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Arte y Letras

Jim Thompson: leyendo a Tarantino

Después de Pulp Fiction (1994) y consagrado ya como uno de los cineastas más dotados y originales de su generación, Quentin Tarantino barajó la posibilidad de llevar a la gran pantalla una de las mejores novelas de Jim Thompson: El asesino dentro de mí. Resultó curioso que el joven realizador se decidiese entonces por adaptar un texto ajeno, teniendo en cuenta que había cimentado buena parte de su exitoso inicio de carrera en la genialidad de sus propios guiones. Y si bien dicho proyecto no llegó nunca a concretarse (fue otra gran novela negra, Rum Punch, de Elmore Leonard, la que se rodó en su lugar rebautizada como Jackie Brown), tal interés no dejaba de ser la constatación de algo evidente: Tarantino había leído a Thompson. Y mucho.

Para acercarnos a los libros de Jim Thompson, como sucede con las películas de Tarantino, se nos debería de advertir con una pegatina de esas que los norteamericanos ponen a los discos que tienen letras con exabruptos y en los que se habla de sexo y otras cosas malas que los niños no deben hacer en casa. Abrir las páginas de una novela de Thompson no es cosa de broma. No se trata solo de violencia explícita (a fin de cuentas, a estas alturas ya estamos curados de espantos), sino de algo infinitamente más impactante y aterrador: adentrarse por sendas ignotas que nos lleven a los recovecos más oscuros del alma humana. Y para eso hay que estar preparado.

Tanto a Tarantino como a Thompson se los ha acusado a menudo de hacer apología de la violencia. Desde luego, ambos parten del Pulp, pero utilizan la violencia como elemento ficcional vertebrador de sus historias, como un elemento narrativo esencial. Mientras Tarantino se mantiene fiel al espíritu más pop del género y la frivoliza hasta la caricaturización para restarle carga dramática, Thompson la trata con una seriedad y frialdad acorde a la importancia simbólica que desempeña esta en su discurso. Tarantino es un cinéfilo posmoderno que busca dignificar la serie b (y la z); Thompson es un pesimista resignado y cínico, que siente desprecio por el ser humano y por el mundo que este ha creado, y que quiere plasmar ese sentimiento en sus novelas.

Hijo de la ira

Thompson no escribía desde la inventiva, sabía de lo que hablaba. Que se sepa, nunca dejó escapar ese monstruo interior que tanto le preocupaba (su familia y allegados lo describieron siempre desde el cariño), pero utilizaba la escritura como exorcismo para sus propios demonios, como catarsis con la que desahogarse; era su manera de dar rienda suelta al descontento vital que impregnaba su espíritu de nihilismo y misantropía.

Lector autodidacta y universitario tardío, fue artista de vodevil, vagabundo en la época de la gran depresión y, antes de dedicarse exclusivamente a escribir, se intentó ganar la vida con todo tipo de trabajos (contrabandista de licor, botones en un hotel, camionero, especialista en explosivos, vendedor a plazos, periodista…). Coqueteó con el comunismo ganándose la denuncia del macartismo y trabajó para el cine y la televisión. La admiración que Stanley Kubrick le profesaba hizo que este le contratara para escribir los diálogos de Atraco perfecto(1956) y participar en el guion de Senderos de gloria (1957), de donde sería borrado de los títulos de crédito finales. Además, su obra ha sido llevada al cine por, entre otros, directores tan interesantes y dispares como Sam Peckinpah (La huida,1972), Bertrand Tavernier (1280 almas, 1982), Stephen Frears (Los timadores, 1990) o Michael Winterbotton (El demonio bajo la piel, 2010).

Thompson tuvo una vida dura y azarosa, que acaba de ser narrada en castellano en Arte Salvaje (Es Pop Ediciones), y que ya había quedado en parte reflejada en escritos abiertamente biográficos como Bad Boy, En bruto o Aquí y ahora, y que está presente de forma más o menos directa en todas sus novelas. La castración (fue operado de una vasectomía), su relación de amor-odio con su padre (Sheriff corrupto que sería referente claro de muchos de sus personajes) o el alcoholismo (mal con el que lidió toda su vida) son elementos biográficos recurrentes en su obra.

El Dostoyevski del pulp

Jim Thompson se ganó con derecho propio el apelativo del «Dostoyevski de las novelas de diez centavos», ya que el grueso de su obra fue escrito en muy poco tiempo y por encargo de una editorial de libros baratos (Lion Book), pero a su vez consiguió trascender el pulp al gozar de una profundidad filosófica desconocida en el género y demostrar una capacidad de disección de las penurias de la América profunda digna de grandes de la literatura norteamericana como William Faulkner o Cormac McCarthy.

Jim Thompson era un escritor dotado. Su estilo es afilado, carente de florituras y camaleónico, y se torna descriptivo, directo o reflexivo dependiendo de lo que la historia necesite. Sus diálogos, sin llegar a la verborrea disparatada de Tarantino, son frescos y agudos y, como en el caso del cineasta, gusta del humor negro para aligerar la dureza de su discurso. Además, ambos autores comparten la habilidad para construir y dilatar escenas de tensión creciente, cuya resolución parece abocada desde un principio a un desenlace violento.

Se sabe que Thompson apremió a su mujer en el lecho de muerte para que guardase sus manuscritos inéditos, convencido de que se valorarían en su justa medida una década más tarde. No se equivocó. El reconocimiento de la crítica de su país le llegaría de forma póstuma, posiblemente porque el formato en el que fue publicado en un principio le hizo ser identificado como lo que no era, literatura de supermercado. Pero hoy en día hay unanimidad a la hora de considerarle como el tercer gran nombre del hard boiled norteamericano, junto a sus adorados Dashiell Hammett y Raymond Chandler.

Thompson invirtió los cánones clásicos de la novela negra. Si Hammett y Chandler nos hablan de detectives urbanos de moral dudosa y de mujeres fatales de ambiguas intenciones, él se posiciona en el otro lado: sus protagonistas son directamente amorales, en muchas ocasiones agentes de la ley en localidades perdidas de la mano de Dios, individuos que, bajo una fachada de normalidad o incluso estupidez, esconden un psicópata en su interior. Este es el gran tema de su literatura: el monstruo que puede estar escondido en nuestro yo más profundo y que sale a la luz forzado por las circunstancias; y para Thompson, a menudo, en lo que es una revisión del concepto de femme fatal, esas circunstancias visten blusa escotada y falda corta y su influencia, ya sea voluntaria o involuntaria, aboca irremediablemente a la perdición.

Los personajes de Thompson son víctimas de un destino que parece prefijado y que viene determinado por su ambiente y su contexto social: ahí está el Lou Ford de El asesino dentro de mí, ese sheriff adjunto de un apartada localidad petrolera de Texas, con aspecto bobalicón, y que empieza a experimentar «recidivas» de su psicopatía reprimida desde niño cuando tiene que expulsar de la ciudad a una prostituta que molesta a sus conciudadanos; o el Nick Corey de 1280 almas, el campechano sheriff de Pottsville, con pinta de lerdo, que no duda en matar a quien se ponga por delante cuando su puesto de poder corre peligro y sus tejemanejes amenazan con salir a la luz; o el Frank Dillon de Una mujer endemoniada, un vendedor a domicilio de escasa moral que, cuando conoce a la frágil Mona, decide cargarse a su malvada tía para liberarla del yugo con el que esta la sometía. Los personajes de Thompson son seres inteligentes y manipuladores de apariencia inofensiva, lobos con piel de cordero que muerden ferozmente cuando se sienten acorralados. Son, en definitiva, hijos de un mundo que los ha hecho así.

Hagan la prueba, acérquense a la librería más cercana y digan que les gusta Tarantino y que buscan algo «de ese estilo». Es una quimera sintetizar la multiplicidad de referencias populares del cine de Tarantino en un libro, aunque no lo es tanto identificar algunas de sus influencias literarias. El librero de turno estará acostumbrado. Les hablará del lirismo callejero de Edward Bunker (el Mr. Blue de Reservoir Dogs); del corrosivo mundo de criminales deslenguados de W. G. Higgins, Denis Johnson o Elmore Leonard; de las imprescindibles novelas de los grandes del género negro como Hammett, Chandler o James M. Cain; y, finalmente, como el que reserva una última bala en la recámara de su pistola, les dará el tiro de gracia con Jim Thompson. Y estarán sentenciados.

Ya que no pueden leer a Tarantino, lean lo que él ha leído.

Marcos García Guerrero
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6 comentarios

  1. Si a la gente le gusta Tarantino y leer, no está mal una biografía enfocada en su infancia, adolescencia y primeras películas. Bastante recomendable … Quentin «Tarantino a Bocajarro» de Wensley Clarkson. Un saludo ! Y enhorabuena por la revista ;)

  2. ¿Qué significa “recivida”? El autor ha debido querer decir “recidiva”, término para describir la repetición de una enfermedad o dolencia.

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