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Seriéfilo: febrero de 2019

Se veía venir un mes de febrero corto pero cargadito desde hacía semanas. Y no solo no ha defraudado, sino que se ha venido muy arriba. Hemos podido disfrutar de un pequeño mes rebosante de buenas series; veintiocho días a punto de reventar, porque ha resultado difícil contener tanta calidad en tan poco tiempo.

Y digo que se veía venir porque los buenos presagios estaban ahí, empezando por una de las series revelaciones del año pasado, Counterpart (Starz). La serie estrenó su segunda temporada allá por el lejano diciembre, pero el largo parón navideño invitaba a pensar que los momentos cruciales se desparramarían a lo largo del mes de febrero. Y como no podía ser de otra forma, el guion cumplió con las expectativas. Una segunda temporada vibrante, sólida, con capítulos memorables que completaban el puzle que empezamos a completar el año pasado. Al igual que su primera temporada, la segunda entrega de la serie de los espías modernos deja el listón muy alto para todo lo que venga detrás. La mala noticia es que, al finalizar la temporada, la cadena Starz anunció su cancelación. Aun así, el final de la serie es válido para cerrar la trama principal: no sé si sugestionado por la noticia de la cancelación o no, lo encontré un tanto atropellado, cerrando tramas de forma algo brusca cuando el resto de la serie se había desarrollado de forma estratégicamente detallada. Ahora toca lanzarse en brazos del activismo para conseguir que alguna de las plataformas online expertas en resucitar series vuelva a ponerla en marcha. El proyecto lo merece: #SaveCounterpart.

Un poco más tarde que Counterpart, en enero, comenzaba la esperadísima tercera temporada de True Detective (HBO). De nuevo se intuía que la chicha y el veredicto final sobre la misma llegarían en febrero. Tres años y medio en el rincón de pensar, ese fue el castigo que la cadena le impuso al proyecto tras su polémica segunda temporada. Tiempo para reflexionar y enderezar el rumbo de la franquicia que, de la mano del bueno de Matthew McConaughey había sorprendido al mundo. Esta tercera temporada parece una fantástica segunda temporada tras haber visto la original, especialmente si tenemos en cuenta que ya han pasado cuatro años desde que Nic Pizzolatto apareció en el radar seriéfilo.

En esta ocasión se reciclan todos los elementos que hicieron grande su primera entrega, a excepción de los protagonistas: estamos de nuevo ante una serie lenta, reflexiva; ante un caso espantoso, pero menor dentro de la inmensidad de los Estados Unidos. Conocemos a una familia perdida dentro de un pueblo todavía más perdido; un detective de los de verdad, que hace de su obsesión por resolver un caso el pilar sobre el que sostener su vida; un compañero pragmático que le advierte de que no siga por ese oscuro camino que le acabará consumiendo…

Este párrafo podría haberlo ilustrado el estreno de True Detective allá por 2014, porque esta temporada comparte mucho con la del estreno del proyecto. Incluso, en los capítulos finales, hay un guiño al caso investigado por Rust Cohle y Martin Hart. Las principales diferencias, sutiles pero efectivas, son dos: por un lado, se abre un tercer arco temporal que, ayudado por un montaje muy cuidado, permite al guion jugar con la percepción del espectador para llevarlo hacia donde quiere el director en cada momento. La duda, la sospecha y el engaño son elementos esenciales de la fórmula; por otra parte, el protagonista es un detective muy distinto al portentoso Rusty: el personaje de Mahershala Ali, reciente ganador de un Oscar a mejor actor secundario por su papel en Green Book (Peter Farrelly, 2018), es parco en palabras, solitario, brusco y, ya en sus últimos años, se ve aquejado por el alzheimer. El arquetipo al que da forma podrá gustar más o menos, pero la interpretación es una maravilla que deja claro que nos encontramos ante uno de los actores del momento. Además, al igual que Woody Harrelson en su momento, Stephen Dorff acompaña perfectamente al gran protagonista de la temporada. Quien disfrutase la primera temporada de True Detective también disfrutará esta, aunque tendrá una constante sensación de deja vú. Por el contrario, si aquella te pareció lenta, aburrida y pretenciosa, ni lo intentes.

Y, cómo no, nos falta hablar de Netflix, que lo ha vuelto a hacer y esta vez a través de un parto múltiple. El canal parece haber descubierto la receta del éxito de la ficción televisiva y está dispuesto a explotarla hasta que no dé más de sí. Lo cierto es que, desde que el mundo es mundo, hay algo que siempre le ha gustado a la gente: el drama, entendido como «una obra en la que prevalecen acciones y situaciones tensas y pasiones conflictivas» (RAE dixit). Desde luego, Netflix se está aprovechando de ello: tres partes de drama y una del género que te venga en gana y el éxito está asegurado.

Lo hizo con The House of Haunting Hill, drama familiar entre hermanos, con una pizca de terror; lo repitió recientemente con Sex Education, drama protagonizado por amigos adolescentes, con una pizca de humor de instituto; y ahora lo ha aplicado al género de superhéroes con The Umbrella Acádemy, una mezcla entre La liga de los hombres extraordinarios y los X-Men que funciona porque se desmarca de los superhéroes de acción para centrarse en…. ¡el drama! Aquí conoceremos a seis hermanos con una relación difícil que se reencuentran tras la muerte de su padre, un personaje que les hizo la vida imposible con el fin de prepararlos para defender un bien mayor, en este caso salvar el mundo.

No es una serie tan redonda como The House of Haunting Hill porque el guion tiene bastantes remendones en el tramo central de la historia para hacerla avanzar y con el paso del tiempo salen a relucir de forma grosera, sobre todo en el desenlace de la trama en los tres últimos capítulos. A pesar de ello, estos fallos quedan compensados por un trabajo de personajes a la altura de otros proyectos de Netflix: todos ellos son carismáticos, entrañables y profundos, lo cual completa un casting hecho a medida y una excelente banda sonora. Saldrá defraudado, eso sí, quien espere mamporros a tutiplén; la disfrutará quien busque algo humano bajo las máscaras.

Netflix también nos ha dejado una buena comedia, Russian Doll, protagonizada por Natasha Lyonne, la Nicky de Orange Is The New Black y que los más viejos, y gamberros del lugar recordarán por su papel de Jessica en American Pie (Paul Weitz, 1999). La serie no empieza muy bien, parece una copia descarada de Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993): nuestra protagonista se muere una y otra vez y revive en el lavabo durante su fiesta de cumpleaños. Los primeros capítulos apuntan a una revisión de la peli protagonizada por Bill Murray, pero cuando empieza a ser cansina cambia el rumbo y se convierte en algo totalmente distinto. Tiene un final inesperado y sorprendente que me ha parecido muy original. Mucho humor negro y cínico en una serie con capítulos cortos, de menos de media hora, muy ágiles y que además nos hace pensar.

El Netflix del resto del mundo también nos deja dos buenas sorpresas. La primera no lo es tanto, porque nos referimos a la segunda temporada de la italiana Suburra, la serie sobre la corrupción en Roma que mezcla, esta vez sí de forma acertada, la triada formada por la política, la Iglesia y las bandas criminales. Sigue situándose en un punto intermedio entre la corrupción política de 1992 (Sky Atlantic) y su secuela 1993 y el brutal y violento retrato de la camorra napolitana de Gomorra. En cualquier caso, en esta ocasión por fin se encuentra un equilibrio acertado. Si la primera entrega no conseguía entrelazar las tres variables y la aparición de múltiples personajes entorpecía la trama, ahora la historia es mucho más directa y la interdependencia de los personajes principales mucho más clara. El resultado final consigue que la serie tenga un buen ritmo libre de distracciones.

La segunda y última sorpresa es más exótica, ya que nos llega desde Corea. Kingdom es un ambicioso proyecto que intenta reformular el aparentemente desgastado fenómeno zombi. Aunque solo tiene seis capítulos, ya ha sido renovada para una segunda temporada. Quienes quieran un nuevo  The Walking Dead (AMC), pero con samuráis, ya pueden olvidarse de esta serie porque no es para ellos. Kingdom juega en otra liga: para empezar, está ambientada en el siglo XV, en plena dinastía Joseon, y durante los dos primeros capítulos no encontramos ningún no-muerto. Nos situamos en plena lucha por el trono entre la segunda esposa del actual rey, secundada por su poderosa familia; y el príncipe heredero, hijo de su anterior esposa. La amenaza zombi encaja en este conflicto añadiendo profundidad y complejidad a la historia, pues las intrigas palaciegas ofrecen una nueva dimensión que la mayoría de las series del género desprecian, centrando su único objetivo en sobrevivir. La quietud del arranque de la serie contrasta con la acción desbordante que nos ofrece a partir del ecuador; el cuidado en la fotografía y demás aspectos de producción denotan que no estamos ante una serie cualquiera, hecha para aprovechar el tirón de los no-muertos. El cine coreano lleva brillando desde hace mucho tiempo y ahora, gracias a las plataformas de streaming y a una buena publicidad, parece que también podremos disfrutar sus series.

Y casi sin darme cuenta se me acaba el mes. No da tiempo a ver más series para escribir más. Gajes del mes más corto del año. Espero poder explayarme más en nuestro próximo encuentro, que ya será a las puertas de la esperadísima última temporada de Juego de tronos (HBO). Hasta entonces, no sufráis, porque las series de calidad no se terminan y aquí me tendréis, al pie del cañón para comentarlas con vosotros.

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