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Los auténticos Indiana Jones: Roy Chapman Andrews

Seguimos repasando los personajes reales que, se dice, se afirma (muchas veces sin mucho fundamento), han inspirado la creación de Indiana Jones; esos auténticos aventureros, exploradores y/o arqueólogos (y también tendremos nuestra ración de estafadores, buscadores de gloria y falsificadores) que pudieron dar alguna idea a George Lucas y Steven Spielberg para crear su personaje ficticio. El que nos ocupa hoy es otro de los principales candidatos: Roy Chapman Andrews. Y cuando digo que es uno de los principales quiero decir que, posiblemente, es el que más insistentemente aparece con dicho título en listas y artículos de la red; también en documentales, muy a menudo con la coletilla de «personaje que inspiró a Indiana Jones».

Roy Chapmam Andrews (1884-1960) nació en la pequeña ciudad de Beloit (Wisconsin, con apenas seis mil habitantes) en una familia de clase media-alta sin especial vocación académica. Aficionado desde niño a la vida campestre, a las acampadas, la pesca y la caza, se convirtió muy joven en un experto taxidermista: sus trabajos se exhibían en muchas casas y locales de su pueblo natal e incluso se dice que, de esta manera, se financió una parte importante de su matrícula universitaria. Curiosamente, pese a esta afición por el campo y los animales, desarrolló cierta ofidiofobia que le acompañó el resto de su vida.

Para ser un futuro explorador y viajero, lo cierto es que su infancia y primera juventud transcurrieron sin alejarse demasiado de su pueblo natal. En su biografía inicial encontramos, como mucho, alguna excursión hacia alguna ciudad como Chicago o Nueva York para ver sus museos. Incluso estudió en la propia Universidad de Beliot, con sede en el pueblo, eligiendo la zoología como campo personal. Aquí tenemos una de las grandes diferencias con el personaje ficticio: Andrews no se interesó por la arqueología y el pasado humano, si no por los animales y,  solo más adelante, la paleontología.

Por lo que vemos en las fotos, el joven Andrews era un hombre alto y atractivo, pero delgado; a menudo le vemos en el campo, con el sombrero bien calado (aunque utilizaba habitualmente un sombrero de scout), quizás para ocultar su prematura calvicie. Con un arma al cinto, representa la viva imagen del aventurero y el explorador[1]. Estas fotos, junto a las narraciones de sus viajes (en ocasiones exageradas o dramatizadas por él mismo), le convirtieron en una figura bien conocida para varias generaciones de americanos. En cuanto a su personalidad, algunos destacan su entusiasmo y su arrojo; frente a ellos, otro señalan que dichas cualidades venían acompañadas de impaciencia y, a veces, temeridad. Como paleontólogo era algo descuidado y su técnica de excavación era deficiente, siendo mejor organizador y líder de grupo. Frente a su déficit en los aspectos más técnicos, aparecen, por ejemplo, sus grandes habilidades como cazador.

Acabados sus estudios de licenciatura, consiguió gracias a su insistencia ofreciéndose a trabajar «de cualquier cosa» un puesto como ayudante de taxidermia en el Museo Norteamericano de Historia Natural de Nueva York; mientras tanto, realizaba estudios de doctorado en la universidad de Columbia. En aquellos primeros años centró su interés en los cetáceos, realizando sus primeros viajes a Alaska, además de lograr destacar como conferenciante y escritor de artículos sobre sus experiencias. Esta sería una constante de su carrera: su papel como propagandista de sí mismo y sus exploraciones a través de libros como Ends of the Earth (1929), The New Conquest of Central Asia (1932) o Under a Lucky Star (1943) convirtiéndose en best-sellers e influyendo decisivamente en la imagen del aventurero ideal en la mentalidad norteamericana.

En 1909-1910 realiza su primer gran viaje internacional, cuyo objetivo original era el estudio de cetáceos en las Filipinas, aunque finalmente la travesía le llevó a conocer Shanghái (que le horrorizó, así que suponemos que no era un habitual del Club Obi Wan), Hong Kong y, sobre todo, Japón. Se estableció durante meses en el país nipón, trabajando cerca de los balleneros para obtener especímenes; aprendió el idioma y se integró sorprendentemente en la vida local, incluyendo (aquí si) la vida nocturna. El viaje de vuelta incluyó su primera visita a Beijing, ciudad por la que también sintió una inmediata fascinación y donde residiría, a temporadas, durante muchos años. En realidad, a partir de este momento, su carrera se orientaría fundamentalmente hacia el Extremo oriente y los animales y fósiles que allí pudieran encontrarse.

En dicho punto de inflexión tiene mucho que ver también el relevo que se había producido en la dirección del museo; con Henry Fairfield Osborn (1857-1935), que era también profesor de zoología en la Universidad de Columbia, como nuevo presidente la institución, esta comenzó a volcarse más en el estudio de la paleontología y a plantear misiones de investigación más ambiciosas. Osborn, que se convirtió en el principal mentor y adalid de Andrews, es descrito por algunos como tiránico, inflexible y dictatorial, pero también como enérgico, capaz y resolutivo. Ambos coincidían en un interés por el corazón de Asia, donde Osborn defendía que se encontraba el origen de la vida animal e incluso el origen del hombre (contraponiéndose a la hipótesis del origen africano, hoy más aceptada).

Cuando estalla la Gran Guerra, Andrews intentó alistarse como voluntario en el ejército americano, pero terminó asignado a inteligencia[2]; como agente afincado en Beijing (manteniendo la tapadera de explorador que trabajaba para el museo) se dedicó a reunir información de la volátil situación de China (donde la recién nacida República se desintegraba a ojos vista). En este periodo también realizaría sus primeros viajes hasta Urga, capital de Mongolia. Curiosamente una indiscreción de su mujer, que decidió contar por carta a conocidos que su marido se dedicaba al espionaje, provocó que fuera licenciado prematuramente de su labor.

Después del conflicto, con valiosos contactos y un plan en mente, nuestro protagonista se demostró un hábil recaudador de fondos, atrayendo grandes fortunas para financiar una serie de ambiciosas expediciones a Asia Central. Muchas de las grandes familias industriales de la costa este (como los Morgan o los Rockefeller) terminan contribuyendo, mientras que marcas como Dodge proporcionan material a cambio de publicidad. Andrews confía en el uso de coches[3] para desplazar la expedición, confiando en caravanas tradicionales de camellos (que debían salir semanas antes) para el avituallamiento de víveres, gasolina y llevar los especímenes de regreso a la civilización.

Las grandes distancias, el clima extremo y los abundantes bandidos (incluyendo los grandes señores de la guerra que se habían enseñoreado del norte de China), así como los vaivenes de la situación política, se convierten en los principales obstáculos y motivo de decenas de anécdotas que Andrews narra en sus libros. La violencia y, sobre todo, la amenaza de violencia, eran una constante; las armas siempre se encontraban a mano, aunque a menudo su mera exhibición era suficiente para frenar a los saqueadores. Se cuenta, por ejemplo, que empleó varias la amenaza de una inexistente ametralladora contra bandidos demasiado insistentes, que normalmente huían antes de comprobar la verdad.

Durante la siguiente década (de 1922 a 1931, aunque con pausas en 1924 y 1927) las sucesivas campañas de excavación aportaron una gran variedad de fósiles de mamíferos prehistóricos y dinosaurios en territorios de Mongolia, especialmente en el yacimiento bautizado por Andrews como Flaming Cliffs. Aquellos hallazgos parecían dar apoyo a la teoría de Osborn del Gobi como un jardín del Edén peleontológico. En la campaña de 1923 encontraron, casi por casualidad, los que a menudo se mencionan como primeros fósiles descubiertos de huevos de dinosaurio[4]; algo que provocó una verdadera dinomanía y permitió, además, catalogar varias especies desconocidas hasta el momento.

Lo que nunca encontraron, pese a los deseos de Andrews y su mentor Osborn, fue una prueba de la presencia de homínidos primitivos en el Gobi. Hay que tener en cuenta, no obstante, que en plena época de expediciones, concretamente en 1927, se produce el hallazgo del llamado Hombre de Pekín o Sinanthropus pekinensis[5], hallazgo que daba alas a la hipótesis asiática, al considerarse por entonces uno de los homínidos más antiguos jamás descubierto.

Fueron muchas las personas que participaron en estas expediciones: americanos, pero también nativos chinos y mongoles; incluso Osborn (que era la antítesis del aventurero) realizó una breve visita a la expedición. Pero quiero mencionar brevemente a uno de los más pintorescos y misteriosos de todos los expedicionarios: el norteamericano John Mac Mckenzie Young (1894-1931). Este, que se unió como experto en vehículos y jefe de mecánicos en la campaña de 1923 y repitió como tal en las sucesivas, había nacido en Pittsburg (Pennsylvania),  pero se había unido al ejército canadiense para luchar en la Gran Guerra. Durante la misma había servido en la artillería antes de pedir su traslado a la RAF, aunque no llegó a entrar en combate como piloto. Tras el armisticio habría servido brevemente en la Northwest Mounted Police[6], antes de volver a los EEUU y alistarse en los marines[7], pidiendo el traslado a su puesto más remoto: no era otro que el de las tropas dispuestas para proteger la delegación estadounidense en Beijing. Tras unirse a las expediciones, se destaca su valor, su frialdad ante el peligro y sus capacidades atléticas, aunque carecía de cualquier refinamiento académico. Su muerte en 1931 en una carretera del norte de California se catalogó oficialmente como suicidio, pero sus amigos siempre negaron esta posibilidad. Su desaparición aún está rodeada de sospechas.

Los problemas políticos de Mongolia (recién salidos de una guerra civil y una revolución prosoviética) y China (asediada ahora por el imperialismo japonés, además de por sus problemas internos), dificultaron cada vez más las expediciones. Las autoridades nacionales de dichos países a menudo desconfiaban de Andrews y sus objetivos, escarmentados por las acciones más bien poco éticas de exploradores y arqueólogos como el sueco Sven Hedin o el británico, de origen húngaro, Sir Aurel Stein. Por supuesto, cabe mencionar que Indy también recibe ocasionalmente acusaciones de robo de antigüedades: en el palacio de Pankot le recuerdan, por ejemplo, sus problemas con las autoridades de Madagascar[8].

En otro orden de cosas, las acusaciones de espionaje se siguieron produciendo con regularidad y, aunque los libros de y sobre Andrews minimizan, incluso ridiculizan tal posibilidad, lo cierto es que gran parte de sus compañeros, así como él mismo, tenían lazos con la inteligencia militar y sabemos, sin lugar a dudas, que al menos dos informes geográficos sobre Mongolia fueron remitidos al ejército de los EEUU por expedicionarios.

Después de la última campaña de 1931, Andrews intentó organizar una nueva expedición sin éxito e incluso pensó en organizar una en colaboración con los soviéticos para explorar otras áreas de Asia; también parlamentó con el Estado títere japonés del Manchukuo para volver al Gobi. Pero ninguno de estos proyectos llegó a término, entre otras cosas por el efecto de la Depresión en los fondos disponibles. Finalmente, Andrews volvió definitivamente a su país natal, siguió escribiendo obras de divulgación sobre sus aventuras y se convirtió en director del Museo Americano en 1934.

Mientras, su esposa Yvette, de la que se había separado en 1927 y divorciado en 1931, se trasladó a Inglaterra con sus hijos[9], situación que puede recordar ligeramente a la representada por Marion, el propio Indy y Mutt.  También podríamos comentar que el nombre de su segunda esposa, con quién se casó en  1934, era Willhemina Christmas, apodada Billie de forma cariñosa, de la misma manera que Wilhelmina Willie Scott será el nombre de la segunda parteniere cinematográfica del arqueólogo… De todos modos, según Spielberg afirmó en varias entrevistas, el nombre Willie procede de su perro y Willhelmina tiene que ver con el grito de Wilhelm. Parece que, en este caso, debemos culpar al hada de las coincidencias.

Aquejado de algunos achaques heredados de sus años en el desierto, incluidas heridas de bala y daños en la visión, supuestamente agravados por el sol y la arena del desierto, Andrews quiso alistarse al estallar la Segunda Guerra Mundial, pero finalmente se limitó a ocupar una posición de consejero para asuntos asiáticos del ejército. Ya retirado de su posición en el Museo se trasladó a Carmel, California, a finales de los 50; allí murió de un infarto el 11 de Marzo de 1960.

Andrews no es mencionado en las películas, ni tampoco he encontrado ninguna referencia a su influencia por parte de Lucas y Spielberg. Sin embargo, la presencia de un señor de la guerra chino coleccionista de antigüedades[10] aparece ya en las transcripciones de las primeras conferencias de guion entre ambos y Lawrence Kasdan en 1978. No puedo dejar de pensar que las múltiples anécdotas sobre estos caudillos, narradas por Andrews en sus libros, están detrás, al menos en parte, de esta idea. En el material derivado de la franquicia Andrews cruza, al menos conceptualmente, su camino con el del propio Indy: es en la novela Indiana Jones and the Dinosaur Eggs, de Max McCoy. Ambientada en 1933, el argumento, además de un cameo de Joseph Campbell[11], no incluye a nuestro protagonista de hoy como un personaje activo, pero sí sitúa a Andrews en el Gobi y otros lugares asociados a las Expediciones centroasiáticas.

Conclusión: americano y aventurero, pero dedicado a un terreno de investigación diferente al de Indy; podemos ver una similitud general entre ambos, pero pocos detalles concretos. Son sugestivos el miedo a las serpientes y, de nuevo, su conexión con el espionaje; pero la falta de acción anti-nazi le hace bajar también varios escalones. Su fama como divulgador y su conexión con la Paleontología, que como sabemos es otro tema de interés al menos para Spielberg, inducen a pensar que su nombre y su imagen estuvieron presentes al menos de forma inconsciente en la mente de los padres de Indiana Jones. A pesar de todo, no tenemos ninguna prueba definitiva… y, por tanto, ¡seguimos buscando!


[1] Algunas realizadas por su primera esposa, Yvette Borup Andrews (1891-1959), de cuyas instantáneas no puedo evitar pensar que inspiraron también elementos en otros proyectos de Lucasfilm. Algunas imágenes recuerdan incluso a escenas del comienzo de La última cruzada, aunque esto puede ser más una similitud  indirecta, a través del western.

[2] Y, como Sylvanus Morley, para lo Oficina de Inteligencia Naval (ONI). Ambos fueron reclutados, al parecer, a través del Club Cosmos de Washington D.C., por lo que es posible que se conocieran.

[3] Su intención inicial de usar aeroplanos chocó con la negativa del gobierno chino, temeroso del uso que esos aviones podían tener.

[4] Aunque, en realidad, el primer descubrimiento y descripción científica se produjo en Francia en 1859, estos fueron erróneamente identificados como huevos de aves prehistóricas.

[5] Hoy catalogado como un ejemplar de Homo Erectus.

[6] El antecedente de la Policía Montada del Canadá (formada en 1920).

[7] Aunque hay rumores de que, en realidad, trabajaba para inteligencia militar o el servicio secreto.

[8] En Indiana Jones y el templo maldito, Chattar Lal (interpretado por Roshan Seth) lo hace mencionando un Sultán de Madagascar, aunque por entonces y desde finales del siglo XIX, la isla es una colonia francesa (y anteriormente nunca fue un sultanato).

[9] Aunque años después se descubrió que solo uno de los dos hijos nacidos durante el matrimonio era hijo biológico de Andrews.

[10] Que terminaría cristalizando en el mafioso Lao Che, interpretado por Roy Chiao, en el prólogo de la segunda parte de la trilogía original.

[11] Autor de El héroe de las mil caras, influencia reconocible en gran parte de la obra de Lucas, especialmente en Star Wars, y codificador del tan abusado Viaje del héroe.

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