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¿Existe la objetividad en la Historia?

Aún hoy existe debate sobre el considerar la Historia como una disciplina humanística o encuadrada dentro del campo de las ciencias sociales. ¿Es entonces la Historia una ciencia? Sí, lo es. Rudolf Carnap dividió las ciencias en formales (como la lógica o las matemáticas), naturales (aquellas que estudian la naturaleza, como la biología) o sociales (que se encargan de la cultura y la sociedad, como la antropología). Pues bien, entendiendo que cada ciencia tiene su método de trabajo particular, las ciencias sociales se separan de las exactas en tanto que son, en efecto, inexactas. Las ciencias exactas fundamentan su saber en el empleo del método hipotético-deductivo, repitiendo un fenómeno para su comprobación. Sin embargo, esto no es algo que pueda hacerse en las ciencias sociales puesto que inciden elementos contextuales, impidiendo que los hechos se repitan de forma idéntica.

Podemos referirnos a la Historia como una ciencia social, puesto que el historiador utiliza sus propias técnicas para desentrañar cualquiera que sea su objeto de estudio. También trata de acercarse lo máximo posible a la objetividad, y esto se hace mediante la búsqueda de pruebas que respalden las conclusiones a las que se llegan, apoyándose incluso en otras ciencias: matemáticas estadísticas, arqueología, geografía, etc. No obstante, sería un error pensar que existe la objetividad por excelencia en las ciencias sociales ya que, como afirmaba Paul Ricoeur, esta situación solo puede darse en las ciencias empíricas. No fue el único que trató el asunto de la objetividad en la historia: Julio Aróstegui consideraba la objetividad histórica como una falacia[1] en tanto que pensaba que el relato histórico estaba influido por la ideología del historiador, lo que no estaba discutido con ser un buen historiador.

El asunto de la objetividad en la Historia ha centrado los debates historiográficos en los últimos tiempos. El historiador es subjetivo, en efecto, pero la Historia es objetiva. Sin embargo, el historiador, como investigador y divulgador, está obligado a intervenir de forma activa en la investigación puesto que necesita analizar e interpretar los hechos que son objeto de estudio, lo que no hace ni al investigador menos científico ni a la Historia menos ciencia, como afirman algunos historiadores cuando implican en sus elucubraciones la necesidad de deshacerse del mito de ciencia objetiva[2]. De hecho, Julio Aróstegui mantenía que ni si quiera en las ciencias formales existe la objetividad: «Pero la observación científica no deja de tener, a pesar de todo esto, perfiles de relativismo. Nadie puede negar que la observación de los hechos por el científico está condicionada en alguna manera, aun en las ciencias más formalizadas y abstractas, por la psicología, la cultura y los intereses. De ahí que el método científico haya procurado establecer unas reglas de la observación normalizada y formas de contrastar la adecuación de la observación a condiciones normales perceptibles intersubjetivamente» (AROSTEGUI, 1995: p. 156).

Algo similar ocurre con la Historia. En efecto, lo que conocemos por Historia es en realidad una interpretación humana de los restos probatorios de hechos que ocurrieron en el pasado. Pero los encargados de esa interpretación, los historiadores, son esclavos de su tiempo en tanto que están influidos por el contexto social y cultural en el que viven y no pueden desprenderse de él. No quiere decir esto que el historiador deba limitarse el mero relato de los acontecimientos. En palabras de Jacques Le Goff, «la necesidad por parte del historiador de mezclar relato y explicación hicieron de la historia un género literario, un arte al mismo tiempo que una ciencia» (Le Goff, 1991: p. 14). Y precisamente, esa subjetividad explicativa es lo que aporta el valor a la interpretación histórica desde mi punto de vista, puesto que cada investigador puede aportar su propia visión de un objeto de estudio común, contribuyendo de esta forma a desentrañarlo. De este modo, gracias a los constantes y diferentes estudios de los historiadores sobre una misma realidad pasada podemos acercarnos a esta con mayor credibilidad y autoridad, de forma que, sin ser absoluta, nos acercamos a la objetividad histórica.

Aun así, del mismo modo que afirmábamos que uno de los problemas de la búsqueda de la objetividad en la historia es el propio historiador, también debemos referirnos a las fuentes que los investigadores emplean en su trabajo. Los documentos no son inocentes, como afirma Le Goff, sino que también son reflejo de la sociedad en la que han sido escritos puesto que las personas detrás de ellos también están influidas por su entorno al igual que los historiadores. «Pero ¿basta con reunir estos testimonios y unirlos de cabo a rabo? Realmente no. La tarea del juez de instrucción nunca se confunde con el trabajo de su secretario. No todos los testigos son sinceros, ni su memoria es siempre fiable y por ello no podemos aceptar sus declaraciones sin ejercer cierto control. ¿Cómo se las arreglan los historiadores para extraer un atisbo de verdad de los errores y mentiras y obtener un poco de trigo de entre tanta paja? Al arte de discernir lo verídico, lo falso y lo verosímil en las narraciones se denomina crítica histórica y posee unas reglas […]» (BLOCH, 1914).

Sin embargo, debemos tener cuidado pues no todos los historiadores (o quienes intentan siquiera ser una sombra de ello) se ajustan a los parámetros que se tratan en este texto. Algunos autores abandonan la senda científica y, quizás escudándose en imposibilidad de prescindir de la propia interpretación de los acontecimientos, realizan una manipulación de la historia dejando la disciplina al servicio de las ideologías. Ejemplo de ello son quienes, sin ser historiadores, escriben obras llenas de inexactitudes y omisiones que abonan un terreno falaz en el que sustentar una historia de escaso éxito académico. Para nuestra desgracia y curiosidad, estos libros suelen posicionarse con relativa facilidad en lo alto de los rankings de bestseller. Es necesario que la comunidad académica logre desplazar estos relatos pseudohistóricos en el plano de la aceptación pública, de modo que se reafirme la racionalidad histórica y la verdad frente a la propaganda y el mito histórico (del que se aprovechan quienes pretenden utilizar la historia para sus propios intereses) esbozando un relato coherente que despierte el interés por el pasado[3].

La posición social del investigador y sus valores como persona, al igual que su religión, ideología o interés por un tema determinado, son factores que rondan a los historiadores a la hora de realizar estudios y sacar conclusiones de sus investigaciones, del mismo modo que debemos tener en cuenta también que las fuentes que utilizamos pueden llevarnos a equívocos. Sin embargo, lejos de verlo como un problema, creemos que es conveniente impulsar esta subjetividad sana del investigador en tanto que, si se mantiene el rigor del método científico dejando a un lado el interés personal, y teniendo en cuenta que sus resultados pueden ser susceptibles de debate, este último siempre será apropiado y beneficioso para la disciplina histórica. El historiador no puede existir sin la Historia, pero tampoco existe la Historia si no hay nadie que la analice, estructure, valore, interprete y difunda entre el resto de los mortales. «Solía decirse que los hechos hablan por sí solos. Es falso, por supuesto. Los hechos solo hablan cuando el historiador apela a ellos. […] Es el historiador quien ha decidido, por razones suyas, que el paso de aquel riachuelo, el Rubicón, por César, es un hecho que pertenece a la historia» (CARR, 1999: p.15).


  • BIBLIOGRAFÍA
    • AROSTEGUI, Julio. La investigación histórica: teoría y método, Crítica, Madrid, 1995.
    • AROSTEGUI, Julio. “Sociología e historiografía en el análisis del cambio social reciente” en Historia Contemporánea, nº 4, 1990. 1
    • BLOCH, March. Crítica histórica y crítica del testimonio, 1914.
    • CHARTIER, Roger. La historia o la lectura del tiempo, Gedisa, Barcelona, 2007.
    • CARR, Edward H. ¿Qué es la historia?, Ariel, Barcelona, 1999.
    • MORADIELLOS, Enrique. El oficio del historiador, Siglo XXI, Madrid, 2004. 3
    • LE GOFF, Jacques: Pensar la historia: modernidad, presente y progreso, Paidós, Barcelona, 1991.
    • RICOEUR, Paul. Historia y verdad, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2015.
    • RUIZ TORRES, P. “Los discursos del método histórico”, en Ayer, 12, 1993. 2

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