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Caso Ellacuría: crimen de Estado – 16 de septiembre

El asesinato de Ignacio Ellacuría y los jesuitas de El Salvador ya tiene culpable. Se llama Inocente Montano y cumplirá un máximo de treinta años de prisión en España. El coronel Montano era el único reo de un proceso que no ha juzgado al resto de dieciocho militares que en noviembre de 1989 ejecutaron a Ellacuría, rector de la Universidad Centroamericana, y a los también sacerdotes españoles Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López y Juan Ramón Moreno. Y al salvadoreño Joaquín López. Y a Elba y Celina Ramos, madre e hija, empleadas de la UCA que murieron porque aquel crimen no aceptaba testigos.

A Elba y a Celina las remató un soldado de nombre Jorge Alberto, huido para siempre tras la masacre. Todos los demás se quedaron. Incluido Montano, hasta que en 2001 se fue a Boston, donde trabajó en una fábrica de caramelos. «Se hace justicia porque se establece la verdad», afirma el abogado Manuel Ollé, impulsor del proceso. La verdad: que el crimen fue terrorismo de Estado, dirigido contra quienes promovían el diálogo y la paz, decidido por el alto mando del Ejército de El Salvador y ejecutado por el batallón Atlácatl, entrenado por Estados Unidos en las artes del exterminio y la tortura.

Los soldados del batallón Atlácatl rodearon la Universidad Centroamericana pasada la medianoche del 16 de noviembre del 89. Se habían puesto pintura de camuflaje en la cara. Uno de ellos cargaba un AK-47 entregado por un oficial. Debían simular un combate con guerrilleros y culparles de la masacre: matar y mentir. A los jesuitas los ejecutaron enseguida: los sacaron de sus camas, los tumbaron en el suelo y les dispararon. A Elba y a Celina las ametrallaron dos veces. Las balas se ensañaron con ellas porque el medio es el mensaje, también en las tinieblas.

Al batallón Atlátcatl lo disolvieron con los acuerdos que cerraron doce años de guerra en El Salvador. Era 1992, ya había caído el Telón de Acero y sobre Ellacuría (teólogo de la liberación) se echó la tierra del olvido. La guerra contra el comunismo transmutó en guerra contra las drogas en América Latina, ese Sur que también existe y donde se desmuere y desvive, según Benedetti. El poeta uruguayo salvó la vida en el exilio, no como Víctor Jara, asesinado en el septiembre chileno en otro exterminio de doctrina Monroe. «La vida es eterna en cinco minutos», escribió el cantante, con amor a sus padres y a una paz incompatible con los privilegios de los asesinos.


Notas de Extramuros es una columna informativa de Siglo 21, en Radio 3. Puedes escucharla en el siguiente audio y acceder al programa pulsando aquí. También puedes revisar todas las Notas de Extramuros en este Tumblr.

 

Víctor García Guerrero
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