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Perú, en un lago de sangre – 11 de enero

La policía de Perú ha matado a diecisiete personas en un solo día. Ha ocurrido en Puno, al sur del país, donde las fuerzas de seguridad han disparado a manifestantes que reclamaban la vuelta del presidente Pedro Castillo. Se habían acercado al aeropuerto y tal vez querían tomarlo. Agentes y militares utilizaron armas de guerra contra los civiles. En los hospitales, los heridos llegan en aluvión con sus cuerpos agujereados. La presidenta en funciones, Dina Boluarte, dice no saber por qué protestan y acusa a los muertos de ser unos vándalos. La Fiscalía peruana ya la investiga por cargos de genocidio, homicidio y lesiones.

La matanza de Puno es la peor en un mes de manifestaciones en Perú: van cuarenta y siete muertos. Quienes protestan piden la renuncia de Boluarte, el cierre del Congreso, adelantar las elecciones, una Asamblea Constituyente y la libertad de Pedro Castillo. El expresidente al que votaron está preso desde el 7 de diciembre, cuando el Parlamento lo destituyó después de que el propio mandatario tratase de disolver el Congreso. Castillo tenía miedo de que lo echasen con una moción de censura y llegó nombrar un gobierno de excepción y decretado un toque de queda. La policía lo detuvo y lo exhibió esposado y con los ojos vendados.

Entre los muertos por la represión ordenada por el gobierno en funciones hay niños y adolescentes. Como Christopher Michael Ramos, de 15 años, fallecido en Ayacucho el mes pasado. Los periodistas Inés Santaeulalia y Mauricio Morales cuentan su vida. Christopher trabajaba en el cementerio: arreglaba flores y subía a los nichos más altos para limpiar las lápidas. Le gustaba la electrónica y arreglar radios. El día que murió volvía a su casa, una cabaña de adobe y paja, cuando los disparos de la policía le sorprendieron. Una bala le atravesó el pulmón y el corazón y cayó junto al muro del cementerio. Estuvo horas en la morgue identificado como NN: nomem nescio. El latín es la lengua de los muertos sin nombre.

Ayacucho significa tierra de muertos en quechua. La fundó Francisco Pizarro un año antes de que lo asesinaran los seguidores de Almagro. La guerra entre los conquistadores enardecidos por el oro quizá fue un presagio de la violencia política que asola el Perú: «largos odios que se transmitirían por herencia», escribe William Ospina: «la opulencia llegó de la mano de la discordia». Hoy no se combate por la riqueza, sino por sus sobras. Y al poder se aferran los sustitutos de los elegidos, a los que exponen al oprobio como hacían aquellos españoles imperiales que lo primero que instalaban en la plaza de las nuevas ciudades era la picota, para que Dios y el Pueblo vieran que la ley contra el rebelde y malhechor se ejecutaba sobre un lago de sangre.


Extramuros es una columna informativa de Efecto Doppler, en Radio 3.

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Víctor García Guerrero
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