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De romanticismo y guerras civiles: Mark Twain contra sir Walter Scott

Todos sabemos que a lo largo de la historia ha habido muchos enfrentamientos entre autores que han dedicado su tiempo y su pluma a lanzarse terribles acusaciones. Sin ir más lejos, en España recordaremos siempre el caso de Quevedo y Góngora allá por el siglo XVII. Sin embargo, habrá muy pocas ocasiones en las que las acusaciones las haya lanzado un autor en su plenitud contra otro que llevaba muerto medio siglo y, por lo tanto, no podía defenderse.

Mark Twain, que había nacido bajo el nombre de Samuel Clemens, y sir Walter Scott son dos autores muy diferentes. Lo que el escocés encontraba en las baladas y las historias épicas de su tierra, el americano lo hallaba en la realidad más sencilla; al lenguaje alambicado y grandilocuente del británico, el estadounidense oponía una forma de contar historias llana y natural.

Si ambos hubiesen coincidido temporalmente, su enfrentamiento no sería noticia. Pero cuando Twain publicó Vida en el Misisipi (Life on the Mississippi, 1883) ya hacía cincuenta y un años de la muerte de Scott. Y, sin embargo, su memoria seguía muy viva en el sur de los EE. UU. Demasiado viva, en opinión del autor de Missouri.

Como siempre sucede con Mark Twain, es difícil saber en qué momento su prosa es seria y cuándo está empleando el recurso de la hipérbole para transmitir su mensaje. Es difícil aceptar que realmente creyese que la obra de sir Walter Scott fuese la causa principal de la guerra civil americana, pero quizá sin haber lanzado una acusación tan aparentemente fantástica, su crítica al desarrollo cultural del sur de su nación no hubiese podido ser tan hiriente. La respuesta, en todo caso, puede ser distinta para cada uno de los lectores de estas palabras que hemos querido rescatar.

Mark Twain vs Walter Scott 1

Capítulo 46

Encantamientos y Encantadores

Llegamos demasiado tarde para disfrutar el evento más importante del año en Nueva Orleans, las festividades del Mardi-Gras. En este mismo lugar pude ver la procesión de la Compañía Mística de Comus, hace veinticuatro años, con sus caballeros y nobles y demás, vestidos con sedas y preciosas ropas parisinas, diseñadas y compradas para ser usadas solamente esa noche. Y, siguiéndoles en procesión, todo tipo de gigantes, enanos y otras grotescas compañías. Un espectáculo sorprendente y maravilloso que avanzaba en fila de manera solemne y silenciosa a lo largo de la calle bajo la luz de sus humeantes y parpadeantes antorchas. Pero se dice que en estos últimos tiempos el espectáculo ha aumento notablemente tanto en coste como en esplendor y variedad. Hay un personaje central llamado «Rex» y, si no recuerdo mal, ni la identidad de este rey ni la de ninguno de sus subordinados es conocida por ningún extraño. Todas estas personas son gentilhombres de buena posición e importancia. Es un orgullo pertenecer a la organización, así que el misterio bajo el que ocultan su identidad responde solamente a lo romántico y no a la acción policial.

El Mardi-Gras es, por supuesto, una reliquia de la ocupación francesa y española; pero considero que el contenido religioso ha sido desterrado a estas alturas. Sir Walter ha conseguido hacerse con los caballeros de la capucha y el rosario, y no se irá. Sus asuntos medievales, con el añadido de los monstruos y las rarezas, y las bellas criaturas de la tierra de las hadas resultan mucho más hermosos a la vista que las pobres invenciones fantásticas y las representaciones del sacerdote frente a la feliz multitud. Además son igual de adecuados, se podría considerar, para señalar la fecha y advertir a los hombres de que la línea que separa la temporada terrenal de la sagrada ha sido alcanzada.

Esta cabalgata de Mardi-Gras pertenecía en exclusiva a Nueva Orleans hasta hace poco tiempo, pero ahora se ha propagado hasta Memphis, St. Louis y Baltimore. Probablemente haya alcanzado sus límites. Es algo que raramente podría sobrevivir en el práctico Norte (1); sin duda, duraría apenas un breve lapso de tiempo; tan corto como el que duraría en Londres. Porque su alma está en lo romántico y no en lo gracioso y lo grotesco. Quitadle esos misterios, los reyes y los caballeros y los títulos grandilocuentes, y el Mardi-Gras morirá aquí abajo. La misma causa que lo mantiene vivo en el Sur (el romance infantil y afeminado), lo mataría en el Norte o en Londres. Puck and Punch y el resto de la prensa caerían sobre él y lo ridiculizarían sin clemencia y su primera exhibición pública sería también la última.

A los crímenes de la Revolución francesa y de Bonaparte pueden oponerse dos beneficios que los compensan: la Revolución rompió las cadenas del Ancien Régime y de la Iglesia y convirtió a una nación de miserables esclavos en una de hombres libres; y Bonaparte instituyó la norma del mérito por encima del nacimiento, y también acabó definitivamente con la divinidad de la realeza, de manera que donde las cabezas coronadas de Europa solían ser dioses, ahora no son más que hombres y nunca podrán volver a ser divinos, sino meros representantes que deberán responder por sus actos como el común de los mortales. Estas ganancias compensan el daño temporal causado por Bonaparte y la Revolución y hacen que todo el mundo esté en deuda con ellos por estos grandes y permanentes servicios a la libertad, la humanidad y el progreso.

Es entonces cuando aparece sir Walter Scott con sus encantamientos, y por su solo poder frena esta ola de progreso, y hasta consigue hacerla retroceder. Hace que el mundo se enamore de sueños y fantasmas; de corruptas y falsas formas de religión; de corruptos y falsos sistemas de gobierno; de las tontas, vacías y falsas grandezas, los falsos ornamentos y las falsas caballerías de una sociedad estúpida e inútil desaparecida hace ya largo tiempo. Causó un daño imposible de cuantificar. Más real y duradero, podría ser, que el causado por ninguna otra pluma en la historia. La mayor parte del mundo ha conseguido ya superar buena parte de estos males, aunque en ningún caso todos ellos, pero en nuestro sur siguen floreciendo con vigor. No del mismo modo que hace media generación, puede ser, pero todavía con fuerza. Allí, la genuina y completa civilización del siglo XIX se confunde de manera curiosa y se mezcla con la falsa civilización medieval de Walter Scott; y así las ideas prácticas, de sentido común y progresistas, están mezcladas con los duelos, el discurso pomposo y el simplón romanticismo de un pasado absurdo que está muerto y merecería ser enterrado por caridad. Sino fuera por la enfermedad de sir Walter, el carácter del sureño (o del caballero del sur (2), como el almidonado lenguaje de sir Walter gustaría de decir) sería totalmente moderno, en lugar de ser una mezcla de lo moderno y lo medieval, y el Sur habría experimentado un progreso de una generación cultural. Fue sir Walter el que hizo que cada caballero del Sur fuese un comandante o un coronel, un general o un juez, antes de la guerra; y fue también él quien hizo que estos caballeros valorasen estas falsas condecoraciones. Porque fue él quien creó el rango y la casta allí abajo, y también el respeto por los mismos y el orgullo y el placer derivados de ellos. Excesiva culpa se echa a la esclavitud, sin pararse a contemplar seriamente estas creaciones y contribuciones de sir Walter.

Tuvo un papel tan importante en la construcción del carácter sureño existente antes de la guerra, que en gran parte es responsable de la misma. Parece algo duro acusar a un hombre muerto de haber causado una guerra y, sin embargo, podría darse algún argumento plausible para apoyar tan loca propuesta. El sureño de la Revolución americana poseía esclavos. También lo hacía el sureño de la Guerra Civil, pero el primero se parece al segundo tanto como un inglés a un francés. Ese cambio en su carácter puede atribuirse de manera más obvia a la influencia de sir Walter que a la de cualquier otro suceso o persona.

Uno puede observar, siguiendo una o dos pistas, cuán profundamente esa influencia penetró y cuán fuerte se mantiene. Si uno coge un periódico literario del Norte o del Sur de hace cuarenta o cincuenta años lo encontrará lleno de un sentimentalismo romántico plagado de una vacía y florida palabrería, una pretendida «elocuencia», toda ella una imitación de sir Walter. Y una bastante mala por cierto: una inocente parodia de su estilo y método, en realidad. Este tipo de literatura estaba de moda en ambos lados del país, dando lugar a la más justa de las competencias. En consecuencia el Sur podía mostrar tantos nombres literarios de renombre, en proporción a su población, como el Norte.

Pero ha acontecido un cambio, y ahora no hay lugar para una competición justa entre el Norte y el Sur. Porque el Norte se ha librado de ese viejo estilo pomposo, mientras que el escritor sureño todavía se aferra a él, y al hacerlo consigue mantener un mercado reducido para sus obras. Hay tanto talento literario en el Sur a día de hoy como siempre lo ha habido, por supuesto; pero su trabajo apenas puede darle unas pobres ganancias en las condiciones actuales. Los autores escriben para el pasado, no para el presente; usan formas obsoletas y un idioma muerto. Pero cuando un sureño con talento escribe en el inglés moderno su libro deja de ir con muletas para conseguir volar; y son estas las que lo llevan con rapidez por toda América e Inglaterra y, a través de las grandes casas editoriales inglesas que lo reimprimen en Alemania, como atestiguan las experiencias del señor Cable (3) y de Uncle Remus (4), dos de los pocos autores sureños que no escriben con el estilo del Sur. En lugar de tres o cuatro nombres literarios reconocidos, el Sur debería tener una o dos docenas, y los tendrá en cuanto se acabe el tiempo de sir Walter.

Un curioso ejemplo del poder que un solo libro puede tener para bien o para mal puede apreciarse en los efectos causados por el Don Quijote y por el Ivanhoe. El primero acabó con la admiración del mundo por la estúpida caballería medieval; el otro la restauró. En lo que concierne a nuestro sur, el gran trabajo que realizó Cervantes es casi una carta que ha sido devuelta por su destinatario. De una manera tan efectiva ha conseguido Scott acabar con él.

 

Notas del Traductor:

1) A lo largo del texto se utiliza la mayúscula para nombrar al Norte y al Sur cuando Mark Twain se está refiriendo a los bandos respectivos en la guerra civil americana y no a una simple consideración geográfica.

2) Aquí Mark Twain hace un juego de palabras imposible de traducir entre Southerner (sureño) y Southron (antiguo vocablo usado por los escoceses para referirse a los ingleses y demás habitantes del sur de las Islas Británicas). Cabe mencionar como curiosidad que los hombres del norte de la saga de Canción de Hielo y Fuego utilizan en el original este mismo vocablo (Southron) para referirse a los hombres del sur, aunque en la traducción española no se ha ensayado ninguna fórmula capaz de traducirlo. Tampoco en las traducciones de diferentes obras de sir Walter Scott que se han podido consultar.

3) George Washington Cable (1844-1925) fue un autor nacido en Nueva Orleans. Periodista del New Orleans Picayune hasta 1879, cuando Mark Twain escribió este artículo ya había publicado dos novelas en las que mostraba una visión crítica del sur y su ciudad natal. Curiosamente terminó teniendo que mudarse a Massachusetts en 1885 debido a la presión de su ambiente natal.

4) Uncle Remus no fue ningún autor, sino un personaje empleado por Joel Chandler Harris para narrar historias populares del sur de los Estados Unidos. Cuando Twain escribió su texto se estaba publicando la segunda entrega de las siete que llegarían a existir. Como curiosidad la polémica película de la Disney Canción del sur (Song of the South, 1948) adapta algunos relatos de Uncle Remus.

Traducción: Ismael Rodríguez Gómez

Ismael Rodríguez Gómez
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