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Hambre argentina: sintagma criminal – 18 de septiembre

Argentina ha aprobado una Ley de Emergencia Alimentaria porque mucha gente pasa hambre. Uno de cada tres argentinos es pobre, pero es más difícil saber cuántos están hambrientos. El hambre se cuenta siempre peor que el déficit, la inflación o el índice bursátil. El de la Bolsa de Buenos Aires se llama Merval y lleva subiendo casi sin parar los últimos cuatro años, casi al ritmo de la miseria. Al dinero le gusta el presidente Mauricio Macri, hombre afortunado por vía familiar, y ministras como Patricia Bullrich, de Seguridad. «En Argentina no hay hambre», afirma la ministra de la porra, que acusa a la izquierda de inventarse a los pobres para vivir del grito y la algarada. El hambre es una quimera para quien no lo conoce.

Hambre argentina es un sintagma criminal, aparentemente inevitable como un accidente meteorológico. Argentina es el tercer productor mundial de soja y miel; el cuarto de maíz y de carne; el séptimo de trigo… El trigo y la carne argentina alimentaron a la España famélica de la posguerra y hoy dan de comer a cuatro cientos cuarenta millones de personas, pero no llegan a la boca de esos argentinos hambrientos que para el gobierno Macri no existen. Con la nueva ley, tendrá que destinar fondos adicionales a un problema en el que no cree y que tampoco contempla su patrón, el Fondo Monetario Internacional. El FMI presta a Argentina y le exige recetas de empobrecimiento masivo para que el dinero no pase hambre.

«En nuestra vida real siempre fuimos decadentes», canta Calamaro con la desesperación del exiliado. Honestidad brutal está escrito antes de la penúltima crisis de hambre y corralito. Para una parte de la sociedad del espectáculo, los problemas del mundo se arreglan apelando a una supuesta verdad: decir que las cuentas están mal, que esto no da para más, que hay que cortar el brazo para sanar el cuerpo. Al turbocapitalismo se le llena la boca de números y no ve que cada noche en la calle Magallanes de Madrid, un suponer, unos viejos rebuscan en la basura del Carrefour a la hora del cierre. Los pobres y los hambrientos no existen, y además tienen esa manía de moverse entre tinieblas.

«Los que no comen, generalmente, callan», asegura el bonaerense Martín Caparrós en El hambre. Y si gritan, para eso está la policía, le recordaría Engels desde el Londres victoriano. Los hambrientos tienen derecho a morirse sin hacer ruido, sin hacer manifestaciones, sin incordiar como los argentinos. Hoy la posmodernidad aporta la meditación como analgésico: el hambre es una sensación, solo es cuestión de concentrarse para ser feliz con el estómago vacío, alivian los gurús. Eso complica la vida a los poetas. Como Gelman, otro porteño, que supo ver que con el asunto de comer cada día, la poesía perdía prestigio, a pesar de lo cual convenía seguir cantando hasta después de muertos.


Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este Tumblr.

Víctor García Guerrero
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