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¿Qué es el amor? Una perspectiva diferente

Existen una serie de cuestiones atemporales que la filosofía trata recurrentemente. Por su naturaleza abstracta y la gran repercusión y significado que tienen en el individuo y la sociedad, temas como la verdad, Dios o el amor, siempre encuentran hueco en un debate sesudo que verse sobre la naturaleza humana.

El amor

La filosofía trata este tema por primera vez en El banquete de Platón, escrito alrededor del 380 a.C., y es por esta obra que se acuñó la expresión amor platónico. Desde entonces, multitud de pensadores han divagado a lo largo de la historia sobre qué es el amor, cómo se constituye o cuál es la repercusión sobre el ser humano.

El amor es la búsqueda de la plenitud, el deseo que da sentido a nuestras acciones, la erotización (de Eros, dios griego del amor) de la existencia con el objeto de dar significado a algo para que sea más de lo que es. También es una pasión (del griego pathos, sufrimiento) y por tanto se padece. Es un impulso incontrolable, siempre previo a la razón, y por ello que incurrimos en un error al afirmar que lo que hacemos tiene sentido, dado que primero obramos por impulso y solo después dotamos a la acción de una explicación racional. Antecede y sucede a la razón, pero no se ve influenciado por ella. Ningún cálculo que pruebe su inconveniencia o inviabilidad lo mitiga un ápice.

«La relación con el todo primero es afectiva, luego racional»; Heidegger.

«La razón es, y solo debe ser, esclava de las pasiones»; Hume.

«Las intuiciones primero, el razonamiento estratégico después»; Jonathan Haidt.

Supone una impotencia para la persona, pues como pasión es algo que nos toma, que no decidimos experimentar. Al ser un fenómeno irracional, escapa a toda autonomía (capacidad de decisión) y nos convierte en meros elementos pasivos del proceso, fluyendo tanto si queremos como si no. La única elección a tomar es ir a favor o en contra de la corriente.

«Está tan claro que no y sin embargo sí»; Sztajnszrajber.

La naturaleza trascendente del amor viene determinada, en parte, por el velo de abstracción y misticismo que lo rodea, en parte debido a su compleja definición. No existe un consenso claro sobre qué es, pese a que todos sabemos más o menos de qué estamos hablando cuando nos referimos a él. La ciencia puede darnos una explicación empírica, pero diluye parte de su esencia al ser reducido a algoritmos bioquímicos y estadísticas. La metafísica, sin embargo, pese a ser ambigua, dota de mayor significado al amor. Recurrimos a esta última para explicar algo que excede nuestra capacidad de comprensión o que, de ser comprensible, perdería su esencia.

La ciencia podría convertir al amor en una mera reacción química, al igual que sucede con otros fenómenos fisiológicos de los animales. Pero no estamos dispuestos a tolerar esto. Toda nuestra historia muestra el afán por escindir el reino animal de la humanidad, pese a ser conscientes de que somos animales.

«El gran invento del ser humano no fue Dios: fue el hombre»; Sztajnszrajber.

El amor como institución

Cuando pensamos en el amor, generalmente visualizamos una pareja. Esto responde a la interiorización de la monogamia, que aparece con el propósito del ordenamiento, determinado por unas normas y roles predeterminados. La materialización de este tipo de relación interpersonal culmina en muchos casos con la institución del matrimonio. Sin embargo, este poco o nada tiene que ver con el amor, en razón de que es una mera cuestión legal. Prueba de ello son los siglos de historia que demuestran la eficiencia y operatividad de los matrimonios por conveniencia y/o sin amor.

Ahora nos encontramos en la posmonogamia. El prefijo pos alude a un presente que aún sigue marcado por el pasado y que imposibilita su estabilización. Pese a que comenzamos a cuestionar los valores monogámicos, otrora dogmáticos, seguimos condicionados por ellos, puesto que la inercia institucional persiste. Los que dudan de la monogamia lo hacen dentro de una sociedad monogámica. Las herramientas de crítica nos las brinda el objeto de esta.

La necesidad del otro

La expresión media naranja o alma gemela tiene su origen en El banquete de Platón y hace referencia a una persona que se adapta a otra, con tal perfección, que la percibe como la mitad de sí misma, conformando así la unidad. El mito de andrógino también sustenta esta visión del ser incompleto. Cuenta la historia que, al principio de los tiempos, existían unos seres con dos cabezas y cuatro miembros, conocidos como andróginos. Existían tres tipos: el compuesto por dos cuerpos de mujer, dos cuerpos de hombre y un cuerpo de cada sexo. Su vanidad los llevó a desafiar a los dioses y Zeus respondió partiéndolos en dos como castigo. Desde entonces, cada una de las partes vaga lastimosa en búsqueda de su otra mitad, sin la cual no podrán alcanzar de nuevo la unidad, la plenitud del ser.

Con el paso de los siglos y partir de estas premisas, se conforma el paradigma amoroso que nos condiciona a percibirnos como faltos de algo. Pero lo cierto es que la carencia no la sufre quien está solo, sino quien necesita estar acompañado. Proyectamos una ilusión idealizada sobre el otro, que se torna la herramienta capaz de suplir nuestras necesidades. Es un acto de instrumentalización donde yo obtengo la plenitud como recompensa.

En el encuentro con el otro, modificamos su naturaleza en pro de su adaptación con nosotros. Ambas partes pierden parte de sí mismas para facilitar su unión. La instrumentalización se interioriza en el seno de una sociedad capitalista, de acuerdo con el concepto de bien y se le exige exclusividad, conforme el de propiedad privada. Queda patente la filtración del prisma económico a las relaciones sociales. Es ilustrativa la cantidad de paralelismos que pueden encontrarse entre economía y relación sentimental, sobre todo en textos de autoayuda.

Yo proyecto sobre el otro mis necesidades. Yo lo modifico antes de la unión. Así consolido a mi pareja, que me hace feliz. ¿A quién? A .

Concluimos que, pese a que la teoría más idílica y falaz presenta al amor como una prioridad del tú sobre el yo, la práctica determina que no es así.

¿Es posible el amor priorizando al otro?

Si realmente tiene que ver con el otro y no conmigo, el amor es entrega. No hay acúmulo de bien, no hay rédito, solo pérdida en pro del benefactor.

Muchos discutirían si esta concepción es realmente posible, dudando que un amor altruista sea alcanzable para el ser humano. El mayor acto de generosidad puede reportar una satisfacción, por ínfima que sea, al ejecutor. Obramos conforme nuestros valores y si somos generosos, es porque se nos recompensó por serlo y se nos reprendió por no serlo. Contrariamente a lo dicho, otros afirman que el altruismo es un elemento característico e incluso inherente a la especie humana. Dejamos la cuestión en el aire y a criterio del lector.

Asumiendo posible el acto altruista, el amor llega a tales cotas que lo único que se demanda al otro es su realización personal, su felicidad. Con o sin mí. Sin contratos, sin normas y sin peros.

El paradigma romántico

Inicia con la supresión total o parcial de todo razonamiento, dado que este desvirtúa al amor. Creemos en el destino, que esa persona estaba esperando a que yo la encontrara. De siete mil millones de personas, los hados determinaron que el elegido sería un aleatorio del bar o un amigo del pueblo de verano. Este tipo de análisis deja una sensación de insuficiencia. Esa falta de magia la compensa la metafísica. Es ahí donde vemos una similitud entre el amor y la religión. Dado que una perspectiva empírica destruiría su trascendencia, buscamos una explicación más allá, sin racionalidad. Lo que antes era para Dios, ahora es para el amor. Pero es aquí donde nace el sentido, amparado en su marco teórico, ideológico. Podemos ser escépticos o agnósticos de casi toda creencia, pero el amor curiosamente va aparte. Es percibido como uno de los grandes hitos de la vida, por lo que gran cantidad de tiempo y energía son dedicados a la consecución de ese objetivo, que es encontrar a quien me llene. Paradójicamente, no existe meta más contingente y efímera por una sencilla cuestión: el deseo jamás se estabiliza y si lo hace, deja de serlo.

Preguntémonos entonces, ¿somos entes autónomos previos al amor o desde que nacemos nos encontramos condicionados dentro de su paradigma? Esta serie de creencias nos constituye y nos ata. Aquí surge la sensación de falta, dado que no es innata, sino aprendida. Puede que el que crea ser libre de ataduras y que elige en el amor con total libertad, sea el mismo que elige sus gustos, su estructura social o su sistema político.

«¿Por qué ante la carencia, en vez de abrirnos a lo que el otro puede traer, solemos encerrarnos en nosotros mismos buscando una imposible sutura en la construcción de una totalidad ideal que nos albergue?»; Sztajnszrajber.

Debemos salir de todo prisma amoroso que antepone el modelo ideal a la persona que tenemos delante, ya que todo modelo es una restricción. Por tanto, debemos abandonarnos a nosotros mismos y deconstruirnos. No busquemos la afinidad total, no adaptemos el otro a nosotros. La diferencia es lo que me transforma, me hace evolucionar. Si escuchamos la misma música, no podrá enseñarme canciones nuevas. No busco nada, ni en mí, ni en el otro. Solo amo.

El problema con el amor no es encontrar otro diferente al impuesto, es entender que, si hay modelo, no hay amor, pues este queda restringido al ingresar en una normativa.

«Definir es limitar»; Oscar Wilde.

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3 comentarios

    1. Magnífico articulo. Con profundidad teórica pero asimilable casi en su totalidad por mi simple ignorancia. ¿Dónde hay que apuntarse para poder leer su próxima publicacion?

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