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Arte y Letras

Cuando Alan Moore escribió comics de Star Wars, o el encuentro de dos polos opuestos condenados a entenderse

Alan Moore es famoso por muchas cosas. Una de ellas es ser un gran guionista de comics, por supuesto, hasta el punto de que es perfectamente defendible afirmar que es el mejor que ha tenido el medio. También es proverbial su tendencia a quejarse de todo y actuar como ese abuelo cebolleta que piensa que todo era mejor cuando él era joven y que el mundo se ha ido a la mierda. Dejando de lado ahora las posibles justificaciones para su hastío y hartazgo del mundo del cómic, que sus razones tiene, la ciencia ficción tampoco se ha escapado a sus críticas. En una entrevista con John Higgs elevaba a los cielos la ciencia ficción realizada entre finales de los años cuarenta del siglo XX y los años setenta, para a continuación decir que, entonces, llegó George Lucas con Star Wars para hacer retroceder el reloj cincuenta años con una obra que calificó como «fundamentalista de la ciencia ficción»; como la encargada de devolver el protagonismo a las historias de frontera en los Estados Unidos. En su línea, Alan Moore hizo esas declaraciones tras haber trabajado en su juventud en los comics de… efectivamente, Star Wars.

A pesar de aquellos trabajos, Alan Moore no parece haberle guardado a la saga de La guerra de las galaxias un lugar especial en su corazón. Su papel en el universo empezó con la publicación, en noviembre de 1981, de El efecto Pandora. Para entonces ya había trabajado en el Doctor Who Magazine y poco después se había centrado en la reinvención del Capitán Britania. Cuando La guerra de las galaxias se había estrenado, en 1977, el de Northampton ya contaba veinticuatro años; por lo tanto, tenía ya veintisiete, su cumpleaños es en noviembre, cuando empezó a escribir nuevas historias que tenían lugar hace mucho, mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana. No era la suya la mirada de un niño que había descubierto las aventuras de Luke Skywalker durante el periodo formativo de su vida, sino la de un joven que se había enamorado de la ciencia ficción durante la nueva ola (la New Wave) de la ciencia ficción británica, antes del renacimiento de los seriales que significó la obra de George Lucas.

El acercamiento de Alan Moore a Star Wars destaca, por lo tanto, por ser uno de los más iconoclastas y personales de todos los que se han paseado por los comics que las diferentes editoriales han ido publicando. A menudo son obras que destacan, como sucede a otras que se unieron a sagas y personajes como, por ejemplo, Conan, por ser trabajos que buscan recrear unas sensaciones de fantasía y asombro que solamente pudieron tener lugar en unas coordenadas concretas: en unas circunstancias personales precisas de sus realizadores que nunca se podrán recrear. Es ejemplar, por seguir con el caso de Conan, lo que le pasó al director Marcus Nispel cuando trató de recuperar al cimmerio para la gran pantalla, llegando a decir que no trataba de hacer una película que entroncase con Conan el Bárbaro de John Milius, sino con la idea que se había hecho él de niño; con lo que él pensaba que iba a ser aquella película a través de los anuncios que veía, de lo que escuchaba de ella. El lamentable resultado de su reimaginación de Conan habla por sí mismo. No podemos recuperar normalmente esa magia existente durante apenas un instante de nuestra niñez.

Sin embargo, Moore trata Star Wars como una posibilidad de llegar a un público más amplio con lo que en esencia serían las mismas historias que ya contaba en sus Future Shocks para 2000 AD, y que no en vano había empezado a publicar ese mismo año. Cierto es que a veces disfrutaba de más páginas de extensión, los Future Shocks tenían solo cinco páginas, pero la idea era la misma: contar una historia de ciencia ficción de corte clásico, pero con un giro final inesperado, dejando los aspectos más propios de Star Wars en un segundo plano. A menudo se ha dicho que su trabajo para la saga galáctica por excelencia se parecía más a un cómic de Star Trek que a uno de Star Wars, y puede que haya algo de verdad en dicha afirmación. Pero no es menos cierto que, como siempre sucede con Moore, a lo que más se parece su trabajo es a… Bueno, a un cómic de Alan Moore.

El efecto Pandora (The Pandora Effect) – The Empire Strikes Back Monthly 151 – Noviembre de 1981

El primer trabajo publicado por Alan Moore y ambientado en el universo de Star Wars llevaba por nombre El efecto Pandora. Como se podrá imaginar casi cualquier lector, estamos ante una referencia a la caja de Pandora, identificada en esta historia con un ser prácticamente todopoderoso que se identifica como un demonio que ha existido desde el más lejano pasado de la galaxia. Wutzek, que así se llama el ente, ha sido capturado por los villanos de la función, llamados Los Cinco, en una extraña caja que se define como una trampa de ángulos. Las referencias lovecraftianas, como siempre, están presentes en Alan Moore, que aquí nos recuerda a la idea de los perros de Tíndalos, en realidad inventados por Frank Belknap Long, pero ya incorporados al canon de los Mitos de Cthulhu por el propio Lovecraft.

La historia parte de un recurso tan común en la ciencia ficción como el secuestro de una nave espacial durante un viaje. En este caso se tratará, cómo no, del Halcón Milenario, que huye de unos maleantes tras haberse detenido en un planeta de dudosa reputación para que Han Solo pueda dedicarse a su actividad preferida, el contrabando. La tripulación de la nave está formada por el propio Solo, Chewbacca y la princesa Leia, no apareciendo en la narración Luke Skywalker. La caracterización de los personajes es sencilla, pero efectiva, respondiendo a los elementos que se habían presentado en las dos primeras películas de la saga, entre las que se sitúa la acción. Es de justicia reconocer que Alan Moore consigue, eso sí, ser más fiel a la representación de los personajes de lo que otros muchos lo han sido, gracias a no complicarse la vida y destacar los elementos más sencillos y efectivos de los mismos. No trata de reinventar la rueda: su interés estaba en otro sitio.

Porque El efecto Pandora no es, en realidad, una historia de Star Wars, sino un relato de ciencia ficción mucho más genérico. Así, nuestros protagonistas son secuestrados y llevados por una extraña nave a otra dimensión en la que los villanos llevan viviendo siglos gracias a su adoración al mal. Estos villanos, por si fuera poco, tienen extraños poderes y son los que han encarcelado al poderoso Wutzek. Por supuesto, nuestros protagonistas serán los causantes del final de los villanos, aunque en ningún momento parezca que tengan demasiado control sobre sus actos. El resultado es, de todos modos, un buen guion de ciencia ficción, más reflexivo que aventurero y en el que los elementos que hacen referencia al universo de Star Wars se limitan a algunos aspectos estéticos, sobre todo en el inicio de la obra, y a referencias sueltas como cuando se refieren al demonio capturado como una criatura de la Fuerza.

Yéndonos al aspecto visual, llama la atención que la primera incursión de Alan Moore en el mundo de Star Wars sea dibujada por un español, el ya fallecido Adolfo Buylla. Hijo de un diplomático asturiano, pero nacido en Zaragoza, Buylla triunfó con la adaptación de Diego Valor y llegó a trabajar en El Capitán Trueno. Es curioso el caso de Diego Valor, nacido de un serial radiofónico de la SER y que empezó siendo una adaptación del Dan Dare británico para luego contener guiones propios, obra de Jarber. Es de suponer que ese trabajo en la ciencia ficción durante sus primeros años en el medio tuviese que ver con que Buylla entrase en los mercados estadounidense y británico, con una carrera que incluyó trabajos en Marvel, DC, Gold Key, Pacific Comics, Renegade Press, Charlton, Warren, 2000 AD y Marvel UK, donde además de participar en El efecto Pandora tuvo la oportunidad de entintar Doctor Who o Knights of Pendragon.

El trabajo visual de Buylla se nota influenciado, como es natural, por su origen en los seriales clásicos del cómic de ciencia ficción. De ahí que tienda a una composición sencilla basada en tres filas y una o dos columnas. Las excepciones son la ilustración a página completa que da inicio a la historia y la quinta página, en la que para narrar el cambio de realidades opta por utilizar cuatro filas y dividir la página en dos mitades, jugando además con la oscuridad de la parte superior. Es de justicia decir que, a pesar de lo señalado, la narración no deja de tener elementos dinámicos gracias al juego entre la presencia de dos paneles en cada fila o, en ocasiones, uno solo aunque más panorámico; y a la mezcla de tamaños irregulares en los mismos.

La fidelidad al aspecto de los personajes es básico en las obras derivadas de otro medio, y en este caso el resultado es efectivo, aunque de una manera tramposa. Así, si nos fijamos en sus representaciones, tanto Leia como Han Solo y, sobre todo, Chewbacca, no se parecen en realidad a sus modelos cinematográficos sino que son arquetipos más bien estándar. Pero los ropajes y la estética hace que los reconozcamos en todo momento y podamos suspender nuestra incredulidad lo suficiente para disfrutar de la historia. La excepción ya comentada es Chewbacca, convertido aquí en una especie de yeti de baratillo marrón, más simiesco de lo habitual y que desconcentra al lector en algunos momentos.

En global, El efecto Pandora es una historia que destaca más por su interés histórico y por la curiosidad de ver a Alan Moore escribiendo en el universo de Star Wars que por el resultado final. Funcionaría exactamente igual como un Future Shock un poco alargado y las referencias a un mundo mayor no dejan de notarse algo forzadas; pero, sin encontrarnos frente al mejor Moore, siempre merece la pena leer sus pequeñas historias espaciales.

Tilotny crea forma (Tilotny Throws a Shape) – The Empire Strikes Back Monthly 154 – Febrero de 1982

Para la segunda incursión de Alan Moore en el universo de Star Wars apenas hubo que esperar tres meses. No obstante, para considerar este trabajo como algo relacionado con La guerra de las galaxias, el lector tiene que ser bastante benevolente: en realidad, estamos ante una historia que seguramente fue reutilizada por el autor británico tras no poder emplearla en otro lugar. El resultado es un divertimento corto, con alguna idea notable, pero ninguna conexión con las películas.

La excusa para que Tilotny crea forma se publicara en The Empire Strikes Back Monthly, en lugar de figurar en un número de 2000 AD, es la presencia de Leia Organa y unos stormtroopers. Ambos podrían sustituirse fácilmente por cualquier otro personaje (femenino o no) en el primer caso y por algún tipo de soldado o incluso de un mero ente perseguidor en el segundo. Hasta la duración, cinco páginas exactas, da pistas de que seguramente estemos ante una reutilización de algún material previo.

Así que la historia no tiene demasiado interés en un análisis en relación con el universo de Star Wars. Por sí misma es una efectiva pero escasa historia que se apoya en la psicodelia y en unos dioses que descubren sus formas en el preciso instante (o no, porque hay juegos temporales) en el que Leia y los tres imperiales que la persiguen pasan por allí. No hay mucho más, pero hay que reconocer que para cinco páginas la cosa funciona.

En el terreno gráfico, esta vez nos encontramos con John Stokes, autor inglés que colaborará a menudo con Moore en esta etapa y al que corresponden otros dos de los cinco cómics que trataremos. Además, ya había coincidido con el de Northampton en Doctor Who. Su trabajo en esta ocasión es bastante efectivo y se mueve por caminos muy transitados, con un diseño de página sencillo, pero que esconde algunos juegos con la división de una misma imagen en varios paneles y un buen trabajo de diseño de personajes que consigue dar cuerpo a las bastante abstractas ideas de Alan Moore.

Merece la pena señalar, de todos modos, que solamente he podido leer Tilotny crea forma con el coloreado que realizó Dark Horse ya en los años noventa, obra en este caso de Pamela Rambo. Esto es importante porque, mientras otros coloristas consiguieron reconstruir el estilo de la época en que los comics fueron realizados y crear una imagen coherente e integradora, Rambo destrozó buena parte del trabajo de Stokes con un coloreado que le sienta muy mal al dibujo original y que, además, es coyunturalmente noventero. Un desaguisado difícil de defender que demuestra que a veces los trabajos de coloreado son más importantes de lo que parece.

Para resumir, Tilotny crea forma tiene algo de interés para el seguidor de la obra de Alan Moore, pero me atrevería a decir que ninguno para el aficionado a Star Wars, siendo un ejemplo de cómo un autor puede trasladar un guion de un trabajo a otro sin preocuparse por la coherencia. Una oportunidad perdida.

La conciencia de un Lord Oscuro (Dark Lord’s Conscience) The Empire Strikes Back Monthly 155 – Abril de 1982

Tal vez sea La conciencia de un Lord Oscuro el más famoso de los trabajos de Alan Moore para Star Wars, algo debido a que el protagonista de este relato no es otro que el mismísimo Darth Vader. Y existe, hay que reconocerlo, un mérito bastante notable en el trabajo que realiza Moore con el Lord Sith. Su representación de Vader entronca, de manera casi inesperada, con la orientación que de él nos han dado recientemente los guionistas de sus propias series en la moderna Marvel, hasta el punto de que pareciera que tanto Kieron Gillen como Charles Soule tuvieran la historia de Alan Moore en cuenta.

El relato no tiene mucha complejidad, como por otra parte es natural en apenas seis páginas. Darth Vader es invitado por una extraña alienígena de aspecto cthuloideo a jugar a una especie de ajedrez en el que las piezas son destruidas físicamente. Durante la partida, se descubrirá que todo era un ardid para que un mutante empático trate de acabar con nuestro Sith favorito volcando sobre él toda la culpa y remordimientos de sus actos. No creo destripar nada si digo que el plan no sale bien.

El verdadero mérito de Alan Moore en su relación con el universo creado por George Lucas es que aquí consigue contarnos una historia que nos resulta tan propia de su autor como del mundo en el que tiene lugar. Su Vader es frío, lleno de confianza y terriblemente poderoso. No necesita la fuerza, sino que emplea su voluntad para imponerse a sus enemigos. Desde luego, el Darth Vader de Alan Moore es una auténtica fuerza de la naturaleza y nos recuerda por qué nos fascinó en la gran pantalla.

 

John Stokes repite en la parte gráfica y lo hace brillando mucho más que en su anterior colaboración gracias a una composición de página más libre. Al color está James Sinclair, cuyo trabajo supera con creces al de Pamela Rambo. Destaca sobre todo que Stokes no dude en superponer viñetas y figuras, consiguiendo algunas páginas muy efectivas en las que consigue que los elementos centrales sobresalgan de manera brillante sin entorpecer una narrativa que, como siempre, debe desarrollarse en muy pocas páginas.

Parece que, por primera vez, a la tercera fue de verdad la vencida: Alan Moore realizó un guion pensando  realmente en Star Wars. No nos equivoquemos: seguramente, el punto de partida y algunos giros ya estuviesen presentes en algún boceto anterior, pero al incluir un elemento ajeno a sí mismo como el protagonismo de Darth Vader, Moore no repite el error hacerlo de hacerlo de manera tangencial, como ocurrió con la princesa Leia en Tilotny crea forma, sino que asume el reto con todas las de la ley y nos regala un muy disfrutable relato al que se le perdonan sin problemas las desviaciones sobre el canon posterior.

Óxido no descansa (Rust Never Sleeps) – The Empire Strikes Back Monthly 156 – Mayo de 1982

Empecemos haciendo un aparte que no tiene nada que ver con la historia de Alan Moore. Hay títulos que crean conexiones inesperadas en nuestro cerebro. Los buenos guionistas lo saben de sobra y juegan creando simpatías inesperadas con alguna buena referencia o un juego de palabras acertado. Alan Moore, que de esto sabe mucho, me gana desde el principio al hacer que en mi cabeza suenen My My, Hey Hey (Out of the Blue) o Hey Hey, My My (Into the Black) de Neil Young, las canciones que abren y cierran, respectivamente, esa monumental obra que es el Rust Never Sleeps. Nunca hay que dejar escapar una oportunidad de mencionar al canadiense.

Volviendo al cómic, Óxido no descansa es un paso más en la adecuación de Alan Moore al universo de Star Wars, mostrando que ha existido un progresivo avance hacia la creación de más fácilmente encuadrables dentro de los mundos imaginados por George Lucas. El problema sigue siendo la duración: cinco páginas no dan para mucho ni siquiera aunque se expriman al máximo. Eso hace que, al final, nos vayamos al terreno de las ideas y abandonemos el desarrollo de personajes. Y si algo define a Star Wars es que es una saga de personajes.

Aquí, Alan Moore se centra en las figuras de C-3PO y de R2-D2. Sobre todo en el primero. Nuestros droides favoritos se verán involucrados en una misión para conseguir nuevos aliados para la Alianza Rebelde: los droides supervivientes en un planeta basurero en el que las viejas unidades están avocadas a morir. Por supuesto, la cosa no podía quedarse ahí, así que existe una especie de gran inteligencia que es adorada por los pocos droides que siguen en pie. Estos, dicen que esa entidad es el resultado de la fusión de todos los robots que han ido a morir allí. La idea, como siempre con Alan Moore, resulta tan intrigante que ya justifica la lectura.

Lo mejor de la historia a nivel de guion es, sin lugar a duda, su tratamiento de C-3PO, auténtico protagonista de la misma. A pesar de que con el paso de los años es indudable que ha sido su compañero, el pequeño droide astromecánico que habla a través de pitidos, el que se ha convertido en uno de los grandes iconos de toda la saga, a un guionista como Moore le debía apetecer más sacar jugo a un parlanchín droide dorado de protocolo que se ofende con facilidad y no para de verbalizar lo que sucede a su alrededor. Su C-3PO es fiel al original y al mismo tiempo más gracioso y coloquial. Todo un acierto que le hace más soportable que las habituales interpretaciones que lo convierten en un sabiondo pesado y cascarrabias.

En el apartado gráfico tenemos una de las grandes sorpresas de la etapa, con la presencia de un muy joven y todavía verde Alan Davis. El trabajo del inglés es tan efectivo como siempre, destacando su capacidad para sacar emociones de los droides metálicos. A pesar de ello, existe un curioso desacuerdo entre el dibujo y el guion que hace que las páginas nos resulten demasiado recargadas, con muchas viñetas pequeñas que se llenan de globos y demasiadas palabras. Alan Moore quería contar demasiadas cosas en solo cinco páginas y, suponemos, el trabajo de Jenny O’Connor a la hora de dar cabida a tantas palabras no debió ser nada fácil. Es una pena, porque se intuye que Alan Davis podría haber tenido buen material para lucirse a los lápices.

Para su cuarta historia, parecía que Alan Moore ya había conseguido cogerle el ritmo a Star Wars. Es cierto que todavía aparecían momentos extraños, como cuando C-3PO afirma que los rebeldes tienen bajo asedio el flanco occidental del Imperio: una idea geográfica de la guerra galáctica que nos resulta cuanto menos sorprendente. Sin embargo, el lector tiene por fin la sensación de estar leyendo una historia de La guerra de las galaxias.

Furia ciega (Blind Fury!) – Star Wars Monthly 159 – Julio de 1982

El viaje de Alan Moore por Star Wars duraría ocho meses. En julio de 1982 saldría su última aportación a la galaxia creada por George Lucas. Para entonces, había trabajado ya con casi todos los personajes centrales de la saga. Curiosamente, le faltaba uno: Luke Skywalker. Así es, tuvimos que esperar al último trabajo de Alan Moore para ver cómo el de Northampton afrontaba al protagonista de La guerra de las galaxias.

Alan Moore se presenta un Luke Skywalker que es, sobre todo, un aprendiz de Jedi. Es precisamente en mitad de uno de sus entrenamientos, que nos remite tanto con la escena de la cueva del lado oscuro de El imperio contraataca como al entrenamiento con Obi-Wan en el Halcón Milenario, cuando le llega una petición de ayuda a la que se verá obligado a responder. Por supuesto, hay sorpresas: la petición es una trampa.

De nuevo, se nota que Moore está atenazado por el límite de cinco páginas, llenando el cómic de texto y cayendo nuevamente en el que seguramente es su mayor fallo como guionista: al pretender narrar con el texto todo lo que sucede, las imágenes se convierten en un mero apoyo a lo que ya hemos leído. El dibujo queda así condenado a ser una serie de instantáneas que tratan de capturar algún momento concreto de la narración.

No obstante, esto se ve compensado por otra marca de la casa: un guion lleno de ideas que en cinco páginas presenta a unos antiguos rivales de los Jedi, se permite inventarse algunas referencias al pasado de los mismos y cierra la historia dejando a Luke Skywalker enfrentado a la imposibilidad de entender todo lo que sucede a su alrededor. Como sucede en las buenas obras cortas, se tarda más en explicar lo que ha sucedido que en leerlo.

A la parte gráfica vuelve John Stokes, mostrando de nuevo que su estilo seguía avanzando. La primera y la última página son buenos ejemplos de cómo exprimir el espacio para conseguir un resultado llamativo pero que deja lugar a una frenética narración. En medio, el dibujo es más convencional, aunque destaca su capacidad para jugar con el tamaño y la cantidad de viñetas, permitiéndose aciertos como alguna panorámica a página completa que funciona muy bien entre otras más estrechas y abigarradas, dominando el tiempo narrativo.

Furia ciega cumple un tópico que normalmente es falso: la experiencia es un grado. Alan Moore nos muestra que estaba cogiendo el ritmo a la narración de historias de Star Wars y desarrollando nuevas ideas en lugar de limitarse a usar las que ya tenía, dándoles apenas una pequeña capa de pintura. Un gran final para esta especie de pequeña saga de Moore en Star Wars que, tristemente, anunciaba la posibilidad de obras mayores.

Alan Moore y Star Wars, la unión del agua y el aceite

Ya comentamos al principio del artículo que Alan Moore destaca, entre otras muchas cosas, por ser bastante crítico con Star Wars y su influencia sobre el mundo de la ciencia ficción. Dejando de lado la opinión que uno tenga sobre la saga y el autor, lo cierto es que ese posicionamiento es, no solo comprensible, sino coherente con su obra. Alan Moore se educó en una ciencia ficción de ideas y siempre ha sido un seguidor, entre otras muchas vertientes, de la New Wave británica que encabezó Michael Moorcock. Su idea de la ciencia ficción y la fantasía no podrían estar, seguramente, más alejada de la recuperación de los viejos modelos incuestionables que significa Star Wars.

Por eso, cuando empieza a escribir para The Empire Strikes Back Monthly, se percibe una aparente incapacidad para que aquello funcione. Sus historias pueden estar protagonizadas por personajes sacados de las películas, pero no tienen lugar en las mismas. El caso de Tilotny crea forma es aquí ejemplar, por lo forzado del asunto. Pero, si algo sabe Alan Moore, además de escribir guiones para comics, es aprender. Y sus historias de Star Wars van convirtiéndose de manera progresiva en una imposible combinación de la ciencia ficción que le gustaba con el mundo en el que le había tocado jugar.

El paso de los años nos ha traído muchos más cómics de La guerra de las galaxias. La mayor parte de ellos podrían ser calificados como bastante flojos, y eso suponiendo que los leamos en un buen día y seamos benévolos. Un problema muy abundante de los mismos ha sido el de amoldarse a un imaginario canon espacial que realmente nunca existió en las obras originales. Se puede acusar de muchas cosas a George Lucas, pero si algo demostró con las seis entregas de La guerra de las galaxias que llevan su sello es que siempre buscaba innovar de alguna manera, aportar algo nuevo a la galaxia. Frente a él se terminó levantando una presa narrativa que reconduce las historias de Star Wars a aguas ya conocidas y que evita las aristas.

Alan Moore, por su parte, odia las superficies suaves. Sus comics están llenos de esos mismos ángulos que a veces echamos de menos en otras historias de Star Wars. En apenas una página presenta una idea tan alocada como efectiva, crea una antigua orden de enemigos Jedi o un planeta consciente y, en la siguiente, cierra la historia. No tiene tiempo que perder ni necesidad de contarnos de nuevo lo que ya hemos visto en las películas, y tampoco le interesa.

En España, las historias de Alan Moore para Star Wars fueron publicadas por Planeta en dos ocasiones. La primera fue en un pequeño tomo prestigio llamado Star Wars Devilworlds; más recientemente, ya en 2017, veía la luz un tomo llamado Star Wars Clásicos Marvel UK, en el que Moore compartía protagonismo con las aportaciones de otros muchos grandes del noveno arte. El material provenía en realidad de la reedición de Dark Horse en los años noventa, que como ya hemos señalado contaba con un coloreado de calidad diversa. En realidad, se trata de obras menores, pero no por ello dejan de tener interés para los aficionados de Alan Moore o de Star Wars, que tras leerlas podrán jugar a dejar volar su imaginación; a pensar qué podría haber hecho el genio de Northampton si le hubiesen dado libertad creativa y tiempo suficiente. Nunca lo sabremos, pero a veces es bonito fantasear sobre las cosas imposibles.

Ismael Rodríguez Gómez
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3 comentarios

  1. Se podría haber mencionado que Moore decidió jubilarse como autor de comics el pasado verano, si recuerdo correctamente.
    Desde luego, que Moore re-imagina a los personajes con los que trabaja es una realidad. Recordemos que hizo Watchmen porque DC había comprado los derechos de unos personajes y le dijeron «Haz una historia con esto». Cogió a The Question y lo convirtió en Rorschach.
    Me sorprende que no se tomen los títulos de una traducción española publicada como Devilworlds de Dark Horse, sino que se improvisen no siempre con certeza. Ejemplo: «Tilotny crea forma» en vez de «Tilotny crea *una* forma».
    ¿La duración de cinco páginas da pistas de que es una reutilización de material previo? Este material se publicaba en la revista inglesa «Star Wars: The Empire Strikes Back», que mantenía el formato serializado que les gusta a los ingleses. Casi todo el material que he visto iba así, ya no sólo en Star Wars sino incluso en Capitán Britania. Que pueda ser reutilización es posible, pero creo que el comic inglés en esa época tiraba mucho de ese formato.
    No veo claro que se pueda reemplazar a Leia y los stormtroopers por otros personajes. ¿Si ponemos al Tío Gilito huyendo de los Golfos Apandadores, crees que funciona igual? ¿O al Juez Dredd huyendo de mutantes?
    Por ser repijotero: El abuello cebolleta debería ir con C mayúscula porque es el apellido familiar.
    No me queda claro si el narrador critica la continuidad de comics de Star Wars, o la actitud de Moore al despreciarla, o ambas o ninguna.

    1. Mítico comentario ñiñiñiñi de lector cultureta que ha visto en el artículo un ataque a sus conocimientos. Jaja. La cultura como campo de batalla en vez de como punto de reunión, aprendizaje y disfrute. Yeah!

  2. A mí me parece muy mal que no hayas puesto al conejo galactico. Muy guay la info no tenía ni idea de lo de moore y Star Wars.

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