NELINTRE
ColumnasOpiniónUncategorized

8 de marzo de 2024: Día Internacional de la… ¿Qué?

En Buenos Aires, en los años noventa, los estudiantes de Psicología que deseaban obtener su licenciatura debían afrontar un asunto muy peculiar: fuesen monoteístas, paganos o ateos, debían convertirse a una religión: el psicoanálisis. Su dios, el doctor Sigmund Freud (1856-1939), creador del psicoanálisis, imponía su dogma en las aulas. Gran escritor, autor de una fascinante novela en varios tomos, con la mujer histérica-envidiosa en el rol protagónico, tenía una visión interesantísima sobre los inicios de la sexualidad humana. Su principal teoría es muy oportuna para repasar un ocho de marzo, día internacional de la ya veremos qué.

Para no obligar al lector a la lectura de toda la obra (aunque se aconseja, claro) reproducimos lo que dice Wikipedia en alemán, el idioma que hablaba el dios que nos ocupa:

  • Kastrationsangst beim Jungen – Ansiedad de castración en los niños: cuando el niño pequeño descubre que las niñas no tienen pene, supone que han sido castradas, lo cual le genera un sentimiento de amenaza: la ansiedad de castración. Pero ello puede tener consecuencias positivas para su desarrollo si renuncia al deseo incestuoso inconsciente por su madre… etcétera. La trama es genial, pero pasemos a las verdaderamente castradas, que es más divertido.
  • Penisneid beim Mädchen – La envidia del pene en las niñas: la observación de que los niños tienen pene y ellas no, les provoca el sentimiento inconsciente pero determinante de envidia del pene; culpan entonces a su madre por su castración; recurren a su padre y entran en la situación edípica en la que desean el pene de su padre y, en última instancia desean inconscientemente concebir un hijo de él porque equipara al niño con un pene…

¿En serio? A simple vista (pensó una de las estudiantes, aquel siglo pasado) tanto ellos como nosotras tenemos órganos reproductores, hasta ahí, parejita la cosa. Parecería que si hay algo que algunas tenemos y otros no, es el útero, ¿quizás Segismundo fue el envidioso? Inconsciente o no, el planteo era claro: las mujeres nacíamos como seres incompletos y solo nos completaba la aceptación de que esa falta, esa imperfección, ese inacabado formativo, era lo que nos haría mujer.

La muchacha universitaria desertó, abandonó el culto al Circoanálisis y escribió la tesis que sacudió el statu quo académico del momento. La última línea se arriesgaba a decir: «solamente las hembras humanas podemos engendrar un crío; esto es para nosotras solo una de las muchas características que nos hace ser quienes somos. Pero, evidentemente, constituye un punto clave para el macho de nuestra especie que, de tanto negarlo, lo subraya. Así que mientras éste siga diseñando el mundo, no sería extraño que en algún futuro lejano el hombre pudiese mitigar su envidia al útero consiguiendo que alguien (o algo) lo embarace, cueste lo que cueste. Habrá que esperar».

Aquí se equivocaba la joven (diplomada de psicóloga a pesar de su tesis apóstata y luego devota del periodismo), porque no fue finalmente la mayoría masculina sino la fuerza de muchos movimientos feministas la que décadas más tarde alentaría esa posibilidad. Todavía lejos del logro científico (aunque el cirujano indio Narendra Kaushik opine lo contrario y sueñe con ser el pionero en  trasplante de útero a personas trans) ya tenemos algunos avances en áreas clave: el lingüístico, el edilicio y el filosófico. Qué es un mujer, discutimos en todos los foros posibles, discurriendo entre la biología, la psicología, la autopercepción, los derechos humanos de algunos sobre otros y la comedia. Por otra parte, hemos decidido que la o tiene pene y la a, vagina, por lo cual solo la e hace justicia. Si este asunto fuera la esencia del asunto, pues los hablantes de idiomas que tienen pronombres y/o adjetivos neutrales, constituirían un sociedad modelo, cosa que, aunque nos duela a todes, no sucede. Esta observación no se formula como apoyo a ciertos salvajes misóginos de turno; lo decimos desde hace tiempo atrás, como consta en este mismo medio (La posguerra del feminismo, 2019). Incluso hemos cambiado la infraestructura pública para que nadie sufra de envidia al útero. Lo hemos logrado en un periquete; en mucho menos tiempo de lo que debieron esperar los que necesitan silla de ruedas.

Ejemplos abundan, al menos en la ecuménica ciudad de Berlín. En la sala de cine del complejo CineStar en el barrio de Prenzlauer Berg, ir al baño de damas es una experiencia de sanación psicológica pos-freudiana; apenas ingresas, lo ves: se erige enfrente de ti, majestuoso, erecto, implacable, el mingitorio. Que es, por si hiciera falta aclararlo, un recipiente diseñado para recibir la orina de quienes poseen una uretra en el interior de un órgano reproductivo exterior y largo: el pene. Cosa curiosa especialmente en este país, Alemania, en donde carteles oficiales piden que, aún para eliminar solo líquidos, los portadores de glande tomen asiento, bitte. Y cosa inquietante en el contexto de este mismo país, que tiene hace décadas uno de los índices de pedofilia más altos de Europa. Dato irrefutable que se rinde a los pies de la corrección política, la negación de la realidad, la estupidez o el supuesto de que vivimos en un mundo armónico que avanza hacia la perfección de la mano de los cambios que imponemos por la fuerza.

En este baño de damas, entonces, los hombres definidos como tal a la vieja usanza, no serán los beneficiarios del orinal enclavado en la pared a la altura del vientre; tampoco las mujeres y las niñas nacidas incompletas. Sus usuarios serán las personas avaladas por la ley que nos rige actualmente: la de la autopercepción. Vale apuntar que la autopercepción es un valioso mecanismo que nos distingue del resto del mundo animal; es nuestra capacidad de comprender quiénes somos y tener conciencia de que existimos. Está vinculado a la autoestima y la autoimagen. Cogito ergo sum, pienso luego existo, el planteamiento filosófico de Descartes; existimos a consecuencia de que podemos pensar y pensarnos. Aunque, según la científica cognitiva y docente universitaria etíope Abeba Birhane, Descartes se equivocó: no existimos a partir de pensarnos sino porque nos piensan. La filosofía africana Ubuntu postula que somos a través de interacciones y experiencias. Yo soy porque nosotros somos, y como nosotros somos, yo soy. La distinción yo-otro, axiomática en la filosofía occidental, es mucho más difusa en el pensamiento Ubuntu. Quién soy yo depende de otros, incluso mis reflexiones más personales están enredadas con las perspectivas y voces de distintas personas, ya sean las que están de acuerdo conmigo, las que me critican o las que me alaban.

Sea cual sea la manera en la que una persona construye su forma de ser y hacer, su imagen física y psicológica, está claro que no siempre su autopercepción coincidirá con la de la gente que la rodea. Por eso hay confrontaciones sociales, personales, frontales y mediáticas; por ello sufrimos a lo grande, en eternas contiendas, y también en las pequeñas situaciones de la vida cotidiana, como ir a un baño público autopercibiéndonos y percibiendo muy distinto a quien vemos orinar de pie enfrente nuestro. Entonces nos da pudor tener pudor; nos incomoda tener que explicar que preferimos un espacio único, reservado para nosotras; que, en todo caso, quisiéramos elegir cuándo y qué pito queremos ver. Que sentimos inquietud porque nada nos asegura (insisto: al menos en esta zona del hemisferio) estar frente a un ser humano en búsqueda de identidad y no ante un agresor astuto, disfrazado de otra cosa. Hecha la ley, hecha la trampa.

«¡Mamá, nos equivocamos de baño, hay un señor haciendo pipí!», escuchamos decir a una niña de unos siete años, suponemos recién salida de ver la peli de Disney. Es que hay alguien haciendo lo que debe frente a un flamante mingitorio en el baño con cartel de mujercita en la puerta (cuya imagen cliché no nos ofende, aunque no usemos vestidito).

El señor haciendo pipí, la niña, la madre de la niña, quien escribe estas líneas y otra dos personas nos miramos, confundidas, estamos en un estado muy fácil de percibir: el de una extrema incomodidad. Respetamos (nos decimos unas a otras con la mirada) que para muchas personas la autopercepción sea un camino especialmente doloroso y necesiten su espacio. De acuerdo, solo que… ¿y si nosotras, también? ¿Por qué, en la larga búsqueda por los derechos para todos, siguen prevaleciendo unos sobre otros? ¿Por qué la autopercepción de ese hombre con mala suerte que ha nacido en el cuerpo equivocado prevalece sobre la mía, que me dice que, si bien he tenido la fortuna de nacer en el cuerpo que me identifica, me siento vulnerada? ¿Por qué un niño aprende a aceptar los límites indispensables para la convivencia y ciertos adultos entienden esos límites como un ataque personal? En un baño público, ese pequeño espacio compartido que parece el modelo en escala de algo mucho más grande: si eres hombre, tienes tu espacio; si no te has decidido qué eres, tienes tu espacio; si eres mujer definida en el sentido demodé… no lo tienes. Hay un tufo a déjà vu imposible de no oler en este esquema.

¿O quizás en realidad no hay aquí ningún debate relevante y solo es cuestión de tiempo? Tal vez en el futuro aquella niña crecida sentirá como algo natural lo que a muchas nos cuesta. Muchas todavía presenciamos atónitas el debate sobre qué es una mujer. A veces calladas, a veces participando activamente. Sintiendo que el espacio íntimo y público que tantos siglos nos costó lograr está enredado con las perspectivas y voces de distintas personas, ya sean las que están de acuerdo conmigo, las que me critican o las que me alaban.

Por eso este ocho de marzo festejamos un acontecimiento en honor a no sabemos muy bien quién.

Ana Valentina Benjamin
Últimas entradas de Ana Valentina Benjamin (ver todo)

Publicaciones relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba