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Arte y Letras

Reflejos de Sherlock Holmes: Thomas Carnacki

Las sombras de Londres perdieron parte de su profundidad con la irrupción del personaje de Sherlock Holmes. El genial detective consultor no solamente iluminó algunos de los grandes misterios de la urbe inglesa, sino que además no dudó en extender su influencia por todo el orbe. Pero curiosamente su mayor legado pueda haber sido el de dar el pistoletazo de salida a toda una pléyade de seguidores de mayor o menor importancia. Ellos son los rivales de Holmes, sus sombras. Bienvenidos a su mundo.

El autor

Como suele suceder con la mayoría de los autores que florecieron a finales del siglo XIX y principios del XX, la vida de William Hope Hodgson (1877-1918) no se puede calificar precisamente como aburrida. Nacido en Essex, el segundo de doce hermanos, su infancia estuvo marcada por los viajes junto a su padre, un pastor anglicano que estuvo asignado a diferentes congregaciones. Desde muy joven, la vida de Hogdson estuvo marcada por su fascinación por el mar, hasta el punto de que con apenas 13 años se escapó de su casa para embarcarse como marinero. No consiguió su objetivo, puesto que su huida fue descubierta y tuvo que volver con su familia, pero debió considerar el episodio como un éxito, ya que apenas un año más tarde, en 1891, consiguió que le dejaran enrolarse durante cuatro años como aprendiz de marino.

Su vida en el mar sería básica en su obra, así como sus experiencias con el acoso por parte de otros marineros y su pasión por la fotografía. Hodgson tiene la extraña habilidad de haber trasladado casi perfectamente esas obsesiones juveniles a su obra madura, dando la impresión de que en esta ocasión la biografía del autor es aún más imprescindible de lo habitual para entender su producción.

Tras una carrera como marino que duraría hasta los 22 años y en la que llegaría a ganar una medalla de la Royal Humane Society por salvar a un compañero tirándose a aguas infestadas de tiburones, Hodgson trató de establecerse en Blackburn como profesor de educación física. Fundó en 1899 la efímera W. H. Hodgson’s School of Physical Culture, que apenas duraría hasta 1903. En su periplo como docente, Hodgson ganó notoriedad por sus arriesgadas demostraciones, pero, sobre todo y con el paso del tiempo, por su encuentro con un ya famoso Harry Houdini en 1902.

Merece la pena detenerse en esta anécdota: Houdini se encontraba realizando su gira en Blackburn. En la misma, apostaba cada noche 25 libras a que era capaz de librarse de cualquier tipo de esposas usadas por la policía americana o europea. Hodgson decidió aceptar la apuesta, pero llevando sus propios grilletes. El resultado fue lo que Houdini definió como la situación más brutal que había vivido nunca, acusando a Hodgson de tratar de romper sus miembros al esposarle y encadenarle, así como de haber manipulado las cerraduras para tratar de inutilizarlas. Sin embargo, el escapista de Budapest consiguió escapar tras más de hora y media de lucha, como es de suponer para decepción de Hodgson y algarabía del público.

A partir de 1903, sin embargo, la carrera de Hodgson da un giro inesperado cuando, tras comprobar que su escuela no funciona como esperaba, decide dedicarse a la escritura. En este campo sería donde conseguiría la fama, aunque raramente el éxito comercial y monetario que deseaba. Llegaría a publicar cuatro novelas, entre las cuales destaca por su fama posterior The House on the Borderland (La casa en el confín de la tierra) y un gran número de relatos, algunos de los cuales fueron reunidos en diferentes volúmenes con posterioridad y aún en vida de su autor.

A partir de 1910, y buscando de nuevo una cierta seguridad comercial, empezará a trabajar con personajes seriados. El primero de estos no será otro que Thomas Carnacki, aunque a tenor del número de relatos que dedicó al detective, la fortuna de otros como el Capitán Gault fue mayor.

Por desgracia para los lectores del mundo, en 1914 estalló la Gran Guerra. Hodgson vivía entonces en el sur de Francia por razones mayormente económicas, pero regresó a Inglaterra y se alistó en la caballería huyendo de su anteriormente amado mar. Su participación en la guerra nos dejó cartas y artículos, así como relatos, que nos dan una perspectiva única de esa época. Por desgracia, el conflicto también acabó con uno de los autores más interesantes del momento: tras haber sufrido una primera herida en 1916, Hodgson se recuperó y volvió al frente para morir en Ypres, en abril de 1918. Apenas tenía 40 años.

Encontrando fantasmas

De la vida de Thomas Carnacki el lector conoce entre poco y nada. Sabemos, efectivamente, que tiene su residencia en el 472 de Cheyne Walk, en el barrio de Chelsea. También que dedica su tiempo a investigar posibles casos de encantamientos y maldiciones para luego relatar sus experiencias a cuatro amigos tras una silenciosa cena. Y, prácticamente, hasta ahí podemos leer. A pesar de que aparece algún dato adicional en el relato The Searcher of the End House (El investigador de la última casa), en realidad casi sería mejor que no lo hiciese. Tras leerlo solamente podremos preguntarnos cómo puede ser que un gentleman inglés viviese con su madre en una pequeña y barata casa de la costa sur de Inglaterra, en las afueras de la ficticia Appledorn, estando ya en edad adulta.

Así, Carnacki se nos presenta como un personaje en apariencia vacío, una suerte de plantilla aprovechada para contar historias. Pero lo interesante de Hogdson es que sabe que un personaje se define por sus actos más que por su propia historia y ahí es donde este hallador de fantasmas consigue superar su propia concepción para cobrar entidad propia.

Para empezar, nos encontramos con un elemento casi desconocido entre el resto de los émulos de Sherlock Holmes como es la tendencia de Carnacki a admitir su propio miedo. Lejos del tópico del detective en exceso seguro de sí mismo, aparentemente incapaz de sorprenderse y que siempre controla la situación, nuestro protagonista no duda en recalcar una y otra vez su nerviosismo y angustia ante situaciones que no comprende. Carnacki nos da un soplo de aire fresco con su credibilidad en este aspecto, pues casi siempre podemos proyectarnos en él cuando nos relata los malos ratos que pasan sus investigaciones.

Esa sensación de realismo en el personaje se ve apoyada por el hecho de que sus historias no tengan por qué terminar escondiendo una explicación sobrenatural. Este extremo hace que muchas de las historias de detectives ocultistas terminen convirtiéndose en una suerte de tediosas esperas de la aparición del monstruo de turno, pero con Carnacki nunca sabemos cuándo todo va a desmoronarse para revelarnos una intriga totalmente humana o, incluso, cuándo una conspiración mortal ha chocado con un remanente preternatural, en un giro especialmente agradecido.

Cierto es que el lector actual está un poco maleado y no puede evitar acordarse de las delirantes conclusiones de los episodios de la televisiva Scooby Doo en muchas ocasiones, pero, a cambio, Hodgson consigue ser fiel a esas palabras que puso en boca de su personaje y que dicen: «Considero todos los supuestos casos de «encantamiento» como falsos hasta que he podido examinarlos, y debo admitir que noventa y nueve casos de cada cien resultan ser absolutas majaderías y fantasías. ¡Pero el centésimo caso! Bien, si no fuera por ese centésimo caso, tendría muy pocas historias que contaros, ¿verdad?».

A reforzar el aspecto racional de las historias ayudan también los métodos empleados por el investigador. Tampoco nos equivoquemos y pensemos que todo es coherente, puesto que al final entraremos de lleno en la pseudociencia, pero a pesar de sus pentáculos y de sus referencias a antiguos conjuros, Carnacki trata de crear una ciencia de sus hallazgos. Desde los primeros relatos, ya aparece su uso de la electricidad para defenderse de los espíritus, aunque será en The Hog (El cerdo) donde Hodgson deje volar su imaginación con unas complejas teorías de los colores como defensa ante lo sobrenatural que acompañan a unas extrañas ideas sobre el éter que rodearía a nuestro planeta como fuente de terribles amenazas para la vida.

Un canon corto

Las historias de Carnacki escritas por Hogdson apenas son nueve. Por si fuera poco, tres de ellas no fueron publicadas hasta después de la muerte de su autor, siendo además el más largo y complejo de los relatos del cazador de fantasmas, The Hog, uno de ellos. Esa escasa producción puede ser la causante de que la serie nunca superase la fuerte estructura con la que arrancó.

De manera invariable, Carnacki convoca a cuatro amigos para contarles sus últimas aventuras. En una ocasión, The Whistling Room, incluso los llama en medio de su investigación para dejar esta en suspenso, volviendo a reunirse posteriormente con ellos para poder concluir su narración. Salvo esa excepción que de todos modos no rompe precisamente con la esencia del modelo, la estructura es inalterable: llegada a la casa de Carnacki, cena en silencio, Carnacki cuenta su historia, los amigos son despedidos.

Los cuatro personajes que escuchan la historia siempre serán los mismos. Dodgson (que es el narrador y parece claramente un álter ego del propio Hodgson),  Jessop, Arkright y Taylor son una suerte de versión múltiple e inactiva del Watson de Conan Doyle. Ellos son los que dan testimonio de la investigación realizada por su aventajado amigo, al que claramente admiran. Sus intervenciones son, por este motivo, apenas anecdóticas. En algún momento aislado —exactamente en el relato The Haunted Jarvee— parece admitirse que Arkright tiene algunos conocimientos avanzados de magia, pero todo se queda en un simple apunte.

Resulta notable cómo las seis historias que se publicaron en vida del autor son aquellas que muestran una mayor unidad conceptual, quedando las otras tres como las más personales y diferentes. Destaquemos del cuerpo principal del canon, pues, la vigencia de The Whistling Room (La habitación que silbaba) o la fama de The Horse of the Invisible (El caballo invisible). Fue esta última, de hecho, la elegida por la BBC cuando incluyó a Carnacki dentro de su serie The Rivals of Sherlock Holmes, en la única incursión del personaje en las pantallas —destaquemos que tuvo el honor de ser interpretado por el mismísimo Donald Pleasence—.

En los tres últimos relatos es donde Hodgson parece abrir sus horizontes. Así, en The Haunted Jarvee (El encantamiento del Jarvee) no duda en mostrarnos las obsesiones más comunes a toda su obra. De este modo, nuestro intrépido investigador de lo paranormal consigue terminar a bordo de un barco maldito, circunstancia que el autor aprovecha para mostrar un dominio de la jerga marinera logrando mantener, al mismo tiempo, el conciso estilo del que hace gala en toda la serie, evitando abrumar al lector lego en cuestiones marítimas.

Las relaciones de este relato con su tercera novela, The Ghost Pirates (Los piratas fantasmas), son muy notables. De hecho puede entenderse la peripecia de Carnacki a bordo del Jarvee como una suerte de revisión a muy pequeña escala de lo que le sucedió a Jessop en el Mortzestus, en la que incluso la explicación dada por el investigador a los extraños sucesos que sufre podría servir para dar más luz sobre los acontecimientos narrados en la obra anterior.

The Find (El hallazgo) es una obra curiosa y única en el canon. En este relato, Carnacki es, más que nunca, un remedo absoluto de Sherlock Holmes. Al desaparecer todo el componente sobrenatural, ya sea real o imaginado, de la ecuación, se ven las costuras de la construcción de Hodgson. La historia es disfrutable por sí misma, pero no por eso deja de ser un pastiche más, muy alejado de la personalidad que tiene el personaje en el resto de sus peripecias.

Para el final quedó The Hog, posiblemente el relato más conseguido del autor. Aquí la acción se reduce a una sola noche, lo que dota al conjunto de una sensación de urgencia desde el arranque que en otras ocasiones se echa en falta al alargarse el periodo de tiempo antes del ineludible enfrentamiento con el supuesto fantasma. También es este el relato en el que Hodgson se permite tratar de desarrollar una fascinante teoría del origen de los sucesos sobrenaturales que uno no puede dejar de contemplar como un primer acercamiento a lo que después el mismísimo H. P. Lovecraft postularía.

Vida más allá del autor

Thomas Carnacki se diferencia de otros muchos de los seguidores de Holmes en el hecho de que su memoria nunca ha sido olvidada del todo. A pesar de que tuvieron que pasar treinta años de la muerte de su autor para que existiese una edición completa de sus aventuras, gracias a Arkham House, el descubridor de fantasmas ha gozado de una aparentemente extraña proliferación de pastiches y referencias en los últimos tiempos.

Entre los ejemplos más destacados se encuentra la obra 472 Cheyne Walk: Carnacki, the Untold Stories, por A. F. Kidd y Rick Kennett, publicada ya en 1992. Se trata de una colección de catorce historias cortas que desarrollan las aventuras referenciadas por Hogdson, pero nunca narradas. En este sentido tal vez se puedan considerar el ejemplo de pastiche más clásico en la vena sherlockiana. En cierto modo, tal vez tengan razón los continuadores que dicen que cuando un autor hace referencias a aventuras de sus personajes que nunca llega a escribir está pidiendo de manera inconsciente que alguien continúe narrando sus historias. En esta misma línea está la más reciente Carnacki: The New Adventures, publicada por Ulthar Press bajo la edición de Sam Gafford.

Más conocida para el público en general es su presencia en las continuaciones de La liga de los hombres extraordinarios de Alan Moore. El autor de Northampton lo sitúa tanto en dos partes noveladas de su Dossier negro como en su Century: 1910. Fiel a su naturaleza, Moore no se contenta con presentarnos a Carnacki tal y como lo imaginó Hogdson, sino que se inventa un pasado encuentro con algún tipo de espíritu que permite a nuestro investigador tener sueños premonitorios.

Si bien las elecciones de Moore con respecto a los personajes de ficción ajenos que presenta en su obra nunca han destacado por ser conservadoras, en esta ocasión parece que la cosa se le ha ido de las manos. Convertir a un personaje intrínsecamente materialista y que destaca en todo caso por sus gadgets científicos en un médium visionario atormentado por sueños proféticos es excesivo por mucho que uno quiera defender a Moore. Así nos encontramos con que el personaje que aparece en las páginas de La liga de los hombres extraordinarios puede recordarnos a muchas cosas, pero difícilmente lo reconoceríamos como Thomas Carnacki si no se fuese porque así le llaman. Solamente en la divertida historia corta What Ho, Gods of the Abyss, realmente dedicada a Jeeves y Wooster, se puede reconocer al personaje, aun teniendo en cuenta el tono cómico y alocado que la caracteriza.

Carnacki también ha tenido tiempo para cruzar su camino con su inspirador —el mismísimo Sherlock Holmes— en las páginas del tomo Gaslight Grimoire, para ser miembro del Club Diógenes de Kim Newman o para protagonizar algún pastiche del español Alberto López Aroca. Pero seguramente su mayor logro haya sido el de acompañar al mismísimo Doctor Who en una novela corta publicada por Talos y llamada Foreign Devils. Su presencia en esta se debió al gusto del autor, Andrew Cartmel, por el personaje, hasta el punto de que la editorial decidió aprovechar la ausencia de derechos de autor sobre las obras para incluir el relato The Whistling Room en el tomo.

Un fantasma muy vivo

Carnacki, por suerte y a diferencia de la mayoría de los personajes que le acompañaron en las páginas de las revistas de principios del siglo XX, sigue estando presente en nuestras librerías. De hecho, en español existen hasta la fecha dos ediciones de sus aventuras que recopilan las nueve aventuras canónicas. La más antigua se tituló Carnacki, el cazafantasmas y fue parte de la nunca bien ponderada colección Ultima Thule, con traducción de Javier Martín Lalanda. Más reciente y fácilmente adquirible es la titulada Carnacki, el cazador de fantasmas de Valdemar, traducida ahora por Lorenzo Díaz.

La duda con todas estas obras termina siendo la misma: ¿merece la pena acercarse a estos relatos por parte del lector actual? Dejando de lado los aspectos puramente históricos, en este caso la respuesta solamente puede ser positiva. La prosa de Hodgson cuando creó a Carnacki era tan clara como complejos algunos de sus razonamientos, lo que hace a su obra al mismo tiempo accesible y cautivadora.

Como siempre el panorama es mejor para aquellos que puedan acceder a las obras en inglés, donde la falta de derechos sobre la obra de Hodgson ha causado una multiplicación de ediciones a buen precio de las andanzas de Carnacki. Los que se manejen únicamente en español harían bien en aprovechar cualquier ocasión para hacerse con volúmenes de este tipo y evitar futuras cacerías en librerías de viejo. Aunque, pensándolo bien, tal vez en medio de polvorientos tomos, convertido en un tesoro oculto a plena luz, se encuentre el hábitat natural de personajes como el que nos ha ocupado.

 

Ismael Rodríguez Gómez
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