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El reloj floral de Linneo, el que instauró la nomenclatura latina de las especies

Carlos Linneo, como buen botánico, viajaba habitualmente para recoger y estudiar especímenes vegetales cuando se encontró con un problema debatiendo con colegas de profesión. Dependiendo del idioma, incluso de la región del país en que se encontrara, la misma planta se llamaba de diferentes formas, lo que hacía extremadamente dificultoso clasificar, registrar e incluso contrastar información. Fue él quien, en 1731, desarrolló un sistema de nomenclatura en latín basado en la utilización de un primer término escrito en letras mayúsculas, indicativa del género, y una segunda parte correspondiente al nombre específico de la especie descrita, en letra minúscula. Por otro lado, agrupó los géneros en familias, las familias en clases, las clases en tipos y los tipos en reinos. A él le debemos poder identificar a una especie inequívocamente, pues gracias a su sistema no puede haber dos diferentes con el mismo nombre, evitando la pluralidad de sustantivos comunes con el que se la pueda conocer según en qué lugar del mundo nos encontremos. Eran las bases de la actual taxonomía.

Carlos Linneo, llamado Príncipe de los botánicos por Jean-Jaques Rousseau, cosechó gran fama y prestigio en sus setenta años de vida. Nacido en Suecia en 1707, muy joven realizó su primera expedición científica a Laponia. Aunque su formación era médica, supo compaginar zoología, botánica, medicina y farmacia. Considerado uno de los primeros naturalistas, envió a sus alumnos más destacados a diferentes viajes de exploración alrededor del mundo. Uno de estos, Daniel Solander, acompañó a James Cook en su primera expedición al Pacífico sur. El mismo Linneo (nombre castellanizado, en sueco Carl von Linné, aunque él prefería ser llamado según su latinización, Carolus Linnaeus) viajó frecuentemente por Europa, pero prefirió servirse de su sistema de clasificación, no en vano se le considera el padre de la taxonomía moderna, para unificar los criterios de descripción y hacer obsoleta la antigua necesidad de estar presente frente al espécimen a tratar.

Muchos biólogos consideran que fue Linneo quien se planteó por primera vez la pregunta sobre el origen del hombre. Colocó a los humanos dentro del mismo sistema de clasificación biológica que utilizaba para el resto de animales o vegetales. Tras estudiar varias razas de monos, escribió en su principal obra, Systema naturae (1735) que ambos pertenecían a la clasificación primate. Señaló que ambas especies compartían la misma anatomía, y que solo les diferenciaba el habla, llamando a la nuestra homo sapiens y colocando a las dos bajo la descripción antropomorpha, de forma humana. Esta afirmación le puso en el disparadero de la iglesia, que no estaba dispuesta a aceptar tal comparación pues hacerlo sería, en base a que los hombres fueron creados a imagen y semejanza de Dios, equiparar a monos y hombres como herederos de la Tierra.

El sueño de las plantas

Plinio el Viejo, en el siglo I, ya había observado cómo el tamarindo habría y cerraba sus hojas siempre a la misma hora del día. En 1729, Jean Jacques d’Ortous de Mairan realizó el primer experimento cronobiológico de la historia, registrando la espontánea y precisa apertura diaria de la mimosa púdica aún encerrada en un cuarto donde no llegaba a luz del sol. Darwin argumentó que cada planta genera su propio ritmo diario en su El poder del movimiento en las plantas (1880), y ya en el siglo XX Erwin Bunning describió los ritmos circadianos de los vegetales.

Mucho antes de esto Linneo, en su Philosophia botanica (1751), tras observar cómo ciertas plantas clasificadas como aequinoctales se abrían y cerraban siempre a la misma hora particular del día, y que esas horas variaban de una especie a otra, sentó que se podía deducir la hora aproximada en función de qué especies abrían sus flores. Dispuestas en secuencia, este registro constituyó lo que llamó horologium florae, o reloj floral:

El reloj floral está dividido en dos partes. En el lado izquierdo, empezando a las seis, se encuentran las plantas que se abren por la mañana. Algunas de estas serían:

5 y 6h: calabaza, amapola, achicoria.

6 y 7h: crepis rubra, enredadera.
7 y 8h: lirio de la hierba, nenúfar, tusílago, alquimia, hipérico.
8 y 9h: anagalis, calta palustre, centaurea.
9 y 10h: betónica silvestre, margarita, caléndula.
10 y 11h: anémona de tierra, vinagrera, spergularia.

11 y 12h: tigridia, cerraja, aizoácea.

En la mitad derecha de la esfera, comenzando a las doce, se encuentran las plantas que se cierran pasado el mediodía entre:

12 y 13h: caléndula, petrorhagia.
13 y 14h: anagalis, hieracium.
14 y 15h: achicoria, diente de león, calabaza.
15 y 16h: lirio de hierba, tusílago, hieracium rojo.
16 y 17h: dondiego de noche, vinagrera, nenúfar.
17 y 18h: amapola.

Hemos de tener en cuenta que, dependiendo de la latitud en que nos encontremos, algunas de estas plantas no se darán, pero podrán ser sustituidas por otras entre las más de doscientas noventa y ocho mil especies vegetales que se conocen en el planeta. No es intención de este autor que cultiven un jardín botánico en sus casas (o sí, porqué no), pero tal vez en estos tiempos de urgencia, de citas y obligaciones cronometradas, puedan encontrar un momento para la pura observación entre la flora que les rodea. Quizá puedan tomarse un breve instante, ahora que incluso las manecillas del reloj mecánico comienzan a ser algo arcaico, sepultadas por lo electrónico y digital, para reflexionar y admirarse por la inventiva de aquellos que hace siglos, careciendo de medios, se servían del tiempo para volcarse en el estudio. Gracias a ellos que volvían la vista para admirarse en su entorno, que nos han traído hasta aquí. Como decía el propio Carlos Linneo: «La naturaleza no da saltos».

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