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Divulgación

Maud Gonne, alma peregrina

Como cualquier otra nación, Irlanda tampoco existe. Unas cuantas tradiciones (inventadas por definición), una lengua en común (artificial, como todas), unas costumbres compartidas (que mañana serán excentricidades). Pero todavía es más complejo definir a aquellas personas que se han convertido en leyenda. Nuestra imagen de ellas puede tener poco que ver con la realidad. Sabemos algunas historias que se cuentan, detalles llamativos, sucesos memorables, pero ¿cómo llegar hasta el ser humano que está detrás del personaje? Maud Gonne no fue solo un símbolo de la independencia de Irlanda, sino que a través de los poemas que le dedicó W.B. Yeats se ha convertido en una figura mítica. Y sin embargo, fue mucho más, fue una persona de carne y hueso extraordinaria.

Nacida en 1866 en Inglaterra (pero a ella que no le echen la culpa), hija de Thomas, militar, y Edith, perteneciente a una próspera familia de comerciantes de telas, un año después la familia se traslada a Irlanda, donde su padre fue llamado para controlar la última insurrección de los revoltosos vecinos. Al morir su madre de manera prematura, su padre, incapaz de encargarse de su educación (las mujeres de sus compañeros de armas lamentaban que ella y su hermana se estuvieran convirtiendo en salvajes que ni tan siquiera sabían leer), decide enviarla junto a su tía abuela materna (que no es la fantástica Tennessee Celeste Clafin, broker y médium, casada con su tío abuelo, de la que ya hablaremos en otra ocasión).

Tras recibir una educación liberal, con diecisiete años vuelve a Irlanda, donde es presentada en sociedad en un acto al que acude el mismísimo príncipe de Gales, escena que no dejarán de recordarle durante toda su vida con retintín. Pese a que había sido formada como una dama inglesa respetuosa de la reina y de la patria, Maud Gonne pronto descubrirá que su corazón era irlandés. A través de sus frecuentes paseos a caballo conoce la realidad del país, y no podrá dejar de horrorizarse cuando descubre la terrible dureza con que los amos ingleses tratan a sus siervos irlandeses. Sería muy literario (también por tópico) hablar aquí de una caída del caballo: casi de la noche a la mañana Maud se había convertido en una ferviente republicana.

Pese a que su padre era militar, la devoción que siempre había sentido hacia él no se vio mermada en lo más mínimo. De hecho, el ya coronel Thomas Gonne decidió abandonar su sólida carrera en el ejército para presentarse como candidato al Parlamento en calidad de defensor de la Home Rule, un intento de conceder autonomía a Irlanda. Pero Thomas muere cuando Maud todavía no ha alcanzado la mayoría de edad, lo que la obliga a volver a Inglaterra, esta vez a casa de su tío William. Allí conocerá un ambiente crispado en el que sindicalistas, anarquistas y desempleados luchan por sus derechos dentro de la anquilosada sociedad victoriana, y se sentirá fascinada por unas personas que, como los fenianos, están dispuestos a darlo todo por la justicia y la libertad.

Sujeta a una familia muy conservadora, Maud comienza a luchar por una doble liberación: la suya propia, como mujer sometida, y la de Irlanda, como país oprimido. Su primer paso hacia la independencia personal la llevará a probar suerte como actriz, para horror de los Gonne, quienes lamentaban que ni tan siquiera se hubiera cambiado el nombre para ejercer un oficio que ellos veían escandalosamente cercano a la prostitución. Pero ya estaba claro que nadie iba a detener a Maud. Con una figura extraordinaria (en muchas ocasiones se la calificó como la mujer más bella del mundo), una presencia apabullante y una voz que todo el mundo calificaba de sublime, poseía las condiciones propicias para convertirse en actriz de éxito. Pero también tenía muy mala salud, así que cuando su carrera estaba a punto de despegar, tuvo que retirarse de las tablas.

Al cumplir los veintiún años puede tener acceso a su herencia, lo que le permite una mayor libertad. Su primera acción como mujer libre es instalarse en Francia, donde conoce a su primer amor, Lucien Millevoye, quien la implicará en la conspiración del general Boulanger para acabar con la Tercera República. Convencida de que una alianza franco-rusa debilitaría a Inglaterra, viaja a San Petersburgo en plan espía (ocultando papeles y todo eso tan emocionante). En lo que se convertirá en una constante de su vida, minucias como la persecución de la policía o la amenaza de la cárcel no la van a amedrentar.

Cuando vuelve a Irlanda, después de todo una sociedad profundamente conservadora, Maud lo hace como mujer emancipada. Hasta conduce su propio coche. Y va sola (bueno, con su bulldog). De hecho, fue la circunstancia casual de ser mujer, y no la de ser protestante, lo que le causó más problemas a la hora de entrar en los círculos políticos de Dublín. Recordemos que, simplificando mucho, el conflicto se debía a una cuestión de posesión de la tierra, nada que ver con cuestiones religiosas. De hecho, muchos de los primeros cabecillas nacionalistas eran angloirlandeses protestantes, caso de Parnell o Casement (al igual que muchos de los más grandes artistas que han salido de la isla, como Swift, Wilde, Shaw o Neil Hannon), así que por esa parte solo había algunos recelos. Pero permitir el ingreso de una mujer en un ambiente tan serio y tan intelectual… Que esto no es un circo.

Sería gracias a la intervención del mito feniano John O’Leary, quien vio en ella (eso sí, por su aspecto, su voz y su entusiasmo) un gran potencial propagandístico, que Gonne pudo involucrarse en la lucha por la independencia. En un momento en el que la represión es cada vez más salvaje, en el que se ha puesto en marcha un complot para acabar con Parnell y en el que varios de sus amigos están encarcelados, Maud se siente cada vez más revolucionaria. Pese a que hay quien todavía teme que pueda ser una espía (y no sin motivo, el juego del disimulo estaba de moda e incluso el ejército británico estaba repleto de republicanos irlandeses infiltrados), comienza a participar en mítines en los que pronto queda patente su habilidad para atraer al público a su causa. Además de apoyar a candidatos del Irish Party, Gonne no ceja en su intento por convencer a sus amigos liberales ingleses de la necesidad de un acuerdo.

Ilustración de Raquel Valbuena

El poeta se cae de la torre

Aparte de ser uno de los más grandes poetas que han pisado este planeta, contribuyendo a hacer de él un lugar más bello, William Butler Yeats es el santo patrón de los pagafantas. Enamorado de Maud «desde la primera vez que sus ojos se posaron en ella» (lo pongo entre comillas porque queda un poco cursi, pero él nunca lo dijo), hasta el final de sus días la siguió adorando, pese a ser rechazado una y otra vez. Pero no adelantemos acontecimientos.

De momento nos quedamos en que desde que se conocieron el 30 de enero de 1889 (Maud decía que antes, pero es improbable que Willie no lo recordara), aunque sin enamorarse de él, enseguida le mostró respeto y simpatía (Willie, que todos sabemos lo que va a pasar). Firme en sus prioridades, le animó a profundizar en su sentimiento patriótico, hasta entonces solo esbozado. Sería exagerado decir que a Yeats Irlanda le importaba tres pepinos y que su exaltación fue una impostura usada como medio para intimar, pero algo de eso hubo. A cambió, él la introdujo en los salones esotéricos, tan en boga durante esos años, dándola a conocer el teosofismo y a su mayor adalid, madame Blavatsky. Poco después Gonne visitó a unos prisioneros condenados a cadena perpetua, a los que predijo su pronta liberación. Cuando esta efectivamente se produjo, se ganó una duradera fama de profeta.

Obligada a exiliarse en Francia, desde allí continúa su labor propagandística a través de artículos y conferencias. En 1891 tiene un hijo de  Millevoye, que está casado. Ninguno de los dos está muy por la labor de causar un escándalo, así que llevan el asunto con discreción. En poco tiempo se producen las muertes del niño y de su admirado Parnell, el hombre que más había hecho por la liberación de Irlanda. Desolada, decide regresar a Inglaterra. Allí Yeats le enseña algunos rituales de la Aurora Dorada, la orden hermética con más talento por metro cuadrado que se pueda imaginar, con miembros como Bram Stoker, Arthur Machen o Aleister Crowley, además de una importante presencia femenina, con caracteres tan notables como los de Florence Farr o Dion Fortune. A través de su iniciación, Maud revive vidas pasadas, como la que compartió en Egipto con Willie.

Tan metida está en el tema que realiza viajes astrales y ejerce su clarividencia en sesiones que habría que verlas. Aprovechando la coyuntura, Yeats le explica su proyecto para que, a través de su poder psíquico, pueda revivir los mitos celtas y así propiciar el renacimiento irlandés. Y de paso camelársela. Al parecer tuvo más fortuna en la primera parte del plan. Y eso que intentarlo lo intentó, ofreciéndole matrimonio una y otra vez y obteniendo siempre la misma respuesta. Que te escriban los poemas de La rosa, el papel protagonista de La condesa Cathleen o unos versos tan conmovedores como los de Cuando seas vieja y tú que nada, demuestra que la poesía puede servir para cambiar el mundo, pero también que puede ser totalmente inútil a la hora de conquistar a una mujer.

Socialistas y espíritus

En los años finales del siglo, el liderazgo del republicanismo está pasando de las delicadas manos de los angloirlandeses a las curtidas de los socialistas, más abiertos a la colaboración con las mujeres, como muestra su apoyo al impetuoso movimiento sufragista. Sin ser en absoluto marxista, Gonne se acerca a esta nueva corriente, en quien ve el arrojo que necesita la causa. Yeats, de vuelta a su torre, no ve bien mezclarse con la gente común y se produce la primera disputa entre ambos, lo que no impide que la acompañe cuando regrese a París, donde encuentran una situación crispada, con el asunto Dreyfuss en su momento álgido. En uno de sus actos más excéntricos, por llamarlo de alguna manera, Maud convence a Millevoye para hacer el amor en la cripta de su hijo muerto, segura de que así logrará su reencarnación. Meses después nacerá su hija Iseult (Isolda).

Ajeno a estos sucesos (incluso a la relación entre Maud y Millevoye), Yeats mantiene conversaciones con su espíritu tan vívidas que es como si fueran reales, oye. Harto de esperar sin recompensa, flirtea con Olivia Shakespear, escritora y mecenas, pero cuando Maud le cuenta uno de sus poderosos encuentros espirituales, él lo deja todo de nuevo. Es entonces cuando Willie tiene la idea de convertir Castle Rock en su palacio personal, un lugar propicio para los ritos y los mitos que durante mucho tiempo ocupará su imaginación. Mira, Maud, aquí podremos aunar nuestras dos pasiones, Irlanda y el esoterismo. Que sí, Willie, que sí, majo.

En 1897 Gonne vuelve a aunar fuerzas con los socialistas para boicotear la celebración del jubileo por los sesenta años de reinado de Victoria. Sus acciones son un éxito que deja patente el hartazgo del pueblo irlandés, pero resurgen los rumores que acusan a Maud de espía, así que decide irse a América por un tiempo. En Nueva York es recibida con algarabía: es precisamente la imagen que los emigrantes (en esos momentos había en Estados Unidos más de dos millones de personas de origen irlandés) quieren tener de su país, una mujer bella y refinada, alejada de la habitual caricatura del iletrado comedor de patatas. La labor de Maud se sustanciará en una considerable recaudación de fondos para sostener la causa de la independencia.

De vuelta a Irlanda alcanza el culmen de su popularidad. El enfrentamiento entre propietarios y arrendatarios se ha recrudecido; no conformes con desalojar a los campesinos, la quema de las casas se convierte en habitual. La represión es brutal, los muertos se cuentan por decenas y la justicia siempre se pone de lado de los poderosos. Gonne tiene claro que ante este panorama no puede quedarse con los brazos cruzados: «Solo durante el reinado de Victoria doscientas veinticinco mil personas han muerto de hambre, cuatro millones cien mil han emigrado; tres millones trescientas sesenta y tres mil han sido desalojadas… Cada vez más me doy cuenta de que Irlanda solo puede confiar en la fuerza».

Al mismo tiempo que se produce su radicalización, en su vida privada mantiene su particular relación con Yeats, quien la acompaña en sus viajes espirituales por Irlanda y París y con quien consulta el tarot, se pone en trance y ejerce de médium. Cómo no acordarse de otro gran poeta irlandés, Van Morrison y su Astral Weeks. Diez años después de conocerse, y movida por un sueño, le da el primer beso. La cosa se ha precipitado de tal manera que Willie le vuelve a pedir matrimonio. Que no. Por cierto, creo que se me había pasado contarte que tengo una hija.

En 1899 se inicia la guerra Bóer. Gracias a su incomparable capacidad propagandística, los ingleses han conseguido transmitir la imagen de ser la cúspide de la civilización, el caballero perfectamente educado que siempre sabe cómo comportarse, pero en realidad la brutalidad que los ingleses han ejercido a lo largo de su historia imperial no tiene nada que envidiar a la de otros pueblos habitualmente considerados como bárbaros, caso de los alemanes. Si los irlandeses venían sufriendo esta crueldad desde hacía siglos, ahora todo el mundo iba a comprobar que nada detenía a los ingleses cuando se ponían en plan salvaje, perpetrando matanzas indiscriminadas y creando infames campos de concentración de los que era casi imposible salir con vida.

Convencida de que había que aprovechar el momento de indignación mundial que provocó la actuación de Inglaterra, Gonne inició una campaña para persuadir a los liberales y a las naciones más poderosas del mundo de que había que parar los pies al matón. Pero los intereses económicos eran demasiado importantes y las buenas palabras no se vieron seguidas de acciones prácticas. Así que Maud decidió ensuciarse las manos y planeó poner una bomba en uno de los barcos que transportaba soldados a África. Pero todo fracasó debido seguramente a que había un espía entre sus hombres de confianza.

Tras una visita de Victoria a Dublín, momento que cree oportuno para publicar un duro artículo en su contra, contribuye a la fundación de las Daughters of Erin, movimiento femenino más centrado en el nacionalismo y contra del reclutamiento forzoso que en la búsqueda del sufragio. Fue entonces cuando conoció a una persona que sería muy importante en su vida, el mayor John MacBride, un veterano de la guerra bóer que la acompaña en una nueva gira americana. Otro que le pide matrimonio y a otro que rechaza. Le cuenta que hay una maldición en la familia Gonne por la que ninguna de sus mujeres tendrá un matrimonio feliz. Por cierto, que aquí viene otra vez Willie. Que digo yo que si quieres casarte conmigo.

                -No serías feliz conmigo.

                -No soy feliz sin ti.

-Sí que lo eres, porque escribes maravillosos poemas gracias a lo que llamas tu infelicidad y eso te hace feliz. Los poetas nunca deberían casarse. El mundo debería darme las gracias por no casarme contigo.

Muy convincente, pero Willie no se va a rendir tan fácilmente. Tras el aclamado estreno de Casadh an tSugain, primera obra representada en gaélico y basada en un cuento suyo, Gonne se muestra dispuesta a volver a subir a las tablas. Yeats no tarda nada en escribirle el papel protagonista de Cathleen ni Houlihan, obra poética, popular y simbólica al mismo tiempo, en la que el personaje que interpretará Maud representa nada menos que a Irlanda. La función solo se representará tres veces, pero serán suficientes para convertirse en leyenda. Una vez más, la belleza y la voz de Maud conquistan a todos quienes la ven: efectivamente, esta inglesa es Irlanda. El éxito de la obra propicia la creación del National Theatre, en el que Yeats será presidente y Gonne formará parte de su junta directiva.

Una mujer familiar

Acercándose a la cuarentena, Gonne parece ceder ante la presión social y los convencionalismos. De golpe se convierte al catolicismo y decide casarse con MacBride. No solo Yeats, al que había jurado que nunca se casaría (los pájaros han dejado de cantar) (esto es de Keats), sino que nadie lo entiende, ni tan siquiera Iseult (quien todo el mundo creía, o hacía que se creía, que era su sobrina). Pero Maud tiene sus motivos. Es una mezcla de búsqueda de respetabilidad e idealismo. La suma de su elocuencia y el prestigio de MacBride los hará invencibles. Pero ya a los pocos meses se comprobará que el matrimonio es un fiasco.

El inesperado matrimonio no será la única causa de disputa con Willie. El estreno de In the Shadow of the Glen, de Synge, en la que se da una mala imagen de algunos personajes irlandeses crea una oleada de indignación. Yeats defiende su valor dramático frente a los nacionalistas que dicen que es hacer el juego al enemigo. Maud se posiciona claramente cuando en medio de una representación se levanta y abandona el teatro. Este será el fin del National Theatre, pero Yeats enseguida la perdona. Qué le vamos a hacer, es todo un carácter.

Poco después nacerá Seán, pero el matrimonio entre Gonne y MacBride cada vez va peor. Él la maltrata y cuando fuerza a su medio hermana Eileen, decide separarse, aun consciente de que no será nada fácil y del daño para su imagen pública que esto supondrá. Efectivamente, cuando tras un duro proceso consigue el divorcio, será recibida con hostilidad entre los círculos nacionalistas que tanto la debían. Pero allí está Willie para consolarla. Suenan las campanas. Veinte años después de conocerse, por fin se convierten en amantes. Suena The Age of Aquarius. Ahora sí que te casarás conmigo. Pues no, pero quiero que sigamos siendo amigos. Alma cruel; alma desolada. Se pasea con la mirada vacía. Deshoja margaritas. Cómo le vería Iseult, ahora con catorce años, que le pide que se case con ella. Se lo piensa, pero sus horóscopos no son compatibles.

Mientras Seán demuestra que ha heredado las capacidades paranormales de su madre y percibe con total claridad vidas pasadas, Maud ha encontrado una nueva causa: promover la educación de los niños y que tengan algo que comer. Es inconcebible que no se proporcione a los colegiales una comida, algo que los niños ingleses, y también los de cualquier país civilizado, tienen asegurado por ley. Pero la situación, lejos de mejorar, parece cada vez más encallada. Al estallar la Primera Guerra Mundial, Irlanda se encuentra al borde de su propia guerra civil. Si todavía quedan algunos moderados que buscan un compromiso, el enfrentamiento entre radicales y socialistas por un lado y por otro los unionistas del norte, que cuentan con un fuerte apoyo financiero y con la vista gorda de la justicia, se traduce en muertes y encarcelamientos cotidianos.

Es en este contexto en el que se produce el Alzamiento de Pascua de 1916. De manera un poco improvisada se proclama la República de Irlanda, pero para defenderla los fenianos solo cuentan con mil cien hombres, que tendrán que hacer frente a veinte veces esa cantidad de policías y militares británicos. Pese a ello, los rebeldes aguantan una semana. La masacre es espantosa. Dublín ha quedado destruido. La ley marcial se impone. Hay diecisiete fusilados, entre ellos John MacBride. El levantamiento no había contado con el apoyo popular, pero la reacción de los ingleses causa tal indignación que los muertos se convierten en héroes, mártires de la causa independentista a la que ya nadie podrá poner freno.

Ante todo este horror, Maud no puede regresar a Irlanda. Primero se arriesgaba a perder la custodia de Seán, y ahora que MacBride ha muerto los ingleses se niegan a darle un pasaporte. En su residencia de Les Mouettes, en el norte de Francia, recibe a Yeats, que, oh sorpresa, le vuelve a pedir matrimonio. La relación se enfría. Yeats quiere alejarse de la política, teme que sus versos de exaltación patriótica hayan causado muertes. Además, su nuevo proyecto teatral, el Abbey, depende de la financiación de los unionistas. Pero durante este tiempo se ha pensado mejor la propuesta de Iseult y esta vez es él quien le pide la mano. A ella se le han enfriado los pies y continúa con la tradición materna de darle calabazas. Ya harto de la vida y de todo, se va y se casa con Georgie Hyde-Lees, de veinticinco años y rica. Maud tan contenta. Georgie se quedará con el hombre, pero ella vivirá eternamente en sus versos.

Atrapada en Inglaterra, pues no la dejan ir a Irlanda ni volver a Francia, Gonne ve desde la distancia como el Sinn Fein se ha convertido en el partido hegemónico del nacionalismo, con Éamon de Valera como líder y Arthur Griffith, viejo amigo y editor de Maud, como mentor intelectual. No puede seguir perdiéndose todo lo que está pasando, así que rememorando los viejos tiempos, cuando se fue a San Petersburgo en plan misión imposible, consigue llegar a Dublín disfrazada de anciana. Allí se deja ver en un mitin del Sinn Féin en apoyo a los bolcheviques, que acaban de hacerse con el poder en Rusia. Como la mayoría de los asistentes, no es que se haya vuelto comunista, pero siente una gran simpatía con la revolución, en la que ve muchos paralelismos con lo que está pasando en Irlanda.

Pero la guerra no ha terminado. Y, pese a la entrada de los americanos, a los ingleses no les va nada bien, por lo que retoman la leva forzosa. Muchos nacionalistas son detenidos bajo la falsa acusación de connivencia con Alemania y Maud es deportada a Inglaterra, donde es encarcelada en Holloway, prisión en la que eran recluidas las sufragistas. Allí conocerá el coraje de estas mujeres, que habitualmente recurrían a la huelga de hambre para reclamar sus derechos. Tras cinco meses de encarcelamiento, padeciendo un rebrote de su tuberculosis, es liberada ante el doble temor de las autoridades a que su muerte fuera un golpe a la imagen internacional de Inglaterra y un chispazo que incendiara los ánimos nacionalistas.

Regreso al hogar

Tras el Armisticio, Gonne vuelve a Dublín, donde asiste al arrollador triunfo del Sinn Féin en las elecciones, con más del setenta por ciento de los votos apoyando su programa independentista. De todas las mujeres que se habían presentado a las elecciones en Gran Bretaña e Irlanda, Constance Markiewicz, en prisión, será la única en ganar un escaño. Pero ni pudo ocuparlo ni, de haber podido, lo habría hecho, pues todos los elegidos por el Sinn Féin decidieron no asumir su puesto. Meses después, el veintiuno de enero de 1919, se declara la República de manera unilateral y sin reconocimiento internacional. La situación vuelve situarse al borde del conflicto bélico. Los unionistas forman las escuadras paramilitares Black and Tans ante la inacción, cuando no complicidad del gobierno inglés, mientras que Michael Collins, ministro del interior, dirige el IRA, uno de cuyos escuadrones es comandado por un joven Seán MacBride. El veintiuno de noviembre se produce el primer Domingo Sangriento, cuando catorce oficiales de inteligencia británicos son asesinados y el ejército inglés responde con una masacre en un campo de fútbol que se salda con doce muertos y cientos de heridos.

En 1921 se llega a un acuerdo por el que Irlanda queda dividida en dos (la técnica habitual de los ingleses cuando abandonan un país, dejarlo partido y ahí se las apañen: India, Chipre, Israel…). Esta solución no satisface a casi nadie y los republicanos se dividen a su vez entre los que aceptan el tratado como un mal menor y los irredentos. Maud tiene amigos en ambos bandos, y a su propio hijo, contrario al compromiso, en la cárcel. Haciendo todo lo posible por lograr una reconciliación nacional, organiza una campaña para liberar a los prisioneros, lo que conlleva la animadversión del gobierno irlandés. Una vez en el poder, los republicanos estaban mostrando una saña similar a la de sus antiguos opresores. La hostilidad hacia ella llega hasta el punto de que incendian su casa en Stephen’s Green, y si se libra de ser arrestada es porque todavía conserva amigos poderosos y porque no se puede encarcelar a un símbolo. Al menos de momento.

En 1923 se concede el Nobel de Literatura a Yeats, por supuesto no solo por ser un extraordinario escritor, sino en uno de esos gestos políticos habituales en la Academia sueca que a veces se congratula en felicitar a un país a través de un autor (al menos en esta ocasión se lo dieron a un genio, y no como cuando le dieron una palmadita a la nueva España democrática en la espalda de Aleixandre). En cualquier caso, el premio le vino muy bien a Willie, pero su satisfacción no fue completa. Maud se había enfadado con él por aceptar un puesto como senador a propuesta de un gobierno que ella veía como corrupto y vil, y cuando le fue otorgado el Nobel, un premio que le debía tanto o más a su inspiración como a la de Irlanda, ni tan siquiera le felicitó.

Ese mismo año las autoridades finalmente deciden ponerla a buen recaudo. En la cárcel. Siguiendo el ejemplo de Mary MacSwiney, otra mítica sufragista irlandesa, inicia una huelga de hambre y a los veinte días es liberada. Pero en esos momento hay otros veinte mil prisioneros por motivos políticos, entre ellos de Valera. Con la oposición republicana entre rejas, serán las mujeres, a través de la Women’s Prisoners Defence League, liderada por Maud, quienes tomen la iniciativa en la lucha contra el gobierno. Tras la liberación de los ingleses, los irlandeses seguían sufriendo pobreza, hambre, emigración, torturas y la omnipresencia de la Iglesia. Maud, que había soñado con un país ideal, con el Innisfree de Yeats y de John Ford, tiene que admitir que la Irlanda libre es la peor de las Irlandas.

Pero las cosas no podían seguir así. En la elecciones de 1931 el Fianna Fail, con de Valera al frente, gana las elecciones con el apoyo del IRA. Se proclama una amnistía y para celebrar la nueva era, Maud se reconcilia con Willie. Este había coqueteado con el fascismo, quizá influido por su secretario, el futuro poeta mussoliniano Ezra Pound, pero enseguida se dio cuenta de la ridiculez del asunto. Su nueva idea era crear una Academia irlandesa que propiciara el renacimiento cultural y moral del país. Insumiso ante el nuevo conservadurismo que acechaba a su país, Maud no podía estar más contenta ante esta nueva encarnación de su bardo.

En 1937 las está pasando canutas para sobrevivir, y decide escribir unas memorias, que tendrán el título de A Servant of the Queen (en referencia a Cathleen, obviamente no a Victoria). Pero cuando el libro se publique en Inglaterra dos años después, en un ambiente bélico en el que la neutralidad de Irlanda no está bien vista, la gente por algún motivo no mostró ningún interés en él. Más duro todavía para ella será la muerte de Willie. Hasta el último suspiro mostró su devoción hacia ella, a lo que Maud correspondió no solo con un rechazo tras otro, sino también con cariño y una sincronía espiritual que, aunque seguro que insuficiente para él, ella consideraba más fuerte y profunda que cualquier lazo carnal.

Pasados los setenta, a Gonne todavía le quedaban algunas aventuras que vivir. En plena Segunda Guerra Mundial su yerno, Francis Stuart, había decidido irse a Alemania a dar unas clases. Abrígate bien, hijo, le diría su madre. Y come. Allí los nazis le usaron como intermediario para contactar con el IRA. Él les facilitó una dirección de contacto, y cuando un espía germano aterrizó en la isla fue la misma Iseult quien se encargó de llevarle a una casa segura. Cuando el espía fue descubierto ella fue encarcelada, pero pronto la pusieron en libertad para evitar dar publicidad a todo el embrollo.

Su otro hijo, Seán, se había ido alejando progresivamente de los métodos del IRA, pero como abogado seguía defendiendo a sus miembros frente a la brutalidad del Estado. Compartía con su madre la compasión por el sufrimiento, la fe en la libertad individual y la creencia en el valor del feminismo. Su interés por la política le lleva a crear un partido, el Republican Family, opuesto tanto a la partición como a las medidas extremadamente conservadoras que estaba llevando a cabo el nuevo gobierno dirigido por de Valera. En las siguientes elecciones, con la variopinta oposición unida, la propuesta de Seán sale vencedora y él es nombrado Ministro de Exteriores. Este será el inicio de una larga carrera que le llevará a fundar Amnistía Internacional y a ganar el premio Nobel de la Paz. El legado de Maud dio sus frutos.

Pero todavía tenemos que despedirnos de ella. Con ochenta y cinco años, postrada en la cama, aún tiene fuerzas para grabar discursos que se emiten en la radio para ser escuchados por todo el país. Como escribió Nancy Cardoso, «Maud a menudo sufrió decepciones, pero nunca fue cínica. La hija del coronel, desarraigada, huérfana, nunca estuvo atada al pasado, siempre fue rebelde contra las convenciones. La fuerte voluntad cultivada desde su infancia le permitió mantener constante la fe en ella misma y en su propósito. Su amor por la vida fue su mayor suerte, y su aprecio por la gente fue siempre hacia los individuos, hacia cada vida única y preciosa». Convertida en la más bella ruina de Irlanda, en una de sus últimas frases dijo que no tenía palabras para expresar lo feliz que se sentía.

Antonio Rodríguez Vela
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