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Mary Shelley: La muerte del monstruo. La eterna fascinación por Villa Diodati

Pocos encuentros literarios en la historia de nuestra cultura han tenido la trascendencia del que tuvo lugar en el verano de 1816 en una villa cerca del Lago Lemán. Fue allí, en Villa Diodati, dónde Percy Shelley, Mary Godwin, Claire Clairmont, John Polidori y el mismísimo Lord Byron estuvieron atrapados durante tres largos días y decidieron contarse historias de terror. De ahí surgirían el Frankenstein de la futura Mary Shelley, El vampiro de Polidori y, más importante todavía, toda una nueva mitología de la que es imposible escaparse y que tiene un nuevo capítulo en Mary Shelley: La muerte del monstruo

Es difícil ponerse de acuerdo en la trascendencia real del encuentro de Villa Diodati. ¿No habrían llegado Mary Shelley y John Polidori a desarrollar sus obras sin el empujón de aquellos días oscuros en el año sin verano? Nunca lo sabremos, pero para la historia nos ha quedado la idea de unos decadentes románticos alejados del mundanal ruido, en medio de una terrible tormenta y creando nuevos mitos que les aterrorizaran durante las horas del sueño. Es difícil escaparse al embrujo de Villa Diodati.

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La fascinante y joven Mary Shelley

Mary Shelley fue muy clara cuando le puso el subtítulo a su novela. El nuevo Prometeo es la clave para entender la figura del monstruo, un héroe trágico que está dispuesto a ser el objetivo de todo tipo de trabajos terribles para vivir para siempre condenado por su propia naturaleza. El hombre nuevo es rechazado por el viejo y es condenado a vivir lejos de nosotros, convertido en poco más que una bestia.

Pagina Mary Shelley 2Frankenstein ha sido siempre una obra llena de lecturas muy diferentes, tal es la magia de las obras maestras. Para algunos puede ser incluso la primera piedra de toque de la ciencia ficción; para otros es un compendio casi filosófico sobre la humanidad y nuestra búsqueda de la divinidad; para la mayoría, una novela que resulta entretenida pasados más de dos siglos desde su concepción y que sigue escondiendo nuevas sorpresas cada vez que un lector se acerca a ella. Para otros, entre los que debemos suponer que se cuenta el guionista Julio César Iglesias, es en realidad un reverso de la vida de la propia Mary Shelley.

En las páginas de Mary Shelley: La muerte del monstruo se esconde una personal biografía de la autora de la novela, pero también una reflexión sincera sobre dónde acaba la vida real y la influencia de un monstruo cuya sombra se presenta alargada, proyectándose sobre todos los sucesos de la existencia de Mary Shelley. Es al final que entendemos que el monstruo de Frankenstein no es más que un reflejo de una vida incompleta y sufrida, de los males infringidos por la muerte de varios vástagos y la pérdida de su único amor a la tierna edad de veinticinco años. El monstruo de Frankenstein se ve como una preclara visualización de toda su vida, como el elemento central de una existencia que la propia Mary Shelley vio clara cuando publicó la obra, apenas con veintiún años.

Pagina Mary Shelley 4Es indudable que la figura de Mary Shelley, influenciada en gran parte por la de su madre Mary Wollstonecraft, es una de esas que resultan capaces de capturar la imaginación de cualquier autor durante sus primeros años. No pasa lo mismo con su vida una vez Percy Shelley desaparece en 1822: durante veintinueve años siguió codeándose con lo mejor del romanticismo y escribiendo, pero esos son unos años que no parecen interesar a nadie, ni siquiera a los autores de este cómic, que prefieren centrarse en su relación, mayormente ficticia, con su único hijo superviviente: Percy Florence Shelley.

Mary Shelley fue una luz que brilló de manera cegadora durante su juventud para apagarse y convertirse en una sombra de sí misma en su madurez. Al menos eso nos dicen Julio César Iglesias y Raquel Lagartos en una obra que aparenta ser una biografía, pero es, al mismo tiempo, un ensayo sobre un momento muy parcial de la vida de la escritora. Mary Shelley era más que la autora de Frankenstein y su vida no finalizó en la noche de Villa Diodati; ni siquiera con la muerte de Percy Shelley, aunque a veces nos resulte difícil recordarlo.

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Frankenstein y la esencia del monstruo

Mary Shelley: La muerte del monstruo coloca su interpretación de la obra de Shelley en la boca de un conferenciante. Apoyándose en la autoridad que le da dicha figura, el cómic de Iglesias y Lagartos nos traslada su interpretación de la trascendencia real de Frankenstein. Su lectura de la obra es correcta, pero necesariamente parcial y quizá inevitablemente carente de la infinita complejidad que tiene la novela.

Es cierto que el análisis de qué es lo que nos hace humanos tiene un gran peso en Frankenstein. La sociedad y su rechazo a lo diferente marcan el destino del monstruo del mismo modo que, según los autores, la propia existencia de Mary Shelley. Ahí no hay nada que objetar. Pero, al mismo tiempo, la trascendencia de la obra radica también en su faceta de relato de ciencia ficción, capaz de lograr que sus coetáneos se inventaran unas estancias llenas de tubos de ensayo y decantadores por las que pululaban doctores locos tratando de traer de vuelta a la vida a los cadáveres. Y sin esos componentes hubiésemos terminado teniendo algo muy diferente a Frankenstein, seguramente una más de las obras morales que abundaban ya por aquellos entonces y que buscaban avisar a la sociedad de los peligros delos vicios morales. Víctor Frankenstein no es solamente un hombre que jugaba a ser Dios, sino que además es el mayor de los doctores locos que llenan hasta hoy día nuestras páginas y nuestras pantallas, hermanando los intereses más filosóficos con la ficción más escapista.

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El continente como reflejo del contenido

Tanto el guionista de Mary Shelley: La muerte del monstruo, Julio César Iglesias, como la dibujante y colorista, Raquel Lagartos, son autores noveles que habrán buscado con su primera obra mostrar todo su potencial. Afortunadamente, el resultado es más que satisfactorio.

Portada Mary ShelleyEn el guion se encuentran muchos elementos de la escuela del Alan Moore de From Hell, que llegan a infiltrarse hasta atacar a la parte gráfica y conseguir que por momentos sea imposible evitar la sensación de estar viendo una suerte de adaptación de la magistral obra del de Northampton a la vida de Mary Shelley. Esto puede sonar como una acusación, pero no debemos olvidarnos de que toda comparación con una obra de Alan Moore suele ocultar un halago, y este caso no es diferente.

Visualmente, el trabajo de Raquel Lagartos brilla cuando puede dedicar páginas al paisaje, mostrando en los personajes un difícil equilibrio entre el trabajo en blanco y negro, deudor directo de Eddie Campbell, y el trabajo en color. Es en estos casos en los que parece tener dificultades para encuadrar algunos personajes en fondos de enorme belleza, en los que presta mucha atención a una naturaleza desatada.

En conjunto, Mary Shelley: La muerte del monstruo es una obra de difícil categorización. Su lectura resulta ágil y se agradece sobremanera la seriedad de las posiciones artísticas, así como su ambición. No es sencillo encontrar a dos debutantes que decidan enfrentarse directamente con una labor tan hercúlea como un análisis de la vida de una de las autoras más trascendentes de la historia de la literatura. O al menos de una parte de la misma, porque, desde luego, muchos terminarán esta lectura deseando saber más sobre Mary Shelley y las vivencias acumuladas esos últimos años por la viuda del romanticismo inglés. Debieron ser, literariamente hablando, una auténtica mina de oro.

Ismael Rodríguez Gómez
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