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Cinefórum XL: El odio

La haine es una buena película, pero sobre todo es una obra profética. Filmada a mediados de los años 90 por un conglomerado de productoras francesas, la quinta película de Mathieu Kassovitz se convirtió rápidamente en un referente del cine europeo de finales del siglo XX; no obstante, están siendo los acontecimientos de las dos primeras décadas del nuevo milenio las que están dando a El odio la razón.

Vinz, un joven judío interpretado por Vincent Cassel; Saïd, un musulmán al que da vida Saïd Taghmaoui; y Hubert, un boxeador amateur negro llevado a la gran pantalla por Hubert Koundé, tratan de salir adelante después de que uno de sus mejores amigos muera a manos de la policía tras unos distribuidos en la periferia de París. Que los tres jóvenes actores prestasen sus nombres reales a los personajes que interpretaban, advierte del ferviente deseo de conexión de Kassovitz con la realidad de la sociedad francesa que busca representar.

Porque, sin duda, en La haine el qué es enormemente importante: las nulas perspectivas vitales de los jóvenes protagonistas, los continuos conflictos diarios y la brutalidad policial que les separa de las clases acomodadas, llevan al trío protagonista a vivir veinticuatro horas que se estiran como un chicle y parecen un único y eterno día de la marmota. Escena tras escena, observamos cómo su etnia, su pobreza y su falta de educación abocan a Vinz, Saïd y Hubert al fracaso y la frustración. Ni el deporte, ni su tierna amabilidad, ni los crímenes de poca monta, ni finalmente la violencia podrán sacarles del agujero social y vital en el que han crecido; el pozo sin fondo al que se dan cuenta que pertenecen. Y, sin embargo, es en el cómo donde Kassovitz encontró el camino hacia el premio César a la mejor película de 1995.

La alternancia entre la jovialidad juvenil de tres buenos amigos y el surrealismo de varios personajes excéntricos que llegan a la película desde más allá del mundo de los protagonistas, las reflexiones sobre la realidad de la vida y la del propio cine y, quizá sobre todo, un acertadísimo leitmotiv en forma de repetitivo mantra, transportan a La haine hasta el terreno de la mejor crítica social. La que acierta. La crítica que es capaz de hacerse sentir mientras disecciona el mundo que nos cuenta. Y es que, como profetizaba Hubert Koundé en 1995, el problema de los jóvenes inmigrantes franceses de finales del siglo XX no era solo su presente, sino sobre todo su futuro. Hoy, que ya lo conocemos, estamos de acuerdo en que «lo peor no es la caída, sino el aterrizaje».

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