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Cinefórum CCCXLVIII : «Un cuento de Canterbury»

En Adiós muchachos, nos encontramos a dos protagonistas cuyos intérpretes tuvieron una carrera extremadamente corta en el cine. Tanto, que Raphael Fejtö (que intrepreta a Jean Bonnet) solo tiene otro crédito como actor en su haber, un corto de 1996. Para la película de hoy, tenemos un caso aún más extremo; John Sweet, que interpreta al sargento Bob Johnson en Un cuento de Canterbury (A Canterbury Tale, 1944,  Michael Powell y Emeric Pressburger) solo apareció en este film británico en toda su vida, aunque intentó continuar su carrera actoral sin éxito cuando regresó a los EEUU. Otras conexiones entre la película de la semana anterior y esta corren de forma algo más soterrada: sea la cronológica (una se ambienta en 1944 y otra fue rodada ese mismo año) o la vital, con el mismo Pressburger siendo un refugiado, de origen judío y húngaro, en Gran Bretaña.

Hemos hablado ya largo y tendido de la dupla Powell y Pressburger en esta sección, por lo que queda poco que decir de ellos. Su colaboración comienza con la curiosa El espía negro (The Spy in Black, 1940, Michael Powell), en la que otro refugiado del nazismo (Conrad Veidt) interpreta a un sorprendentemente heroico capitán de submarino alemán, y en la que Pressburger aparece únicamente como co-guionista. El tándem tiene su momento álgido en la serie de films en que ambos comparten los créditos como directores, guionistas y productores. En los quince años que van desde One of Our Aircraft Is Missing (1942) hasta Emboscada nocturna (1957), rodaron clásicos como Vida y muerte del coronel Blimp (The Life and Death of Colonel Blimp, 1943), A vida o muerte (A Matter of Life and Death, 1945) o Las zapatillas rojas (The Red Shoes, 1948). El final de su colaboración, más motivado por el escaso éxito de sus últimos proyectos que por ninguna disputa personal, deja una carrera conjunta a la altura de los más grandes.

Esta fue la primera película del dueto Powell-Pressburger que no fue un éxito de taquilla y esto motivó que, para su estreno americano, después de la guerra, se editara una versión diferente, en la que se añadían escenas con la actriz Kim Hunter (que rodó con ellos A vida o muerte) como la novia del sargento Johnson, y tratando la historia principal como un flashback del mismo en América. Además, se hacían hasta veinte minutos de recortes para aligerar la narración.

Otra curiosidad previa es que rostros más conocidos debían originalmente haber encarnado a dos de los protagonistas de esta historia, con el papel principal femenino en manos de Deborah Kerr (que había iniciado su carrera en el cine de la mano de Michael Powell en la película Espías en el mar, con guion de Pressburger, y trabajaría repetidamente con ambos a lo largo de su carrera) y Burgess Meredith (el Pingüino de la serie de Batman de los 60, entre otros muchos papeles) como el soldado americano. En vez de eso, decidieron elegir a desconocidos para el papel, de tal manera que incluso el cartel destaca más la aparición de Eric Portman (que interpreta un personaje menos importante) que a los protagonistas.

El título, Un cuento de Canterbury, conecta directamente con el clásico literario británico Los cuentos de Canterbury (escritos entre 1387 y 1400) de Geoffrey Caucher, y la película se inicia con una lectura del mismo. Estas palabras nos llevan a un mapa que muestra el camino de los peregrinos y luego unas breves escenas históricas mudas, que con una transición visual que salta de un halcón a un moderno avión Spitfire (y que muchos han comparado a la transición hueso-satélite de 2001: Una odisea del espacio), nos trae al tiempo contemporáneo y sus problemas. Si en el relato medieval un grupo de peregrinos que se dirigen a visitar la tumba milagrosa de San Thomas Becket intercambian historias en una parada del camino, en la versión contemporánea un grupo de personajes se reúnen casualmente en Chillingburne, la (ficticia) última parada de tren antes de llegar a la ciudad. Pero en vez de embarcarse directamente en el intercambio de relatos nuestros tres protagonistas, el sargento americano Bob Johnson, la Land Girl Allison Smith (Sheila Sim), y el sargento británico Peter Gibbs (Dennis Price), se embarcan en una pequeña investigación detectivesca.

Pero esta investigación no gira en torno a un asesinato, si no a un hombre misterioso que aprovecha las oscuras noches del apagón (medida contra los bombardeos) para arrojar pegamento al cabello de las mujeres que salen de noche. Quizás esta investigación, por la que no llegamos a sentir ningún apremio y en la que, además, en todo momento solo hay un sospechoso, sea el punto débil de la película. Pero lo cierto es que, pese a ser una excusa argumental, este no es el elemento central. Ese lugar lo ocupa ese viaje por el agro británico y, también, en el caso de nuestros protagonistas, un pequeño o gran milagro final para cada.

Un cuento de Canterbury
Independent Producers, The Archers

La película sirve, sobre todo, como un amable, por mementos sensiblero, retrato de la vieja Inglaterra; refleja un idilio con lo rural y la tradición, bajo la amenaza de una guerra que se cierne como una sombra sobre todo y  que, sin embargo, no aparece directamente. Vemos el campo poblado ahora por mujeres, ancianos y un ejército de niños, que juegan a la guerra en las soleadas riberas de su pueblo, imitando las armas y uniformes de los contendientes; la catedral de Canterbury, con los globos antiaéreos flotando sobre sus espiras góticas; las polillas que devoran un viejo uniforme; o las parcelas en ruinas que convierten las ciudades en territorio desconocido. Pero, al final, Pressburger y Powell dibujan una esperanza, una imagen de resistencia tranquila, de permanencia y de unidad más allá de las diferencias y de los horrores de la guerra. Y lo hacen sin exaltar el conflicto en sí (no puedo dejar de señalar en ese sentido el momento en que a una imagen del desfile militar se encadena con el paso de un rebaño de ovejas).

Una magnífica película que, aunque no llega a la altura de Vida y muerte del coronel Blimp, resulta un gran ejemplo del cine de este dúo durante la Guerra Mundial, haciendo un cine que pese a su objetivo y mensaje claramente propagandístico, cumple su papel evitando con gracia convertirse en panfleto incendiario y agresivo. La composición de planos y la iluminación, combinando los planos en estudio con los paisajes de Kent y el interior de la catedral de Canterbury, en los que la verticalidad de las líneas góticas domina la imagen y la película, es simplemente magnífica.

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