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Divulgación

La misteriosa línea Hu

¿Qué tienen en común los campos de represión Uyghures, el flamante puerto pakistaní de Gwadar y la tala masiva de bosque tropical indonesio? En efecto, las tres son repercusiones de la geopolítica china. El gigante asiático es el heredero de la hegemonía mundial de este siglo y los vericuetos de su política exterior protagonizan sesudos ensayos desde hace décadas. Hoy vamos a echar un vistazo a una de las claves de la geopolítica china: la misteriosa línea Hu.

La línea Hu es una división imaginaria que divide China entre la ciudad de Heihe y el condado de Tengchong. Fue sugerida por primera vez en 1935 por el geógrafo Hu Huayong, que le da su nombre. A diferencia de otras divisiones geográficas, esta ha envejecido bastante bien (a penas ha variado en ochenta años). Divide China en dos secciones: oeste el cincueta y siete por ciento de la superficie y el seis por ciento de la población, y este el cuarenta y tres por ciento de la superficie y el noventa y cuatro por ciento de la población. Puede parecer que ese es el fenómeno analizado por la línea, pero nada más lejos de la realidad. La línea Hu esconde mucho más. Para empezar, la sección oriental contiene un área con las variantes climáticas más lluviosas y por tanto, los suelos más fértiles. Este hecho ha determinado las zonas históricamente mejor cultivadas y por ende, más pobladas. De hecho, la línea Hu se corresponde con exactitud con la isoyeta de las quince pulgadas de lluvia por año. No en vano, al oeste de la línea se alzan los grandes sistemas montañosos que parapetan las húmedas corrientes de aire provenientes del Mar de China. Por si fuera poco, tres de los ríos más caudalosos del planeta confluyen en las llanuras al este de la línea Hu (el Yangtsé, el Amarillo y el de las Perlas). Y claro, ya conocemos la vieja fórmula descrita por Wittfogel y Spengler: un río, más llanura sedimentaria, más cereal, más asentamientos humanos, es igual al nacimiento de la civilización. Visto con cierta perspectiva, resulta bastante lógico que el chino sea catalogado por los historiadores como uno de los primeros Estados.

Como resultado de esta conjunción de elementos, las grandes llanuras orientales chinas han estado densamente pobladas por milenios. Y sus pobladores son la etnia hegemónica en la zona desde hace siglos. No en vano, de los 1400 millones de habitantes de la China de hoy, aproximadamente el noventa y cuatro por ciento pertenece a la etnia Han. Los Han y la historia del gigante asático han ido tradicionalmente de la mano. Fue la dinastía Han la que dio nombre al grupo humano más común en China allá por el siglo III a. C.. Fueron el primer Estado confuciano de la historia y llegaron a tener más de 50 millones de almas. Además, sentaron las bases de la ruta de la seda con su expansión a occidente. Fue esta dinastía la que inició la construcción de un imperio basado en criterios de seguridad estratégica. Se podría decir que la etnia Han necesitó mil años para configurarlo (el tiempo transcurrido entre la dinastía Quing y la Song). Y por supuesto, para intentar protegerlo. La protección de ese mágico espacio al este de la línea Hu siempre ha sido una obsesión para la etnia Han. Quizás la mejor muestra de esto sea la Gran Muralla. Un proyecto que conectaba Corea y Mongolia y que se edificó durante más de mil años. A lo largo de todo ese tiempo los Han dominaron China incluso en los paréntesis de dinastías extranjeras. Se valieron de diversos métodos, pero fue la creación mandarinato el más eficaz. Con este vasto sistema funcionarial, el ejercicio del poder real quedó bajo control de individuos mayoritariamente Han. Así mantuvieron la margen a reyes y emperadores invasores.

Celosas de su poder, las estructuras imperiales de mayoría Han gobernaron China bajo el criterio de su propia seguridad. Así durante casi mil años administraron el imperio bajo un prisma geopolítico, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Hacía dentro procuraron una posición hegemónica de su grupo étnico, aprovechando la ventaja demográfica y el sistema funcionarial. Con el tiempo la tensión con las minorías periféricas creció y cuando la crisis imperial se desató estas cristalizaron en terribles rebeliones como la Taiping o los Panthay. Hacia el exterior China ha ido dominando territorios tapón que garanticen la estabilidad del espacio de hegemonía Han. Esta función la han venido cumpliendo históricamente regiones como Xinjian o el Tíbet. Pero también lo han hecho Corea del Norte, Vietnam e incluso Taiwan. Por eso fue tan importante para el gobierno chino la recuperación de Hong Kong, o su política hacia el Taiwan independiente. Por eso también es fácil entender su estrategia en las islas Spratly y la lucha por la hegemonía en el mar de China Meridional. Un mar donde sus rivales (principalmente EE.UU. y Japón) tienen mucha presencia y suponen una amenaza real a sus grandes ciudades.

La lógica de la zona de seguridad Han impuesta por la línea Hu está presente en la agenda exterior China desde hace décadas. Ya Mao nos dio algunas pistas con la invasión del Tíbet. Desde entonces, la mayoría de los grandes procesos políticos de la región están inmersos en esa dinámica. Por eso no es extraño que el nuevo escenario tras la retirada de EE.UU. de Afganistán se pueda leer en clave china. El afgano puede ser el enésimo Estado tapón de su periferia. Y así lo atestiguan los acercamientos entre los talibanes y el ministro de exteriores chino semanas antes de la retirada americana. Por si fuera poco, estas maniobras en Afganistán pueden apuntalar su proyecto comercial estrella: la nueva ruta de la seda, que tiene como punto estratégico el puerto pakistaní de Gwadar (a menos de 500 kilómetros de la frontera afgana). En esa línea además, Pekín puede incrementar la presión hacia su rival geopolítico en la región (la India), que controla la base afgana de Farkhar.

Sin quererlo, la línea Hu ha devenido en una herramienta para comprender cuáles son los grandes ejes de la política china en el siglo XXI. La geografía es una herramienta fundamental en las cancillerías modernas. Al final, los mapas nos hablan del mundo en el que vivimos, pero también de cómo nos relacionamos con ese mundo. Sin comprender la naturaleza de esa relación difícilmente lograremos desentrañar los grandes dilemas actuales. Y ahí es donde reside uno de los grandes retos de nuestra generación.

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