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Entrevistas

Maite Larrauri y Dolores Sánchez: «Queremos construir un sentido común con Gramsci»

El pensamiento de Antonio Gramsci (Cerdeña 1891 – Roma 1937) fue revisitado en numerosas ocasiones a lo largo del siglo XX. En el XXI, en España, algunos de los impulsores de Podemos, como Íñigo Errejón, lo han leído y revisado para impulsar una formación política «ni de izquierdas, ni de derechas» pero con vocación de hegemonía encaminada a una transformación social. Las profesoras y divulgadoras Maite Larrauiri y Dolores Sánchez recuperan en Contra el elitismo. Gramsci: manual de uso (Editorial Ariel) textos y conceptos básicos del filósofo italiano, los ponen en su contexto histórico y los proyectan al presente.

¿Cuál es el objetivo de este libro? Pensáis que no se conoce bien a Antonio Gramsci, pero… ¿Por qué habría que hacerlo?

Maite: Yo creo que la cuestión no es que se conozca o no. Queremos responder al hecho de que hay mucha gente a la que le interesa el pensamiento y que cuando se dirigen a leer libros de pensamiento y reflexión se encuentran con una montaña; porque normalmente para introducirse en esos textos hace falta mucha dedicación, cosa que no solemos tener. Así que el objetivo es poner a disposición de quien quiera reflexionar con los conceptos de Gramsci un libro que, digamos, sea posible de leer porque no es muy largo ni tiene demasiados conceptos, pero que está escrito desde el rigor.

Dolores: Respecto a por qué habría que conocer bien a Gramsci, yo diría que porque desde un punto de vista histórico ha sido un cierto desconocido en España. Sí que ha tenido traductores muy buenos, por ejemplo un padre de la Constitución, Jordi Solé Turá, o filósofos como Manolo Sacristán, pero cuando se introdujo en España en los años sesenta y setenta, momento en el que hizo un poco furor entre las izquierdas europeas, nosotros estábamos donde estábamos y la discusión se limitó a grupos en torno al PSUC, al Partido Comunista, a la nueva izquierda, etcétera. Es decir, fue una discusión muy minoritaria. De alguna manera Gramsci empieza a ser conocido en España de la mano de la renovación política que se produce hace cuatro o cinco años, fundamentalmente con gente como Íñigo Errejón, quien empieza a citarlo en las tertulias, en los medios de comunicación… se convierte entonces en una referencia para amplios sectores y ahí viene un poco el interés sobre quién era y lo que dijo. Al fin y al cabo, Gramsci es un señor que se murió hace muchos años y su pensamiento es de hoy pero fundamentalmente de ayer.

Maite: Yo quiero añadir que nuestro libro se llama «Contra el elitismo» porque justamente queremos sumarnos a la vocación de Gramsci. Por eso es un libro que queremos que se lea y se utilice por mucha gente para entender la historia de ahora y la pasada. Esto nos parece absolutamente fundamental. Son unas gafas que cuando te las pones las cosas adquieren un significado muchísimo más interesante que sin ellas, es decir, que sin Gramsci.

A mí me ha parecido que es un libro con el que se pueden entender algunas cosas, Podemos en particular. Más que el presente, el presente de Podemos o, mejor dicho, su pasado reciente.

Dolores: Bueno, Gramsci supone un instrumento, una caja de herramientas para analizar la política, la sociedad, la historia, etc. Es muy interesante lo que acabas de decir, porque has hecho una identificación entre Gramsci y Podemos, lo cual significa que Podemos sí que ha representado eso que decía antes: la actualización de su pensamiento. Bien, sí que se pueden establecer, efectivamente, lazos intelectuales poderosos, pero sobre todo hay que coger un poco por el lado que decía Maite. Y es que el pensamiento de Gramsci apuesta por un cambio político que sea un cambio cultural, y en ese sentido aboga por las grandes mayorías. A ese cambio del horizonte cultural lo llama el «sentido común» de las grandes mayorías. Eso se puede identificar con la gente, como dice Podemos, pero Gramsci se refería a construir grandes mayorías sociales para el cambio y el progreso social y cultural de la humanidad. En ese sentido, Gramsci tiene un espectro bastante humanista. Ahí está el anti-elitismo, y esto es lo que de alguna manera rechina en España, que es un país culturalmente muy elitista. Nosotras estamos en lucha con eso, pero no ahora, con la aparición de Podemos, sino que lo hemos estado a lo largo de toda una trayectoria apostando por el cambio educativo.

Maite: Es herencia de nuestra profesión, la cual hemos amado. Ser profesor de enseñanza media significa serlo para todos. Al fin y al cabo, tiene una parte obligatoria y otra que no pero que es muy mayoritaria y a la que todo el mundo finalmente acude. Nosotras también hemos aprendido a no ser elitistas: no rechazamos a quien no sabe y quiere saber.

Decía Dolores que Gramsci no utilizaba los mismos términos que puede utilizar hoy Podemos o la izquierda. Sin embargo, en el libro aparecen conceptos como «trama», «pobreza energética» … Habláis también de gafas: «si todo el mundo empieza a hablar con estas palabras, quien las ha introducido ha construido el terreno de juego y las reglas y por lo tanto puede ganar». Eso es efectivamente lo que ocurrió, al menos en los primeros tiempos de esta experiencia, pero se sigue sin ganar.

Maite: Hombre, porque es difícil. (Risas)

No es solo filosofía del lenguaje, ¿no?

Maite: Lo difícil es ganar, lo triste es no pelear.

Dolores: Además, precisamente, nos identificamos con el concepto de disputa de Gramsci: disputar el territorio, disputar el terreno, en el sentido de los conceptos, los significados, los símbolos y los mitos… en fin, todo ese territorio de representaciones culturales y sociales que deben ser luchadas paso a paso. No hay que acelerarse.

Maite: Y en ese sentido se puede decir, efectivamente, que la cosa va mal pero también que va bien. Hace cuatro años estábamos en un pantano. Estábamos en una situación en la que no se movía nada, en la que nadie tenía interés en la política, en la que parecía que las cosas tenían que seguir así, en un tran, tran. Y de repente eso ha empezado a moverse. De acuerdo, no es una revolución como la de Octubre, pero hemos empezado.

Es decir, que estamos en una «guerra de posiciones». ¿Pero eso cómo se compagina con el «blitz» y con el «asalto a los cielos» con el que se supone que íbamos a entrar hace tres años?

Dolores: Gramsci utiliza esas dos expresiones precisamente en un contexto muy vinculado a las guerras mundiales. Esa terminología tan militar representa dos formas del cambio político: el que a veces es revolucionario y el que no. La guerra de posiciones se va disputando trinchera a trinchera: en ese sentido sabes que ese blitz, toda esa energía, va a chocar contra lo que Gramsci llama «casamatas», «fortalezas», etcétera… que te van a parar y que a partir de ahí tienes que serenarte y calibrar los movimientos del adversario. Otra cosa es el blitz como manera rápida de colarse: la guerra de maniobras. Las dos formas de alguna manera pueden coexistir, aunque cuando Gramsci escribe ha triunfado el fascismo, está en la cárcel y ha visto todas las derrotas de las grandes esperanzas. A nosotras nos parece que es un fajador y que su mensaje de fondo es el de la guerra de posiciones.

Maite: Lo que pasa que hay momentos de blitz y los ha habido siempre en la Historia. Por ejemplo, el catorce de abril de 1931 en España fue un blitz. Después vino la posibilidad de la construcción de ese espectro de guerra de posiciones, porque no todo estaba ganado, Y efectivamente, durante seis años se peleó. Luego vino la Guerra Civil que ya es otra cosa. Pero esos momentos de blitz existen, momentos luminosos donde la historia avanza. El propio Gramsci decía que hay años que parecen siglos, y hay días que parecen años. Y esa convivencia se da, otra cosa es que en el imaginario de mucha gente la revolución tenga que ser el catorce de julio de 1789 en Francia, el asalto al Palacio de Invierno de 1917 en Rusia y cosas por el estilo. Pero no siempre es así. Hay momentos que, sin embargo, tienen la calidad de un blitz.

¿Y quién lo ejecuta? ¿No se puede caer ahí en un cierto elitismo contra el que estáis en contra? Por ejemplo, cuando Gramsci ve al Partido Comunista de Italia como el príncipe de Maquiavelo que consigue, como escribís, una «voluntad colectiva nacional popular»: ¿no hay elitismo ahí?

Dolores: Si lo lees bien, justamente se escribe contra una concepción elitista.

Lo leí con mala intención… (Risas)

Dolores: No. (Risas) Si lo lees desde los ojos de Gramsci, en aquel momento El príncipe de Maquiavelo, de alguna manera, para él supone ese poder absoluto, esa autoridad que se necesita en un momento para afrontar la extrema dificultad de los cambios y los elementos contra-revolucionarios. Ahí se puede leer que es la metáfora del Partido Comunista, pero yo creo que en Gramsci hay que desechar cualquier elemento exterior. Es decir, toda su teoría se sitúa dentro de la energía potencial de cambio de las grandes mayorías. No está porque desde fuera a la gente se le enseñe lo que tiene que elegir. Precisamente, en Gramsci hay un deseo por conectar lo intelectual y las propuestas de cambio (que para él pueden estar representadas a lo mejor con el Partido Comunista italiano de la época, o con los jacobinos en la Revolución francesa) con lo que plantean las grandes mayorías. Ahí precisamente hay un deseo de evitar ese elitismo o esa externalidad de los listos sobre los tontos. Esa es una de sus grandes aportaciones, y por eso ha sido leído desde posiciones de compatibilizar absolutamente el cambio democrático con el cambio hacia posiciones revolucionarias.

¿Creéis que Gramsci es «sentido común» hoy en día?

Maite: No, si lo fuera no haría falta ni siquiera este libro. Este libro lo que quiere es ayudar a construir un «sentido común» que cuente con Gramsci. Porque lo que él defiende es que todos somos filósofos, que todos tenemos una filosofía espontánea y por tanto podemos establecer una crítica y un análisis. Todos somos filósofos; todos podemos tener acceso a los bienes intelectuales. Porque justamente en la división del trabajo manual e intelectual, él se muestra como un humanista revolucionario, como alguien que piensa que nadie tiene que estar destinado al trabajo manual o al intelectual, si no que todos tenemos intelecto, reflexión y todos además tenemos una filosofía espontánea; es decir, un sentido común. Por desgracia, hoy, mayoritariamente, nuestro sentido común ha comulgado mucho, excesivamente, con una idea neoliberal de la organización política y social, a pesar de sus contradicciones y de que no todo está jugado en blanco y negro. Pero ahí está una de las batallas a la que queremos contribuir.

¿A qué conocimiento os estáis refiriendo? ¿Todos valen o es algún conocimiento en particular el que conviene a la emancipación?

Maite: A lo que me refiero es que todo el mundo tiene conciencia, puede llegar a conocer por qué dice lo que dice y por qué reacciona como reacciona. La filosofía siempre ha sido reflexiva y todos tenemos capacidad de reflexión. Reflexionar no es informarse, es volver sobre lo que uno sabe y preguntarse por qué decimos lo que decimos y por qué pensamos lo que pensamos. No hay que confundir el acceso generalizado a los saberes con la filosofía. A Gramsci, por ejemplo, le gustaba muchísimo el principio socrático: el conócete a ti mismo. Y le gustaba porque no hacía una lectura psicológica, si no que reflexionaba acerca de lo que cada cual puede hacer sobre el conjunto de cosas con las que lee el mundo. Por eso hablábamos de gafas: hay que rectificar esas gafas, hay que añadirle a esas gafas quizá otras gafas. Hay que ver el mundo de otra manera para que pueda tener un destino mejor, más humano. De lo contrario estaremos siempre de manos de las divisiones que llevan a la actual ignorancia e infelicidad.

Dolores: A mí me gustaría poner un ejemplo desde el punto de vista de la Historia de España contemporánea. Cuando acabó la guerra, la sensación de que nunca más debería repetirse una guerra civil fue un mensaje, vinculado al miedo, que caló profundamente. En el año 1956 el Partido Comunista de España lanzó el mensaje de la reconciliación nacional, en el que decía que los hijos de vencedores y vencidos debían trabajar juntos por el cambio democrático. Ese fue un mensaje muy sencillo que conectó perfectamente con lo que eran los deseos de cambio que había en la sociedad española, y creó un marco en el que a partir de ahí el antifranquismo se movió desde posiciones democráticas y pacíficas, desechando totalmente la lucha armada. Y cuando llegaron los años setenta y el cambio, eso conectó con el mensaje profundo de acabar con un tiempo pasado como el de la guerra civil. Cuando yo hablo de que no todo debe ser externo, me refiero a eso: a que en las gentes hay saberes, conocimientos, sensaciones y posiciones que deben ser elaboradas y convertidas en actitudes que favorezcan un progreso de todos y una marcha hacia adelante. Y que no debe de ser desde fuera, si no desde fuera y desde dentro. Pero si desde fuera no se está conectado con lo que está dentro, no hay nada que hacer. Sería algo bastante gramsciano. (Risas)

¿Como el pesimismo de la inteligencia pero optimismo de la voluntad, aunque no sea suya la frase?

Dolores: Sí.

Maite: Exacto.

Víctor García Guerrero
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