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The Mandalorian: ¿Boba Fett? ¿Dónde?

Esas debieron ser las últimas palabras que debió escuchar Boba Fett entre gritos Wilhelm de los secuaces de Jabba antes de que el cazarrecompensas, al más puro estilo de el Coyote, se precipitase a las fauces del topoderoso Sarlacc, en cuyo estomago experimentaría una nueva definición del dolor: el sufrimiento de una digestión de más de mil años. Bueno, no tanto.

Falta el cartelito de «uh-oh» para que sea más parecido a Looney Tunes

Cuando era pequeño, la escena de la batalla de la fosa de Sarlacc de El retorno del Jedi era mi escena favorita de toda la Guerra de las galaxias y la veía una y otra vez rebobinando mi VHS. La música, la acción, los monstruos, los blasters, Luke haciendo acrobacias, Jabba estrangulado y, sobre todo, Boba Fett. Uno de mis personajes preferidos, con permiso de Han Solo. Y así fue para muchos. Por eso, en cierta manera, la muerte de Boba Fett fue agridulce. El cazarrecompensas debía morir derrotado por los héroes, pero que lo hiciese de una manera tan indecorosa, golpeado de chiripa en su jetpack por Han Solo, ciego, al darse la vuelta como cuando te dicen que viene el vecino al que no quieres ver, y sin ofrecer una verdadera resistencia, rompió el corazoncito de los fans. Pero, precisamente por eso y por los dollars, Boba no tardó en volver de una manera chapucera en el cómic de Dark Horse Imperio Oscuro. Para eso, mejor que no hubiera vuelto. A día de hoy, desconozco si eso es parte del canon de Star Wars o no y, la verdad, me importa un pimiento. Para mí Boba Fett murió, pero siempre vivirá en nuestros recuerdos. O en una nube del cielo de la sabana, como Mufasa.

Boba aniquiló al Sarlacc, mató a Luke, se convirtió en Emperador y cuatro frikis se empalmaron

Pero ¿por qué un tío con dos líneas en una película mola tanto? Pues porque el hábito hace al monje. O, como diría Barney Stinson en Cómo conocí a vuestra madre, «si quieres triunfar, ponte traje». En este caso armadura. Y eso es todo. Nada más. El diseño de Boba lo catapultó al éxito junto con su aura de misterio: el casco, los colores, su capa raída, ese maravilloso jetpack

Pero los comienzos no fueron fáciles para Boba. Desde los primeros dibujos de Ralph McQuarrie, con una armadura completamente blanca que lo asemejaba a un soldado de asalto, y un poncho inspirado en El hombre sin nombre de Clint Eastwood y Sergio Leone, que sin duda solo podía aumentar su molonidad; pasando por una capa hecha con una toalla playera galáctica; así hasta su llegar a desfilar en San Anselmo y aparecer por primera vez en el nefando Especial de navidad de Star Wars. Por suerte, fue en forma animada y eso lo distancia un poco del de carne y hueso.

«¿De verdad que estoy guapo? ¡Uighs! Guapísimo, como una paloma blanca de la paz»

Pero si la gloria de Boba Fett se verdaderamente se materializó, fue en su efigie más pequeña, la de juguete. La empresa de juguetes Kenner, que por aquel entonces tenía los derechos de Star Wars, comercializó un muñeco de Boba Fett primigenio que disparaba el misil de su jetpack, pero tuvo que retirarlo antes de su salida al mercado porque un niño había muerto asfixiado al dispararse en la boca un proyectil de una de las naves de Battlestar Galactica. Eso contribuyó todavía más a la leyenda de Boba Fett, letal hasta midiendo unos siete centímetros. Los mini Boba Fett fueron destruidos, pero algunos empleados salvaron astutamente de la quema algunos muñecos llevándose a sus casas el billete dorado del Willy Wonka de los juguetes. Tiene un precio de más de ciento cincuenta mil dólares, ahí es nada.

Si la perfección existe, debe ser esta. Ah no, que no va en su blíster original. ¡Pura basura!

Cualquier cosa en la que podáis pensar tiene la cara de Boba. Sí, hasta eso. Probablemente solo los Ewok superan al cazarrecompensas como reyes del merchandising de Star Wars. Nadie tuvo nunca mayor honor que compartir el Olimpo de la mercadotecnia con esas adorables, caníbales, salvajes bolas de pelo de Endor. Como podéis imaginar, los abyectos y pérfidos directivos de Disney no iban a dejar pasar la oportunidad de devolver al mandaloriano al estrellato. Un poco a la manera en la que Darth Maul volvió en la serie de dibujos de las Clone Wars, después de caer a un pozo interminable con su torso por un lado y sus piernas por el otro en La Amenaza Fantasma. Así que ¿por qué Boba Fett no iba a sobrevivir a los jugos gástricos de una criatura colosal de miles de años de antigüedad?

Representación suavizada de lo que piensan muchos que sería el aspecto de un directivo Disney

Por suerte, a mi entender el proyecto no ha llegado a fraguarse. Me daba mucho miedo que basaran una serie en un villano que, además, vuelvo a repetirlo, está muerto, para contentar a un sector de aficionados. En cambio, tenemos la serie The Mandalorian, a la que al principio también me acerqué de forma suspicaz, porque pensaba que sería un montón de paridas juntas provenientes del universo expandido de Star Wars, aquel que no sale en las pelis y que suele ser más exagerado, macarra y con escasas referencias al material original. En él nos encontramos por ejemplo a los simpáticos Yuuzhan Vong, una especie que parece sacada de Hellraiser y, cómo no, a los mandalorianos, que siempre han sido muy recurrentes a la hora hacer cosplays horteras (bendita juventud).

Fat Fett a su servicio

Lo cierto es que Dave Feloni y Jon Favreau han hecho un buen trabajo en The Mandalorian siguiendo las buenas prácticas de Clone Wars y Rebels. La primera serie de acción real de Star Wars no defrauda y contenta a todo el mundo sin mojarse mucho los ropajes jedi. Se sujeta en tramas episódicas situadas alrededor de una historia central que poco a poco va ocupando todo el desarrollo argumental de una manera parecida a la que practicaron sus antecesoras animadas. A diferencia de la tónica general en el mundo seriéfilo, los capítulos son cortos, de una media hora aproximadamente. Es de agradecer, acostumbrados a los peñazos de una hora en series de diez temporadas a las que ya no les queda nada que exprimir.

«¿Te acuerdas de quien es esta gente que va detrás nuestro? Ni puta idea tete, pero el calvo es majo»

«Yo que tú no haría eso forastero», sería una de las frases que el mandaloriano podría decir en cualquier capítulo, cambiando forastero por ortolano. En serio, no me lo he inventado: los ortolanos son un bicho de Star Wars. El western es su gran inspiración, como ya lo era, junto con algún otro género, en la trilogía viejuna, aunque aquella influencia poco a poco se fue perdiendo para que pudiéramos ver a jedis y siths pegando saltitos. Sus paisajes crepusculares, sus peleas de cantina, sus poblados desolados, sus personajes fuera de la ley, sus tiroteos incontrolados, el polvo, la suciedad, el olor a bláster y el tipo más duro de la galaxia alzándose para demostrar que efectivamente lo es. De todas formas, esta no es la única fuente de la que se nutre The Mandalorian: el manga de El Lobo Solitario y su Cachorro, escrito por Kazuo Koike e ilustrado por Goseki Kojima, y del que también hay unas películas de acción real, también se aprecia en las aventuras del mandaloriano y Yoda bebé, Yodita para los amigos. El Lobo Solitario y su Cachorro narra la historia de Itto Ogami, un asesino a sueldo que antes era un samurái que desempeñaba el cargo de verdugo al servicio del Shogun, y su hijo pequeño Daigoro. Juntos siguen el llamado camino al infierno para vengarse de los que les hicieron caer en desgracia. Si no lo habéis leído, ya estáis tardando.

Probablemente los tipos más duros que vayáis a conocer en vuestra vida llevan un carrito de bebé

No he mencionado antes a Yodita porque lo bueno se hace de rogar. Yoda bebé eclipsa a todo hasta que deja de importarte el mandaloriano o si el sistema político de Naboo es autoritario o democrático. Es adorable, achuchable y además nos recuerda a Yoda. ¿Qué más puede pedir un fan de Star Wars? Quizá un ewok haciendo breakdance. Ah, perdón que eso ya existe. Si yo fuera del Imperio, distribuiría peluches de Yoda bebé por toda la galaxia para forrarme y hacerme con el poder y me dejaría de Estrellas de la muerte y ese tipo de mierdas. Yoda bebé es a Star Wars lo que los gatos a Internet. Podría poner una imagen gigante de Yodita, no escribir nada sobre el mandaloriano y me ahorraría mucho trabajo.

Y recuerde, no le dé de comer después de la medianoche

Después de esto, ¿qué más podría añadir? Podría hablar, quizá, de la excelente banda sonora que acompaña las aventuras de ese pequeño ser adorable. Perdón, del mandaloriano. De la fotografía estupendástica. De la capacidad de Pedro Pascal para expresar emociones con el casco de mandaloriano puesto. De hecho, sí, voy a hablar de eso: considero un acierto que todavía no se lo haya quitado porque es algo que ayuda a fomentar el enigma sobre su identidad. Ayuda también a concentrarse en descubrir más sobre sus motivaciones y su código de honor. También podría citar el interesante manejo de la nula o escasa moralidad del personaje: con él aprendemos por fin lo que quería decir Darth Vader a Boba Fett en El Imperio contraataca con aquello de «nada de desintegraciones». Un protagonista que mata gente a sangre fría no resulta en una producción como Star Wars, pero la cosa se resuelve rápido porque pronto da la impresión de que el protagonista es un chico con el corazón de oro. Además, el desarrollo del trasfondo del universo nos descubre información que no sabíamos y que siempre te puede aportar puntos de patetismo en las reuniones con tus amigos a la hora de decidir quién es el rey friki. Hay, además, guiños a material oscuro como las monturas reptilianas de las pelis de los ewoks o el rifle desintegrador de Boba Fett que llevaba en el horrible especial de navidad de Star Wars del 78.

Iba a poner al Boba Fett animado, pero no hay que dejar pasar las buenas oportunidades

Y sin más que decir… «I have spoken».

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