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Cine y TV

Mabel Normand: el silencio ondulado

En palabras de Colin MacCabe «es una verdad universalmente aceptada que la historia del cine es la historia de una conjura de hombres tímidos, poco atractivos y obsesos sexuales, para rodearse de mujeres arrebatadoramente hermosas». Pero también se podría decir que la historiografía del cine se ha dedicado a minusvalorar e incluso a ocultar el papel de muchas mujeres que contribuyeron a su creación y consolidación con un empeño que adquiere tintes de conspiración. Ante esta teoría se podría argüir que tampoco hay que exagerar, incluso que puede ser contraproducente exagerar la contribución de puntuales creadoras de los albores del cine, ya que si se sobrevalora su papel se pierde en credibilidad. Pero solo hay que evitar los tópicos e ir un poco más allá de lo que la tradición nos ha repetido una y otra vez, para comprobar que algunas artistas cuyo nombre hoy apenas nadie recuerda tuvieron una participación tan esencial en la fundación del cine como la de otros hombres que nunca han dejado de ser venerados. Y si no, descubramos a Alice Guy, la primera directora de una película de ficción y productora internacional (de quien ya escribió aquí un fantástico artículo Andrea Moliner Ros); Lois Weber, también directora y productora que fue una de las primeras en tratar temas sociales en el cine; o Mabel Normand, superestrella cómica del cine mudo que además fue guionista, directora, productora y jefa de un estudio en Hollywood. Sin embargo, hoy en día Normand apenas es recordada por sus escándalos extra cinematográficos.

Como exige el tópico, la entrada de Normand en el mundo del espectáculo llegó por casualidad, y en su caso por partida doble. Procedente de una humilde familia de Staten Island, con fama de marimacho entre sus vecinos (la consideración de tomboy la acompañaría a lo largo de toda su carrera), un día cualquiera de 1906 cogió el ferry para ir a Nueva York y presentar su solicitud de trabajo en una empresa de costura que buscaba empleados para su departamento de mensajería. Como en una película que ella misma podría haber protagonizado solo unos años después, el responsable de contratación decidió que Mabel era demasiado atractiva para tenerla escondida en la sala de correos y le aconsejó dedicarse al modelaje. Prácticamente de la noche a la mañana, y con tan solo catorce años, se convirtió en la modelo más solicitada de la ciudad, demandada por artistas tan señeros como James Montgomery Flagg (el autor del famoso cartel del tío Sam) o Charles Dana Gibson, quien con sus Gibson Girls contribuyó a formar la imagen de mujer ideal de la época y que tuvo en Normand a su inspiración favorita. De repente, Mabel estaba en todas partes, utilizada como reclamo comercial para vender desde cepillos y camisetas hasta paraguas y pieles.

El segundo guiño del azar también parece tener mucho de truco de guion, de cuento de hadas demasiado bonito para ser real, pero sucedió de verdad. Con unas ganas enormes por conocer de primera mano de qué iba eso del mundo del cine, no se lo pensó ni un momento cuando una amiga que había conseguido un pequeño papel como extra la invitó a visitar el plató donde iba a rodarse una película producida por la importante compañía Biograph y dirigida nada menos que de D.W. Griffith, quien ya era considerado como uno de los más brillantes realizadores del nuevo medio (todavía no había nadie tan loco como para considerarlo un arte). Animada por un actor que de inmediato vio en ella algo especial, Mabel se presentó ante Griffith, quien la contrató al instante. Electrizada por el ambiente que se vivía en el rodaje, con las imponentes cámaras y todo el aparato técnico que ejercía un poder amedrentador, sin embargo lo que más la impresionó fue la presencia de Florence Lawrence, considerada la primera estrella de la historia del cine. Además del deslumbramiento de la maquinaria y del glamour, también descubrió desde el primer día que el cine era un oficio muy laborioso y que no conocía de horarios. El rodaje se alargó más de lo esperado y cuando Mabel, que apenas tenía quince años, llegó a su casa de madrugada, su muy preocupada madre le prohibió volver a mezclarse con ese mundo de depravación.

El paseo de las estrellas

Pero la historia no puede acabar aquí, menudo chasco nos íbamos a llevar. Ahora llega otra casualidad, pues resulta que un día va nuestra protagonista tan tranquilamente por la calle cuando se topa con Mack Sennett, quien trabajaba como asistente de Griffith y que se había quedado prendado de ella durante su breve paso por el plató de la Biograph. Pero en realidad esta vez el azar ha sido algo forzado: el encuentro no tiene nada de fortuito, sino que Mack ya había decidido que tenía que convencer a la muchacha de que volviera a intentarlo. La familia de Normand dependía casi por completo de sus ingresos, así que la intransigencia materna no tardó mucho en ser socavada y pudo retomar su carrera.

Y esta se disparó como un cohete. Normand participó en decenas de cortos en los que las características que la harían famosa ya estaban presentes, en especial su naturalidad y su valentía a la hora de afrontar las escenas de acción. En una época en la que la actuación cinematográfica, especialmente en el género cómico, era llamativamente exuberante, con unos intérpretes histriónicos y un estilo más cercano a la teatralidad desbordada que a la contención más adecuada para la gran pantalla, la presencia de Mabel destacaba como una rosa en un campo de cardos. No, imagen inadecuada. ¿Como un arroyo en un páramo? Que Mabel supuso un soplo de aire fresco en una habitación cerrada… Bueno, en fin, mejor dejarse de metáforas, creo que se entiende. Por otra parte, la atlética muchacha no tenía ningún reparo en ponerse a bucear, montar a caballo o correr sin descanso si así lo exigía el guion. De hecho, es curioso ver cómo en sus películas siempre parece estar trotando de un sitio para otro, saltando, moviéndose sin parar, lo que hacía que las pesadas e inmóviles cámaras de la época no pudieran seguir su ritmo y a menudo se saliera de cuadro.

Pese al carisma de Normand, o precisamente por ello, nunca hizo buenas migas con Griffith, así que decidió probar suerte en otra compañía y se fue con otra de las grandes productoras de la industria, donde continuó su ascendente carrera creando el popular personaje de Vitagraph Betty. Sin embargo, pronto Mack volvería a cruzarse en su camino. El ambicioso Sennett no solo consideraba que Mabel tenía madera de estrella, sino que además estaba enamorado de ella, así que no podía dejarla escapar tan fácilmente. Nombrado jefe de la sección de comedia de Biograph, vuelve a contratarla y le da un papel en la que sería la primera gran campanada de su filmografía: The Diving Girl (1911). En una época en la que el nombre de los actores muchas veces ni se mencionaba, el público empezó a interesarse por esa belleza en traje de baño, tan diferente a todo lo que se había visto hasta entonces en la pantalla. Los espectadores querían saber más sobre ella, querían volver a verla. Y no había motivo para negarles ese capricho.

Así que Griffith, que podía tener mal carácter pero tonto no era, dio una segunda oportunidad a la muchacha y se la llevó consigo en el mítico tren con destino a Hollywood que iba a cambiar la historia del cine. Junto a ellos viajaban también gente como el propio Sennett, Mary Pickford, Ford Sterling o Blanche Sweet, todos los cuales pasarían a formar parte de la aristocracia del cine. En lo que respecta a Mabel, su asociación con Mack floreció en títulos como Tomboy Bessie (1912), en la que de nuevo dio muestras de su energía, que contrastaba especialmente con el estilo de actuación de Sennett. Pues si como director era bastante chapucero y despreocupado (la expresión happy-go-lucky parece inventada para él), como intérprete el único sentimiento que era capaz de transmitir era el de vergüenza ajena. A la vez que en el apartado actoral Normand le daba un buen repaso, en el aspecto artístico tampoco se quedaba atrás, y frente a la tosquedad del realizador ella aportó numerosas ideas que contribuyeron a la formación de un personaje identificable, lo que en aquellos años era clave para conseguir el reconocimiento del público. Lo que hacía su figura realmente destacable era la combinación inaudita de enorme comicidad y de sentido de la aventura. Ambas se plasmaron de manera impactante en A Dash Through the Clouds (1912), con la que se convirtió en la primera mujer que aparecía en pantalla en un avión. Y como en tantas otras situaciones, aquí vida real y ficción se mezclaban, pues Normand siempre fue una apasionada de la aviación cuya gran ilusión fue ser piloto.

Poseedor del gran mérito de saber detectar méritos ajenos y con un instinto comercial que nadie le negaba, Sennett rodaba sin parar, a veces parándose en medio de la calle para captar algo que le había llamado la atención y que luego ya colaría. El resultado no era precisamente refinado y vistos hoy muchos de sus cortos son llamativamente cutres, pero la fórmula de comicidad cafre, humor físico y sexo nunca falla, y Mack se vio elevado a la consideración de rey de la comedia. Así, en 1912 se convirtió en jefe de los que serían míticos estudios Keystone, en cuya construcción el papel de Normand fue fundamental. Quién si no ella iba a ser la protagonista del primer corto de la compañía (bueno, en realidad hubo otro antes, pero mejor olvidarlo, tanto por cuestiones narrativas como por ser un abominable chiste antisemita). Se trata de The Water Nymph (1912), nueva versión de The Diving Girl que la situó en lo más alto de la profesión y que dio pie a uno de los grandes aciertos comerciales de Keystone, las Sennett Bathing Beauties, de las que formaron parte nada menos que Mae Busch, Gloria Swanson y Carole Lombard, todas ellas convertidas en algún momento en grandes estrellas de la pantalla.

Party Girl

Educada como católica y con un gran sentido de la responsabilidad inculcado por su severa madre, una vez alejada de su familia y rodeada de tentaciones, Mabel comenzó a ir de fiestas, maquillarse, fumar y beber. La encarnación del mal vivir. Y con todo, esto no era la peor, sino que encima apoyaba al Partido Socialista y era una firme defensora del sufragio femenino. Lo interesante aquí es comprobar cómo por muy avanzada que fuera la imagen fílmica de Normand, representando a una muchacha que no se achanta, que no depende de los hombres y que encima es graciosa (¡una mujer divertida! ¿esto es comedia o ciencia ficción?), en realidad la percepción pública seguía estando muy por detrás de la conducta privada: la sociedad todavía no estaba preparada para respetar a una mujer totalmente libre, y ya veremos que bien que lo pagaría.

De momento, pese a su ajetreada vida social, laboralmente Normand está que no para. Entre 1912 y 1913 rueda setenta y siete cortos para Keystone, y su carrera parece no parar de subir, a veces literalmente, como vemos en  Mabel’s New Hero (1913), en la que un fallo en el globo aerostático en el que iba subida hizo que tuviera que deslizarse por una cuerda para no estrellarse. Como detalla Timothy Dean Lefler en su biografía sobre la actriz, en estos años demostró sus capacidades atléticas y su gran valor tirándose de un acantilado, pilotando un avión, buceando, cabalgando, siendo arrastrada por el barro o conduciendo motos y coches. Por si fuera poco, también se encargó de dirigir al menos siete cortos, muchas veces ocupándose también del guion, aunque el resultado no le satisfizo ni a ella misma.

Un hecho importante en su trayectoria fue su encuentro con Fatty Arbuckle, orondo y genuinamente gracioso actor con quien formaría una improbable pareja cómica que desprendía ternura y buen humor. Fatty es otro actor cuya muy estimable filmografía (también fue pareja del genial Buster Keaton en los inicios de este, quien siempre le consideró su maestro) se ha visto relegada por el escándalo en el que se vería envuelto más tarde y que acabó con su carrera. Por otra parte, pese a que en su vida también abundan los escándalos, Charles Chaplin ha permanecido como un icono del cine que sigue siendo idolatrado. Pero quizá hoy nadie recordaría su nombre si no hubiera sido por Normand. Contratado por una Keystone siempre en busca de nuevos talentos, frente a los recelos de Sennett ella supo ver en aquel desconocido enormes posibilidades. Pese a que su primer encuentro fue incómodo (Chaplin no estaba dispuesto a dejarse dar órdenes por una mujer), pronto comprendió que estaba ante alguien en quien podía confiar. De hecho fue Normand quien enseñó al joven actor británico, bregado en los vodeviles pero sin experiencia en el cine, a actuar frente a la cámara. Convertidos en grandes amigos, y si hubiera sido por Chaplin en algo más, juntos realizarían diez cortos solo en 1914, incluido Extraños dilemas de Mabel, primera aparición del personaje del vagabundo que en adelante se convertiría en Charlot, y protagonizarían el primer largometraje cómico de la historia, Aventuras de Tillie (1914), en el que también participó la gran actriz Marie Dressler.

Mientras su presencia en la pantalla se hacía cada vez más ubicua, su intimidad se hacía también progresivamente pública. Cortejada por el príncipe de Gales y por el príncipe egipcio Mohammed Ali Ibrahim, quien se mostró dispuesto a ceder su trono y renegar de su religión por ella (y también por un tipo que, seguramente con menos cosas a las que renunciar, después de ser rechazado intentó suicidarse ahogándose en un váter), su relación con Mack iba cada vez peor. Sin entrar en análisis psicológicos, el hecho es que durante esta época, cuando era una de las mujeres mejor pagadas del país, no reparaba en gastos: coches, una mansión para sus padres, incluso un yate. Otro lado de su personalidad, que los prejuicios harían imprevisible, era su perfil intelectual. Ávida lectora, entre sus inclinaciones predilectas estaban la filosofía y la poesía. Como se ve, Normand tenía una personalidad compleja que la hacía imposible de encasillar, por mucho que lo intentaran.

La primera magnate

Ocupado en explotar al máximo esta fuente de ingresos inagotable en la que se había convertido Normand, Mack la obligó a trabajar como una esclava para mantener un alocado ritmo de producción que exigía la realización continua de películas para un público que nunca se cansaba de ver a su ídola. Con la salud muy deteriorada, además le sobrevino la fatal noticia de que sufría tuberculosis. Cansada de tanto ajetreo, ahora lo único que ambiciona es hacer buenas películas y establecer una familia. Y parece que está a punto de conseguirlo cuando finalmente Mack la pide en matrimonio, con el compromiso explícito de que ella seguirá trabajando. Todo parecía ir a la perfección, cuando la víspera de la boda encuentra al novio en la cama con una amiga suya. Siguiendo el dicho, además de cornuda Mabel fue apaleada, pues su ya examiga le tiró un jarrón de cristal a la cabeza y la dejó en coma, por lo que tuvo que ser operada a vida o muerte. (Según otra teoría en realidad la herida se debió a un intento de suicidio, pero yo no me lo creo).

Aunque durante su estancia en el hospital Sennett ni tan siquiera se dignó a mandar unas flores, después tanteó una posible reconciliación, a lo que Normand se negó, prefieriendo irse al este para trabajar con su amigo Fatty, quien además, junto a su mujer, ejerció de consejero y pañuelo. Al ver que ahí había una oportunidad, el productor Samuel Goldwyn le hizo una oferta para que firmara con él, lo que provocó que Sennett le diera todo lo que quisiera con tal de que volviera a su lado. Y así es como en 1917 Normand se convirtió en la primera mujer al frente de un estudio de Hollywood, el Mabel Normand Feature Film Company. En virtud del contrato, Mabel tenía derecho a interpretar papeles dramáticos, a contratar a actores y técnicos de Keystone, a utilizar los recursos materiales y publicitarios de Sennett, y lo más importante de todo, manteniendo su independencia.

El gran proyecto de la flamante compañía sería Mickey (1918), un papel hecho a su medida en el que interpretaría a una asilvestrada huérfana algo torpona, aunque audaz y de buen corazón, maltratada por su ricos familiares, pero que sabe salirse con la suya. Aunque en la película hay alguna concesión a las convenciones, con una típica escena de damisela en apuros, en realidad Mickey se las apaña muy bien por sí sola e incluso es ella misma la heroína de acción, dispuesta a poner su vida en peligro para ayudar a su enamorado. La película parecía tenerlo todo para convertirse en un exitazo, y así lo vio Sennett, quien desplegó toda su maquinaria de promoción en su beneficio. Sin embargo, ay fatalidad, hubo cierto acontecimiento internacional que desbarató los planes: antes del estreno Estados Unidos entró en la I Guerra Mundial y los distribuidores no creyeron oportuna la proyección de una película tan frívola, una comedia larga con una actriz como protagonista, cuando lo que quería el pueblo era patriotismo y una reivindicación de los valores tradicionales.

Desengañada, enferma, cada vez más dependiente del alcohol y de la cocaína (que había comenzado a consumir por prescripción médica para tratar su tuberculosis), ahora sí que firma con Goldwyn, quien parece dispuesto a transigir en todas sus demandas. Con él rodará una serie continuada de éxitos comerciales, entre los que se encuentra la emblemática Dodging a Million (1918), refinado retrato de la época, y se convertirá en la estrella más rentable del estudio. Su posición en la industria ya parecía incuestionable, pero nadie estaba preparado para lo que estaba por llegar. Tras muchos avatares, finalmente se produjo el estreno de Mickey, que se convertiría en un éxito sin precedentes, una de las películas mudas más taquilleras de la historia. Una vez más, los hombres de negocios se habían equivocado en sus apreciaciones comerciales, y Mickey sí era lo que el público estaba esperando, una comedia sentimental protagonizada por una chica real y decidida, encarnación del nuevo tipo de mujer emancipada tras la experiencia bélica. La cinta estuvo cuatro años en cartel, recibió la aclamación crítica y fue origen del merchandising cinematográfico, con una canción que también se convirtió en superventas y todo tipo de productos asociados a la película, desde sombreros a vestidos.

La preeminencia de Normand en la sociedad americana llegó a ser tan destacada que incluso se incorporó una nueva palabra al léxico inglés, mabelescent, con la que se definía a las personas burbujeantes, luminosas, exultantes. Qué irónico que en esos momentos Mabel fuera todo lo contrario, cada vez más deprimida y cansada de un trabajo extenuante que la llevó a participar en ocho largometrajes solo en 1918. Su reclamo fue fundamental en la expansión de los estudios Goldwyn, que se convertirían en los más grandes de la historia de Hollywood, pero es que además se puede decir que personalmente salvó a la compañía cuando en una ocasión en la que estaba al borde de la bancarrota dio una enorme cantidad de efectivo de su bolsillo a Samuel para salir del apuro.

Después de haber dado todo a Goldwyn, volvió una vez más junto a Sennett, quien le ofreció un bombón que no podía rechazar, el protagonismo de Molly O’ (1921), en la que encarnaría, como era habitual, a una chica de clase trabajadora. El argumento no es que fuera lo más original del mundo, la hija de una lavandera que se enamora de un joven médico frente a la oposición de su familia, pero Normand volvió a desplegar todo su encanto y la racha continuó.

¡Escándalo!

Ya con anterioridad la sociedad norteamericana había iniciado su descenso a la paranoia política (con la amenaza del terror rojo como excusa para recortar libertades) y moral (lo que llevaría a la implantación de la ley seca), pero a partir de los años 20 los grupos de presión conservadores empezaron a tener cada vez más influencia. Su intención estaba clara: acabar con la depravación social e imponer unos valores tradicionales. El principal adversario no estaba muy lejos: Hollywood, ese agujero de ignominias que estaba pudriendo las mentes de los jóvenes del país. Y qué mejor que una serie de escándalos para respaldar su postura. El primero de ellos lo protagonizó la actriz Olive Thomas, considerada la intérprete más bella de la época y gran amiga de Normand, que murió con tan solo veinticinco años al tomar por error un medicamento contra la sífilis recetado a su marido, el hermano de Mary Pickford. Pero esta desgracia se quedó en nada comparada con el pandemonium en el que se vio envuelto Fatty Arbuckle, acusado de violar y causar la muerte de la aspirante a actriz Virginia Rappe. Aunque finalmente fue declarado inocente, los tres juicios a los que fue sometido se convirtieron en un espectáculo de morbo y mojigatería que acabó con su carrera y que propició la creación de la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de los Estados Unidos, encargada de velar por las buenas costumbres en el cine. Vamos, el inicio de la censura. El tercer caso que «sacudió a la sociedad norteamericana» fue la muerte de Wallace Reid, gran galán de las pantallas, respetado padre de familia y profesional impecable, quien tras sufrir un accidente en un rodaje se hizo adicto a la morfina y que acabó muriendo por una gripe.

Este carrusel en el que se mezclaban muertes y vicio siguió girando hasta llevarse por delante a Normand, quien se vio envuelta en una serie de desafortunados incidentes que si no fuera por la gravedad de los acontecimientos tendrían tintes de comedia surrealista. El primer suceso tuvo lugar el 2 de febrero de 1922, cuando el criado de William Desmond Taylor, elegante director con una vida que daría para una novela, encontró su cadáver tendido en el salón de su casa. El primer examen, realizado por un médico que pasaba por allí y del que nunca más se supo, dictaminó que la muerte del realizador se debió a una úlcera. Esto debe de ser lo que se llama ojo clínico, porque posteriores indagaciones descubrieron que lo que tenía Taylor era una bala que  le atravesaba el cuerpo. ¿Y qué tiene que ver Mabel con todo esto? Pues que tuvo la mala fortuna de ser la última persona que había visto a William con vida. Ambos compartían una gran complicidad y la actriz a menudo le visitaba para compartir sus inquietudes y penas, siempre encontrando en él a una persona en quien confiar y que daba buenos consejos. Y nada más, ninguna prueba, ningún testigo, ningún motivo más para sospechar de ella. Bueno, para ser preciso, había un supuesto motivo, unas cartas que imprudentemente Mabel se llevó de la casa de Taylor y que los rumores convirtieron en comprometedoras misivas de amor. Y un testigo, el criado del director, que decía que sí, que había sido ella. Para ver si decía la verdad, un grupo de reporteros de Hearst tuvieron la brillante idea de secuestrarlo y llevárselo a un cementerio, donde uno de ellos se hizo pasar por un fantasma que urgía al tipo a decir la verdad. Su respuesta fue salir por patas.

Pese a que las evidencias contra ella eran así de endebles, el morbo y el regustito de ver a una gran estrella en una situación comprometida convirtieron a Normand en carne de portadas. Una nueva víctima propiciatoria para expurgar los pecados de la nueva Babilonia. La censura aprovechó las circunstancias para coger carrerilla y las películas de Mabel fueron prohibidas en todo el país. La demostración de que el suceso quedó grabado a fuego en la memoria de Hollywood está en que en El crepúsculo de los dioses (1950), el despiadado retrato de Billy Wilder sobre el mundo del cine, el nombre de la protagonista es Norma Desmond, mezcla de los apellidos de nuestra actriz y del director asesinado.

Pese al revuelo, Mabel no estaba dispuesta a dejarse arrollar y concluyó el rodaje de Suzanna (1923), que contra todo pronóstico se convirtió en un nuevo éxito, y que además supuso su reconocimiento como intérprete en un registro más serio. Para relajarse un poco y distanciarse del acoso de la prensa del que todavía era víctima, decidió que sería una buena idea darse una vuelta por Europa. Y aquí la vemos, visitando el barrio chino y el palacio real en Londres, y de parranda y compras por París. Pero no todo va a ser ocio, en su estancia europea también aprovechó para ver películas y saber qué se estaba haciendo por estos lares, con la intención de aportar algo novedoso a la que ya planeaba como su vuelta triunfal a las pantallas.

Ilustración de Raquel Valbuena

De regreso a casa, vuelve a disfrutar de un hit con The Extra Girl (1923), firmada por su director preferido, F. Richard Jones, y producida de nuevo por Sennett. Parecía que ya todo se había tranquilizado, cuando la fatalidad volvió a llamar a su puerta. Tras dar muchas largas, Mabel había aceptado someterse a una apendicectomía, pero antes de ello decidió darse una fiesta que le diera ánimos ante el temido ingreso en el hospital. La celebración, en casa de la actriz Edna Purviance, se fue un poco de madre, y cuando su chófer llegó para llevársela se produjo cierto malentendido, que si me has llamado nosequé, y total, que el conductor, que luego resultó que estaba un poco tarado y que se había fugado de la cárcel, le pegó tres tiros al novio de Edna, Courtland S. Dines. Y con la pistola de Mabel.

Afortunadamente Court salió con vida del trance e incluso se lo tomó con humor. Y era obvio que Mabel no tenía culpa de nada, pero periodistas y moralistas ya se frotaban las manos. Puede que una vez sea casualidad, pero dos ya parece una costumbre, así que hasta Mack le dio la espalda y esta vez sí que parecía que Normand estaba acabada. Y sin embargo, el calvario no había terminado. Ahora le tocaba a una señora pedir el divorcio porque decía que durante su estancia en el hospital, su marido había tenido una aventura con la actriz. Ella, que durante su ingreso ni tan siquiera había podido levantarse de la cama, decidió que ya era la gota que colmaba el vaso y puso una denuncia por difamación. Al final todo quedó en nada, pero Mabel se había convertido en poco menos que un chiste.

Por suerte para la intérprete (aunque parece sarcástico hablar de suerte ante tal cúmulo de infortunios), todavía había quien confiaba en ella. En esta ocasión fue Hal Roach quien le ofreció otra oportunidad. Roach era un perspicaz productor que había contribuido a la popularidad de Harold Lloyd y que, a diferencia de Sennett, se caracterizaba por su buen gusto y perfeccionismo, y aunque a Normand lo de volver a realizar cortos le parecía un paso atrás, no es que tuviera muchas opciones, así que enseguida se puso a trabajar. Y eso que con lo que había ganado podría haberse retirado y llevar una vida bastante confortable, pero no se iba a rendir. Su reaparición en 1926 fue saludada por la prensa como el regreso de «la antigua estrella» (recordemos que apenas habían pasado un par de años desde que se encontraba en la cima de su popularidad). La nueva serie de comedias, algunas escritas por Stan Laurel (quien todavía no se había convertido en el Flaco), tuvieron buena acogida y el nombre de Normand había quedado fuera de toda sospecha.

El happy end parecía asegurado cuando se casó con Lew Cody, un viejo compañero de fiestorros. En realidad el compromiso empezó como una broma de borrachos, y la pareja nunca llegó a vivir junta, pero entre los dos se estableció una complicidad que a Mabel le vino muy bien, tenía alguien en quien apoyarse y que la ayudaría en todo lo que pudiera. Sin embargo su salud empezaba a deteriorarse a ojos vista. En sus últimas películas ya se perciben los estragos de la tuberculosis, y es impactante el contraste entre la ligereza y comicidad de los personajes que interpretaba y su aspecto decaído. Mabel pasaría los últimos tres años de su vida ingresada en un hospital, antes de morir con treinta y siete años.

Si su final fue triste, la posteridad tampoco ha sido amable con ella. Relegada de la historia oficial, olvidada por casi todos, esperemos que su leyenda también tenga una segunda oportunidad y que sea reivindicada como una de las cómicas más talentosas del cine mudo, como una de las fundadoras de Hollywood imprescindible para conocer los orígenes de industria cinematográfica, como una mujer atrevida y valiente que se situó muy por delante de su época a la que, de una vez por todas, ha llegado la hora de rendir homenaje.

Antonio Rodríguez Vela
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