón brutal junto a un cuerpo acuchillado en una casa que no conoce. Como aquel, no acierta a reconstruir lo ocurrido la noche anterior, más allá de dilucidar una sesión de sexo etílico que pudo haber acabado de forma homicida. Amnesia alcohólica mediante, las respuestas de ambos personajes son calcadas: huir de la escena del crimen, previa labor de limpieza deficitaria. Porque puede que la justicia en Estados Unidos sea ciega, vale, pero más ciegos andaban ellos unas horas antes y a la mañana siguiente todo se ve diferente.

Hasta aquí los parecidos. O no tanto, porque si a partir de este frenético punto de partida la serie de Zaillian y Price se ralentiza, convirtiéndose en un realista y descarnado drama reflejo de la Norteamérica social y judicial de su momento, la cinta de Lumet, con aire (y presupuesto) de obra menor, asume por completo su naturaleza de evasión pero se convierte también, a su modo, en el reflejo de una época y de un lugar: concretamente, de la soleada y alocada ciudad de Los Angeles en los años ochenta, esa arcadia del despiporre turbio mitificada hasta la extenuación por la cultura pop.

A la mañana siguienteA años luz de la obra maestra de HBO y de los grandes títulos de Lumet, y pese al inevitable decrescendo tras su poderoso arranque, A la mañana siguiente funciona como un entretenido thriller; y lo hace gracias a la gran actuación de una omnipresente Jane Fonda (que, de hecho, sería nominada a la estatuilla de Hollywood por su trabajo), a la facilidad para combinar la comedia estrafalaria atestada de prototipos de la época (actrices alcohólicas y fracasadas, fotógrafos eróticos, peluqueros amanerados, cuerpos esculturales en mallas…) con el whodunit más clásico (genial la ambigüedad de Jeff Bridges), y, sobre todo, a la solvencia de un director que, pese a trabajar con el piloto automático, sabe en todo momento, al contrario que su protagonista, lo que está haciendo.

Marcos García Guerrero
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