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Susana Díaz: la enésima decisión imposible del PSOE

Hace ya muchas semanas que el reino entero está pendiente de los movimientos de la presidenta andaluza, Susana Díaz, que de momento sigue deshojando con parsimonia la margarita de su participación en las primarias socialistas. En realidad, una decisión tan importante para ella misma y su partido ya se habrá tomado hace tiempo, pero diversas cuestiones estratégicas han dilatado en el tiempo el anuncio de su resolución. En cualquier caso, no debe haber sido fácil para la política sevillana encontrar una salida al dilema que se le presenta, porque, de hecho, no existe una solución plenamente satisfactoria del mismo.

En el escenario que personalmente considero más probable, el de la confirmación de su participación en las primarias, la política andaluza estaría dando por fin el paso que desde hace tiempo los más ilustres de entre sus compañeros le venían reclamando. Su eventual victoria en las primarias traería por fin la estabilidad a un partido que, es evidente, echa de menos un liderazgo fuerte desde hace tiempo. Con ese argumento y la poderosa maquinaria de la federación andaluza a su favor, es muy probable que Susana Díaz se alce con la Secretaría General del partido.

El problema, tanto para ella como para el propio PSOE, es la evidencia de que ese es el escenario deseado por algunos de sus enemigos, singularmente Podemos, que espera desde hace tiempo el momento en que un político claramente identificado con el socialismo más conservador asuma el liderazgo del partido. A día de hoy, unas eventuales generales a las que concurriesen Rajoy, la propia Susana Díaz y Pablo Iglesias son el sueño húmedo de la formación morada: Podemos sería finalmente la única arista que podría colocar su mensaje fuera de un panorama delimitado por el centralismo territorial y la mancha de la corrupción.

Debemos suponer que Susana Díaz conoce perfectamente su escaso tirón entre el electorado más progresista de su partido; su equipo habrá calculado a lo largo de estas interminables semanas el peligro que supondrá lanzarse a una campaña con el grueso de su ejército electoral luchando en el centro y la retaguardia de la izquierda desguarnecida. Son riesgos que justificarían sobradamente su renuncia a la Secretaría General, si no fuera porque la única alternativa posible es Pedro Sánchez: mucho más peligroso para Podemos, pero también para los intereses del propio PSOE. Y no digo esto por el ataque de izquierdismo que parece estar sufriendo el exsecretario general, sino por su evidente falta de preparación y lo imprevisible de sus acciones al frente de un partido tan histórico como importante. Su regreso al frente de la organización supondría un verdadero cataclismo para uno de los pilares del sistema democrático español y, ante semejante perspectiva, es lógico que Susana Díaz no pueda desoír el coro de voces que reclaman su intervención. Su problema, caso de que finalmente se produzca, será encontrar el modo de limitar un eventual castigo electoral por parte del electorado socialista más progresista, especialmente en las regiones periféricas de la Península. Una tarea harto complicada.

Porque lo cierto es que, salvo que algo o alguien rompa la baraja en Ferraz, no hay una tercera opción (ya me disculpará Patxi López). La no comparecencia de Díaz a las primarias supondría el espaldarazo definitivo para un Pedro Sánchez cada vez más envuelto en la bandera de la militancia y enfrentado al aparato del partido. Esta vez no cabe la invención de un hombre de paja, como fue anteriormente el propio exsecretario general, porque la renuncia de la presidenta de Andalucía solo podría explicarse por el temor a la derrota. Algo que el electorado nunca perdona.

El verdadero problema del PSOE, sin embargo, va mucho más allá. Esta no es la primera situación imposible que tiene que afrontar la organización y probablemente no será la última. El partido sufrió tremendas tensiones internas para aprobar el infausto artículo 135 de la Constitución, con nocturnidad y alevosía, y más recientemente para investir de nuevo con su inacción a Mariano Rajoy. Y es que la alternativa, el gobierno de Pedro Sánchez con quienes ellos mismos calificaron de peligrosos antisistema, resulta inconcebible para los todopoderosos varones del partido. La consecuencia es que Susana Díaz debe escoger entre asumir la dirección del partido, arriesgándose a dilapidar parte de los activos electorales que a este le quedan, o dejar su organización en manos de un dirigente en el que en realidad nadie, ni siquiera sus partidarios, parecen confiar.

Las primarias del PSOE no son más que el enésimo epílogo de una historia de contradicciones; la historia de un partido que, desde hace décadas, ha traicionado sin descanso aquello que prometía con luz y taquígrafos. Finalmente, el PSOE ha quedado preso en el laberinto de su propia retórica. Su lenguaje, sus símbolos y sus principios como organización contradicen los objetivos personales de sus más importantes dirigentes. El partido es un contrasentido político que se niega a reconocer que debe refundarse si quiere que sus históricas siglas, quizá el único patrimonio que le queda, pervivan.

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