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El seriéfilo: octubre de 2017

Bienvenidos a la alta velocidad; la maquinaria seriéfila avanza a máximo rendimiento y sin frenos, no se esperan paradas hasta bien avanzado diciembre y ya pueden darse prisa porque aquí no se espera a nadie: demasiados kilómetros de historias por recorrer y muy poco tiempo para llegar a la última estación. De ustedes depende perderse los mejores paisajes.

Así es, amigos, se han acabado las bromas y comienza el bombardeo de series de alto calibre. Estamos en Octubre y nos esperan dos meses ininterrumpidos de lluvia de metralla constante que no nos dejará ver el sol; y no es una metáfora, porque si se pretende ver toda la artillería programada, será imposible salir de casa para tomar un poco el aire.

El primer bombazo del mes es de Netflix, y aún están muy recientes sus últimos minutos. Stranger Things 2 se estrenaba el viernes pasado y hubo gente que agradeció el cambio de hora para poder tomar aliento y acabar la temporada en un fin de semana. Esta vez nos esperaba un capítulo más que en su anterior entrega, aunque puede que ese episodio en concreto sea el que mayor polémica pueda acarrear. Más adelante volveré al tema del dichoso séptimo capítulo.

Bajo la premisa de que si algo funciona es mejor no tocarlo, los creadores erigen una historia continuista con los mismos elementos que arrasaron el verano pasado; es decir, nostalgia ochentera a tope. El primer capítulo es una declaración de intenciones; nunca he visto tantas referencias a la cultura popular ochentera en tan poco espacio de tiempo: las máquinas recreativas (Dragon’s Lair, Dig Duck…), las referencias cinéfilas (Los cazafantasmas, Mad Max,…), los Scorpions… incluso añaden al reparto a Sean Astin, uno de los protagonistas de Los Goonies (Richard Donner, 1985), película a la que no pueden hacer ningún guiño explícito ya que la acción de la temporada trascurre en 1984. En varios momentos del piloto las referencias son tan excesivas y obvias que cargan demasiado al espectador. Por suerte, todo se queda en un simple susto y a partir del segundo episodio se recupera el espíritu inicial de la serie pero sin caer en parafernalia fetichista. La trama enlaza a la perfección con la de la primera temporada y crece orgánicamente, poniendo el foco en el grupo de amigos inicial (aunque incorporan un nuevo miembro) y repitiendo el esquema de salvar a Will, que vuelve a ser el damnificado del equipo. Esto permite mantener a todos los personajes importantes dentro de la historia, sobre todo a los adultos, que en estas aventuras adolescentes son los más difíciles de ubicar. Al centrar los problemas en Will, se permite que Wynona Rider mantenga el protagonismo como madre ultra-protectora y muy preocupada por su hijo (después de los acontecimientos ocurridos anteriormente), mientras la nueva incorporación, Sean Astin, ejerce de novio enrollado que quiere ganarse el favor de sus hijos.

La trama principal fluye a las mil maravillas, y por suerte, podríamos decir que ocupa el ochenta por ciento del metraje final: Dustin, Lucas, Mike y Will siguen formando un grupo increíble; cada uno en su rol se come la pantalla, provocando que cuando no aparece ninguno de ellos en una escena se les eche de menos, resintiéndose la serie. Y es aquí donde encontramos los puntos menos positivos, en las tramas secundarias: quizás a causa de las críticas de los internautas por el olvido del personaje de Barb en la primera entrega, se crea una subtrama totalmente prescindible en la que Nancy y Jonathan tratan de hacer pagar a los responsables de su desaparición; por otro lado, el protagonismo de Eleven pasa a un segundo plano, con un papel importante pero menor, que se alarga artificialmente motivado, suponemos, por las exigencias de los fans y, sobre todo, la propia supervivencia de la serie. Y es aquí cuando llegamos al fatídico episodio siete, el cual se desmarca de lo que viene siendo Stranger Things para convertirse en un capítulo especial de jóvenes mutantes. Es importante, porque puede ser el episodio que funcione como enlace argumental para montar la tercera temporada, aunque eso cambiaría los ejes sobre los que gira la serie, recayendo todo el protagonismo sobre Eleven y centrándose más en sus poderes psíquicos que en la relación de un grupo de amigos adolescentes marginados. Pero como puede que pensar en la siguiente temporada sea algo precipitado ahora, mejor nos quedamos con lo visto en esta disfrutable segunda entrega, lo cual no defraudará a todos aquellos que esperaban ansiosos el regreso del fenómeno televisivo de Netflix de 2016.

Otra de las series que llegaba bajo una gran expectación era Mindhunter (Netflix), sobre todo por contar entre los productores con David Fincher, quien también dirigiría algún capítulo (cuatro para ser exactos: los dos primeros y los dos últimos, casualmente, los mejores). Nos trasladamos a finales de los años setenta, cuando dos investigadores del FBI comienzan a estudiar los perfiles psicológicos de los asesinos y aparece el concepto de asesino en serie, que hasta entonces no se utilizaba. La serie es muy descriptiva, casi como un documental, recordando, por buscar la analogía con el cine de Fincher, el tono frío y sobrio de Zodiac (2007), y el perfil de la pareja de detectives de Seven (1995): uno novato, idealista y enérgico, y el otro veterano, más sosegado y pragmático. La realización técnica tiene una factura impecable, buena química entre los protagonistas, y recrea certeramente los usos y costumbres de la polarizada sociedad americana de finales de los setenta. El único pero que se le puede poner es la ausencia de un peligro real que mueva la historia. Documenta perfectamente cómo se va creando dentro del FBI, contra la incomprensión de los altos cargos, un departamento que estudia la psicología de los asesinos para crear patrones que permitan identificarlos y clasificarlos; esto se lleva a cabo mediante entrevistas en las cárceles y se va comprobando su funcionamiento con la resolución de pequeños casos de asesinatos que estaban atascados por falta de pruebas. Sin embargo, no es hasta los últimos capítulos cuando empiezan a aparecer conflictos entre los miembros del departamento sobre la forma de abordar estas investigaciones, y son precisamente estos los que aviva un poco la trama y evitan que esa narración tan documental se haga definitivamente tediosa. Será entonces cuando se dejen entrever pinceladas del cariz que pueden tomar los acontecimientos en la segunda temporada.

Por terminar con el trio Netflix del mes, voy a comentar el primer título italiano del canal: Suburra. Lógicamente, para hacer justicia a los tópicos, la serie gira en torno al mundo del crimen organizado, en este caso, en Roma. La novedad es que además de tratar los negocios y luchas entre las familias mafiosas de la ciudad, introduce el componente político e incluso el del Vaticano, aunque en un plano más secundario. Es de agradecer la ausencia de romanticismo e idealismo, mostrando la violencia extrema y la extorsión a la que el hampa italiano somete a todo tipo de ciudadanos para conseguir lo que quiere. A pesar de ser una serie entretenida, no supera a ninguno de los referentes del género italiano. Sobre el crimen en Roma sigue reinando Romanzo Criminale (Sky Cinema), sobre la corrupción política no mejora a 1992 (Sky Atlantic), y sobre las familias criminales no llega al nivel de la espectacular Gomorra (Sky Atlantic). No obstante, es un buen acercamiento a las nuevas generaciones del crimen para los espectadores millennials. Una última recomendación: ved Suburra en versión original, porque el doblaje de las series italianas es mucho peor que el de las anglosajonas ( y eso que ya es difícil).

Y hasta aquí el viaje de este mes. Una pena que al tener estrenos tan grandes no haya podido pararme en otras series no tan llamativas pero también muy interesantes. Pero no os preocupéis, me las guardo para el próximo mes, que aunque el tren seriéfilo vaya a todo trapo y sin frenos, yo no dejo a nadie en tierra.

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