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El gran Gatsby: el sueño americano nació muerto

«Pero también ha existido el sueño americano, el sueño de una tierra en la que la vida debería ser mejor, más rica y más plena para todos, con oportunidades para cada uno según sus habilidades o sus logros. Es un sueño difícil de interpretar correctamente por las clases altas europeas, y demasiados entre nosotros nos hemos aburrido de él y nos hemos vuelto desconfiados. No es solamente un sueño de coches a motor y de salarios altos, sino el sueño de un orden social en el que cada hombre y cada mujer deberían ser capaces de alcanzar la capacidad plena que de una manera innata puedan lograr, y ser reconocidos por los demás por lo que son, sin importar las circunstancias fortuitas de su nacimiento o su posición social.»

La épica de América, James Truslow Adams

La cita anterior es lo más cercano que existe a una definición canónica del llamado sueño americano. Fue enunciada en 1931, en plena gran depresión, convirtiéndose la muy afortunada expresión en un lugar común de toda la cultura estadounidense, hasta el punto de que uno apenas puede comprender al país de más allá del Atlántico sin acudir a ella.

Sin embargo es posible que muchos no entendiesen, ni entiendan, que se hablaba de un sueño, y estos por definición no suelen volverse realidad. Entre los que lo comprendieron perfectamente se encontraba F. Scott Fitzgerald, que seis años antes de que Truslow Adams publicase su obra ya había acabado con todo vestigio del sueño americano en su tercera novela, El gran Gatsby.

Una herencia de tiempos pasados

En su esencia la novela se limita a contarnos lo sucedido en el verano de 1922 en torno a la figura de Nick Carraway. Veterano de la Gran Guerra y graduado de Yale, Carraway pertenece a las clases pudientes del medio oeste y acude a Nueva York para dedicarse a la compraventa de bonos.

Una vez en la ciudad se reencontrará con su prima Daisy y su marido, Tom Buchanan. Estos llevan la tranquila vida que correspondía a unos adinerados americanos en los años veinte. Tom aparentemente solo tiene interés en jugar al polo, mientras tanto Daisy simplemente dedica su tiempo a existir, acudir a fiestas y posar lánguida en divanes junto a amigas como Jordan Baker. Son, pues, las aparentes reliquias de un mundo que el sueño americano cree haber dejado atrás.

Resulta revelador que, en sus excursiones en búsqueda de diversión, Tom Buchanan acuda a las partes más pobres de la ciudad, lejos de su idílica West Egg, para encontrarse con la mujer de un mecánico. Esas juergas se nos presentan como un oasis de vida en medio de una existencia estática y vacía, como fulgurantes experiencias cercanas a la realidad. Las clases populares sirven una vez más de válvula de escape a las pudientes, que se alimentan de ellas emocional además de económicamente.

Pero Carraway conocerá también otras fiestas y otro anfitrión. Su vecino, un misterioso hombre llamado Jay Gatsby, organiza las más fastuosas fiestas de todo Nueva York. En ellas puede encontrarse a toda la gente de bien de la ciudad, a menudo sin ser invitada. Los asistentes ocupan la gran mansión sin preocuparse siquiera por conocer la verdadera apariencia del dueño de la misma, atrapados por sus relaciones sociales, por las apariencias y el chismorreo.

Mientras tanto Gatsby se pasea por su propia fiesta, ignorado por todos y sumido en una búsqueda perpetua. Su aspecto ausente nos recuerda la primera vez que Carraway lo describe, en la soledad de su casa, lanzando sus brazos hacia una lejana luz verde al otro lado del mar.

La muerte del hijo de América

Jay Gatsby, nacido como James Gatz, personifica la esencia del supuesto sueño americano. Nacido en una familia humilde, veterano de guerra, emprendedor y triunfador en aquello que se propone, podría servir de ejemplo para la idea de Truslow Adams. Y sin embargo siempre se nos muestra excluido por aquellos que acuden a sus fiestas, que no siguen siendo sino parásitos que se alimentan de él mientras le niegan el acceso a su mismo escalafón social.

Poco importa para comprender esta exclusión, por mucho que en un momento dado sea esgrimido como argumento en su contra, el origen de sus riquezas. Pronto intuimos en la novela que su enriquecimiento tiene que deberse a su participación en actividades poco legales, pero donde al menos las personas tienen sentimientos de verdad. De ahí que el único amigo que le conozcamos aparte de Carraway sea el mafioso Meyer Wolfhsiem, un apenas disimulado álter ego del mismísimo Arnold Rothstein. Gatsby es una figura por la que tenemos que sentir simpatía, es el extraño atrapado en un mundo que se aprovecha de él y que nunca le abre del todo sus puertas.

Él mismo, aunque parezca querer ignorarlo durante gran parte de la historia, sabe que está luchando contra el destino en todo momento. De ahí que su acercamiento a su amada Daisy sea tan discreto y cuidadoso, en contraste con la actitud de Tom con su amante. De ahí que sus fiestas no sean más que una charada, una manera de tejer una tela de araña en la que espera pacientemente que caiga casualmente la presa deseada.

Una vez cree que su objetivo ha sido conseguido, cuando espera haber recuperado a una Daisy que realmente nunca existió más que en su pasado, todo el boato deja de tener sentido para Gatsby. Las mismas fiestas que eran un medio de vida, la razón misma de la existencia para sus invitados, no dejaron de ser para él más que un medio. A partir de entonces, cuando decide poner las cartas sobre la mesa y reclamar lo que considera suyo por derecho, se da inicio a la tragedia.

Gatsby cree tener una oportunidad de recuperar a la misma mujer que amó, cuando en realidad esta ya no existe. Atrapada entre el amor de la juventud, aquel que sigue consumiendo al antiguo James Gatz, y la comodidad de su vida como la esposa de un rico marido, la elección de Daisy viene marcada por la sociedad que la ha criado. Ni siquiera tendrá la delicadeza de despedirse de su amante antes de que ella y Tom se muden de ciudad, dispuestos a seguir con su vacía existencia.

Al final solamente quedará un funeral solitario, con un padre, un único amigo y un antiguo invitado. Nadie más acudirá para enterrar al sueño americano, para sepultarlo bajo la tierra y acabar con aquel que creyó que realmente se habían superado las «circunstancias fortuitas de su nacimiento o su posición social».

Ismael Rodríguez Gómez
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4 comentarios

  1. >>> Es un sueño difícil de interpretar correctamente por las clases altas europeas, y demasiados entre nosotros nos hemos aburrido de él y nos hemos vuelto desconfiados. […] Sin embargo es posible que muchos no entendiesen, ni entiendan, que se hablaba de un sueño, y estos por definición no suelen volverse realidad. Entre los que lo comprendieron perfectamente se encontraba F. Scott Fitzgerald, que seis años antes de que Truslow Adams publicase su obra ya había acabado con todo vestigio del sueño americano en su tercera novela, El gran Gatsby. <<<

    Con Fitzgerald y con Truslow Adams pasa como con los antivacunas: nacieron entre algodones y no eran conscientes de ls condiciones de la clase obrera en la Europa de la revolución industrial. Igual que los antivacunas han olvidado totalmente lo que era vivir en el mundo anterior a las vacunas, estos olvidaron lo que eran las condiciones de vida hace varios siglos. El sueño americano no era para gente bien como Fitzgerald, era para obreros que pasaron toda vida sin conocer otra cosa que jornadas interminables de trabajo. Fitzgerald disfrutaba de él sin ser consciente de lo que otros lucharon para que eso fuera posible.

    Es la maldición del progreso: las generaciones que disfrutarán de la mejora en las condiciones de vida, o en las libertades, creen que eso que ha sido duramente conseguido es un estado natural que ha caido del cielo.

  2. Nunca he entendido la fascinacion que genera esta obra. Supongo que estara hemosamente escrita, o que evocar una aristocracia qur nunca existio alimenta la nostalgia. No comprendo como puede generar tanta empatia la historia de un personaje estupido e autoindulgente hasta la nausea, ni sus ridiculos e intrascendentes sufrimientos. Quizas tenga un fuerte componente alegorico, y de una forma banal la opulencia es un simbolo inigualable de nuestra aspiracion al exito. ya digo, no lo se.

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