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La consagración de la primavera: cuando la Gran Guerra parió la Modernidad

En 1989, el letón Modris Eksteins publicaba un libro sobre la Primera Guerra Mundial, persiguiendo el título de una famosa pieza del compositor ruso Igor Stravinsky. Desde entonces, la obra de Eksteins ha recorrido un largo camino hasta llegar al mercado español de la mano de la editorial Pretextos: llamada a renovar la historiografía de la Primera Guerra Mundial, La consagración de la primavera continúa hoy tratando de despejar las incógnitas culturales del nudo gordiano que forman la Gran Guerra y su relación con la gestación de la Modernidad. El paso del tiempo ha convertido el texto de Eksteins en un bello testimonio escrito del esfuerzo de los académicos por explicar la eclosión de aquella semilla de violencia que alumbró nuestro presente. Una tarea inabarcable para cualquiera que, como este profesor de la Universidad de Toronto, se detenga a admirar los innumerables brotes de un campo de estudio tan vasto como la historia cultural.

Diseño Nicolas Roerich para la primera representación

Primer acto: la marca del siglo XIX

Modris Eksteins escogió cuidadosamente el título de su obra más importante, convirtiéndolo en una declaración de intenciones. El autor letón presentó La consagración de la primavera setenta y seis años después de que Ígor Stravinski provocara, en colaboración con Serguéi Diáguilev, fundador de la famosa compañía de los Ballets Rusos, que los asistentes al estreno de su obra terminasen aquella velada a puñetazos. Las razones: el carácter rupturista de la pieza con respecto a los cánones establecidos de la música clásica y la brecha ideológica que poco a poco se iba abriendo en el seno de la vida pública. Una nutrida parte de los asistentes al Teatro de los Campos Elíseos en la noche del trece de mayo de 1913 no recibió bien la impronta marcadamente pagana, folclórica y sensual de la obra del compositor ruso; manifestaron su desaprobación con sonoros abucheos pero, inmediatamente, estos fueron respondidos con aplausos. Entre el estruendo, la música y la danza pasaron a un segundo plano hasta que, finalmente, algunos de los asistentes llegaron a las manos. La elección de este episodio para dar nombre a su ambicioso trabajo sobre la Primera Guerra Mundial tenía un mensaje claro: el alboroto representó, en opinión de Eksteins, la oposición creciente entre quienes querían perpetuar las estructuras decimonónicas y los nuevos actores del pensamiento moderno. La tensión acabaría trasladándose al ámbito internacional y provocando, en último término, la explosión del conflicto más destructivo de la historia.

Russian_Ballet_in_Paris_-_New_York_Times_1913-06-07La oposición entre el conservadurismo de la racionalidad burguesa y la impetuosidad del nuevo progreso funciona adecuadamente como hilo conductor de La consagración de la primavera y, además, es un hecho histórico indiscutible. Incluso la enorme importancia que Eksteins otorga a esta polarización cultural y su influencia en las grandes guerras del siglo XX son innegables. El propio Adolf Hitler, actor menor en la Primera Guerra Mundial y protagonista de la Segunda, abrazaba la irracionalidad sin complejos y la usaba como arma arrojadiza contra quienes pretendían, en su opinión, frenar el ritmo de la historia: «la conciencia es un invento judío», llegaría a decir. Pero, si bien es cierto que el clima de confrontación entre las civilizaciones inglesa y francesa, por una parte, y la germana, por otro, supuso un importante caldo de cultivo para la escalada de violencia, la fijación de Eksteins por los pequeños frutos de dicho contexto resulta excesiva. Por delicioso que pueda resultar analizar la correspondencia de los intelectuales o rebuscar entre los versos de los poetas alguna metáfora que anticipara la devastación que se avecinaba, se echa de menos el manejo de otras categorías y conceptos que enriquecerían su análisis: el colonialismo, la carrera armamentística y, sobre todo, el nacionalismo, transversal y capaz de adaptarse tanto al conservadurismo anglofrancés sobre el que Eksteins insiste como a la nueva kultur germánica, amenazan constantemente con rebosar el molde del autor letón.

En cualquier caso, probablemente Eksteins era consciente de que su obra no podría prender la mecha de una revolución historiográfica similar a la que Stravinski indujo en la música clásica. La consagración de la primavera se publicó por primera vez en vísperas del colapso de la URSS y, aunque en la interpretación del pasado nunca faltará una audiencia dispuesta a resolver sus diferencias a puñetazos, su obra miraba al pasado en un momento en el que, de nuevo, se estaba definiendo el futuro.

Segundo acto: la destrucción de Europa

Trincheras Gran Guerra

Una virtud innegable de La consagración de la primavera es el talento de Eksteins para entretener al lector interesado por la historia, con un poético recorrido por las inmediaciones de la Gran Guerra. El autor letón consigue, a través de una prosa potente, que prácticamente se paladee el deseo de los alemanes por liberar a su nación de la dominación extranjera y comenzar a labrar su propio destino.

Incluso cuando afronta las manifestaciones más duras del ejercicio de la violencia, el texto sigue manteniendo presentes las coordenadas culturales que sirven de marco general a la obra. En su camino hacia las trincheras, Eksteins repasa la influencia del proceso de industrialización y de la puesta en marcha de la escolarización obligatoria en el clima prebélico anterior al asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914. Para entonces, subraya, buena parte de Europa había caído presa de una locura belicista: Alemania anhelaba vivir su propia epopeya germánica, conquistando en el campo de batalla el espacio vital que las grandes potencias occidentales le negaban sistemáticamente en el terreno de la diplomacia; y franceses e ingleses, por su parte, habían borrado de su memoria los horrores de la guerra, abrazando la idea de defender sus estatus en el frente.

Assassination may lead to warSin embargo, aún más que las causas culturales del estallido del conflicto armado, lo que verdaderamente interesa a Eksteins es el impacto que las trincheras y el nuevo armamento tuvieron en la mentalidad de los soldados y la vida en la retaguardia. La desolación de la tierra de nadie, el pánico provocado por el gas, las alambradas y las ametralladoras, la compañía de las ratas y, sobre todo, la inutilidad de la mayoría de aquellos combates en los que miles de hombres perdían miserablemente la vida fueron configurando una atmósfera asfixiante que Eksteins reconstruye a través de diversos testimonios, principalmente extraídos de la correspondencia que los soldados mantenían con sus familiares.

El autor letón afirma, atendiendo a estas fuentes, que la gran mayoría de los soldados de ambos bandos cayeron en un estado de letargo que funcionó como un mecanismo de defensa que les permitió sobrevivir mientras cumplían órdenes mecánicamente, impidiendo que cayeran en la locura. Quienes lo consiguieron, añade Eksteins, aún debieron afrontar el último trance: reintegrarse en una sociedad en la que ya no tenían lugar. Especialmente duro fue el caso de los soldados alemanes, que regresaron a casa derrotados: la comprensión de la inutilidad de su sacrificio y la abulia que arrastraron desde los campos de batalla hasta sus hogares se convertirían en un elemento clave de la sociedad alemana que se conformó en el periodo de entreguerras. Con unos dirigentes amortizados y un sistema político fracasado, Alemania quedó vacía de contenido y lista para que alguien intentara rellenarla a su manera.

Tercer acto: cien años después del inicio de la Modernidad

Charles Lindbergh y el Espiritu de San Luis

Eksteins ilustra esta situación y enuncia las primeras conclusiones de su estudio con dos episodios que sacudieron el panorama cultural al final de la década de los veinte: el vuelo de Charles Lindbergh sobre el Atlántico y el fulgurante éxito editorial de Sin novedad en el frente, de Eris Maria Remarque. El primero de ellos aconteció en la primavera de 1927, cuando un aviador e ingeniero de veinticinco años se convirtió en leyenda al cruzar el océano entre Nueva York y París. La inaudita cobertura mediática que recibió la hazaña, a pesar de que ya se habían realizado varios vuelos entre América y las Islas Británicas, fue síntoma, para Eksteins, del fin del liderazgo de Europa, que cedía de este modo el testigo a los Estados Unidos y pasaba, desde entonces, a depender de la iniciativa de una antigua colonia británica.

El consumo extendió definitivamente sus tentáculos por el viejo continente, pero el conflicto de clases y las tensiones geopolíticas de las potencias seguían sin estar resueltos. Alemania, además, sangraba a través de las heridas de los tratados de guerra y la bolsa de Nueva York estaba a punto de provocar una crisis económica global. Fue entonces cuando Eris Maria Remarque publicó una novela que parecía anticipar algunos rasgos psicológicos que moldearían un mundo nuevo en los años treinta. Con un estilo anguloso y punzante, Remarque dio con la tecla que las reflexiones de otros intelectuales en torno a la guerra no parecían encontrar. Sin novedad en el frente ofrecía al público una muestra de los horrores del frente a través de las vivencias de un joven soldado alemán. El hecho de que el mismo año de su publicación el libro se tradujese a veintinueve idiomas da muestra de la universalidad de su contenido. Lectores de todo el mundo estaban ávidos por conocer más de cerca la realidad de la trinchera, vivir la camaradería, digerir la pérdida y tratar de comprender qué significaba para un soldado volver a casa.

Sobrecub. LA CONSAGRACIO N DE LA PRIMAVERA-OK:Ensayo grandeEksteins no olvida que muchos de los alemanes que leyeron las primeras ediciones de Sin novedad en el frente lucharon en la Segunda Guerra Mundial o, quizá, votaron a Adolf Hitler. La dictadura nazi se va haciendo patente a medida que el historiador letón consume los últimos pasajes de La consagración de la primavera y expone el papel que jugó la humillación de Alemania en la configuración del pensamiento moderno. Y es que la figura del Führer condensó como pocas la contradicción que se fue cocinando en la República de Weimar durante los años de entreguerras: la digestión imposible de una derrota militar humillante, unida a la exaltación del espíritu que había unido a Alemania durante el conflicto. La síntesis de estos elementos tan opuestos daría lugar, poco tiempo después, a una carrera hacia adelante, rumbo a la tierra prometida de la comunión, la liberación y el progreso.

Cuando, finalmente, Eksteins echa el telón de su recorrido por el primer tercio de siglo XX, sus conclusiones sitúan al lector en terreno conocido, a pesar del sinuoso serpenteo que le ha llevado a través de sus fuentes. El indudable mérito que tiene trabajar con testimonios desconocidos hasta darles forma de pulcro discurso histórico queda ensombrecido por la ausencia de una metodología más clásica que lo complemente.

La consagración de la primavera es una obra pensada por un académico para el gran público y da la impresión de que, con el paso del tiempo, la tensión entre esas dos almas (la ciencia histórica y el mercado editorial) ha privado a Eksteins de alcanzar un éxito sin paliativos en al menos uno de estos dos ámbitos. Su obra es singular; su forma de escribir sobre la Gran Guerra, atractiva y sugerente; su formación, su calidad literaria y la perspectiva vital que atesora le permiten aventurar un recorrido sugerente hasta el pasado siglo XX. Pero faltan hitos que señalen a sus lectores la trayectoria de sus ideas.

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