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Naturaleza de la autojustificación

Antes de empezar, hemos de matizar el elemento diferenciador por antonomasia de nuestra especie: el ser humano NO es un animal racional, sino racionalizador. Podemos dar sensatez a la locura y significado al sinsentido. Nuestra naturaleza no busca estar en lo cierto, sino creer estar en lo cierto. Lo que nos devuelve a la homeostasis es llevar la razón y no tanto tenerla.

La autojustificación es el mecanismo que permite volver a la estabilidad que supone dotar de coherencia creencia y acto, teoría y práctica. Por eso encontrarás a muchos quienes, haciendo mal a juicio del observador, no se consideran malos, y si acaso sí, habrá una justificación para ello. No soy yo, soy mi circunstancia.

Un concepto: disonancia cognitiva

En psicología, la disonancia cognitiva alude a la tensión interna del sistema de creencias o ideas que percibe un individuo, fruto de la incoherencia de dos pensamientos opuestos o de una acción que entra en conflicto con dichas creencias. Se resume en la incompatibilidad de dos cogniciones simultáneas (1). Es aquí, ante esta falta de coherencia, donde entra en escena la racionalización, la justificación racional de nuestras acciones.

La premisa fundamental que debemos tener en cuenta para entender lo que sigue, es nuestra imperiosa necesidad de reducir la disonancia cognitiva.

Compromiso y hermetismo

Un clásico: el popular no es que no entienda, es que no quiere entender el razonamiento del socialista. Si mi creencia es fuerte, no es que sea inmune al disidente, sino que me torno hermético a todo aquello que no corrobore que tengo la razón.

Existe una relación directa entre mi compromiso con una creencia y mi resistencia a la información que busque desacreditarla. Si mi inversión en recursos ha sido cuantiosa, mayor será mi predisposición a buscar fuentes que apoyen mi postura:

– Caso A: Me compro un Lexus y me gasto 25.000 euros.

– Caso B: Me compro un Seat y gasto 4.000.

– Caso C: Me compro una bicicleta.

La predisposición a buscar fuentes que justifiquen mi compra será mayor en el caso A que en el B. De igual modo, si un tercero desacredita mi compra en el caso A («¡Ese modelo es horrible!») es más probable que suscite una reacción defensiva, que será menor en el B y, con suerte, inexistente en el C. Quizás hasta tú mismo digas que, efectivamente, la bici es horrible, cosa poco probable en el caso A. Este fenómeno es conocido como sesgo de confirmación. Este error en el razonamiento inductivo permite que medre el prejuicio como perjuicio, al tratarse de una visión distorsionada de la realidad.

«Los prejuicios están hechos para gente vaga»; El Chojín.

Se ha demostrado que al escuchar un argumento manifiestamente estúpido a favor de nuestras creencias e irrebatiblemente lúcido en contra, experimentamos cierta disonancia cognitiva, dado que la inepcia del primero y el tino del segundo chocan con nuestro sistema de creencias (2).

Situaciones cognitivamente disonantes

Tras tomar una decisión. Especialmente si ha sido difícil de tomar, pues eso implica que existía una escala de grises por opciones y la certeza fue costosa de alcanzar, si acaso se alcanzó. Una vez elegimos, necesitamos confirmar que lo hemos hecho correctamente (3).

Cuando existen dudas o la capacidad de desandar lo andado, tendemos a reevaluar y nos comprometemos menos con lo escogido. Ocurre al contrario cuando la decisión es irrevocable. Nuestro compromiso es máximo, y si bien la disonancia cognitiva es mayor en un principio, la adaptación (racionalización reductora de la disonancia) es más rápida y eficaz (4). La certeza, para bien o para mal, trae sosiego. La incertidumbre por su parte, es sinónimo de estrés.

Inmoralidad

El malo nunca es malo porque sí, siempre existe un por qué. Se produce una disonancia cuando considerándonos una buena persona, cometemos un acto inmoral. Si cometemos la infracción seremos más permisivos en nuestro juicio, le quitaremos peso o lo achacaremos a la circunstancias. Ejemplo:

– Copié porque si no suspendía.

– Fui infiel porque no me hacía caso.

– Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón.

Asimismo, si no cedo y obro con rectitud, justificaré vehementemente mi conducta, sobre todo en aquellos casos en los que considere haber dejado de ganar algo (un aprobado, por ejemplo).

Los estudios demuestran un fenómeno curioso: los infractores tienden a volverse más tolerantes, en tanto primero lo han sido con ellos mismos. Los que no cometen la infracción suelen volverse tanto más radicales cuánto más próximos estuvieron a caer en la tentación. Así, los más fervientes defensores de una postura acostumbran a ser aquellos que más cerca estuvieron de pecar. Es representativo el estereotipo de reprimido sexual, que yendo de puro y casto, es el que más coquetea al borde la perversión.

Nota para el político

Aquí tiene dos consejos para manipular a los gobernados:

1. Si quiere que alguien adopte actitudes positivas hacia un objeto, logre que lo tenga en su poder.

2. Si quiere que alguien rebaje su juicio moral frente a una acción, tiéntele hasta que la ejecute. Si quiere que se incremente, tiéntele en menor medida, para seducirle sin que cometa la infracción.

Inteligencia y alta estima

La disonancia es más contundente en los casos donde la estima propia se ve amenazada. Cuando el concepto de uno mismo es elevado la disonancia es mayor que cuando es bajo. Así pues, quien se considere inteligente sufrirá mayor disonancia por hacer una estupidez, que el estúpido que, evidentemente, considera coherente ejercer su necedad.

En la esfera moral ocurre lo mismo: en caso de hacer daño a los demás, si me considero benevolente y justo, sufriré una alta disonancia. Un recurso habitual es culpabilizar a la víctima («¿Por qué me obligas a hacer esto?» o «¡Te lo mereces!»), porque nos resulta instintivamente más coherente hacer mal al malo en tanto que supone una amenaza de índole equis, así como no lo es hacer mal al inocente. Fácilmente oiremos pregonar a muchos que, considerándose pacíficos, acabarían con la vida de malhechores de cualquier clase: violadores, pederastas o políticos.

En esta línea, el individuo inteligente y cultivado dispone del método y los recursos, respectivamente, para lograr reducir la disonancia cognitiva en las situaciones más adversas. Puede encontrar el argumento que justifique la mayor atrocidad y sentir que en todo momento se mantiene la coherencia entre la creencia y el acto. Tienen inserto en la materia gris una suerte de «el arte de tener siempre la razón», que les permite reducir la disonancia y volver a la homeostasis mental.

«¿Qué condena sería más dura que la impuesta por cada uno cuando la autojustificación ya no es posible?»; Richard Matheson.


Referencias bibliográficas:

1. 1957 por el psicólogo estadounidense Leon Festinger, en su obra A Theory of Cognitive Dissonance.

2. JONES, E. E., & KOHLER, R. (1958). The effects of plausibility on the learning of controversial statements. Journal of abnormal psychology, 57(3), 315–320. https://doi.org/10.1037/h0049162.

3. Brehm, J. W. (1956). Postdecision changes in the desirability of alternatives. The Journal of Abnormal and Social Psychology, 52(3), 384– 389. https://doi.org/10.1037/h0041006.

4. Knox, R. E., & Inkster, J. A. (1968). Postdecision dissonance at post time. Journal of Personality and Social Psychology, 8(4, Pt.1), 319–323. https://doi.org/10.1037/h0025528.

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