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Generación ‘Sálvame’: de Jorge Javier a Ricardo Menéndez Salmón

Allá por el 2009, durante una charla impartida en Nueva York por dos grandes de la literatura actual, Enrique Vila-Matas sentenciaba: «A ver si se pone de moda ser un lector no estúpido». Acto seguido, Paul Auster recogía el testigo y avanzaba un poco más la teoría: «Es cierto. Hay lectores estúpidos que no se enteran de lo que quiere decir el autor». Tres años antes, durante una conferencia en Asturias con motivo de un monográfico en su honor, el reconocido dramaturgo Fernando Arrabal se negaba a contestar cualquier pregunta de prensa o público, argumentando que para él resultaba más importante explicar cómo se encontró a la Virgen cuando tenía diecisiete años. Finalizado el acto, uno de los asistentes se acercó para felicitarle y exclamó estar «deseando leer algo más de él, porque es un tipo muy divertido», mientras negaba «por tosco y sin fundamento» un programa del corazón al que se había hecho referencia.

La vida iba en serioA lo largo de nuestra historia siempre ha existido lo que se ha dado en llamar literatura de primera y segunda categoría, lo que en su mayoría conlleva lectores de primera y segunda categoría, cuando no lectores de contraliteratura (revistas del corazón, por ejemplo) o directamente aquellos que Thoureau definió como «estúpidos lectores» en su obra cumbre Walden. La contraliteratura, por lo tanto, es zafia y perjudicial, no interesa al lector cultivado. Es, como diría nuestro reciente admirador de Arrabal, tosca y sin fundamento.

Y ahora veamos el terrible comienzo de La vida iba en serio de Jorge Javier Vázquez, novela de puro entretenimiento que los estudiosos dictaminan (acertadamente) «de segunda categoría» y cuyas tres líneas iniciales nos dejan físicamente sin respiración:

«Arrastré de nuevo las maletas hacia la calle y me senté en un banco de la plaza de Isabel II a esperar a que el hermano de mi casera acabara de echar un polvo mientras pensaba que solo me faltaban unos cartones para que me confundieran con un pordiosero o un desahuciado».

Y ahora comparemos este interminable inicio con el interminable comienzo de La ofensa de Ricardo Menéndez Salmón, novela de sesudo entretenimiento que los estudiosos dictaminan (acertadamente) «de primera categoría» pero que nos deja, una vez más, faltos de oxígeno:

La ofensa«Aunque por tradición familiar y expreso deseo de su padre Kart Crüwell debería haberse hecho cargo de un reputado negocio de sastrería en el número 64 de la Gütersloher Strasse, en la ciudad de Bielefeld, no muy lejos del frondoso Teutoburger Wald y a escasas manzanas de donde décadas más tarde, entre 1966 y 1968, el aclamado arquitecto de Cleveland Philip Johnson levantaría la célebre Kunsthalle, lo cierto es que el 1 de septiembre de 1939 un suceso no por esperado menos traumático vino a cambiar sus plácidos sueños de propietario —amén de una futura posición de privilegio en el seno de la sociedad pequeñoburguesa bielefeldiana— por un destino mucho menos plácido y azaroso en grado sumo».

Bien. Descansemos un rato. Mantengamos la calma. Respirad hondo. Dicho esto, y viendo que los mismos errores se repiten en plumas de primer y segundo orden, tenemos que decir que Rosa Benito se divorció de su marido Amador Mohedano, que fue representante en tiempos de la más grande, nuestra Rocío, que a su vez contaba como asistenta con la misma Rosa Benito, que ya conocía a Mariñas por aquella y con el que tuvo una fuerte discusión que se repite años más tarde, cuando la entonces colaboradora de Telecinco pide el divorcio y el periodista del corazón no la cree, ante lo cual uno no puede evitar sentir cierta pena hacia la concursante ganadora de una de las ediciones de Supervivientes, donde tuvo un momento De aquí a la eternidad con el que ahora es su exmarido, Amador Mohedano, que, por cierto, parece que ha tenido un lío con Raquel Moragues, que venía de trabajar de tarta humana en el cumpleaños de Arlequín, en el que también se encontraban Leonardo Dantés, Toni Genil y La Momia entre otros, y que terminó más tarde con los asistentes comiendo nata montada del cuerpo de la citada Raquel Moragues, que recordemos es presunta amante de Amador Mohedano, seguro exmarido de Rosa Benito, colaboradora del programa de televisión que modera Jorge Javier Vázquez, autor de La vida iba en serio.

CortázarY dicho esto, y viendo que las mismas necesidades pueden repetirse en lectores de primer y segundo orden, diremos que cuando Cortázar y su mujer viajaban en avión tenían la costumbre de leer la misma novela, arrancando el escritor cada hoja que leía y pasándosela acto seguido a su pareja, para que otra vez leída fuera depositada en el suelo; un Cortázar que menciona en Rayuela la obra cumbre de Witold Gombrowicz, Ferdydurke, un extravagante escritor polaco que exigía a sus amistades mantener silencio absoluto durante la crítica de sus novelas, permitiendo únicamente que se tocara la oreja izquierda aquel que estuviera en desacuerdo con el borrador, sin admitir una palabra de su boca; algo así como el Faulkner que recibía en su casa cartas de todo tipo de admiradores y que solo las abría por un extremo para ver si le caía algún cheque, siendo depositadas elegantemente en la basura aquellas que recogieran palabras de aliento o exigencias monetarias; algo que nos recuerda la situación que vivió la escritora Lucía Etxebarría, obligada  a concursar en un reality de Telecinco para no tener que abandonar la casa que consiguió en épocas de bonanza, algo que criticó el poeta y novelista Felipe Benítez Reyes en su cuenta de Facebook, pero una casa, al fin y al cabo, que se consiguió con esfuerzo y algo de suerte en el comercio literario (que no en Literatura); algo así como lo que le ocurrió a Ricardo Menéndez Salmón, autor de La ofensa, que ingresó en las filas de Seix Barral gracias a que alguien leyó durante un vuelo Asturias – Madrid su cuento Los caballos azules, para decidir, nada más aterrizar en la capital, su fichaje por la prestigiosa firma.

Como vemos, los conocimientos de este último párrafo y los de su predecesor nos son de igual ayuda, pues nada en ellos invita al estudio ni provoca la reflexión: son, en todos los sentidos, simples chismorreos, anécdotas sencillas que tan solo buscan una leve sonrisa para aquel o aquella que se haya decidido por un determinado tipo de ocio. Por lo tanto, vemos que los autores de primera y segunda, así como los lectores de primera y segunda, así como los lectores de contraliteratura y los «estúpidos lectores» que citaba Thoureau no andan muy lejos los unos de los otros. Como mundo contradictorio en el que vivimos, podemos apreciar que Cortázar y Rosa Benito no andan muy lejos el uno de la otra en ciertas ocasiones. Y ahora, para terminar de convenceros de tanta terrible contradicción, solo tenéis que entrar en el Twitter de Haruki Murakami y rebuscar cosas como la que sigue: «Si solo lees los libros que todo el mundo lee, solo podrás pensar como todo el mundo piensa». Y lo dice Murakami.

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