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Federer vs. Nadal (IX): en la pista maldita de Rafa Nadal (Masters Cup, 2006)

Federer ha ganado absolutamente todo en el circuito de tenis mundial. No se puede decir lo mismo de su gran rival, Rafa Nadal, al que un torneo se le resiste desde hace más de diez años. La Masters Cup (ATP World Tour Finals desde 2009), ha sido siempre un evento peculiar: en algún punto intermedio entre los grandes campeonatos y la exhibición, siempre a final de temporada, reparte grandes sumas en premios y no se rige por un sistema de eliminación directa. Roger Federer es el líder histórico de este torneo itinerante, pero siempre sobre pista dura, en el que los ocho mejores del año tratan de poner un broche de oro a su temporada. Algo, o en realidad lo único, que Nadal no ha logrado conseguir a lo largo de su exitosa carrera.

Los maestros en su torneo

El tenis, extendido prácticamente por todo el mundo, organiza su calendario huyendo del frío. Poco antes de navidad, al final de cada temporada, el circuito busca ponerse a cubierto y, para despedir el año con un torneo que garantice el espectáculo, encuadra a las ocho mejores raquetas del año en dos grupos de cuatro. La liguilla y los posteriores cruces pretenden garantizar un buen número de partidos de relumbrón; sin embargo, no son raros los chascos ni las bajas por lesión de alguno de los favoritos, que suelen llegar muy justos de gasolina al final de temporada. Los especialistas en tierra, muy lejos en todos los sentidos de su querida arcilla roja, suelen encontrar serias dificultades para ofrecer su mejor versión en este tipo de torneos, celebrados siempre sobre pista rápida. Si, como sucedió entre 2005 y 2008, la sede se encuentra en la lejana ciudad de Shangái, la asistencia al evento podía ser tanto una recompensa como el último obstáculo antes de unas merecidas vacaciones. En esas condiciones, la adaptación a la superficie cobra una importancia aún mayor de la habitual.

Las características propias de la Masters Cup no sirven, en cualquier caso, para explicar el liderazgo de Roger Federer en la clasificación histórica del torneo. Basta con echar un vistazo al palmarés del suizo para comprender que solo la tierra batida y Rafa Nadal se resistieron a su dictadura entre 2006 y 2007. Cualquier otro torneo, acababa inexorablemente dentro de sus vitrinas. No obstante, son circunstancias que pueden ayudar a comprender por qué el mejor deportista español de la historia, un tenista que destaca por su competitividad, no ha sido capaz de alzarse con la victoria en un torneo tradicionalmente adverso para los españoles (solo el legendario Orantes y Corretja pueden presumir de su conquista).

El noveno enfrentamiento entre Federer y Nadal contraponía, por tanto, la trayectoria del suizo en un campeonato que ya había ganado en 2003 y 2004 y la ventaja del balear en el cara a cara frente al número 1 (llegaba a este partido con un 6 – 2 a su favor). Era la segunda temporada que Nadal terminaba como número 2 del mundo y parecía evidente que, a corto plazo, era el único que podía parar el tenis del genio de Basilea, al que por segundo año consecutivo solo se le resistía el Roland Garros. El encuentro entre ambos se produjo en las semifinales del torneo (y fue por tanto al mejor de tres sets), una vez superada la fase de grupos. El vencedor accedería a la final para la que posteriormente se clasificaría el estadounidense James Blake y tendría la oportunidad de conquistar el último trofeo de la temporada.

El Federer más agresivo

En 2006, Roger Federer transitaba con relativa comodidad a través de la extensa meseta en la que fue capaz de convertir la cúspide de su carrera. En aquel momento, pocos se planteaban si el excelso jugador suizo aunaría a su calidad la tenacidad necesaria para continuar compitiendo a tan alto nivel más de una década después. Por entonces, la pregunta que todo el mundo se hacía era, sencillamente, si acabaría consiguiendo conquistar el Roland Garros para cerrar la conquista de los cuatro grandes en un año natural. Cada duelo con el español era presentado por la prensa como un nuevo capítulo de una rivalidad cada vez más importante, pero también como un ensayo general de su próximo enfrentamiento en la final de un gran torneo.

El comienzo de la semifinal de la Masters Cup de 2006 dejó claro quién estaba atravesando un mejor momento: Roger Federer llevaba toda la semana jugando a un grandísimo nivel y su tenis no se resintió ni siquiera frente a su némesis particular. En tan solo unos minutos, tanto al servicio como al resto, el suizo comenzó a hacer valer sus golpes ganadores y su genial posicionamiento en pista para romper por primera vez el servicio de Nadal y escaparse 3 – 0 en el marcador. Nadal trató entonces de subir esa marcha que en condiciones ideales reserva para los momentos cruciales del partido y comenzó a buscar líneas con relativo acierto; pero, en un partido de altísimo nivel y con muy pocos errores, el break que había conseguido el suizo parecía difícil de contrarrestar.

Con 4 – 1 en el marcador, Nadal pidió, tras otro gran juego de Federer, la asistencia de un fisio para aflojar el vendaje de uno de sus pies. De vuelta a la cancha, se vio nuevamente obligado a aceptar el cuerpo a cuerpo con el suizo, consciente de que sobre una pista tan rápida quizá no podría refugiarse enviando su pesadísimo drive al revés de Federer. El manacorí logró arañar a pesar de todo un primer punto de ruptura, pero su rival, perfecto al saque y esforzado en la defensa, mantuvo todos sus saques hasta servir para cerrar la primera manga. Fue entonces cuando el primer set entró en ebullición, con dos roturas consecutivas que marcaron el signo del encuentro: Federer perdió inexplicablemente el que parecía el juego más importante de la manga (en blanco para el español y con una doble falta flagrante), pero se recuperó inmediatamente al resto con una serie de espectaculares contrataques. Lo cierto es que el 1 – 0 que reflejaba el electrónico no solo era justo, sino que evidenciaba la superioridad del número 1 en la primera mitad del encuentro. Ahora Nadal debía vencer dos sets consecutivos frente a un jugador que solo había cometido dos errores no forzados en una hora de juego.

Tras el breve receso, los fallos hicieron por fin acto de presencia y, con muchas más imprecisiones en ambos lados de la pista, la ligera ventaja que representa el servicio se hizo valer a medida que se sucedían los juegos. Ambos tenistas fueron sacando adelante su saque, aunque en el intercambio agresivo de golpes Federer seguía pareciendo ligeramente más cómodo. El tipo de partido probablemente favorecía al suizo, pero también el espectáculo, y el público pudo asistir a auténticos puntazos en los que ambos parecieron intercambiar momentáneamente sus papeles habituales (fue curioso ver a Nadal subiendo varias veces a la red, no gracias a su dominio sino intentando romper el ritmo de su rival, y a Federer, muy seguro desde la línea, logrando varios passings antológicos).

Con el público en pie y Nadal sufriendo para mantener su saque, el marcador llegó a reflejar un engañoso cinco iguales que escondía una superioridad demoledora del suizo en cuanto a puntos de ruptura. En el tenis, como en cualquier otro deporte, un pequeño detalle puede decidir la suerte de un partido, pero lo cierto es que el buen juego suele terminar imponiéndose. El genio de Basilea apretó los dientes en el undécimo juego de la manga y despachó un servicio casi perfecto en el que se permitió varias subidas a la red y, cómo no, un saque directo; restando para ganar, el Federer más batallador forzó dos deuces consecutivos hasta que un error no forzado de Nadal le brindó un punto de partido que aprovechó de forma espectacular. Con el suizo peleando en el fondo de la pista por la victoria, Nadal optó por una arriesgada dejada que Federer no solo alcanzó, sino que devolvió con un golpe de ensueño, de esos que solo están a su alcance: envolviendo la pelota con su drive encontró un ángulo que ni siquiera Rafa Nadal, con la iniciativa en el punto y bien plantado dentro de la pista, pudo cubrir. Cuando la bola salía disparada hacia el respetable tras botar junto al carril de dobles, Federer comenzó a celebrar su victoria de forma efusiva. Probablemente, su alegría por conseguir su segundo triunfo consecutivo frente a un joven tenista que se le estaba atragantando pesaba tanto como su clasificación para la final del torneo de los maestros. Al fin y al cabo, imponerse nuevamente al español era la mejor forma de cerrar una temporada que no había sido perfecta por su culpa.

Maestro entre maestros

Federer cerraba poco después (tras derrotar con claridad a Blake por 6 – 0, 6 – 3 y 6 – 4) un año absolutamente demencial en el que 92 victorias le llevaron a conquistar 12 torneos, elevando de paso hasta 17 su racha de finales consecutivas. El suizo acabó la carrera de campeones con 1674 puntos (el mágico Gustavo Kuerten ganó la primera, en el año 2000, con 839) y conquistó por tercera vez un título cuyo nombre parece inspirado en su figura. Sin duda, Federer es el gran maestro de la historia del tenis.

Frente a él, Rafa Nadal ponía también punto final a una temporada enormemente positiva (pese a un parón inicial de casi cuatro meses), en la que había conquistado su primer Masters Series y revalidado su título de Roland Garros. Gracias a ello, el manacorí se instaló como claro número 2 del mundo, aunque todavía estaba muy lejos de Roger Federer en el ranquin de la ATP. Lo cierto es que, a pesar de que ya había disputado nueve encuentros frente a su gran rival y llevaba mucho tiempo rindiendo a un nivel espectacular, en 2006 y con tan solo 20 años, su precocidad todavía le hacía merecedor de premios como el Laureus a la promesa deportiva con mayor proyección.

La de Shangái fue su segunda derrota consecutiva frente a Federer, lo que permitió al suizo dar continuidad a una racha que le llevaría a imponerse en cinco de los siete partidos que disputó frente a Nadal entre la final de Wimbledon en 2006 y la Masters Cup de la temporada siguiente. Este había sido, hasta hace poco, su mejor parcial frente al balear, al que sin embargo ha vencido cuatro veces seguidas desde 2015. Lo cierto es que la pista rápida en general y el torneo de los maestros en particular, han equilibrado el resultado de sus enfrentamientos directos. Sin duda, en su cara a cara hay partidos mucho más importantes que esta semifinal, pero lo cierto es que la estadística acaba apilando números sin grandes distinciones. En cualquier caso, a finales de 2006 aún les quedaba por delante más de una década de historia común y ambos parecían empezar a ser conscientes de que incluso el más corto de sus capítulos, tendría parte de la magia que da forma a las grandes rivalidades del deporte.

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