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Bert Trautmann, la redención del soldado

Bert Trautmann era alto, rubio y hermoso. Como otros muchachos altos, rubios y hermosos se había afiliado a las Juventudes Hitlerianas durante los años de Entreguerras. Con diecisiete años había intentado entrar en el ejército, en Inteligencia, pero terminó en una división de paracaidistas. Fue un soldado entusiasta y eficiente, llegó a Sargento y fue condecorado incluso con la Cruz de Hierro tras haberse fugado de los soviéticos. Su primer destino en el frente ruso fue Zamos, en la frontera polaca, donde su escuadrón fue diezmado y él, capturado. Allí se fugó por primera vez. En Rusia, también, vio como un comando de las SS aniquilaba un pueblo al completo y arrojaba los cuerpos a una fosa. Bert Trautmann contaba cómo allí algo cambió para él. En el documental del Yesterday Chanel sobre su vida, cuenta con frialdad que, de haber sido mayor en aquel instante, más maduro, se hubiese suicidado.

El mando lo devolvió a Bremen de permiso para evitarlo, pero unas semanas después era lanzado sobre Bélgica, en plena oleada norteamericana. Estuvo en las Ardenas y en el bombardeo de la ciudad de Clèves, donde fue capturado por la Resistencia francesa y, por segunda vez, escapó. Casi al final de la guerra, sin unidad, sin amigos ni enemigos, decidió regresar a Bremen por sus propios medios. Refugiado en un granero, fue descubierto por dos soldados norteamericanos de los cuales de nuevo escapó. Durante esta última fuga, atravesando unos prados,  se topó con un grupo de soldados ingleses:. «Eh, Fritz, ¿te hace una taza de té?», le preguntaron. Bert Trautmann se rindió.

Fue retenido en un campo de prisioneros en Ostende y al poco tiempo evacuado a Essex, en Inglaterra, a un campo de los denominados Black. A ellos iban a parar los prisioneros que se consideraban más motivados y peligrosos: SS, submarinistas y paracaidistas. Bert Trautmann estaba calificado como un «prisionero C»: nazi. El objetivo de estos campos era la reeducación. Entre los métodos utilizados, la proyección de filmaciones de los campos de concentración. Tras un periodo allí, fue trasladado Marbury Hall, en Norwich, donde su catalogación pasó a B: no-nazi. De allí a otro campo, Ashton-in-Makerfield, en Lancashire, cuyas reglas eran más relajadas y parecía más un campamento militar regular que cualquier tipo de prisión. Se convirtió en conductor de camionetas de reparto. Así conoció la vida rural inglesa, una realidad apacible, amable, que convertía el frente en algo lejano y extraño.

El fútbol había estado presente desde que llegó a Inglaterra, incluido un feo enfrentamiento entre facciones durante un partido organizado Marbury Hall. La experiencia en Ashton, en cambio, fue muy diferente. El oficial escocés al mando del campo era un fanático del fútbol y se le ocurrió organizar un equipo para jugar contra los chicos de los pueblos cercanos. Trautmann comenzó como jugador de campo, pero la lesión del portero cambió su puesto y su vida, de nuevo. En los partidos del equipo de prisioneros está permitida la entrada de civiles, así que cada domingo  el campo se llena de actividad. La vida ordinaria fluye de fuera adentro. Pronto, los prisioneros podrán experimentarla más de cerca: en la Navidad del 46 pasan las fiestas en casas de los vecinos; en los hogares típicamente ingleses. Bert Trautmann ya sabe entonces que no volverá a Alemania.

En 1947 los prisioneros son enviados de regreso. El gobierno británico ofrece el sueldo de un año a los que quieran permanecer en el país trabajando en las labores de reconstrucción. Trautmann es uno de los que se acoge a esta medida. Trabaja primero en una granja y luego como parte de una brigada dedicada a retirar bombas que quedaron sin estallar. Había conocido a una joven local, Marion Greenhall y estaban esperando una hija. Con veintitrés años, había matado a decenas de hombres, pero nunca había estado con ninguna mujer. La niña se llamará Frida, como la madre de Trautman. Las abandonará a ambas. La responsabilidad y el miedo lo aplastan y eso es suficiente para justificar su marcha. Nunca ha sido Bert Trautmann solo parte de algo, de algún mecanismo o superior. Tampoco hay drama en esta huida. Los hijos de la guerra, o de la posguerra, fueron algo común en tiempos de urgencia. Hasta la década de los 60, Frida no sabrá quién es su padre biológico. Hasta los 90 no se reencontrarán y reconciliarán.

El St. Helens, un modesto club de las categorías inferiores, le ofrece un contrato en 1948. Bert Trautmann se va a convertir en futbolista. Antes de que termine la temporada, sus actuaciones han llamado la atención del Manchester City. Pero una cosa es que un prisionero de guerra, un alemán, juegue en un equipo semiamateur y otra es que salte a los campos de la primera división inglesa. La prensa enloquece rápidamente con la noticia. El público inglés rechaza al kraut y la numerosa comunidad judía de Manchester inunda las calles y los papeles de quejas. El rabino de Manchester, Alexander Altmann, apaga el fuego en una carta a la prensa: «Bert es un joven decente. No podemos castigar a un alemán en concreto, por aquello que haya hecho un país».

Trautmann siempre agradeció las palabras de aquel hombre. Le liberaron de una carga de la cual era responsable, pero no culpable. Ya no era un nazi, un soldado, un prisionero de guerra; ya ni siquiera era un alemán: era un futbolista. Así lo sentenció su nuevo capitán en el City, el veterano de Normandía Eric Westwood: «No hay sitio para la guerra en este vestuario». Su primer partido en el área de Londres, en Fulham, fue la prueba: la prensa había agitado al ya de por sí hostil público, pero la exhibición de bravura de Trautmann hace el silencio y finalmente recibe aplausos de aprobación. Es su valía personal la que hace cambiar la percepción popular.

El antiguo portero del Arsenal, Bob Wilson, cuenta la perplejidad de su padre ante la fascinación del hijo por aquel nazi. Sus dos hermanos mayores habían muerto en al guerra y no había más que hablar. Pero Bert Trautmann era el ídolo de Wilson y lo sería de otros muchos jóvenes ingleses. Era un portero valiente, al borde de la temeridad, duro y espectacular; un portero capaz de tirarse de cabeza entre un mar de piernas y terminar de jugar un partido con el cuello roto.

En Manchester encuentra la estabilidad: se casa con Margaret Friar, la hija del secretario del St. Helens, en cuya casa había vivido Trautmann durante su año en el club, y vive las amarguras del fútbol, menores siempre en contraste con su experiencia vital. Con el City desciende a la segunda división tras dos buenas primeras temporadas, pero esta situación llevaría a la transformación del equipo, que a mediados de la década de los 50 viviría su mejor etapa desde el que, durante mucho tiempo, había sido su único título liguero, el de la temporada 1936-1937. Les McDowall cuelga las botas y se convierte en entrenador en el 50, ascendiendo al equipo de inmediato. Junto a Trautmann, el mediocampista galés Roy Paul es el jugador más importante del equipo, hasta el fichaje en 1951 del joven delantero Don Revie desde el Hull City. Revie, luego legendario entrenador del Leeds en la década de los 60 y 70, no solo trae su habilidad como jugador, sino una mente táctica insólita. En 1953, tras ver como la selección de Hungría arrolla a Inglaterra en Wembley por 3-6, insiste en incorporar el sistema de los Magiares Mágicos al City. El conocido como «Plan Revie», la introducción del mediapunta en el fútbol británico.

Revie partía de la posición de delantero centro, pero bajaba hasta la línea del centro del campo para recibir el balón y su espacio era ocupado por los volantes. La inteligencia y habilidad de Revie para el pase le hacían ideal para la función, mientras la energía de Bobby Johnstone, el irlandés Paddy Fagan o Joe Hayes hacía el resto. Trautmann también modernizó sus prestaciones y, a imagen del portero húngaro Gyula Grosics, abría el juego con lanzamientos largos con la mano hacia las posiciones abiertas de sus interiores. El fútbol ofensivo del City les llevó a dos finales consecutivas de la FA Cup en 1955 y 1956 y a un cuarto puesto en la liga de ese mismo curso. Contra el Newcastle, en el 55, Trautmann consigue la primera participación de un alemán en la final. Lo hace delante de la Reina Isabel II y también de sus padres, invitados desde Bremen por el club. El partido estuvo marcado por un gol en el minuto uno de las Urracas y por la lesión del defensa Jimmy Meadows, que dejó con diez el City durante casi todo el partido. El 3-1 final explica bien la diferencia y es, curiosamente, el mismo resultado con el que los de Trautmann se resarcirán al año siguiente, esta vez contra el Birmingham.

Aquella final estuvo precedida por un resurgimiento de la polémica en torno a Trautmann, ya que un claro penalti cometido por el portero frente al Tottenham, el equipo judío de Londres, no fue señalado. Pero, otra vez, cualquier rastro de odio fue borrado por una actuación asombrosa del alemán en la final, una de las más célebres de todos los tiempos.

El 1-1 del descanso había llevado a una discusión de vestuario entre el defensa Ken Barnes y Don Revie, insatisfechos por el juego rácano del equipo en el primer tiempo, debido al pavor que causaba la velocidad del extremo izquierdo Peter Murphy. En la segunda mitad, el City pudo finalmente imponer su juego de pases y, a falta de veinte minutos, estaba ya dos arriba. Entonces, un balón dividido al área queda entre la salida a tumba abierta de Trautmann y la enérgica carrera del propio Murphy, que con su rodilla impacta en la base del cráneo del portero. Tambaleándose, el guardameta se pone en pie y continúa jugando en lo que el propio Trautmann recuerda como una neblina. Reacciona automáticamente al entrenamiento, o tal vez como lo hacía cuando estaba en el frente, e incluso protagoniza otro par de salidas suicidas.

Medio paralizado todavía, ve como al día siguiente una multitud de mancunianos corea su nombre frente al ayuntamiento de la ciudad. Ese mismo año es designado mejor jugador de la liga, la primera vez que un portero recibe la mención. Días después un amigo le obliga a ir al hospital. Su tercera vértebra está montada sobre la segunda debido al impacto de la final. Eso mismo evitó la rotura del cuello y su más que probable muerte en aquel mismo instante. Durante medio año está escayolado, parte lo pasa tumbado sobre una plancha de madera, prácticamente inmóvil. Durante el proceso, su primer hijo, de solo cinco años, muere atropellado por un coche en presencia de su madre. Destruida por la pérdida, ella entra en una depresión de la cual ya nunca saldría y que llevará al matrimonio a la ruptura en 1960. En la vida de Trautmann no hay espacios intermedios.

 

Epílogo: pese a la recomendación médica, Trautmann sigue jugando profesionalmente hasta 1964, acumulando más de quinientos partidos con la camiseta del City. A mediados de los 60 regresa a Alemania donde lo intenta como entrenador en diversos equipos pequeños. En 1972 entrena a Birmania en las Olimpiadas, como parte de un programa de ayudas de la federación alemana. Se vuelve a casar dos veces. Se retira en los 80 a Castellón, donde muere en 2013 a los ochenta y nueve años. Desde 2003, su estatua puede verse en las instalaciones del Manchester City. Sigue siendo alto, rubio y hermoso pero su historia es la de una transfiguración, la de un hombre que ha vivido dos vidas.

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