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Cinefórum CCCLIII: «Horizontes de grandeza»

Del país dulce (Sweet Country) de la semana anterior pasamos al gran país del título original de nuestra siguiente pelíccula, en España conocida como Horizontes de grandeza. De un western moderno en Australia, a una de las joyas de su vertiente hollywoodiense. Dirigida por William Wyler en 1958 y contando con un reparto estelar, en el que destacan Gregory Peck, Jean Simmons, Carroll Baker y Charlton Heston, además de una serie de bien conocidos secundarios como Charles Bickford, Burl Ives (que ganó el Oscar por esta interpretación), Alfonso Bedoya (en su último papel tras una larga carrera tanto en México como en los EEUU) o Chuck Connors.

Wyler, nacido en Alemania pero que desarrolló toda su carrera cinematográfica en Hollywood, realizó un buen número de películas del oeste en su etapa muda, pero en su más conocida etapa sonora sus films más conocidos atraviesan una variedad de géneros que muestran una versatilidad difícil de igualar. Entre los más conocidos podemos mencionar su versión del clásico Cumbre Borrascosas (1939); del criminal con Brigada 21 (Detective Story, 1951); el más conocido remake del drama histórico-bíblico, Ben-Hur (1959); o la comedia musical Funny Girl (1968). Quizás esta capacidad de adaptarse a distintos géneros y estilos haya afectado a largo plazo la reputación de Wyler, que por su propia plasticidad a veces es menos visto como que directores con una visión más personal, pese a tratarse todas estas películas de magníficos ejemplos de su género.

Todas las obras mencionadas, por cierto, fueron adaptaciones originalmente provenientes de la literatura. También estos Horizontes de grandeza proceden de un original literario, en este caso la novela de Donald Hamilton, publicada originalmente en forma serializada como Ambush at Blanco Canyon en el Saturday Evening Post en 1957, pero a menudo reeditada utilizando el título de la película. Hamilton es conocido sobre todo por sus novelas del agente secreto, o asesino del gobierno, Matt Helm (que tuvieron su adaptación libérrima en una serie de cuatro películas protagonizadas por Dean Martin); pero, como buen escritor de literatura popular, no evitó otros géneros habituales como este del western o el criminal.

Wyler (con el director de fotografía de origen austriaco Franz Planer) combina una bellísima recreación de los paisajes, en Technicolor, que mezclan diversos escenarios de California (sustituyendo a Texas). Las tomas en las que el horizonte y el espacio se constituyen en elemento fundamental forman la médula espinal de la película. Así, las personas y sus monturas (incluso los edificios y los asentamientos), se ven a menudo a lo lejos, como diminutas figuras en la pradera. En una escena fundamental, los personajes interpretados por Peck y Heston resuelven sus disputas a puñetazos, pero aún entonces lo hacen empequeñecidos por el gran país en el que se mueven. Ayuda al mantenimiento de la escala épica una espectacular banda sonora, compuesta por Jerome Moross, y que mereció una nominación al Oscar. Esta cuestión de la escala y el fenomenal reparto coinciden con un momento en que el cine de Hollywood, y en particular el western, tenían la creciente competencia de la televisión: esta película ofrece aquello que la pequeña pantalla no podía soñar con dar y lo hace por todo lo alto.

El rodaje, sin embargo, no estuvo libre de problemas. La novela llamó la atención de Peck, que había formado un acuerdo de producción con Wyler tras trabajar juntos en Vacaciones en Roma (Roman Holiday, 1953), pero la historia se demostró difícil de adaptar y diversos escritores intervinieron en sucesivos borradores. La relación de guionistas incluyó a Robert Wyler (el hermano del director), Leon Uris, James R. Webb y Sy Bartlett. Durante el rodaje, el estilo de Wyler, que tendía a repetir muchas tomas sin dar anotaciones precisas a los actores, provocó conflictos con varios de los intérpretes, especialmente con la strasbergiana Carroll Baker que tenía problemas para encontrar las motivaciones de su personaje. El caos  de las reescrituras llevó a cambios realizados de un día para otro, con actrices como Jean Simmons comentando, años después, que no era infrecuente encontrarse con páginas reemplazadas en pleno rodaje. Toda esta tensión llevó a la ruptura de la amistad entre Peck y Wyler.

El argumento nos presenta a Jim McKay (Peck), un hombre del este, heredero de una empresa naviera y antiguo capitán de barco, que llega al Oeste para casarse con su prometida, Patricia Pat Terrill (Baker). Al llegar, con sus maneras de ciudad y su carácter tranquilo, se ve pronto enredado en las disputas entre los Terrill, comandados por el Mayor Terrill (Bickford) y sus vecinos menos afortunados, los Hannessey. En un entorno de violencia apenas contenida, McKay se niega a caer en las provocaciones Buck Hannessey (Connors) y otros miembros de dicho clan, especialmente el patriarca Rufus (Ives), pese al desprecio que eso llega a provocar en su propia prometida y Steve Leech (Heston), el capataz del rancho Terrill. La única persona que parece comprender y compartir la actitud de McKay es la profesora de escuela Julie Maragon (Jean Simmons), que casualmente es dueña de un estratégico abrevadero que ambas facciones ansían.

Peck interpeta un hombre de contenida dignidad, que intenta traer la paz a una comunidad que se resiste con todas sus fuerzas; un hombre valiente y capaz que, sin embargo, desprecia el exhibicionismo de la hipermasculinidad violenta del cowboy y es capaz de ver que la escalada del conflicto solo puede llevar a la destrucción mutua. Aunque el final feliz, en lo personal, es casi inevitable, en realidad la película narra su fracaso; cómo sus buenas intenciones y su sentido común son incapaces de frenar las fuerzas autodestructivas de una relación basada en la violencia, que él no consigue cambiar pese a sus esfuerzos. De esta forma, la película entronca con otros personajes de Peck a lo largo de los años, como el Atticus Finch de Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962, Robert Mulligan) y sirve como contrafigura de otro gran western protagonizado por el actor como es El pistolero (The Gunfighter, 1950, Henry King).

Heston (como Steve Leech), por otra parte, realiza una actuación también muy interesante en un papel que, en principio, es secundario, pero que frente al carácter estático de la mayoría de personajes (que acaban la película sin haber modificado su punto de vista) sufre una transformación personal y muestra una serie de facetas complejas de las que otros personajes con más tiempo en pantalla carecen. Al principio, su actitud es de desprecio y animadversión hacia McKay (entre otras cosas por su propio interés personal en Patricia); la escena de la llegada del personaje de Peck en la diligencia refleja perfectamente esta tensión. Poco a poco, no obstante, vemos como empieza a ver parte de el otro lado, sus dudas sobre los límites de la obediencia y las represalias que el Mayor ordena. El caos del guion puede ser responsable, sin embargo, de que a partir de cierto momento su personaje casi desaparezca y su desarrollo carezca de una resolución satisfactoria.

Los papeles femeninos cumplen una función menos interesante, sirviendo fundamentalmente como elementos de la historia de los varones. Poco descubrimos sobre las posibles profundidades interiores de Pat (Baker), más allá de lo que parece un conflicto freudiano con la figura paterna; tampoco obtenemos más que unas referencias de pasada a la historia familiar de Julie Maragon (Simmons) y su posesión del abrevadero. Quizás el que algunas de las escenas centradas en ellas sean las únicas en que dominan los interiores frente a los espacios abiertos, ayuda también a convertir su presencia en algo secundario en esta película de espacios abiertos.

Horizontes de grandeza
United Artists

No es casualidad que esta película sobre dos oponentes abocados a la destrucción mutua (al menos si no son capaces de entenderse) se produjera en 1958, en plena Guerra Fría y mientras las tensiones por la situación de Berlín aumentaban, aproximando la amenaza del conflicto a gran escala. En ese sentido, también es curioso que, aunque en principio la cuestión se nos presente desde el lado de los Terrill (con su éxito económico y social, reflejo de la riqueza de América), finalmente se deslice cierta simpatía hacia los más desfavorecidos Hannassey, mostrando lo fácil que la búsqueda de justicia por los males pasados se puede convertir en abuso, alimentando el ciclo de violencia. En este caso, sin embargo, el final agridulce, en que los personajes consiguen escapar de la destrucción provocada por las fuerzas enfrentadas, resulta quizás más punzante ante la imposibilidad de huir en la realidad.

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