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Arte y Letras

Somnium, de Juan Maldonado: ¿primera novela de ciencia ficción de la historia?

Tanto Carl Sagan como Isaac Asimov coincidieron en que Somniun, de Johannes Kepler, publicado en 1634, sería el primer relato de ciencia ficción que podría ser considerado como tal. En este se describe cómo un joven islandés viaja a la Luna, acompañado de su madre durante un eclipse solar.  Pero lo cierto es que Juan Maldonado, un clérigo nacido en Cuenca, ya había escrito un relato de igual nombre, Somnium, en 1532, casi un siglo antes. Este trataba sobre cómo, una noche en Burgos, esperando la salida del que luego se llamaría cometa Halley, fue visitado por la difunta María de Rojas, que le llevaría más allá del horizonte, de la Tierra hasta la luna y luego a las proximidades de Mercurio, para finalmente depositarle en el nuevo mundo, donde conocería una sociedad utópica perfecta.

Juan Maldonado nació en Cuenca en 1485. Era discípulo de Juan de Nebrija y admirador y amigo de Erasmo de Roterdam. Estudió Artes y Derecho en Salamanca y, hacia 1526, se estableció en Burgos, donde será profesor de Humanidades y uno de los primeros introductores del erasmismo en la Península. Humanista renacentista, crítico con la corrupción clerical, partidario del entendimiento y paz entre católicos y protestantes, terminaría en su madurez decepcionado con la deriva erasmista. Una noche, tras una vida influenciada por la lectura de Utopía de Tomás Moro y los escritos de Escipión, quienes describían ya la necesidad de construir una sociedad alejada de la contemporánea, salió a pasear.

«Pero ahora dejemos el globo terráqueo. Levanta hacia arriba tu mente y tus ojos»

Era un quince de octubre de 1531, y sobre cierta torre de las murallas de Burgos se veían, abajo, los tejados a la luz de la luna. En el firmamento, el cometa que más tarde sería bautizado como Halley pintaba la esfera celeste de un color onírico. Maldonado dejó volar sus pensamientos, vivía una crisis existencial. Conmovido por los recuerdos que le venían a la mente, entristecido hasta el llanto, se recostó sobre la grava del pavimento y se quedó dormido. Fue entonces cuando, en sueños, se le apareció María de Rojas. Esta, recientemente fallecida, era a su vez viuda de Pedro de Cartagena, judío converso que llegó a ser señor de Olmillos y regidor de Burgos, y también sobrina y protegida de Diego de Osorio, mecenas de Juan Maldonado. Ambos, el clérigo y la viuda, habían trabado profunda amistad y simpatía, compartido tardes de conversaciones y confidencias.

María, bella, perfecta y elegante, se ofrece a llevarle en un viaje fantástico: «Puesto que te gusta remontar a menudo el vuelo de tu mente a lo más sublime, velando por rastrear las estrellas y las órbitas celestes, me vas a acompañar para que puedas entender a fondo cómo vuestras mentes, nubladas por la ignorancia, yerran en el mismo grado en que están dejadas a la podredumbre de la carne». Ambos alzan el vuelo, en dirección vertical hacia la Luna. Durante el vuelo charlan en voz alta como acostumbraban a hacer, elucubran sobre sobre las crecidas del Nilo y describen sus fuentes, siglos antes de que llegasen a ellas los primeros exploradores europeos. Tienen tiempo también para hablar de los hijos de María, de cómo huérfanos y aún niños deben afrontar la vida en soledad, mas ella parece despreocupada sobre su futuro. Tal vez ya auguraba que su primogénita, Isabel, llegaría a ser amante del rey Felipe II y madre de dos hijos suyos, los dos bastardos. No obstante, a María ya no le preocupan los asuntos terrenos, ya no le alcanzan los dolores ni las penas. Concluye, respecto a su descendencia «que hagan lo que hacen», justo cuando llegan al satélite.

La nariz y los ojos de la Luna son habitables, le cuenta a Maldonado justo antes de alunizar. Lo que brilla alrededor es un mar de aguas que refleja la luz del sol e ilumina nuestras noches. Ahora, nosotros estamos en el ojo izquierdo, y debes dejar de curiosear y tomar tierra conmigo. Él queda asombrado por cuanto ve: prados verdes, cultivos, huertos de frutales. También en la tierra hay de todo lo que aquí encuentras le dice María. Sí, pero no tan perfectamente conseguido. Ella le explica sencillamente la razón de porqué en la tierra no hay tal abundancia: «¿Qué lustre van a tener unos campos que se cultivan a costa del mal recompensado trabajo de los siervos?». Pues ese, describe, es en esencia de los mayores males del mundo .

Dejan atrás los cultivos y llegan a una hermosa ciudad, tendida en un valle. Siete murallas la rodean, y estas son circundadas por un río cristalino. Ven pasar a unos muchachos y un rey a caballo, luego doncellas y una reina en carruaje. Los selenitas juegan, bailan y se bañan en el lago del centro de la plaza que hay en el corazón de la población. Juan observa que no hay diferencias entre ellos, que todos se tratan con respeto. María, una vez más, le hace salir de su ensimismamiento para hacerle caer en la cuenta de que todo lo que ve es posible también en la tierra, y se lo demostrará.

«Cuando hay dinero de por medio no vuelven a fiarse de los hermanos, ni los hijos de los propios padres»

Dada por vista la Luna, se alzan hasta las cercanías de Mercurio para ver las estrellas y regresan de nuevo atravesando el espacio hacia la Tierra. Desde las alturas, le indica un territorio del tamaño de África: «esta es la tierra recién descubierta por los españoles, al que le han dado el nombre de Tierra Firme. De momento solo ocupan algunas playas y creen que han llegado a un nuevo mundo. Pero dejemos el resto, pues es aquí donde te vas a quedar. Echa el pie a tierra. ¿Ves aquella ciudad cercana?, allí darás con unas gentes que no tienen nada de malos. Desde allí será tu suerte la que te haga retornar a tu patria».

Maldonado se queda solo, y camina hacia donde le fue indicado. En las cercanías aborda a un anciano, y le pregunta quién es su pueblo y a qué dios veneran: a Jesucristo, responde, hijo de una madre virgen, nacido Dios, sentencia, pues así le habían contado a aquella nación unos marineros que llegaron diez años antes. Los españoles, supo, habían desembarcado hacía aproximadamente una década, y les predicaron sus creencias, pues antes de ello este pueblo carecía de ninguna deidad. Pero pronto, apenas pasados tres meses del arribo, los recién llegados comenzaron a discutir quién sería el rey de aquellas tierras y muchos se mataron entre ellos. Los que sobrevivieron a la guerra murieron de disentería, y como llegaron desaparecieron, tan solo legándoles esa vaga creencia.

Aquella tierra en el nuevo mundo estaba separada del resto por una impenetrable selva, y aquellos españoles habían sido los primeros extranjeros con los que contactaban en siglos, hasta Maldonado. No necesitaban nada que no fueran capaces de producir dentro de sus fronteras. Su sociedad, describe el clérigo, es idílica: «no existe aquí la avaricia ni la lujuria, y la palabra tiene el mayor valor. No conocen la mentira. Besarse, abrazarse o tocarse son cosas habituales que a nadie se le niegan, que no tienen maldad, nadie se ruboriza ni avergüenza». Maldonado, que no termina de creérselo, indaga: ¿acaso no se avergüenzan las mujeres de que los hombres las acaricien en lo más íntimo? No más, le responden, que si las tocaran vestidos o collares. Y comprueba que es cierto, que hombres y mujeres se desnudan para acicalarse sin pudor. Las tiendas están siempre abiertas, desatendidas, y cada uno coge lo que necesita y deja su dinero, o algo a cambio. Los campos son de todos, y todos los trabajan, no hay quien no colabore realizando desde las tareas más penosas a las más descansadas. Nadie ordena nada, ni organiza, pues para esta gente lo normal es ayudar, todos saben lo que deben hacer.

Y despertar del sueño

Maldonado no tarda en expresar su admiración por ese pueblo y afirma libre que los tiene por la gente más feliz, cuya patria es el mejor de los mundos, pues no existe la hipocresía dentro de sus fronteras. Pasa el tiempo, y cuanto más los conoce más se convence de lo idílico y conveniente de esta sociedad. Mas él, que conoce los pecados de aquella de la que proviene, pronto les advierte: «Conservad vuestros hábitos mientras no tengáis libros a vuestra disposición. Los españoles, que ocupan ya algunas playas del país colindante, no tardarán en llegar, y no permitirán que ignoréis nada».

Recorriendo estas tierras, empleado en conocer todo acerca de ella, encontró un río: quiso seguirlo para averiguar hasta donde llegaba, y recorriéndolo llegó a una desembocadura donde vio una nave que pescaba cerca de la orilla. Gritó a los marineros, pues pretendía embarcar, y echó a nadar hacia ellos. Mientras los pescadores lo izaban distrajeron la nave, que quedó desgobernada. Como no estaba anclada, se desplazó por una fuerte ola hasta chocar con un bajío, produciendo un tremendo estruendo. Fue entonces cuando Juan de Maldonado despertó de su sueño, recostado sobre el pavimento de cierta torre en Burgos.

Somnium, o Sueño, fue publicado por primera vez en Burgos, en 1541, junto con otros cuatro relatos del autor en un compendio de ciento ocho páginas que se tituló Quaedam opuscula nunc primum in lucem edita. Tal vez debido a que fue escrita en latín, Juan Maldonado siempre escribía en esta lengua, careció de la oportunidad de convertirse en una lectura extendida en España, quedando reservada únicamente a conocedores del idioma. Somnium sive Astronomia lunaris, de Johannes Kepler, fue igualmente escrita en latín, pero debido a la fama de su autor esta fue prontamente traducida a diferentes idiomas. Cabe decir que fue publicada póstumamente, en 1634, cuatro años después de la muerte del astrónomo. Tal vez Kepler sabía que, sino un plagio, su Somnium estaba inspirado o era una versión del de Maldonado, mas nunca quedó registrado su mérito. Para la historia, muchos consideran el texto de Kepler como la primera obra de ciencia ficción, cuando es obvio que el del español cumpliría con creces varios de los requisitos para ostentar ese honor. Al menos tres: un viaje por el espacio, de la Tierra a la Luna y de esta a Mercurio, la descripción de una sociedad y cultura totalmente imaginaria, y la aparición de seres extraterrestres, selenitas en este caso.

Para quien desee juzgar la obra por sí mismo, existe una magnifíca traducción de Miguel Avilés Fernández publicada en Sueños ficticios y lucha ideológica en el siglo de oro, de 1980, título desafortunadamente descatalogado y perteneciente a la colección Visionarios Heterodoxos y Marginados (de la desaparecida Editora Nacional).  Sin el excelente trabajo de traducción, puesta en contexto y apuntes del citado Avilés, catedrático de Historia Moderna tristemente fallecido en accidente de tráfico en 1991, no solo este artículo no habría sido posible; tampoco lo sería la necesaria reivindicación de este autor y su obra. Somnium, de Juan de Maldonado, tal vez no sea la primera obra de ciencia ficción de la historia, pero con seguridad es una obra de ciencia ficción, y también con seguridad fue escrita un siglo antes de que se escribirse la que se considera primera. Decidan ustedes si merece el título y si Somnium, de Juan Maldonado, no merece divulgación.

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Un comentario

  1. Según el estudio de 1995 de Colahan y Rodríguez (no publicado en castellano, como no) mediante el análisis de la obra de Juan Maldonado y su comparativa concluyeron que podría ser con seguridad el autor del Lazarillo de Tormes. Maldonado es un autor fascinante, muy representativo de la literatura del siglo xvi pero extrañamente apenas estudiado, muchas de sus obras ni siquiera se encuentran disponibles a no ser en Latín.

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