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El metaverso: qué es y por qué no te interesa

Pocos ámbitos son tan dados a la creación de nuevo vocabulario como el de las nuevas tecnologías. El desfile de palabrería vacua nacida al calor de algún nuevo e inútil gadget resulta interminable. Como bien es sabido todo aquello que no tiene nombre no existe, con lo que las empresas tecnológicas se apresuran a crear términos para nombrar necesidades o hábitos que no sabíamos que teníamos. O si lo sabíamos no resultaba necesario darles entidad propia. Nada da más prestigio a una tecnología que tener su propio verbo. Cuando googleamos o whatsappeamos estamos dando entidad cultural a las tecnologías que utilizamos. Es un poco la versión actual de cuando los pañales se llamaban Dodotis y el Colacao era Colacao por mucho que fuese de marca Hacendado.

Facebook se ha cambiado el nombre a Meta. Que no cunda el pánico, en realidad Facebook sigue existiendo (para desgracia de la humanidad), pero opera bajo el paraguas de una empresa matriz, Meta, que aglutina todos los brazos empresariales del imperio de Mark Zuckerberg. Este giro en los acontecimientos viene a reforzar el mensaje de hacia donde cree Facebook que se va a mover la socialización en internet en los próximos años: el llamado metaverso. Muy posiblemente hayas oído hablar del metaverso durante el recién extinguido 2021 y todavía te estés preguntando en qué consiste. Tranquilo, no creo que el propio Zuckerberg lo tenga tampoco muy claro.

El metaverso se nos vende como un ciberespacio con esteroides. Es un entorno digital inmersivo, que sigue existiendo aunque no nos encontremos en él, donde podemos disponer de avatares y realizar múltiples actividades como asistir a reuniones (virtuales), visitar museos (virtuales) o, por supuesto, comprar con dinero (virtual y real). Aunque se puede acceder utilizando dispositivos de realidad virtual como gafas o cascos, también es posible hacerlo a través de la pantalla de ordenadores o móviles sin necesidad de utilizar ningún accesorio externo. Estará usted pensando que esa descripción le suena de algo, que ya existe algo parecido. Cierto, es eso que llaman internet.

Como señala la revista Wired, biblia de capitalismo tecnológico de Silicon Valley, el discurso en torno al metaverso no es muy distinto de aquel que se tenía en los años setenta sobre internet. Se habla sobre una tecnología que todavía se encuentra en fase de definición y desarrollo. Se anticipa un futuro cercano basándose en supuestos, aspiraciones y obviando el papel que la sociedad juega en la forma como la tecnología se modifica al ser adoptada y extenderse su uso. El metaverso aparece representado siempre como un entorno altamente inmersivo, poblado con avatares de alta definición o incluso hologramas a modo de realidad aumentada. Pero la verdad es que la tecnología necesaria para convertir estas imágenes en realidad está todavía muy lejana.

La idea de metaverso ya lleva tiempo entre nosotros. Solo hace falta dar un vistazo a cómo el popular videojuego Fornite se ha convertido en un punto caliente de la socialización adolescente. No solo se juega al Fornite, se está en Fornite. Si nos remontamos unos años atrás, el intento más loable de crear un metaverso fue Second Life, la comunidad virtual que causó un gran revuelo allá por el 2004. Aunque llegó a tener más de cincuenta millones de usuarios, el número de ellos que permanecen activos no supera los setecientos cincuenta mil. El mundo del videojuego también ha explotado los universos abiertos con títulos ya icónicos como World of Warcraft o Animal Crossing. La realidad virtual lleva siendo una promesa persistente desde su irrupción en los años ochenta, pero no termina de cuajar y da la impresión de producir cierto recelo. Puede que la idea de evadirse de la realidad a la que aspira la gente, al fin y al cabo, no pase por ponerse un casco sino por meterse en una discoteca y ponerse como Las Grecas.

Es cierto que la realidad virtual puede tener aplicaciones positivas si se utiliza para algo más que tratar de vender muebles de Ikea. Existen programas, como el llevado a cabo por la Universidad de Washington para tratamiento de víctimas de quemaduras severas, donde la realidad virtual y los metaversos han demostrado ser efectivos para mitigar el sufrimiento. El hospital Cedar-Sinai utiliza experiencias inmersivas durante el parto ofreciendo gafas con las que entrar en entornos relajantes y ayudar con la gestión del dolor. También se han demostrado efectivos para la gestión de trastornos de ansiedad o estrés post-traumático.

Las experiencias inmersivas pueden ayudar a la gente a situarse en situaciones excepcionales con las que tomar conciencia sobre determinados problemas. La organización de defensa de derechos de los animales, Animal Equality, creó una campaña de concienciación donde a través de unas gafas de realidad virtual podemos experimentar en primera persona lo que supone ser un cerdo en un matadero industrial, un pollo en un corral o una vaca en una macro granja. Proyectos similares ayudan a concienciar sobre las consecuencias del cambio climático o acercarse a sentir violencia racista. Esta capacidad para ayudar a las personas a empatizar abre muchas posibilidades en el ámbito de la salud mental precisamente en un momento donde no vamos sobrados de comprensión hacia el prójimo.

Sería ciertamente iluso no pensar que la idea de metaverso que tienen en mente los cerebros y bolsillos de Silicon Valley no pasa por aplicaciones tan altruistas como las anteriormente citadas. Se busca una ampliación del campo de batalla. Si la tendencia de los gigantes tecnológicos ha sido la de monitorizarnos constantemente a través de un número cada vez mayor de sensores, cabe pensar que el metaverso es un paso de gigante en esa dirección. Se busca virtualizarnos completamente para crear una realidad paralela donde jugar con nuevas reglas. En este sentido, las criptomonedas y la aparición de los NFT han dotado al metaverso de dos características que lo acercan al universo real: una moneda y un mercado.

En el momento en el que los objetos y servicios digitales se convierten en bienes de compra-venta, sin necesidad de referir en ningún momento al mundo físico, se crea todo un nuevo abanico de oportunidades que las grandes tecnológicas no se quieren perder. A Facebook le parece un gran avance que puedas comprar bananas virtuales, sobre todo si son ellos los que montan el supermercado. La idea de un mundo virtual altamente capitalizado y sin la molesta presencia de reguladores como bancos centrales, o incluso estados, seguro que resulta muy atractiva a los ojos híperliberales de la gente que manda en el mundo de las nuevas tecnologías. Las promesas de descentralización que trajo internet en sus albores se vieron frustradas con el paso de los años y la red, a día de hoy, se encuentra dominada por unos pocos gigantes. El metaverso suena a una de esas promesas, otra palabra vacía de significado y creada para vender un juguete ya viejo. Otra vuelta de tuerca para un concepto cada vez más trillado: el ciberespacio como paraíso turbocapitalista donde todo es posible y todo tiene un precio.

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