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Federer vs. Nadal (II): una victoria física (Miami, 2005)

Un año después de que un adolescente sorprendiera al flamante número 1 del mundo sobre el cemento de Florida, Roger Federer y Rafael Nadal volvían a encontrarse en el mismo torneo. Miami no solo tuvo el privilegio de disfrutar del segundo partido que los enfrentó, sino también de albergar la primera final que ambos disputaron.

Nadal irrumpió en la pista central de Cayo Vizcaíno convirtiendo el inicio de la final en la continuación de la apabullante victoria que la temporada anterior había conseguido frente al suizo en esa misma pista. Sin embargo, la experiencia y la resistencia de Federer le mantuvieron con vida el tiempo suficiente para darle la vuelta a un partido que siguió esquivando muchas de las claves sobre las que se apoya esta enorme rivalidad

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Un paso adelante

En 2005, Roger Federer era la versión tenística de un Hércules exuberante en plena ascensión al Olimpo. El 4 de abril, saltó a calentar a la cancha del Crandon Park Tennis Center con su halo de leyenda viva, casi prematura, forjado con cuarenta y siete victorias en los últimos cuarenta y ocho partidos y diecisiete triunfos seguidos en finales de campeonato. Cifras impensables hasta su aparición en el circuito de tenis y que pronto, con la definitiva eclosión de su rival de aquel día, serían cada vez más esquivas.

Federer era, muy probablemente, el deportista más dominante del planeta. Con Tony Roche vigilando sus progresos tras una larga temporada sin entrenador, el helvético llevó su porcentaje de victorias a lo largo de la temporada más allá del noventa por ciento. Pocas palabras pueden añadir significado a los datos que fue capaz de amasar a lo largo de este año. Parecía que nada podría impedirle completar el Grand Slam (la conquista de los «cuatro grandes») en un año natural y, de hecho, solo su debilidad en tierra batida y la aparición de un rival formidable en esa superficie pudieron impedirlo.

El tenista balear, por su parte, estaba cuajando un buen inicio de temporada: había alcanzado la cuarta ronda del Abierto de Australia (fue derrotado por uno de los ídolos locales, Lleyton Hewitt) y conquistado tres torneos sobre tierra batida, pero algunos problemas físicos habían frenado su vertiginosa progresión en el ranking ATP. A pesar de ello, aunque concurrió a Miami como el número 31 del mundo, es muy probable que a lo largo de los primeros meses de 2005 Rafa Nadal ya fuera el segundo mejor tenista del mundo. Prueba de ello es que al final de la temporada, el español era el único que había ganado tantos títulos como Federer (once), aunque la mayoría de sus victorias fueron de menor entidad.

Un partido de tenis entre Federer y Nadal siempre ofrece, en cualquier caso, mucho más que una maraña de datos. Si algo bueno tiene este deporte es su transversalidad: sin ser el deporte rey en ningún país, es popular en todos los rincones del mundo. Sus aficionados comparten ídolos, villanos y bases de datos: a la profusión de estadísticas anglosajona en general y norteamericana en particular, se unió hace ya mucho tiempo la pasión europea (y también la suramericana) por el deporte. A través de la amalgama de números que ofrecieron antes del partido las cadenas que retransmitieron el segundo enfrentamiento entre los dos campeones, se filtraba la duda de si aquel chico de dieciocho años podría volver a plantar cara al número 1 más poderoso que podía recordarse. La épica de los deportes individuales y la exigencia física del tenis, unida a la resonancia mítica de esta rivalidad, hacen prácticamente imposible que un Federer-Nadal no parezca especial a ojos de un aficionado. Pero más allá de esta realidad, lo cierto es que la final de Miami en 2005 supuso, tanto por el hecho de dirimir un título como por el desarrollo del partido, un impulso en la gestación de su rivalidad deportiva.

El oficio de tenista

Federer Nadal II - 02En las entrevistas previas al partido, los periodistas preguntaron a Federer cómo afrontaba el encuentro y, más concretamente, cuánto creía que tardaría en adaptarse al efecto de la bola de Nadal: «Puede llevar varios juegos habituarse al golpeo de un leftie» (‘zurdo’ en inglés). El suizo no sabía, cuando pronunció estas palabras, que el efecto de los golpes de Nadal acabaría rediseñándose para convertirse en su kriptonita particular. En ocasiones, ha podido ganar a pesar del efecto de la bola del español, pero lo cierto es que nunca ha podido acostumbrarse a él. En 2005 Nadal aún no había pulido su famoso topspin, la capacidad de inyectar con su drive la fuerza necesaria para hacer girar una pelota de tenis a ochenta y tres revoluciones por segundo, pero con respecto al año anterior, el balear empezaba a parecerse al jugador que llegaría a ser en ciertos aspectos: en plena época de los pantalones pirata (una prenda que, junto con su capacidad de lucha y agresividad iniciales, definió su primera imagen mediática), tanto sus bíceps como el tiempo que dejaba transcurrir entre cada punto habían aumentado considerablemente, aunque aún sin llegar a alcanzar su tamaño final.

Frente al progreso físico y táctico propio de la edad del balear, la madurez de Federer se resquebrajó al entrar a un partido que le planteaba los mismos problemas que le habían apartado de su lucha por el torneo la temporada anterior. Una rápida sucesión de fallos no forzados hicieron caer varios juegos seguidos del lado del español que, cómodo en este escenario y en plenitud de agilidad, devolvía todo lo que le llegaba. Al servicio, Nadal completaba la cosecha de breaks apoyándose en un golpe que, si le funciona, le hace prácticamente invencible: su derecha paralela. Para el balear, este recurso es la antítesis de su maravilloso drive cruzado, más seguro y muy efectivo tanto en defensa como para la construcción de los puntos. Pero si tiene la oportunidad de lanzar derechas paralelas, eso quiere decir que Nadal está disfrutando de la posibilidad de cerrar puntos que ha dominado desde el fondo de la pista y añade a su inigualable capacidad defensiva muchos golpes ganadores. Y existe una regla de oro prácticamente inquebrantable a lo largo de su carrera: cuando conecta muchos winners, siempre gana; cuando no lo logra, muchas veces también. Al fin y al cabo, todas las virtudes de Nadal están acompañadas por una tenaz resistencia a la derrota.

En un escenario tan poco propicio, el número 1 del mundo tuvo poco que hacer en la primera manga: la final de 2005 parecía una prolongación natural del partido que enfrentó a ambos tenistas en 2004 y Nadal parecía capaz de ganar tanto los puntos que controlaba como aquellos en los que iba a remolque. Para la pequeña gran historia de su rivalidad, el primer banana shot del español (ese golpe imposible cuya trayectoria recuerda a la forma de un plátano), en el que Rafa golpea en carrera ingeniándose un drive que parece irse a la grada pero termina regresando a la pista para botar en una línea, llegó tras un deuce en el cuarto juego. El primer set terminó con un 2-6 en el marcador y el asombro de la grada ante la inoperancia del mejor tenista que cualquiera de los presentes podía recordar.

Pero la grandeza de uno de los más finos estilistas que ha dado la historia del deporte es que siempre ha sabido sufrir. Quizá no es capaz de perder la elegancia mientras lo hace, pero, afortunadamente, así es Roger Federer. Y si alguien cree que se puede ser el más grande de la historia del tenis sin un esfuerzo y una disciplina máximos, sencillamente, está equivocado.

Federer Nadal II - 03De hecho, la clave de la primera final que disputaron Federer y Nadal estuvo en el esfuerzo realizado por el suizo para igualar la capacidad de lucha de su rival. La segunda manga arrancó con un número 1 más dominador desde el saque y por fin más acostumbrado al por entonces controlable efecto de zurdo del manacorí. El partido entró entonces en una fase de intercambio de golpes, un terreno en el que ni el mejor tenista español (ni el de ninguna otra parte) pueden medirse al genio de Basilea. Federer logró ponerse 5-2 arriba en un suspiro, tirando de un amplio catálogo de winners: remates, dejadas, reveses y derechas a media pista (sin dejar botar la pelota, marca de la casa), cruzaban la red hacia la raqueta de Nadal, que parecía perderle la cara al set. Con el 40 iguales del siguiente juego, el suizo tuvo un smash franco para conseguir una bola de set pero, inexplicablemente (otros pensarán que fue debido a la carrera desesperada de Nadal, que siempre hace el papel de portero inquieto en esta suerte de penaltis tenísticos), lo envió a la red. El balear logró de este modo mantener in extremis su servicio, e inmediatamente después hacía subir su nivel de juego varios enteros y lograba romper el servicio de Federer con un resto estratosférico, directo al vértice que la derecha de Federer no podía llegar a defender tras su saque. Cuando, un juego después, Nadal estaba celebrando el empate a 5, parecía que la balanza del partido se inclinaba de nuevo hacia el lado del español. Sin embargo, aunque Nadal se hizo finalmente con el set, resultaba obvio que la mayoría de los intercambios largos de golpes empezaban a caer del lado de Federer: una excepción a lo largo de los muchos partidos que han enfrentado hasta el momento a los dos campeones.

Nadal logró anotarse la segunda manga dando a conocer otra de sus cualidades importantes, en este caso compartida con Federer: su gran efectividad en los desempates. En los primeros compases del tercer set, el español pareció tener el partido prácticamente ganado: con 1-4 y una clara amenaza de break a favor del balear, Federer llegó incluso a encararse con una grada mayoritariamente hispanoparlante (recordemos que estamos en Miami) y entregada al joven David que parecía estar a punto de derrotar a Goliat. Pero en 2005, el número 1 ya había superado los supuestos problemas de concentración que según muchos analistas entorpecieron su juego al principio de su carrera y, en pista dura, aún era un hueso muy duro de roer para Nadal. Momentáneamente abucheado tras su reacción, el de Basilea apretó los dientes y escapó a la presión de su rival con un maravilloso pasante de revés, en carrera, que allanó el camino hacia el 2-4. Y entonces, por fin, la resistencia que había opuesto a la exhibición de Nadal empezó a dar sus frutos.

De los siguientes veintitrés juegos, Federer ganó diecisiete. En el ecuador del tercer set y a pesar de que aún mantenía cierta ventaja en el marcador, era evidente que a Nadal se le estaba escapando eso que los estadounidenses llaman momentum. El balear luchó por cerrar el partido rápidamente, pero cada punto que lograba arrancarle a Federer le hacía perder varios, fruto de la extenuación. Federer, que se encontraba después de todo al borde de una dolorosa derrota, empezó a jugarse prácticamente cada golpe a un todo o nada y aunque esta estrategia suele denotar cierta desesperación, en manos de maestros como el suizo es extremadamente peligrosa. Con un Nadal cada vez más apagado, los golpes del número 1 fueron ganando en seguridad y Federer cogió carrerilla, hasta lograr llevar hasta el tie break un set que tuvo perdido. Nadal invirtió sus últimas fuerzas en un desempate que podía darle el título, pero las perdió. Federer aún iba por debajo en el marcador pero tenía el partido ganado.

Las dos últimas mangas no tuvieron historia aunque, vistas en perspectiva, ofrecen una curiosa peculiaridad: la de ver a un Federer muy superior al español gracias a su mejor condición física. El cuarto set tuvo solo veintidós minutos de vida: los golpes de Nadal se quedaban a media pista o, directamente, se encontraban con la red. A Rafa ya no le quedaban piernas para cuadrarse y golpear la pelota adecuadamente, pero en la grada un relajado «tío Toni» sonreía cada vez que un despiste de Federer permitía a su pupilo soltar el brazo y celebrar algún punto. Finalmente, y tras el 6-3 de la cuarta manga, el número 1 del mundo consiguió su decimoctava victoria consecutiva en una final, endosando a Nadal un contundente 6-1 para cerrar el partido. Celebró la victoria con la rabia que la tercera gran remontada de su carrera y el título merecían y, al otro lado de la red, Nadal pareció aceptar la derrota con la calma que aporta comprobar que semejante rival ha tenido que jugar al límite para vencer.

Victoria dulce, derrota agridulce

Federer Nadal II - 04Aunque la final de Miami 2005 no llegó a ser una derrota pírrica para Federer, puede decirse que, desde luego, fue una derrota positiva para Nadal. Los vertiginosos e importantísimos éxitos que alcanzaría pocos meses después no deben hacer olvidar que el balear, con dieciocho años, era aún un tenista en formación. Con respecto al campeón en el que le hemos visto convertirse, el joven Rafa tenía por entonces un saque mucho más potente pero menos efectivo (de nuevo, era un golpe con menos efecto del que tendrá en el futuro) y un juego más agresivo e irregular. Pero, sobre todo y en lo que respecta a su rival de aquel día, aún no tenía un plan específico para medirse al mejor de siempre.

Quizá esa fuera, precisamente, la peor noticia para Federer. Acababa de completar una remontada muy meritoria pero, por segunda vez, daba la impresión de que algo no carburaba cuando tenía enfrente a aquel joven frenético. Hoy resulta evidente que el azar, caprichoso, muy caprichoso, había decidido poner en su camino un tenista con unas cualidades opuestas a las suyas pero idóneas para anular su exquisitez. Sin ánimo de restarle ningún mérito, en cierto modo solo era cuestión de tiempo que el equipo técnico de Nadal revisara los vídeos de sus dos partidos contra el número 1 para que llegaran a una conclusión que hoy parece evidente: Nadal podía ganar a Federer si lograba que fuera Federer quien perdiera contra Nadal. O, lo que es lo mismo: plantearían un duelo de resistencia mental y física, impidiendo a Federer ganar puntos fáciles y aguardando esos errores puntuales que de vez en cuando asoman a través de la perfección tenística de Federer y que, contra Rafa Nadal, se multiplican peligrosamente. Ese deportista antifederer ya estaba ahí, pero había que pulirlo antes de enviarle a derrapar por la arcilla del circuito ATP.

«Quiero felicitar a Nadal. Creo que volveremos a vernos pronto», dijo un jadeante Federer tras el partido. Efectivamente, volvieron a verse poco después. Y aunque es evidente que esa es otra historia (y el primer clímax de esta mágica rivalidad), la explosión de Nadal era de tal magnitud que no hizo falta esperar demasiado tiempo para que ambos se encontraran de nuevo, esta vez a solo un paso de la gran final del Roland Garros.

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