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Julio Popper, el último rey de Tierra del Fuego – El aventurero que conquistó la imaginación

Casi cualquier aficionado a la historia tiene personajes que le conquistan de manera inexplicable, personas que parecen sobrepasar los límites de lo humano para erigirse en algo más. Lo normal es negarlo, defender con uñas y dientes que esa fascinación es una mera respuesta a las condiciones naturales de la figura histórica que toque. La realidad es que la imagen del objeto de nuestra admiración se construye sobre una mirada selectiva en la que la elección de los valores a considerar está particularmente sesgada. Algo así es lo que le debe pasar al guionista francés Matz cuando piensa en Julio Popper.

No parece casual que en más de una ocasión se compare a Julio Popper con un personaje salido de la pluma de Julio Verne. Para aquellos que construimos buena parte de nuestra personalidad gracias a la lectura de las obras del genial francés, eso es mucho decir. El Julio Popper de Matz es un constructo que parte de un hombre que realmente existió, para ir convirtiéndose de manera lenta pero segura en un personaje literario puro, en una sublimación de su propia esencia unida a la admiración de un escritor que ve en él un lienzo perfecto sobre el que contar una historia que realmente le interesa. Porque a Matz, desde luego, le encanta el Julio Popper que existió, pero le gusta aún más el que él ha construido en su fuero interno.

Un hombre que quiso ser rey

La historia de Julio Popper, eso hay que reconocérselo a Matz, es de las que sorprende: un judío de Bucarest que estudia en Francia, se pasea por medio mundo conocido y termina convertido en un aspirante a monarca de la Tierra del Fuego. A eso le podemos sumar que consiguió todo lo anterior en menos de treinta y cinco años. Desde luego, las referencias a los personajes de Julio Verne, por una vez, no están tan desencaminadas como podría parecer al principio.

La historia de Julio (nacido Julius) Popper comienza, como hemos señalado, en Bucarest. Su padre era un profesor de cierta fortuna y se permitió mandar a su hijo a estudiar a París, donde se graduó como ingeniero de minas. Se cree que ya entonces demostraba su proverbial habilidad como lingüista, llegando a ser capaz de comunicarse en al menos siete idiomas incluyendo el rumano, el yidish, el francés, el alemán, el inglés o el español. Tras licenciarse se dedicó a viajar por el mundo y terminó llegando a América a principios de la década de 1880.

La primera parte de la vida de Julio Popper en el continente americano es la menos interesante para Matz y para nosotros mismos. Su trabajo como ingeniero debía de ser realmente notable, puesto que no parece tener problemas para ir consiguiendo trabajos mientras desciende lentamente por el mapa. Trabaja en Nueva Orleans o en La Habana con bastante éxito y tras Cuba pasa un tiempo por Brasil, antes de dejarse llevar por las noticias llegadas desde el sur, concretamente de Argentina. La fiebre del oro de Tierra de Fuego será lo que le encamine a su mayor aventura, la que le ha dado la fama posterior.

Tierra de Fuego es el nombre que se da al extremo sur del continente americano, propiedad de Chile y Argentina. Se trata de un territorio en el que es difícil prosperar, de un frío extremo y pocos elementos redentores más allá de su belleza natural. Allí vivían apenas unos pocos miles de indios de dos etnias diferentes, los selknam y los yaganes. Los europeos habían descubierto su existencia gracias a Magallanes en 1520, pero no habría nada parecido a una población hasta que estalló la fiebre del oro en el siglo XIX y se empezaron a establecer algunas misiones y pueblos de mineros a su vera. Se trataba de un auténtico territorio salvaje, desconocido en gran parte y poco poblado, en el que la única esperanza estaba en el oro que se había descubierto; si no fuese por él, nadie se hubiese planteado siquiera la empresa de establecerse allí.

Julio Popper se dio cuenta enseguida de que sus habilidades como ingeniero lo colocaban en una posición envidiable a la hora de enfrentarse a la naturaleza de la Tierra de Fuego. De ahí que en 1886 realizase una expedición científica a la Isla Grande, en la que cartografió el terreno y hasta dio nombre a todo tipo de accidentes geográficos. El resultado fue el descubrimiento de un posible yacimiento aurífero en una playa que él llamó El Páramo. A su vuelta a Buenos Aires dio una conferencia con gran éxito y logró que su Compañía Anónima Lavaderos de Oro del Sur aumentase su valor notablemente. Ahora podía explotar todo el oro que encontrase y lo haría gracias a algunos inventos muy notables salidos de su pluma como su propio lavadero de oro. Fue también en este momento cuando tendría lugar el aspecto más oscuro de su historia: su participación en el genocidio de los indios selknam. Sin embargo, no es este un punto sin su polémica y habláremos de él más adelante y con más cuidado, ya que es clave tanto para la memoria de Popper como para la obra de Matz.

A su vuelta a Tierra del Fuego, nuestro protagonista estableció un gobierno fuerte en su territorio, luchando contra todos aquellos que tratasen de acabar con su compañía. Sus peores rivales eran, como uno podría esperar, otros buscadores de oro que trataban de aprovecharse de los posibles filones que él había descubierto. Parece ser que entonces Popper se sintió desprotegido desde el gobierno argentino, para el que estaba seguro de haber garantizado la soberanía sobre parte de la Isla Grande de Tierra del Fuego. Su hermano menor, Máximo Popper, llegó a servir como comisario del gobierno argentino en la zona, antes de abandonar su puesto para unir su futuro al de Julio.

Las muestras más notables del poder de Popper en este momento fueron dos: que llegase a acuñar su propia moneda y a emitir sus propios sellos. Esto se puede entender de maneras diferentes según el juicio que uno tenga sobre el propio personaje: por una parte podríamos considerar, como dicen sus defensores, que simplemente se debió a sus problemas para tener acceso a sellos y monedas en el lejano confín del continente; por otra parte, quienes tienen una consideración menos elevada del personaje piensan que se trataba de un primer paso para establecer su propio reino en un lugar fuera del control directo de ningún gobierno. No obstante, sin importar el motivo que lo causara, lo cierto es que estas prácticas solamente le trajeron problemas a Popper, que tuvo que llegar a enfrentarse ante la justicia por culpa de sus sellos.

Popper salió bien librado del juicio, aunque sus escritos contra el gobernador le estuvieran a punto de jugar una mala pasada. Para entonces su cabeza ya se había alejado de la explotación del oro de Tierra del Fuego, centrándose en las posibilidades comerciales de la Antártida. Donde otros veían solamente el hielo y la nada, Popper creía ver una oportunidad dorada para la Argentina a la que al parecer ya había acabado por rendirse. Su separación definitiva de la Tierra del Fuego llegó, sin embargo, de manera inesperada: la muerte de su hermano, que apenas contaba con veintitrés años, fue el acicate para Popper.

Máximo Popper falleció en 1891, y hasta el seis de junio de 1893 Julio se centró en la posibilidad de explotar la Antártida. No obstante, nunca pudo llevar a cabo sus sueños. La muerte le encontró durmiendo para sorpresa de sus amigos (apenas contaba treinta y cinco años). Existieron todo tipo de sospechas y hasta sus allegados pidieron que se exhumara su cuerpo para poder hacerle una nueva autopsia, conjeturando algún tipo de envenenamiento. Cuando se trató de exhumar el cadáver, se descubrió que este había desaparecido, lo que dejó en el aire demasiadas dudas al respecto de su fallecimiento. A su muerte, muchos se aprovecharon de la misma, destacando figuras como el asturiano José Menéndez Menéndez, que se convertiría en uno de los principales barones de la ganadería en Tierra del Fuego.

Así, Julio Popper abandonó el mundo de una manera tan inesperada como había penetrado en el mismo. Un judío masón de Bucarest que había aparecido repentinamente en la sociedad bonaerense, se había convertido en aspirante a monarca y acabó sus días como un cadáver desaparecido es, ciertamente, un personaje digno de aparecer en una novela de Julio Verne.

La polémica del genocidio selknam

Ya comentamos que dejaríamos para un poco más adelante el comentario necesario y debido sobre la participación de Julio Popper en el genocido de los indios selknam. Se trata de la mayor mancha en la biografía del rumano y de uno de los momentos más oscuros de la historia de la colonización argentina. Los selknam eran, como señalamos, una de las dos etnias originarias de la Isla Grande de Tierra del Fuego cuando empezó la colonización argentina. Se calcula que antes de la llegada de los colonizadores podría haber entre 3500 y 4000 selknam en la isla. A día de hoy, la etnia ya está totalmente perdida.

Las prácticas de exterminio llevadas a cabo con esta etnia no fueron muy diferentes de las empleadas en los Estados Unidos con fines semejantes, aunque aquí los nativos eran  un pueblo poco numeroso, que no tenía medios para enfrentarse en igualdad de condiciones a sus enemigos. Por ejemplo, parece ser que existía la costumbre, entre algunos barcos que pasaban por el Estrecho de Magallanes, de hacer «prácticas de tiro» abriendo fuego contra cualquier fogata o campamento de los selknam que viesen en la costa. Después llegaría la hora de la verdad, con el establecimiento de las estancias ganaderas y la presencia de cazadores profesionales de indios, que se dedicaron a tratar de acabar con esa amenaza para la práctica ganadera de sus patrones. Entre los asesinos de selknam destacó particularmente la figura del escocés Alexander Mac Lennan, llamado «Chancho Colorado» por ser rubio y de piel clara, quien trabajaba para el ya mentado José Menéndez Menéndez.

La participación de Julio Popper en el genocidio selknam se ha soportado siempre en la existencia de una serie de fotos que el propio implicado presentó en una conferencia en Buenos Aires en 1887. A este efecto, llegó a realizar un álbum fotográfico que regaló al presidente de Argentina, Miguel Juárez Celman. En el álbum se pueden ver escenas de un enfrentamiento con los indios que Popper narró y en el que dijo que habían fallecido dos de los aborígenes. Esta parte de la historia es indudable, pero la interpretación de lo sucedido difiere mucho entre los defensores de Julio Popper y sus críticos.

Los que lo atacan se pueden limitar a señalar las pruebas físicas y palpables de su actividad contra los indios. En este sentido, puede parecer que se trata de una práctica más pueril que la llevada a cabo por el otro bando, pero no debemos dejarnos engañar por ello: el que no requiera de más pruebas no quiere decir que sea una conclusión falsa. De hecho, lo único cierto del asunto es que sabemos que en su expedición se mató a esos dos indios en un enfrentamiento con armas de fuego. La búsqueda de motivos ulteriores o un examen diferente de los sucesos sería, para algunos, un intento de limpiar la memoria de un asesino de indios para ocultar (una vez más) la responsabilidad de los colonos en lo sucedido en Tierra del Fuego.

Para otros, sin embargo, la figura de Julio Popper debe ser salvada a pesar del álbum fotográfico. Defienden estos que en sus palabras al respecto y en sus actos posteriores se puede descubrir otro objetivo diferente al extermino de los indios. Según sus apologistas, Julio Popper habría tenido ciertamente un encontronazo inesperado con los indios, y a partir del mismo habría decidido aprovecharse de las conocidas opiniones en su contra del presidente para ganarse su favor. Se dice que una figura como la de Popper no podría haber sido un asesino de indios, lo que corroboraría su posterior política de no agresión.

Lo cierto es que si el primer grupo parece demasiado centrado en las fotos, no contemplando ningún otro aspecto de lo sucedido, el segundo parece basarse en un acto de fe que parte de creer que Popper era una persona demasiado avanzada y civilizada para ser un genocida, algo que está bien creer, pero que no por eso se debe convertir en realidad.

La obra de Matz y Chemineau

La figura de Julio Popper no es precisamente una de las más conocidas fuera de Argentina, y puede que ni siquiera dentro del país. A pesar de los elementos biográficos propios de una novela de aventuras, a Popper también le acompaña la condición de asesino de los indios selknam, siendo por tanto un personaje con un punto tan oscuro que puede ensombrecer el resto de su existencia. Pero como debió pensar Matz, esto tal vez pudiese convertirlo en un personaje interesante para el cómic. En ese caso, no se equivocó.

Matz es un veterano guionista francés cuya obra más famosa seguramente sea Asesino (Le Tueur) junto a Jacamon. Entre sus intereses están algunas obras de carácter biográfico, como la dedicada a Gerónimo o incluso a Zidane. También destaca por haberse hecho un nombre en la industria americana gracias a trabajos como su adaptación a cómic del guión de David Fincher para su versión de La dalia negra de James Ellroy.

El autor francés se sitúa claramente y de manera indudable del lado de aquellos que defienden que Popper no tuvo nada que ver con el genocidio selknam, optando por darnos una visión del rumano que subraya sus características heroicas, a cambio de acabar con las sombras que podrían dar el contraste a las luces que sin duda tenía su personalidad. De la mano de Matz, nuestro protagonista se acaba convirtiendo en un héroe de una pieza, un hombre capaz de enfrentarse a todo y todos para conseguir sus objetivos, pero sin caer nunca en excesos peligrosos.

Por suerte para el lector, existen dos elementos redentores que se sobran y bastan para elevar este cómic por encima de muchos de sus contendientes, evitando que se convierta en un mero ejercicio de apologética. Por un lado está el trabajo de Matz al guión, que más allá de que en cada momento elija la respuesta más beneficiosa para el biografiado, lo cierto es que mantiene siempre el interés y muestra una envidiable construcción del mundo que rodea a Popper. Si el héroe puede resultar ligeramente monolítico en su personalidad, el mundo que le rodea se va construyendo en torno a esa misma actitud y palia la aparente escasez de  la gama de grises del personaje. Además, Matz muestra una envidiable economía narrativa que le permite dejar la cuenta de páginas en 104, incluyendo algunas en blanco para la transición entre partes, sin que parezca que falte ni sobre nada.

El segundo elemento que convierte este Julio Popper – el último rey de Tierra del Fuego (Julio Popper: Le dernier roi de Terre de Feu) en una obra notable, es el trabajo gráfico de Chemineau. Autor todavía joven y en crecimiento, su uso del color y de la línea es soberbio en todo momento, consiguiendo que la narración fluya de manera natural y mostrando un dominio evidente del dibujo de los edificios y las grandes escenas. Chemineau bien podría ser el arma secreta de Matz en este trabajo, hasta el punto de que no es de extrañar que haya vuelto a contar con él para Le Travailleur de la nuit, publicada este año más allá de los Pirineos.

La obra de Matz y Chemineau ocupa un lugar curioso dentro de la escena comiquera europea. Se trata de una biografía, pero que al mismo tiempo busca sobre todo recuperar a un personaje más que simplemente narrar su vida. Para Matz, las acusaciones vertidas sobre Popper son un ejemplo de falsedad ante el que hay que luchar. Para él, estamos ante un auténtico héroe; en sus palabras, un hombre que si hubiese nacido unos siglos antes y en España habría sido un gran conquistador, una figura que la vida no puede contener y que estaría más a gusto en una novela de Julio Verne, como ya hemos comentado que llega a decir textualmente. Al final de volumen, de hecho, Matz se permite incluir un ensayo sobre Popper y una bibliografía acerca del mismo, buscando tal vez el respaldo histórico para la narración que nos ha traído, tratando de llevar el Popper que él mismo ha creado hacia la realidad. Invirtiendo el camino habitual de las obras biográficas, Matz ha creado a un Popper que ahora quiere superponer al real.

La historia y la narración enfrentadas

Venía a decir John Ford que entre la realidad y la leyenda siempre hay que imprimir esta última. Matz y Chemineau serían aquí unos seguidores ejemplares del gran director estadounidense, sin dudar un instante que el verdadero Popper, el que importa, es aquel que toma en sí mismo todos los atributos del héroe romántico y los consigue sublimar gracias a su cercanía a la realidad. No cabe duda que el esqueleto presentado por la fría realidad del rumano ayuda a una construcción como la producida por los autores, pero tampoco consigue uno quitarse la duda de si no estará ante una visión excesivamente irreal del personaje verdadero.

Tal vez Matz y Chemineau nos mientan en muchos de los pasajes de Julio Popper – el último rey de Tierra del Fuego, pero merece la pena que nos paremos a pensar si eso realmente importa cuando el resultado artístico es de este nivel. Desde luego, el juicio debería ser mucho menos benigno si el volumen no contara con ese ensayo final, donde Matz pone todas las cartas sobre la mesa y nos deja claro que lo que nos está contando es en gran parte una reivindicación de la figura de Popper.

Sirva como ejemplo final para esa nueva construcción del personaje, la imagen elegida por el dibujante Chemineau con el beneplácito de Matz. Su Popper es un hombre de ojos claros y gran barba roja, muy alejado de todo registro histórico que podamos tener de él. Y esto es así porque la narración tiene preferencia en todo momento sobre la fría historia. Estos espacios en los que chocan la realidad y la ficción se han convertido en uno de los más fructíferos lugares para que florezca el arte, y en esta ocasión no lo son menos. Gracias a Ponent Mon podemos disfrutar de una obra en la que de nuevo se pone en solfa nuestra concepción de la realidad histórica, un cómic que invita a que descubramos más sobre la figura de la que trata, a que pongamos en cuestión nuestros conocimientos sobre la misma y a que tomemos partido en las polémicas que la rodean. Si las grandes obras de arte deben servir para cuestionar al receptor, sin duda estamos ante una de ellas.

Ismael Rodríguez Gómez
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4 comentarios

  1. increible el nivel de colonialismo fascista de este articulo sobre un genocida desgenerado del cual existe mucha evidencia historica relatos y jucios, solo me causa temor el racismo colonial de algunos europeos al dia de hoy.. basta leer en wikepedia para enterder que estamos frente a un sicopata que mataba y violaba por dinero, ni hablkemos de la explotaciondel territorio una verguenza .. Capatazes y peones ingleses,escoceses, irlandeses e italianos, fueron los ‘cazadores de indios’ que como Mac Lennan o ‘chancho colorado’, pusieron el precio de una libra por testículos y senos, y media libra por cada oreja de niño. Después Menéndez Behetty utilizó el mismo sistema de exterminio con los tehuelches.El escocés Alexander MacLennan gozaba de la misma fama. Más tarde fue administrador en una estancia sobre la Bahía Inútil. En el exterminio de los indios se destacaba por sus grandes ofensivas. Con una caterva de bandidos inhumanos desplegados en formación dispersa «limpiaba» paso a paso grandes áreas de indígenas. No tomaba prisioneros, sino que disparaba indistintamente sobre cualquier ser que se movía o se ponía delante de sus caños. Estas cacerías le proporcionaban excelentes ganancias, pues estaba al servicio de la estancia más grande. Monseñor Fagnano también lo confirma en J. Edwards: 230 de la siguiente manera: Él «ganó en un año, en premios por tan macabro sport, la suma de 412 esterlinas, lo que quiere decir que en un año había muerto 412 indios. Esta deplorable hazaña fue festejada con champagne, en medio de una incalificable orgía, por algunos miembros de la compañía que brindaron por la prosperidad de la ‘Esplotadora’ i por la salud del brillante tirador…» Hasta ahora, ¡sólo se ha contado algo parecido de caníbales!

  2. Artículo desagradable, de clara línea apologista de Popper bajo la construcción literaria del «héroe individual y soñador». La realidad no es un libro de Julio Verne, estos personajes que quieren construirse como reyes (en este caso de Tierra del Fuego) no son un Aragorn de El Señor de los Anillos, llenos de compañerismo y sueños colectivos. Estos personajes REALES actúan tal cual la historia lo demuestra, como egoístas ambiciosos de fama y dinero, dispuestos a derramar la máxima cantidad de sangre para conseguir fortunas con las cuales darse los lujos más vulgares.
    Por otro lado, pero en medida en el mismo sentido, el rotundo pensamiento procolonialista del autor no pretende ocultarse:
    «Los europeos habían descubierto su existencia gracias a Magallanes en 1520». «Se trataba de un auténtico territorio salvaje, desconocido en gran parte y poco poblado, en el que la única esperanza estaba en el oro que se había descubierto». Es, o un claro posicionamiento filo fascista de la historia, o resultado de una profunda ignorancia de todo desarrollo en los campos de la historia, la antropología y arqueología. Ambos puntos, al final, van de la mano.

    1. Perdona, ¿realmente crees que este artículo es una apología de Popper cuando repetidamente acusa al autor de mentir y de inventarse un héroe que no se corresponde con la realidad? quizás, es cierto, excusa en exceso al cómic de ese delito, pero en ningún momento sirve como apología del personaje histórico

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