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Arte y Letras

Jeronimus: la persona detrás del infierno

Existe en el periodismo un canon de seis preguntas que toda noticia debería aspirar a responder. Lo mismo podría decirse, por supuesto, de cualquier trabajo de divulgación histórica, con la salvedad de que cuando uno se separa de la actualidad es más fácil que el interés expositivo pueda centrarse en alguna de las cuestiones de manera evidente. La mayor parte de los artículos, como los que se pueden leer en este mismo medio, no dejan de estar tan cerca de la narración literaria como es posible, buscando transmitir la subjetividad del autor tanto o más que la fría sucesión de los hechos. Por eso, uno puede enfrentarse en más de una ocasión a un mismo suceso sin que se repita realmente lo narrado, aunque lo sucedido no cambie. Algo así le pasará al que crea que hablar de Jeronimus no tiene sentido cuando ya se ha tratado con anterioridad del hundimiento del Batavia.

Se podría considerar que lo más habitual cuando se trata de arrojar luz sobre un suceso del pasado es centrarse en el qué. Esa pregunta suele planear sobre el texto histórico, especialmente si es de naturaleza divulgativa, buscando iluminar al lector. Sin embargo, la auténtica creación artística es a menudo alérgica a la aburrida exposición y tiende a centrarse en otras cuestiones no menos destacadas. Así Christophe Dabitch, al descubrir lo sucedido en los Hautman Abrolhos, debió de pensar que más interesante que los hechos era indagar en quién los había causado; que narrar los sucesos que siguieron al naufragio del Batavia no era tan importante como tratar de adentrarse en la mente de Jeronimus Cornelisz y descubrir por qué causó un auténtico infierno en la tierra.

El hombre corriente de la ficción contra el monstruo de la realidad

Si uno se enfrenta a la biografía de Cornelisz es cierto que tiene que aferrarse apenas a su conocida cercanía al pintor Torrentius y sus ideales más radicales. No obstante, esto se convierte en un telón de fondo para Dabitch, que centra su análisis en un hombre que termina siendo apenas una sombra de sí mismo, destruido por la tragedia familiar antes que por sus creencias heréticas, presa de un ansía de respeto que llevará tanto a su autodestrucción como a la condenación de los que le rodean.

La escritura de Jeronimus no trata de juzgar a su protagonista, sino que en ocasiones lo intenta justificar dentro de lo posible, lo intenta presentar más como un hombre atrapado por las circunstancias que como un psicópata irredento, huyendo así de maniqueísmos que no aportarían nada a la comprensión de lo sucedido. La realidad supera a la ficción y Dabitch lo sabe bien y confía en su capacidad para forzar nuestra empatía con un individuo cuyos actos nos deberían revolver el estómago.

En esa construcción del personaje, es imprescindible aplaudir el trabajo de documentación. A lo largo del cómic se citan obras concretas para que el lector sepa que la ficción nace de la realidad, que el Jeronimus del cómic podría ser el verdadero. A ello se une una narración que a menudo emplea apuntes historicistas sin ningún tipo de vergüenza y que va construyendo un artilugio a medio camino entre la obra de historia y la histórica, ahondando en el discurso entre la ficción y la no ficción que impregna de manera clara buena parte de la producción cultural de nuestros tiempos.

Es precisamente en esas coordenadas donde la fatalidad del protagonista se hace más comprensible. Si alguien conoce ya lo sucedido puede saber cómo van a terminar las andanzas de Jeronimus, convirtiéndose en ese caso el lector en una suerte de oráculo que interpretará los acontecimientos desde el futuro. Esta narración desde el mañana es básica en Jeronimus y lleva consigo un fatalismo que impregna cada acción del personaje principal.

¿Puede existir la ficción absoluta cuando conocemos el final de la historia? ¿Podría redimirse alguna vez el Jeronimus del cómic luchando contra su trasunto real y sus actos? Es indudable que en sus mejores momentos la narración histórica puede huir de resultar un mero vestido para trascender hacia una reflexión acerca de la identidad cultural y la construcción de nuestro universo mental.

El arte como elemento narrativo

Además de la estructura literaria, el cómic cuenta con otro arma para derribar los firmes muros que se erigen entre la ficción y la no ficción: la ilustración. El uso de la expresión artística sirve también como un elemento más del discurso cuando se emplea de manera efectiva, sirviendo para jugar con nuestras expectativas.

Jean-Denis Pendanx comprende perfectamente lo que busca la obra, empleando un dibujo que nos retrotrae a los títulos más divulgativos que hayamos podido conocer y buscando recrear un pasado que nos resulta en cierta manera académico. Huye así de experimentos visuales en la línea de los que podrían aparecer en cómics como Los esclavos olvidados de Tromelin y se centra en darnos la impresión indudable de estar ante una obra histórica seria.

Es cierto que Pendanx no es Jean-Yves Delitte y que sus barcos no son tan arrebatadores como los del belga, pero no por eso sus escenas de mar dejan de ser impresionantes. Su uso del color, de hecho, le da a sus páginas un aspecto más pictórico y menos propio del cómic clásico, un triunfo que se extiende en todo momento al ambiente logrado. Su único debe podría ser el trabajo de los rostros, lo que en todo caso no pasa de ser un aspecto menor.

El cómic europeo como arma para la historia

La edición de Jeronimus en España, de la mano de Ponent Mon, es una oportunidad perfecta para que el lector pueda reflexionar sobre la historia y su reflejo en el mundo del cómic actual. Si la narrativa americana e inglesa tiende a las historias de ambientación contemporánea y a las aventuras más alocadas, la europea (vulgo francobelga) se ha ido estableciendo ya desde hace mucho tiempo como la encargada de construir la ficción histórica que mejor se merece dicho apelativo.

Comprender que el cómic es un arma perfecto para la divulgación es básico para entender la fuerza de este tipo de trabajos allende nuestras fronteras. Se suele decir que una imagen vale más que mil palabras y, aunque sea muy sano poner en cuestión ese tipo de máximas asumidas sin ningún tipo de crítica, a veces es así. Leer sobre la VOC (acrónimo de la Vereenigde Oostindische Compagnie o Compañía de las Indias Orientales) no resultará tan evocativo para muchas personas como ver a Jeronimus ponerse sus mejores galas en una isla perdida de la mano de Dios, convirtiéndose con ese simple gesto en un hombre nuevo, un gobernante sin límites terrenales ni morales que habla a los rincones más oscuros de nuestra mente. Tampoco resulta difícil entender que un dibujo de Pendanx valga más que todas las palabras de Patrick O’Brian a la hora de que muchos lectores visualicen un barco en mitad del océano.

Pero la capacidad del cómic para hablarnos de la historia no tendría ningún valor si no fuera porque existen autores que la comprenden y la abrazan. Este 2017 se han publicado en España obras de guionistas como Dabitch, Matz o Savoia que apuntan todas ellas, con mejor o peor fortuna, hacia la búsqueda de la historia en su ficción. Podría pensar uno que estamos ante una especie de locura transitoria en el cómic europeo, pero lo cierto es que el ritmo de publicación en España nos traicionaría en este caso. Jeronimus, por ejemplo, se publicó más allá de los Pirineos entre 2008 y 2011, un apunte que indica que el diálogo entre ficción y no ficción en la obra histórica del cómic europeo no es algo pasajero.

A pesar de los esfuerzos que existieron en nuestro país en los años ochenta, el cómic aquí nunca ha conseguido alcanzar la aceptación cultural lograda en la esfera francófona europea. Tal vez por eso a muchos les parecerá una locura que se diga que a menudo la mejor puerta de entrada a una visión realista de la historia puede estar precisamente en los cómics. Mientras tanto, aquellos que sepan tener una mente más abierta, estarán de enhorabuena y podrán encontrarse con obras como Jeronimus, un brillante ejemplo de cómic histórico que trasciende la mera exposición de sucesos y logra, centrándose en el protagonista de la anécdota, hablarnos sobre la eterna condición humana.

Ismael Rodríguez Gómez
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