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Cinefórum CXVI: Exit Through the Gift Shop

En ocasiones, el cine abre sus puertas a creadores que provienen de otros ámbitos: él les da prestigio y popularidad y ellos, a cambio, le regalan su propio lenguaje artístico. Es especialmente habitual que algunos escritores ejerzan como guionistas; en ocasiones, como sucedió con Stephen King La rebelión de las máquinas, se ponen incluso tras la cámara para probar suerte como directores. Sin embargo, no es tan común que los artistas plásticos realicen el mismo viaje interdisciplinar. Para ellos, puede resultar complicado trasladar su trabajo a un medio audiovisual y plagado de movimiento como el cine. No obstante, en 2010 uno de los artistas vivos más famosos del mundo encontró el modo de hacerlo: con Exit Through the Gift Shop, Banksy logró ser fiel a su obra y, al mismo tiempo, reírse de ella y de quienes le admiran.

 

Resulta complicado resumir en pocas palabras el juego de reflejos entre espejos deformantes propuesto  en este falso documental por el grafitero más popular de la historia. Lo único que «Salida a través de la tienda de regalos» (en lo que podría ser la traducción de su título) nos deja totalmente claro, es la capacidad que tiene su director para producir una excelente obra de arte y colocarla en el momento adecuado, en el mejor escaparate posible. Como sus grafitis y esculturas, Exit Through the Gift Shop no solamente nos invita a ser críticos, sino que en su realización percibimos la maestría de un genio que solo necesitó un intento para demostrar que el cine es otro arte de los muchos que domina.
Hechas las presentaciones, hay que incidir en que la criatura cinematográfica de Banksy destaca por ser caprichosa, en el mejor sentido de un término habitualmente negativo. La película del artista que siempre ha querido (y sabido) ocultar su identidad al mundo, se presenta como un documental que sigue los pasos de Thierry Guetta, un tipo que quiere hacer un documental sobre Banksy pero, en el proceso, se vuelve más famoso, más cool y más mediático que su ídolo.
Aun arriesgándonos a condicionar el viaje de nuestros lectores, es importante aclarar que el tal Thierry Guetta, efectivamente, existe, aunque nunca sabremos si era exactamente así antes de participar en esta producción. Al fin y al cabo, Exit Through the Gift Shop nos lo presenta como un adicto a las videocámaras que contacta casi por casualidad con el mundo del arte callejero y logra acercarse al enigmático Banksy; una hora y media más tarde, nos despedimos de él cuando, tras nuestro paso por los espejos ondulantes que forman la película, ya se ha convertido en Mr. Brainwash (algo así como «Don lavado de cerebro»), un artista que no tiene nada que ofrecer al mundo excepto su capacidad para replicar los usos y costumbres del arte callejero. Un ámbito en el que la repetición y la réplica, precisamente, se han convertido en temas centrales y, al mismo tiempo, en parte esencial de un engranaje económico que explota las obras de autores que pretendían (o no) criticar la deriva del mercado del arte.
En cualquier caso, un espejo deformante solo puede cumplir su cometido si sus extremos nos permiten reencontrarnos con nosotros mismos, jugar repetidamente con su capacidad para deformar con ellos cualquier objeto. Quizá es aquí donde se encuentra la verdadera proeza de Banksy, o de Banksy y Guetta, o de todos los integrantes del mundo del arte callejero representados en este falso documental. Porque, cuando acaba la charada, resulta que todo se ha vuelto real. Ahora el documentalista loco es un artista cuya cotización se disparó tras una película que Banksy impulsó para catapultarle al estrellato y, al mismo tiempo, reírse de sí mismo y de todos nosotros, sus espectadores. Cuando acaba la función, no solamente nos hemos divertido sino que tenemos la sensación de conocer un poco mejor al artista inaccesible que, al menos por esta vez, ha tenido a bien hablarnos directamente. ¿O quizá lo ha hecho a través de su arte, como siempre ha hecho? Sea como sea, le honra haberse encargado personalmente de hacer una crítica demoledora de su propio personaje, de su arte y de un mundo, callejero pero enmoquetado, en el que ambas dimensiones coinciden.

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